martes, 24 de mayo de 2022

Momia suicida

 


  Pedro Marqués de Armas


 En marzo de 1869 apareció en los “uveros de La Chorrera” el cadáver de una mujer ahorcada, cuyo cuerpo se mantenía en estado de conservación. Los restos fueron trasladados de inmediato al cementerio San Antonio Chiquito e identificados como pertenecientes a Rafaela García, que había desaparecido varios meses antes.

 El propio médico de la necrópolis, presionado por lo insólito del caso, una suicida que se conservaba tan bien, decidió consultar al Obispo de La Habana, y este determinó que no se procediera al entierro, sino que se solicitara la opinión de los médicos.

 Se designa así una Comisión de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales, para una consulta que no apuntaba tanto al “estado de momificación” del cadáver, como a la necesidad de darle sepultura sólo previo pronunciamiento médico-forense. Esto es, sobre todo por tratarse de una “presunta suicida” que, además, se resiste a la putrefacción.

 El cuerpo no sólo no se había corrompido, sino que se sostenía, atado al cuello, de par de ramas que apenas habían cedido. “Pendía casi arrodillada la desgraciada víctima”, como implorante, según uno de los atestados.  

 La Comisión debía pronunciarse con celeridad sobre la naturaleza y responsabilidad del delito; pero la consulta se convirtió en un largo y erudito debate, siempre más ocioso que, sin embargo, lo salvaban una serie de curiosidades:   

 Si las auras tenían que visualizar los cadáveres antes de devorarlos.

 Si carecían efectivamente de olfato.

 Si comían o no ahorcados, espantadas por sus ojos de Juda.

 Así como alrededor de las supuestas causas de aquel inusual estado de conservación.

 El destacado académico Francisco A. Sauvalle impugnó algunas de las opiniones de sus colegas médicos, que tildó de erróneas, y realizó un exhaustivo análisis en el que desmontaba ciertos criterios del reconocido naturalista norteamericano Audubon, al tiempo que ilustraba con numerosos ejemplos de esclavos suicidas cuyos cadáveres habían sido respetados por las rapaces.

 Para Sauvalle, “al menos en cuanto a las auras de esta isla”, las opiniones del célebre Audubon no resistían el menor análisis. Y de paso, no perdió ocasión para ironizar, como lo exigía el contexto:

    

Dirán algunos que procede este fenómeno de la veneración intuitiva que les infunde la vista de ese rostro que el hombre en su sacrílego orgullo pretende hacer semejante al de su Dios. Si así fuera, de este mismo instinto estarían dotados todos los animales de la Creación; lo que seguramente no sucede ni con las fieras del desierto, ni con las que se han llegado a domesticar, ni siquiera con los reptiles e insectos, ni las demás aves de rapiña. A nosotros mismos horror nos infunden, y no respeto, las innobles facciones de un ahorcado, aun antes de la descomposición, y los sentimientos que nos inspira su vista no son, por cierto, de los que hacen recordar los versos del poeta:

 

  Os homini sublime dedit, coelumque tueru 
  Jussit et erectos ad sidera tollere vultus.

 

 La Academia demoró en pronunciarse, pero finalmente confeccionó su informe. En el mismo, se aseguran cuestiones tan propiamente médico civiles -y, por lo mismo, tan rutinarias- como que la mujer se había colgado ella misma; que no había habido intervención de terceros; y que, además, debía de haber perdido el juicio.

 No convenció a muchos, sin embargo, la explicación del por qué no había sido devorada: “la posición del cuerpo y el movimiento del vestido pudo ser suficiente para alejar a los perros y otros animales” y “las auras no se dirigen por el olfato”.

 Pero, de todos modos, tanto el médico del cementerio ante el Obispo, como éste ante las autoridades sanitarias, contaron con una opinión acreditada y procedieron a enterrar a la “falsa momia”. Mientras tanto, el problema había pasado de uno a otro bando más que nada a la espera de decisión burocrática.

 Hasta el Obispo envío una carta a la Comisión Médica felicitándola.

 En la práctica, claro está, se impusieron cada vez más los dispositivos médico-sanitarios, ligados de modo inextricable al dictamen de los jueces.


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