domingo, 9 de enero de 2022

Cien años del estridentismo. Apuntes sobre su recepción en Cuba


  Pedro Marqués de Armas 

 Ahora que se cumple un siglo de la irrupción del estridentismo, con el lanzamiento de su primer manifiesto en solitario por Manuel Maples Arce (Actual No 1) en diciembre de 1921, no sería ocioso hacer un recorrido por la recepción de este movimiento de vanguardia; registraré, lo más sintéticamente posible, el eco que tuvieron sus principales figuras, proyectos y obras, etc., a la vez que indicaré las distancias y afinidades que despertaron entre los escritores cubanos. Desde luego, el acercamiento se limita a algunas publicaciones a mano, por lo que no pretende ser exhaustivo. A grandes rasgos podrían trazarse dos etapas en la recepción: una entre 1924 y 1926, en la que asoman las primeras referencias y críticas, junto al inicio de una entusiasta acogida; y otra de 1927 a 1930 que, acompañando a la emergencia del vanguardismo en la isla, se colma de frecuentes e intensos intercambios.   

 En septiembre de 1924 apareció una breve reseña sobre Urbe. Superpoema bolchevique en cinco cantos, firmada por el periodista gallego Juan Beltrán, que se ocupaba de la sección bibliográfica del Diario de la Marina. El rechazo al libro de Maples Arce no podía ser más tozudo. Beltrán apunta no sólo contra la novedad, sino también contra su signo político desde una posición harto conservadora. Ya estaba bien con las vanguardias europeas, pero que, después del postumismo dominicano, sacara cabeza en Hispanoamérica un segundo ismo, rebasa a su juicio toda sensatez. Se espanta ante el mensaje provocador (“el libro más bello y más audaz que se ha escrito sobre la ciudad contemporánea, algo verdaderamente extraordinario, obra inspirada en la revolución social que actualmente agita al mundo”), califica el texto de “novísimo género extremista”, tilda de “galimatías” su escritura y, sin detenerse, la emprende con la portada de Jean Charlot: “que ilustra la obra con unos garabatos de mucha ciencia y arte, tal vez bolcheviques, pero que se parecen mucho a los que de párvulo hacía en vez de estudiar mis lecciones”.   

 A favor, habría que decir que el recurso a la legibilidad de las vanguardias campeaba en la crítica cubana, con rechazos no muy diferentes en el tono, como el dirigido contra la poesía de Hugo Mayo, para poner un ejemplo de comienzos de los años veinte.  

 Y justo la legibilidad será el enfoque de la segunda reseña, “La responsabilidad de la cultura en América”, firmada por el tabasqueño –entonces refugiado en La Habana tras la rebelión delahuertista– Gastón Lafarga. En una suerte de reclamo a los círculos más moderados, exhortaba a validar las nuevas formas artísticas, alertando sobre los cambios de lenguaje y la necesidad de admitirlos como parte de la época. Se centraba en la nueva poesía mexicana, sin hacer exclusión de Maples Arce, aunque sin ocultar tampoco sus reparos. Lafarga elogia las poéticas de López Velarde, Tablada y Pellicer, a las que corona con justicia, pero reserva para el estridentista este ramalazo:  

…un cohete literario anunció los fuegos artificiales. Manuel Maples Arce, audaz y frívolo, publicó Andamios interiores. Entre seguras bellezas, mostró innovaciones de incierta viabilidad. El vulgo –Maese Vulgus– pasó del estupor a la risa. El humorismo de Maples Arce fue evocación del circo.

 Sin embargo, un año más tarde la pregunta no es ya por la legibilidad, sino por el lugar de las poéticas en el canon político-literario y en un marco de estrategias de asimilación. Un elemento a favor en este sentido fue la presencia, en calidad de embajador y encargado cultural, del novelista mexicano Juan de Dios Bohórquez, quien gestionó, entre otros intercambios, una conferencia sobre la nueva literatura de su país. Esta habría de ser impartida en el Club Universitario, con presentación de Jorge Mañach, por el escritor nicaragüense –radicado en México– Hernán Rosales, que trazó, tal vez primera vez en auditorio cubano, un mapa no solo amplio sino detallado de las diversas tendencias, en el que los estridentistas aparecen claramente diferenciados.  

 Semanas después, era ya un hecho la “excursión a México” de un grupo de intelectuales y escritores cubanos, entre ellos Alejo Carpentier y Emilio Roig de Leuchsenring, y dos meses luego, hará su estancia José A. Fernández de Castro. Los contactos directos y el canje que establecen, así como los libros que traen, explican en buena medida la notoria recepción que, incluso antes del surgimiento de Avance y del Suplemento Literario, se produce en la segunda mitad de 1926, al punto que puede decirse –con independencia de que algunos de los Contemporáneos eran ya familiares– que sólo entonces irrumpe, de modo cabal y simultáneo, la moderna literatura y pintura mexicanas.  

 Muy vinculado a Bohórquez y a Diego Rivera, Fernández de Castro simpatiza de entrada con los estridentistas, sobre los que se informa en el propio México y a los que da a conocer desde temprano en el Suplemento… Así, en una reseña suya sobre Índice de la nueva poesía americana, la antología compilada por Huidobro, Borges y Alberto Hidalgo, que aparece en marzo de 1927 en el primer número a su cargo, se hace eco de las ausencias de Salvador Gallardo y de Arqueles Vela. Tres meses más tarde, incluía a Gallardo en la sección Poetas de Ahora, con poemas que toma de El pentagrama eléctrico y un comentario extensivo a todo el grupo en el que recuerda “los ‘Carteles’, ‘Hojas de avance’ y demás ‘Proyecciones’ del compañero Maples”, y las conmociones posteriores, cuando se suma List Arzubide y éste atrae al doctor Gallardo.

 Todavía ese mismo año se ocupará de los estridentistas, que contarán con amplia presencia en el dossier “Poesía de la hora en México”, dentro del extenso monográfico “México, país de vanguardia” de septiembre de 1927. En el dossier en cuestión, que firma bajo el seudónimo de Pedro de Toledo, describía a los tres grupos que conforman la poesía del país azteca: los puros o individuales, donde van los Contemporáneos; los nacionalistas, donde estarían Monterde y Martínez Valades, entre otros, y; por último, los sociales o estridentistas, con Maples, Arzubide, Gallardo y Gutiérrez Cruz, y a quienes define con mayor entusiasmo: “recogen en su posición, anticipándose, en verdadera función intelectual, las palpitaciones reflejas que en su tierra producen movimientos políticos o económicos que tienen lugar en los días actuales en todo el mundo”. 

 Para calzar esta idea del compromiso con lo actual (que más que “reflejo” fue acción disruptiva, y al decir de Luis Mario Schneider, “urgencia de cosmopolitismo”), Maples era presentado con la conocida caricatura de Jean Charlot, seguida de una nota no menos musculosa sobre su puesto de avanzada tanto en la poesía mexicana como en la prédica antimperialista. List Arzubide, por su parte, también con retrato de Charlot, es elogiado por su combatividad y sus proyectos editoriales y educativos. Ambas notas contrastan con el tono frívolo e incluso burlón de las dedicadas a Novo y Gorostiza. Por último, habría que señalar la inclusión, en la muestra, de dos poetas muy próximas al estridentismo: Nahui Olin y Maria del Mar, que comparten un mismo recuadro alusivo a sus naturalezas femeninas. Al margen del dossier de poesía, el número incorporaba, entre otros, un trabajo del también estridentista Arqueles Vela sobre la pintura de Diego Rivera.

 El próximo acontecimiento fue la circulación de El movimiento estridentista de Germán List Arzubide, cuaderno mitad hagiográfico, mitad bitácora vanguardista, en cualquier caso fascinante (Tablada lo llamó “cometa mecánico acabado de patentar por Jean Cocteau”), que contó con un par de reseñas encomiásticas, despertando la admiración de varios escritores del patio, incluso de signos políticos diversos, seducidos tal vez por la súbita “realización” de aquellos postulados ideoestéticos, amén de por las espléndidas ilustraciones, grabados y fotografías. En fin, un grito que incitaría al intercambio de colaboraciones y al cruce de cartas. La primera reseña, bajo la firma de J.A.F. (José Antonio Foncueva), apareció el 2 de octubre de 1927 en el Suplemento; mientras la segunda, escrita por Félix Lizaso, salía el 15 de diciembre en Revista de Avance. Para tener una idea de la afinidad del primero por los estridentistas, basta con auscultar el tono altisonante y de guerra:

Impregnada su alma de la nueva ideología, List Arzubide forma en las filas de los más jóvenes combatientes por los nuevos ideales y su obra intelectual está influida considerablemente por su creciente preocupación respecto de los problemas sociales. Como poeta de vanguardia ha obtenido resonantes triunfos. La colección de poemas novilatitudinales reunida en Esquina tiene sobrados méritos para figurar entre las obras representativas de los progresos de la nueva estética en tierras de América.

 Del libro reseñado apunta:

Escrito en un estilo ultra-moderno, que habla de novedad a grandes voces, el libro de List Arzubide, (además de su mérito narrativo), tiene gran mérito literario. Es, uno de los mejores que se han publicado últimamente en México, y su lectura será muy conveniente a cuantos se interesan en la formidable lucha de la nueva generación americana contra los convencionalismos y dogmas de los fingidores de talento que queman sus últimos cartuchos, parapetados en la penumbra ingrata de los cenáculos de barbería.

 Generosa y de mucho más alcance, la reseña de Lizaso tocaba no pocos de los aportes del movimiento, ocupándose de ello en pocas pero bien hilvanadas líneas: desde citar al fundador Manuel Maples Arce, los diferentes libros y revistas que escalonaron el proyecto, sus performances y documentos, etc., hasta llegar a la gran construcción de Estridentópolis. Recaía así el énfasis en los aspectos formales (diríase casi estructurales de la experiencia estridentista), y no solo en sus lugares políticos:

“Se hacía necesario que una mano borrara la vieja ecuación de las estrellas, para plantear un problema de vida nueva y ansia en traje de diario”. Y surgió el estridentismo, con la figura augural de Manuel Maples Arce, trasmutador de estéticas y fundador de reinos nuevos, precisando a poco alargar los nombres de los viejos lugares para que cupieran en ellos las figuras de los innovadores.

Se comenzó apedreando "las cosas llenas de muebles viejos de silencio, donde el polvo se come los pasos de la luz", y después, en el alborozo de las superaciones, fatigando el susto de la incomprensión, surgieron uno a uno los pisos de la nueva ciudad en construcción. ANDAMIOS INTERIORES, CAFÉ DE NADIE, ESQUINA, IRRADIADOR, URBE; cada uno fue ofreciendo el hallazgo de una perspectiva convergente, y a lo último, ya se había delineado HORIZONTE, que llegaba “con ese aire del viajero retrasado que ha atrapado de un salto cinematográfico el adiós del tren". Así se construyó Estridentópolis, con materiales nuevos acarreados de todos los ámbitos. List Arzubide, de los primeros, aportó ESQUINA (1923) para lanzar después EL VIAJERO EN EL VÉRTICE (1926), en el sector de la nueva estética. A la batalla social llevó también sus armas y sus entusiasmos.

Y ahora, para que nada faltara a la nueva ciudad, se convierte en su cronista con este libro recién recibido. El rumor del estridentismo nos llega hiriente de ruidos multánimes en estas crónicas que han sabido apresar los momentos conservándoles su atmósfera, su vitalidad. No es una relación de acaecimientos que sólo nos daría una desvaída idea de aquellos resplandores: es un film veloz y desarticulado, en que actúan las fuerzas. Se desarrollan los panoramas. Rumor agujereado de gritos que dieron en el blanco. "Manifiestos, libros, hombres, mujeres del estridentismo, subastas, veladas, todo pasa rápidamente, evocado en la imagen reverberante. Y por un momento hemos visto surgir la "ciudad absurda, desconectada de la realidad cotidiana". Y hemos escuchado las exclamaciones del paisaje, lanzadas a los vientos por las torres de la Estación de Radio.

 Se suma la perspicacia de Lizaso para la síntesis, como para un juicio que, sin dejar ser apasionado, relativiza con elegancia, apuntando al carácter también fantasmal de la empresa: "Esas páginas, sin apreciaciones, sin crítica, con su mismo desorden y abigarramiento y su derroche lírico, son las únicas que podrían darnos la visión de algo tan fantástico y tan real a la vez: la ciudad nueva, visible sólo desde un vértice virtual". 

 Aunque sería riesgoso trazar esquemas sobre adhesiones y simpatías, resulta claro que desde Revista de Avance el mejor considerado entre los estridentistas fue Maples Arce, sobre el que no aparece alusión despectiva, compartiendo espacio con los más frecuentemente acogidos Contemporáneos. No solo se publica su poema "Canción desde un aeroplano", sino además –y también a cargo de Lizaso–, una reseña de Poemas interdictos. A lo que debe añadirse su amistad con Marinello, la simpatía de Mañach (quien calificó sus poemas de “ciclópeos y libertarios”), y el cálido recibimiento, en la redacción, a su paso fugaz por La Habana en agosto de 1930. (“Viejo amigo ‘sin imágenes’, Maples Arce nos dejó ahora la de su juventud incalculada, tan precoz ya de historia, y el grato recuerdo de una charla cálida y sin tasa de jovialidad, de mexicano costeño”, apunta la nota. También es cierto, según cuenta en sus memorias, que lo recibió Fernández de Castro, pasando la tarde con Lizaso, Mañach, Brull y Florit, entre otros.)

 Al centrarse en la evolución propiamente poética de Maples Arce, esta segunda reseña de Lizaso venía a revelar de modo claro, como fue habitual entre los avancistas moderados, tanto la disyuntiva en que estaban frente a las poéticas radicales, como las estrategias –en consecuencia– para asimilarlas. Por eso Lizaso, que parte de recordar el ultimátum estridentista contra la “serenidad pensativa” de González Martínez (al que conoció de joven gracias a Henríquez Ureña, y al que seguramente seguiría admirando), insistirá en el tránsito en Maples hacia una poesía más emocional y, por lo tanto, se entiende, menos convulsa y violenta que la de Andamios Interiores: poemas radiográficos (1922). De un libro a otro, dice, “hay muchos pasos hacia una poesía que siendo nueva, incorpora la emoción poética –esa cosa insustituible que ha faltado en tanto vanguardismo y que, cuando falta, reduce la poesía a un simple acrobatismo inteligente e ingenioso”. Para añadir, sobre el nuevo libro: “Encontramos a cada paso (…) el grito lírico del verdadero poeta”.

 Y ya puede citar ampliamente sus imágenes sobre telegrafía sin hilo y motores potentes, que el vuelo será siempre de algún modo humano, por no decir cerúleo.  

 Desde luego, lo implícito del reparo no consistía sino en un mensaje a los ultramodernos del patio, como puede colegirse cuando apunta: “Junto al vanguardismo ingenuo reducido a la esquematización ingeniosa de motivos, hay otro que sin abandonar el ritmo imprescindible en todo poema, busca en la metáfora una manera de creación. Aquel es el vanguardismo que asusta o divierte; éste, el que crea”.

 En fin, pasos. A fin de cuentas ningún otro estridentista publicó poesía en Avance, salvo Humberto Rivas (con viejos vínculos con Cuba desde su etapa ultraísta). Lo cierto es que Lizaso rompe lanzas a su favor, como puede verse también en su reseña, en general favorable, sobre la Antología de la poesía mexicana moderna editada por Jorge Cuesta: “Como aislado representante de otra tendencia, no compartida en los criterios de esta antología, queda Maples Arce, procedente del grupo estridentista y, sin duda alguna, uno de los poetas más interesantes de la actual hora mexicana”. Así como no encontraba explicación para las ausencias de Reyes y de Genaro Estrada, resaltaba esta incómoda y, por lo mismo, atrayente soledad del autor de Poemas Interdictos.

 Sin embargo, la recepción de los estridentistas en el Suplemento fue más amplia y unánime. Además de la atención que se les presta en el dossier de poesía, estará la que suscitan de modo recurrente y casi siempre mediada por la contraposición sin ambages a los Contemporáneos, lo cual es visible en numerosos momentos entre 1927 y 1930. Sea en las críticas de Fernández de Castro a Torres Bodet, en las páginas que aquel presta para los ataques de Diego Rivera contra Novo y Villaurrutia, etc., o en el lugar en que colocan a figuras como Gutiérrez Cruz, Xavier Icaza o Alva de la Canal, es evidente la afinidad ideo-estética, sino propiamente ideológica, con sus postulados. Eco de las rencillas entre Torres Bodet y Maples Arce, ridiculizan al primero y toman partido por el segundo. En un comentario sin firma sobre la conferencia que el autor de Margarita de Niebla pronunció en La Habana en mayo de 1928, se le echaba en cara –entre otras omisiones– las siguientes: 

Tenemos la pena de no conocer la opinión de T. B. acerca de ingenios tan sutiles como Xavier Icaza, de tantos merecimientos como los nombrados [los Contemporáneos], acerca de Cosío Villegas, de tan alto valor moral y pureza de intenciones, de Eduardo Villaseñor, tan ingenioso y cultivado, de Maples Arce –múltiple– y de sus amigos los estridentistas que tan noble labor realizaron desde Horizonte


 No era cierto el olvido de Maples, al que el conferencista criticó en términos que ya eran conocidos. En cuanto a Icaza, cuya novela Panchito Chapapote fue ampliamente reseñada en el Suplemento, es indudable que marca, por su nacionalismo y su humor en clave antiyanqui, la frontera entre una y otra posición. Sumemos, por último, una reseña de El viajero en el vértice de Arzubide, firmada por M. L., y las alusiones laudatorias de otros escritores cubanos: entre ellos Mariblanca Sabas Alomá (que titula uno de sus panfletos “Poema en prosa con cinco aristas y una revolución al final”), Félix Pita Rodríguez o el propio Foncueva. Estos entienden la modernidad según un rasero técnico, viril y revolucionario (“como el concreto y el hierro en la construcción”) que recela del rigor formal y de la tradición.
 
 En fin, calan el campo cultural cubano por lo menos hasta 1933, cuando aparece en Bohemia una muestra de Poemas revolucionarios de List Arzubide. Si bien el grupo se disgrega antes, la relación con el más militante de los estridentistas siguió siendo fluida, como se aprecia en intercambio epistolar con Fernández de Castro, al tanto siempre de sus gestas por Nicaragua y Sandino, sus críticas al imperialismo “que hacía de Cuba una colonia”, y su militancia comunista que lo lleva a la Unión Soviética en 1929. Al regreso de aquel país, hará una escala de varios días en La Habana, donde el cubano lo recibe y presenta a las hermanas Nellie y Gloria Campobello, las dos grandes bailarinas mexicanas que llevaban una temporada en la ciudad contratadas por el Teatro Martí. Nellie Campobello, también poeta, había escrito entretanto su novela Cartucho, sobre la revolución en el norte de México. Fascinado con aquellos relatos, que él mismo incita a escribir, Fernández de Castro no tuvo que insistirle mucho a List Arzubide, quien, no menos fascinado con Nellie, financiaría su publicación en 1931.
 

 Sin dudas un libro como El movimiento estridentista venía a realizar el ideario de toda vanguardia: convertirse en presente (“el vértice estupendo del minuto presente”) y ofrecerse como un cajón del que pueden salir los materiales más inesperados, esos capaces de fusionar las promesas del arte con las de la revolución. Seduciría a unos cuantos esa premisa, sobre todo a los de mayor voluntad rupturista (o de mayores afanes), como se observa en las cartas de Lamar Schweyer y Raúl Maestri a Germán List Arzubide, y que éste, ni corto ni perezoso, incluye en adenda a la primera edición. Para Lamar, que recibe la embestida de sus antiguos cofrades por Biología de la Democracia, es urgente que lo reconozcan en Latinoamérica, aun cuando ha olvidado citar a los grandes vanguardistas del continente. “Los que no saben leer lo han creído reaccionario”, dice a su favor, persistiendo en que los reaccionarios eran los otros: esos que creen todavía en la “democracia infeliz”. No obstante, todo tiene solución y él puede perfeccionar su tesis, pues se siente “estridentista en sociología”.  

 Mientras, Regino Pedroso cocinaba “Salutación fraterna al taller mecánico” –justo coincidiendo con la circulación de aquel triunfante cuaderno– con versos que, de solo enunciarse (o anunciarse) advierten su adhesión: “Lenguas de acero las mandarrias / ensayan en los yunques poemas estridentistas /de literatura de vanguardia”. Todavía el obrero no era un poeta enteramente proletario pero bien que se lo proponía.


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