sábado, 25 de octubre de 2025
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Colección Potemkin ediciones
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jueves, 23 de octubre de 2025
miércoles, 22 de octubre de 2025
domingo, 19 de octubre de 2025
Juana la Loca
De que la historia da color a los delirios e incluso los modela,
da cuenta el caso de Juana la Loca, uno de los más célebres del archivo Mazorra. Era de Santiago
de Cuba, donde nació en 1892, madre de diez hijos, cinco de ellos ya muertos cuando fue internada a sus treinta y siete años. La suya era una locura patriótica
que comenzó a aquejarla de muy joven, en Guantánamo, donde se buscaba la vida
vendiendo tamales. Juana Rodríguez Heredia, su verdadero nombre, por un tiempo Juana la
Tamalera y, finalmente, Juana la Loca.
En algún momento le
dio por hablar con las estatuas de Martí, bien para celebrarlo o para
incriminarlo, al tiempo que se proponía continuar la obra de los Maceo. Al menos,
así la presentó el doctor Antonio Esperón ante una junta médica celebrada en 1931. Estas serían sus señas: “Mestiza, de constitución pícnica y contacto
expansivo, tiende a la logorrea. Viste de blanco impoluto: chaleco, camisón, faldas, medias, una
faja azul a la cintura y una capucha en la cabeza, todo estampado de estrellas
blancas. Lleva consigo banderitas cubanas que agita con frenesí, sobre todo
cuando se dispone a dar sus discursos”.
Según Esperón, había
llegado a La Habana en 1926 cuando, alentada por sus ardores patrióticos, se
agregó en Oriente a un tren excursionista con motivo de la proclamación del Sr.
Presidente de la República, General Gerardo Machado. Confundida entre la multitud
y entreverada, según Esperón, entre tantos ardientes patriotas, se inmiscuyó en
todos los festejos para hacer resaltar su indumentaria, llena de enseñas patrias y de colgajos alegóricos. Con ella había traído a su hijo menor, lo
que, en cierto modo, enmascaraba también su locura.
Concluidos los homenajes
y festejos, no regresó a Oriente recalando en una posada de la calle Aponte. Solía
dejar a su hijo con el encargado de la pensión, personándose cada tarde ante la
estatua del Apóstol en el Parque Central, para su consabida arenga, en la cual se
excedía lo mismo en elogios que en vituperios, pasando de unos a otros sin
solución de continuidad. Por demás, cantaba, bailaba, y ponía una lata para que
le echaran monedas.
El veterano doctor
Esperón, mambí él mismo, ahora con tres décadas de ejercicio de loquero, destacó
ante la junta médica el afán de simbolismo de Juana la Loca, calificando su trastorno
de “delirio de grandeza tipo patriótico”. Para el médico, tales delusiones
absorbían por entero su pensamiento y su afectividad, si bien con momentos en
que el delirio “se eclipsaba" pudiendo reparar en su hijo al que llamaba
Ángel Custodio.
De acuerdo con Esperón,
lo que la movía cada tarde ante la estatua de Martí eran las alucinaciones auditivas,
toda vez que lo que sostenía con él era un diálogo en el que el Apóstol la
convidaba, como ella quería, a continuar la obra de los Maceo y de Máximo Gómez.
Cuando la arenga se extendía demasiado, el Apóstol la invitaba a orar por sus
hijos y le recordaba que también él tenía que descansar por muy de mármol que
pareciera.
En poco tiempo toda La
Habana la conocía. Como sus arrebatos iban a más, en 1929 la policía la condujo
a la Casa de Socorros y de ahí fue trasladada a la Sala de Observación de
Enajenados del Hospital Calixto García.
Siempre según Esperón, su orientación y memoria estaban intactas, recordaba fechas y lugares
y los variados incidentes de su vida, pero su pensamiento y afectividad habían
sido invadidos. Así que padecía, dijo y se quedó tan ancho, de un “delirio de
grandeza alucinatorio crónico progresivo” que, como no había dado muestras de
agudización en los dos años que llevaba en Mazorra, descartaba que se tratase de
una Parálisis General, es decir, de una manifestación de la sífilis cerebral. Si así
fuera, expresó, “no presentaría un aspecto tan lúcido y casi podríamos decir
que un estado físico saludable, como el que posee esta enferma, cuyos delirios
simbólicos la motivan a trazar escritos y dibujos originales”.
Lástima que estos
últimos no se hayan conservado, que Esperón no se animara a reproducirlos. Por suerte,
nos queda su fotografía en la que aparece toda embanderada, como si, ciertamente, su delirio y de la patria se hubieran fundido en un mismo plano o nivel.
Esperón, el decano
Pedro Marqués de Armas
Ejerció en el Hospital de Dementes de Mazorra por más de cuarenta años. No solo eso, vivió allí casi todo ese tiempo, en el área destinada al personal sanitario. El doctor Antonio Esperón y Rouli formó parte de esa subespecie de “generales y doctores” que fue la de coroneles y alienistas, entre los que figuraron Lucas Álvarez Cerice, Agustín Cruz y Américo Feria, entre otros, con Mazorra como centro de operaciones.
Esperón nació en Jovellanos en 1859. Realizó sus estudios de medicina en la Universidad de Barcelona, donde fue alumno José de Letamendi, graduándose hacia 1882. Antes de la guerra del 95 ejercería por unos años en su pueblo natal. Una vez iniciada esta se exilia en Estados Unidos, sumándose en Jacksonville a la expedición del vapor Three Friends, organizada por el comandante Enrique Collazo, y que desembarcaría por Varadero el 17 de marzo de 1896, fecha de su incorporación al Ejército Libertador. En breve ocupa el puesto de Jefe de Sanidad de la Segunda División del Cuarto Cuerpo, alcanzando el grado de Teniente Coronel.
El 1 de enero de 1899 fue designado médico de Mazorra junto a otro doctor de la guerra, el también matancero Lucas Álvarez Cerice, nombrado director. Otro mambí, igualmente de Matanzas, se suma a la nómina: José Vega Lamar. Esperón ocupó la segunda sección de la Clínica de Varones, atendiendo los departamentos de convalecientes y tranquilos, enfermedades intercurrentes y enfermedades infecciosas. En una temprana memoria dio cuenta del hacinamiento y de las malas condiciones de vida.
Por muchos años impartió clases de anatomía en la Escuela de Enfermería de Mazorra. Desde 1905 integró la Junta Local de Sanidad de Santiago de las Vegas. Fue miembro fundador de la Sociedad Cubana de Psiquiatría y Neurología, establecida el 20 de abril de 1911. Entre 1918 y 1921 realizó varios viajes de formación a los Estados Unidos. En marzo de 1926 se sumó a las labores de Sociedad Cubana de Neurología y Psiquiatría, reeditada tras años de dispersión. Entonces estaba al frente del departamento de enajenados procesados. A partir de 1929 este pabellón llevaría su nombre.
Aunque publicó algunos trabajos, entre los que cabe destacar "Los niños alienados y los epilépticos de Mazorra" (II Conferencia Nacional de Beneficencia y Corrección,1904, Imprenta y Librería La Moderna Poesía), fue predominantemente ágrafo. En su juventud trató de patentar un producto para las neuralgias a base de un extracto de escoba amarga.
En 1934 recibió un homenaje en calidad de decano por sus labores en Mazorra. En 1938 fue condecorado “por sus grandes servicios durante décadas atendiendo a los orates”. Como se ha dicho, ejerció por más de cuarenta años, pues todavía en 1945 estaba en activo. Desde 1930 ejerció paralelamente en el sanatorio Esperón-Baralt, situado en la Quinta Cardona, en Calabazar.
sábado, 18 de octubre de 2025
domingo, 12 de octubre de 2025
sábado, 11 de octubre de 2025
Walker
jueves, 9 de octubre de 2025
lunes, 6 de octubre de 2025
Elizabeth Walker (Miss Walker)
Jefa por décadas del servicio de enfermería
del Hospital de Dementes de Cuba, Elizabeth Walker fue la enfermera
psiquiátrica más importante de la República: organizó no solo la asistencia en
sus diversos niveles, sino también la docencia formando a varias generaciones
de enfermeras especializadas.
Llegó a La Habana a comienzos de 1901,
incorporándose al servicio del Hospital Número Uno. Descendía de una familia
inglesa asentada en los Estados Unidos tras la Independencia y se había
graduado en el Hospital de Pennsylvania a finales del siglo XIX.
El 19 de junio de 1903 ocupó el puesto de
Superintendente de la Escuela de Enfermería de La Habana, de la que fuera
fundadora junto a otras dos enfermeras norteamericanas: Eugenia Hibbard y
Gertrude Moorey. Tras dirigir por unos años el servicio de enfermería del Hospital
“General Calixto García”, fue convocada en julio de 1909 por el entonces
Secretario de Sanidad, Matías Duque, para ocupar la plaza de Superintendente de
la Escuela de Enfermeras de Mazorra. Allí permaneció prácticamente hasta su
jubilación en 1949.
Miss Walker participó en la Exposición de
Boston, celebrada en octubre de 1914, donde presentó un informe acerca de su
experiencia en la isla que le granjeó elogios de la comisión del evento
y de la prensa.
En agosto de 1917 recibió el Premio
Nacional de Enfermería. En julio de 1918 fue nombrada consejera de la
Asociación de Enfermeras de Cuba, ocupando su plaza de Superintendente de la
Escuela de Enfermería de Mazorra otra destaca enfermera, Antonia Casanova.
En 1929 fue premiada por sus largos años de
servicio, con diploma y medalla de oro, por el Secretario de Sanidad Francisco
María Fernández.
En 1930 un pabellón de Mazorra recibió su
nombre, develándose un retrato suyo, seguido de un discurso del Dr. José Randín
exponiendo sus méritos.
Durante los años críticos de la
década del treinta se mantuvo al frente del cuerpo de Enfermos y Enfermeras de
Mazorra.
En 1936 recibió la condecoración de la Cruz
Roja Cubana.
El 1 de
noviembre de 1949, Carlos Ramírez Corría, neurocirujano y entonces Ministro de
Salud Pública, la condecoró con motivo de su despedida y regreso a su país de
origen, después de tan larga trayectoria.
Falleció el 25 de junio de 1951 en Filadelfia,
Estados Unidos.