Escribía
cartas a Radio Francia Internacional
(o Radio Exterior de España) con la ilusión
de
que fueran leídas por aquellas “amables
presentadoras” para él tan familiares
que
se convirtieron
en
su último solaz
A veces cuando más lo esperaba
saltaban su nombre pero ¡qué alegría!
si acusaban recibo y enviaban saludos
al oyente fiel que las instruía con historias
(un
tanto) anómalas que sin embargo
enderezaba
al trasladar a ese estilo suyo
ordenado
y convencional
La
muerte repentina de Voisin poco antes
de
su última conferencia en La Habana
el
curioso destino de unas piezas de Gundlach
extraviadas
del museo de Segunda Enseñanza
la
ruta de los últimos auténticos manatíes
por
los cayos del norte el secreto
(amor)
de Enriqueta Faber
y
tantas otras
de
valor local
Aunque
no acusaran recibo
se
sentaba
oyente
fiel
a
su hora
esperando
señal
Un
verano y otro
qué
agrado el suyo
o
qué largo silencio
si
pasaban
de
él
En
esa su hora
nada
podía
sacarlo
de
ahí
Ni
mi madre bailando el San Vito
ni
el motor de aspas de El Bosque
ni
el trasiego ruidoso de escrip
(tores)
con ganas de hablar
de
Derrida.
Un
día le vi meter literal
mente
la cabeza en la radio
y
el oído
en
el dial
Fundido
a su Zenith
riente
(de 1933) él
tan
íntimo
adquirió
un aspecto Un
-Heimlich
sonreía
como el Hombre de Arenas
como
el avestruz que me sonrió
en
Italia -una vez- como todo
lo
que sonríe
a
sabiendas
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