Álvaro de la Iglesia
Con una perseverancia rarísima en
su sexo y con una modestia encantadora, más rara aun en la mujer de letras, la
inteligentísima y simpática escritora señorita Luz Gay, viene realizando una
obra a todo extremo laudable: la publicación de su preciosa Revista Blanca,
nunca lo suficientemente encomiada.
Cuanta actividad y cuanta virtud
representa una publicación que en el silencio y sin estrepitosos anuncios,
trabaja por la causa de la cultura cubana, no hemos de apreciarlo nosotros.
Basta para su triunfo, ser la obra delicada y hondamente sentida de una mujer,
de una niña mejor, corazón animoso que en medio de un pueblo mercantilista por
excelencia, ha echado los cimientos de su bello edificio consagrado a la mujer
y que, (doloroso es decirlo), no tiene aun por patrocinadoras a todas las
cubanas.
Lo que ha tenido que luchar y que
trabajar la tierna directora para llegar al punto en que hoy se halla el objeto
de sus nobles ambiciones, lo saben bien todos los que enamorados de una idea
noble y encariñada con el corazón, la han visto venir a tierra herida de muerte
por la frialdad inconcebible de un público, encumbrado a veces de cosas vanas
ya que no indignas. Pero esta vez ha triunfado la debilidad graciosa y al
propio tiempo bizarra de una niña superior a su rezo, testimonio elocuente de
cuanto puede una voluntad al servicio de una idea y un corazón animoso lleno de
claridades inefables y de provísimas abnegaciones. ¡Tal vez sobre hermosa obra
realizada con pasmosa discreción por un ser todo debilidad ha dejado caer desde
la otra vida sobrenaturales revelaciones un padre amoroso, oculto inspirador de
la genial artista.
En La Revista Blanca, Luz
Gay lo es todo: la selección discretísima de los originales y la galanura y la
novedad de la forma tipográfica; el orden verdaderamente varonil de una
administración modelo y la seriedad inglesa de la confección. Luz Gay es el
éxito; puede jactarse de ello. Precisamente se trata de una revista que no han
hecho popular ni firmas cubanas de gran nombre ni deleznables cambios de
elogios entre la gente de pluma.
Con la silenciosa fuerza de la
ola que bate un día y otro día el bloque de granito y lo socava, así la Revista
Blanca, que dirige una niña con su propia inspiración y con su maravillosa
voluntad de acero, ha quebrantado el muro de la indiferencia pública, se ha
hecho abrir, por su propio mérito, la puerta de todos los hogares más
distinguidos y luce hoy sus nacaradas hojas sobre el volador de la dama
distinguida, sobre el piano de la joven culta, en el bufete del hombre serio y
en el rinconcito preferido del gabinete de estudio del literato. Hermoso triunfo
del talento, éxito halagador de la constancia puesta al servicio de una idea
elevada, noble y útil.
El último número de La Revista
Blanca está ante nuestra vista, abierto por una de sus más hermosas
páginas: un estudio literario de Rafael Fernández de Castro, sobre el poeta
Arolas. Dicho esto, ¿a qué enumerar todas las bellezas del sumario? En
él, seremos francos, sólo echamos de menos una cosa: los versos de Luz Gay.
Porque Luz Gay, es uno de
nuestros poetas favoritos. Y nuestros favoritos ¡son tan pocos!
La Discusión, 21 de
octubre 1895.
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