martes, 26 de noviembre de 2019

Poema monólogo. Martí por Paz


  

  Si el principio contiene el fin, un poema de uno de los iniciadores del modernismo, José Martí, condensa a todo ese movimiento y anuncia también a la poesía contemporánea. El poema fue escrito un poco antes de su muerte (1895) y alude a ella como un necesario y, en cierto modo, deseado sacrificio:

 Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
 ¿O son una las dos? No bien retira
 su majestad el sol, con largos velos
 y un clavel en la mano, silenciosa
 Cuba cual viuda triste me aparece.
 ¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento
 que en la mano le tiembla! Está vacío
 mi pecho, destrozado está y vacío
 en donde estaba el corazón. Ya es hora
 de empezar a morir. La noche es buena
 para decir adiós. La luz estorba
 y la palabra humana. El universo
 habla mejor que el hombre.
                                                                             Cual bandera
 que invita a batallar, la llama roja
 de la vela flamea. Las ventanas
 abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo
 las hojas del clavel, como una nube
 que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa…

 Poema sin rimas y en endecasílabos quebrados por las pausas de la reflexión, los silencios, la respiración humana y la respiración de la noche. Poema—monólogo que elude la canción, fluir entrecortado, continua interpenetración de verso y prosa. Todos los grandes temas románticos aparecen en estos cuantos versos; las dos patrias y las dos mujeres, la noche como una sola mujer y un solo abismo. La muerte, el erotismo, la pasión revolucionaria, la poesía: todo está en la noche, la gran madre. Madre de tierra, pero también sexo y palabra común. El poeta no alza la voz: habla consigo mismo al hablar con la noche y la revolución. Ni selfpity ni elocuencia: «ya es hora / de empezar a morir. La noche es buena / para decir adiós». La ironía se transfigura en aceptación de la muerte. Y en el centro del poema, como un corazón que fuese el corazón de toda la poesía de esa época, una frase a caballo entre dos versos, suspendida en una pausa para acentuar mejor su gravedad —una frase que ningún otro poeta de nuestra lengua podía haber escrito antes (ni Garcilaso ni San Juan de la Cruz ni Góngora ni Quevedo ni Lope de Vega) porque todos ellos estaban poseídos por el fantasma del Dios cristiano y porque tenían enfrente a una naturaleza caída— una frase en la que está condensado todo lo que yo he querido decir de la analogía: el universo / habla mejor que el hombre.


 Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, 1987, Barcelona, Biblioteca de Bolsillo, pp. 141-42.

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