Pedro Marqués de Armas
Tuve conocimiento de Luz Gay revisando hace un tiempo viejas
antologías de poesía cubana. No por su nombre, que ya resalta, sino por la alusión a su locura en Poetas jóvenes cubanos -nutrida recopilación
que Paulino G. Báez publicó por la Casa Editorial Maucci de Barcelona en 1922-,
captó mi atención. Al pie del único poema suyo, el soneto titulado “Soneto”,
Báez apuntaba: “Luz Gay pertenece al corto número de elegidas de Apolo, que
dieron brillo a las letras patrias de fines del siglo XIX. Autora de la revista
“Blanca” ha tenido, como triste epílogo, su vida, el ingreso en un Manicomio”.
Anoté la referencia y realicé
algún que otro rastreo en muestras y antologías poéticas, comprobando que no fue
incluida en más ninguna, salvo -con un cuento- en el lujoso número que El Fígaro
dedicó en 1895 a las escritoras y artistas más destacadas.
Con relación a su
locura, recopilé información sobre las gestiones realizadas por el Club
Femenino para atenderla en su desamparo e internarla en alguna clínica psiquiátrica,
pudiendo seguir su periplo por varias de éstas: la clínica del Dr. Armando de
Córdova, la del Dr. Raventós, el sanatorio Pérez Vento de Guanabacoa, y el Galigarcía en Los Pinos, en ese
orden. Intenté luego, sin resultados, dar con alguna mención por parte de esos
conocidos psiquiatras que la atendieron.
Pasó un tiempo y descubrí en internet un artículo de Jorge Domingo Cuadriello titulado "Luz Gay: de la poesía a la locura", publicado en la revista Espacio Laical en 2020. Se trata del único acercamiento contemporáneo a la obra y la figura de esta enigmática poeta, sin dudas espléndido rescate y reconstrucción de su trayectoria, por demás con el rigor que tienen los escritos e investigaciones de Domingo, quien declara al comenzar su artículo: “Muy pobres son los datos biográficos que hemos podido acopiar de esta autora, que debió nacer en La Habana aproximadamente en 1860”.
Ciertamente motivado por los aportes de este acercamiento, decidí indagar detenidamente en diversas hemerotecas, con la intención de reconstruir algo más, en lo posible, tanto las gestiones como la figura de esta poeta que termina en el olvido y la miseria, erigida luego por las feministas cubanas de los años veinte en uno de los estandartes de su labor, a medio camino entre la caridad pública y la intervención propiamente social.
Del nombre al delirio
Revista Blanca comenzó
a circular el 15 de julio de 1894, con una frecuencia mensual y sobrevivió -por
lo visto- hasta finales de 1897. Dirigida por la poeta Luz Gay, una de las
primeras mujeres en ejercer el periodismo en Cuba, estaba sobre todo dirigida a
un público femenino y era más del gusto romántico que modernista, si bien se
aproximó a este último por su autonomía artística y la aparición en sus páginas
de poetas como Gutiérrez Nájera, Díaz Mirón, Nervo e Icaza, con alguna que otra
crónica de Gómez Carrillo sobre el París moderno.
Los principales colaboradores de Luz Gay -a cuyo cargo
corría la totalidad de la gestión- fueron Alfredo Pons Zayas, Rafael
Fernández de Castro y José Faiñas y Cartelí, con ocasionales trabajos de Enrique
Piñeyro, Antonio y Francisco Sellén, Pedro Santacilia y la escritora gallega
Sofía Casanova, entre otros. Publicó la revista numerosas traducciones, textos
de o sobre Heine, Hugo, Lamartine, Zola y Maupassant, junto a abundantes
retratos -Petrarca, Byron, Gautier, la Avellaneda, Heredia, Edisson, y muchos
más. Contenía lo mismo grabados de obras como "El jardín de las
Hespérides" de Georget que paisajes locales: carruajes, cafetales, sendas
de palmas. Se suman crónicas de salón, una sección de ajedrez, viñetas y
anuncios.
En todos los números -según puede corroborarse en
reseñas de época- colaboró su directora, mayormente con sus poesías, aunque
también con cuentos y artículos -por ejemplo, uno sobre el raquitismo.
Luz era hija del
hacendado y coronel de voluntarios Francisco de Paula Gay, cuya muerte en
noviembre de 1885 la afectó profundamente. Después de un lustro de fervorosa
entrega procurando que no se atrasaran los números y cumplir con sus lectores,
hacia finales de 1897 comenzó a tener problemas para sostener su empresa, si
bien parece que siguió editando de modo espaciado. Todo indica que a mediados
de 1900 ya daba muestras de desequilibrio, cuando reclamó a la Revista
Blanca de Madrid -fundada en 1898- el haberle hurtado el título de su
publicación. Y dos años más tarde, poco antes del nacimiento de la República,
perdió completamente el juicio.
Vinieron entonces
largos años de errancia por las calles de La Habana, por las que se paseaba sin
aceptar limosnas y con unos cuadernos envueltos en una bandera norteamericana.
Es así que se le conoce como "la loca de la bandera", según la
calificó el popular periodista Billiken.
Se señala como desencadenante de su trastorno mental
un amor fallido, cuyos inicios habría que situar antes de la muerte del padre.
En uno de los pocos artículos que informa sobre su infortunada relación, Anita
Arroyo aseguraba: "Sufrió un verdadero trauma amoroso que la llevó a la
locura. Su novio, sorprendido en actividades revolucionarias, fue hecho
prisionero por el gobierno español y condenado a muerte. El padre de Luz
consiguió, movido por el dolor de su hija, y haciendo uso de su influencia con
el Capitán General, que se le conmutara la pena por la de destierro a España.
El joven partió dejando a la enamorada muchacha la enorme esperanza del
regreso. Pero no volvió jamás. A la que le había salvado la vida le hizo la
afrenta de olvidarla, y un día leyó Luz la noticia de las bodas de su novio con
otra".
Por más que he rastreado en busca del joven en cuestión he tenido que conformarme con la referencia de Arroyo. Si su padre, como varias fuentes indican, fallece en 1885: ¿en qué año situar el mencionado episodio? Arroyo va más allá y aporta lo siguiente: "Dícese que no lloró una sola lágrima. Pero la oscuridad se hizo en su mente, que no podía concebir la traición de la persona que más amaba en el mundo, y la infeliz Luz perdió, con la razón de vivir, la razón de su cerebro. La apasionada joven, que había sentido la causa separatista con verdadero celo de patriota, se hizo desde entonces anexionista. Huérfana, poco después, cargó, como único equipaje, con una bandera americana, se envolvió en ella, y a ella redujo su vestido. Recitaba en tono declamatorio por las calles sus poesías de amor y se enfurecía cuando los muchachos la apedreaban y le gritaban, ignorantes de su tragedia, `Viva Cuba Libre´".
En fin, la historia no puede ser más interesante y, en
lo que toca a la locura, más expresiva de los conflictos político-identitarios
de la época. En cierto modo una fusión de factores, varios de los cuales se
atisban vagamente en sus poesías y en la empresa que llevó a cabo: el abandono
de la madre, la pérdida del padre, el agotamiento de los recursos financieros. A lo que habría que añadir un cortocircuito con los ideales paternos que parece
darle fondo a sus delirios. De Paula Gay fue uno de los hombres más ricos e
influyentes de la colonia: además de dueño de ingenios, poderoso banquero,
mientras en lo político derivaba del integrismo -cercano a Valmaseda en la
guerra del 68- al reformismo, ocupando por último un puesto importante en el
partido autonomista.
En cualquier caso, Luz Gay es incapaz de superar la "traición" de quien debe la vida a su padre, como tampoco la culpa por "comprometerlo", lo que complica su nunca resuelto duelo. Al negar al amante en totalidad, la autora de "Plegaria de la huérfana" niega de paso su identificación con lo cubano, proyectando en la enseña en que “se envuelve” -o en el objeto envuelto- tanto su orfandad como necesidad de protección ante una República a la que llega tocada y de la que no puede fiarse. Es probable que la locura, que se manifiesta en el “robo” del nombre de su revista -no es ignorancia, sino paranoia lo que la lleva a semejante demanda- viniera abriéndose paso desde antes de 1900. Según algunas versiones, a veces se envolvía en una bandera cubana, pero para despojarse de ella una y otra vez.
No se trata tanto, en su caso, de una fijación al paisaje emocional de la época en que pierde el juicio -la de las dos banderas ondeando a la par-, como de negar un orden simbólico que se le torna insoportable. Claro que subyace en este orden también un rechazo a España, que representa de algún modo aquello que le han usurpado: el amor -si es que allí, como parece, encuentra cobijo su prometido- y el objeto al que traspola su pasión: la revista.
Lo cierto es que deambuló en delirio por las calles de
La Habana -¿qué serían esos cuadernos que envolvía bajo tales enseñas? ¿acaso
la revista a la que tanto se entregó?- hasta abril de 1920, cuando el Club
Femenino lanza una convocatoria a su favor en virtud de la cual fue internada
como enferma mental.
De la calle al manicomio
Como apunta Domingo
Cuadriello, son escasas las noticias posteriores a 1902 y solo tras un
“largo paréntesis resurge a la vida pública habanera convertida en una demente
que recorre las calles vestida con unos harapos y en completo estado de
abandono personal”. Todo indica que únicamente con el surgimiento en 1918 del
Club Femenino de Cuba, se repara en su situación y se inicia una campaña encaminada
a sufragar su internamiento. En septiembre de 1919 el Diario de la Marina
reprodujo un soneto suyo con este comentario: “Esta Luz Gay es hoy una pobre
mujer medio distraída que vaga por las calles con unos cuadernos bajo el brazo envueltos
en una bandera cubana”.
El asunto es tratado
por las feministas en sesión del 15 de abril de 1920. Es entonces que se
solicita la ayuda tanto de la prensa como de corporaciones y entidades estatales
“para obtener por colecta pública los fondos precisos para sufragar la
permanencia de la señorita Gay en un sanatorio o clínica adecuada durante todo
el tiempo que reclame su curación, sin límite”. Se promueve además desde esa junta
“preparar una edición de sus poesías y escritos” con el objeto de vendarla por
medición de Club Femenino a lo largo de todo el país, una función teatral a su
favor, etc.
En apenas dos meses se
reunió la cantidad suficiente para proceder a internarla, lo cual se llevó a
efecto en la clínica del Dr. Córdova el 21 de junio de 1920, creándose de paso
un clima de opinión y sensibilidad favorables para su sostenimiento. Una semana
más tarde aparecería un sugestivo artículo de Miguel Ángel de la Torre, cronista
de El Heraldo de Cuba y una de las mejores plumas de la época; reproduzco
los párrafos que cita Domingo Cuadriello junto a la fotografía que acompañaba
el texto, titulado “Los harapos de la quimera”:
“¡Luz Gay! Envuelta en andrajos, devanando sin cesar un
absurdo soliloquio, con un bulto enigmático a cuestas, su pobre figura
depauperada y ridícula forma parte de la decoración callejera de La Habana, a
cuya comparsa de mendigos y gente maleante se unió un día sin sol. Duerme al
cobijo equívoco de los soportales y come las ocasionales migajas del hallazgo,
pero habla de grandezas en su lenguaje bilingüe y roto.
Jamás tendió su mano en humillado pordiosero. Sin sentir
sobre su cuerpo, antaño hecho a las caricias blandas de la comodidad, las
agresiones de la intemperie, ni los gritos del hambre, Luz Gay pasea por
nuestras calles una engallada satisfacción. Sólo de vez en vez, bajo una racha
de recuerdos, su frente se frunce, su mirada se ensombrece y su voz arroja al
viento maldiciones indignadas. Pero, salvo esos paréntesis alumbrados por un
corto relámpago de ira, en su alejamiento de la realidad parece pasar entre
filas de cervices inclinadas en reverencia ante ella y entre manos amigas
tendidas hacia ella”.
No tiene precio la referencia del cronista al lenguaje de la poeta devenida psicótica: el suyo un lenguaje “bilingüe y roto” que se expresa en clave de grandezas, es decir, de orgullosa paranoia.
Un año más tarde, a
mediados de 1921, ya estaba lista la edición de sus poesías y escritos, prologada
por Dulce María Borrero bajo el título Poesías de Luz Gay, y editada gracias
al auxilio de Juanita Egulior, viuda de Ramón Rambla, dueño junto a Jesús María
Bouza de la Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Cía.
En su presentación,
Borrero destacaba así su vagabundez y locura: “…desesperado dolor es el dolor inconsciente
o resignado de aquellos que han perdido la voluntad, y Luz Gay, la poetisa de
temperamento exquisito y sensitivo, que en sus años de oro compusiera esas
rimas delicadas y escribiera esa páginas enérgicas (…), errando todo el día,
ensimismada y muda a través de la urbe bulliciosa, bajo el sol ardoroso;
postrándose de noche, rendida al peso de su desamparo, sobre el frío peldaño de
algún umbral infranqueable o en la fraternal aspereza de un pedazo de tierra,
con el silencio del mundo por cobija y por almohada la retorcida raíz de algún
árbol que sube susurrando hacia la tiniebla estrellada del cielo como para
escapar a la contemplación del horror…”
Borrero la califica
de “hermana nuestra” y señala la triple pérdida de fortuna, techo y razón. Y
frente al mundo, una dignidad que la lleva al enfado e indignación que cada vez
que le ofrecen o insinúan ofrecerle limosnas. No alude sin embargo a las
presuntas causas de su locura, sobre la que he especulado más arriba. No será
hasta la publicación en 1954 del artículo de Anita Arroyo, que alguna luz se
arroje al respecto.
Un rastreo menos
especulativo nos lleva a los siguientes datos: crecientes dificultades a lo largo
de 1897 para sostener la revista. A finales de ese año dificultades para
realizar una función a favor de su proyecto, enviando a la prensa esta aclaración:
“Por diferencias surgidas con el administrador del Teatro de Tacón, y que han
terminado con la caballerosa mediación particular cerca de mí, del Señor
Bruzón, invitado a ello cortésmente por el General Blanco, pongo en
conocimiento de usted, que finalmente el próximo domingo 12, tendrá efecto en
Tacón, la función benéfica extraordinaria de la Revista Blanca”.
En junio de 1901 era
autorizada a publicar un periódico titulado “El trabajador” del cual no hay rastros.
En septiembre de ese año escribe aquella carta acusando a la poderosa Revista
Blanca de Madrid de hurtarle el título, misiva duramente contestada por un receloso
reportero del Diario de la Marina. Y finalmente esta nota de 24 de marzo
de 1902 declarando su enfermedad: “Con pena hemos sabido que nuestra compañera,
la Srta Luz Gay, se encuentra sufriendo penosa enfermedad.
Deseamos el más breve y completo restablecimiento de la inspirada poetisa y
correcta escritora que tanto aprecio nos merece”. Por entonces, intentaba
integrar la “Asociación de la Prensa” que presidía el cronista musical Serafín
Ramírez.
El poeta gallego Curros
Enríquez, quien debió conocerla en algunas de sus estancias cubanas a finales
del XIX, siempre dispuesto a dispensar con sus versos a las cubanas, le dedicó
esta estrofa precedida de comentario:
A Luz Gay
(Contestando a un ideal romántico en que dice que quiere morir de tedio y que en su sepulcro no caiga ni un rayo de sol.)
Luz: para mí la mejor
Muerte es la muerte de amor;
Y si tumba he de escoger
Por tumba pido al Señor
¡El alma de una mujer!
Después viene su
errancia y el largo silencio a que se refiere Domingo Cuadrillo. Apenas alguna
vaga referencia por los años de 1910, con su nombre por objeto, bien alguna denuncia
por escándalo callejero, bien por un extraño regalo que le cursan desde una famosa floristería.
Hasta su muerte -por lo que parece en 1936- Luz Gay fue motivo de piadosas peregrinaciones de las feministas cubanas a las diversas clínicas psiquiátricas por las que pasó. Ciertamente, devino en uno de los referentes de la asistencia social, en fetiche por excelencia del discurso socio-caritativo. Así que termino con unos recortes que ilustran ese otro interregno en el que se le tuvo y en el que, como suele ocurrir, se habla en su nombre pero sin ella, esto es, sin que conozcamos algo más de su vida.
La Lucha, julio 23, 1908.
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