viernes, 29 de noviembre de 2019

Cuerpo a la vista




Octavio Paz


Al alba las sombras se abrieron otra vez 
          y mostraron un cuerpo:
tu pelo, silencioso río amarillo, otoño espeso, 
          cascada de hojas doradas,
tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en llamas
tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada,
sitios en donde el tiempo no transcurre,
valles que sólo mis labios conocen,
desfiladero de la luna que asciende a tu garganta 
          entre las dos pequeñas olas de tus senos,
cascada petrificada de la nuca,
alta meseta de tu vientre,
playa sin fin de tu costado.

Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y un minuto después son los ojos húmedos del perro.

Siempre hay abejas en tu pelo.

Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos
como la espalda del río a la luz del incendio.

Aguas dormidas o despiertas golpean día y noche 
             tu cintura de arcilla
y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna,
el viento sopla a veces por mi boca
y su largo quejido cubre con sus dos alas grises
la noche de los cuerpos,
como la sombra del águila la soledad del páramo.

Las uñas de los dedos de tus pies están hechas 
            del cristal del verano.

Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, como un caballo negro que echa espuma por los belfos,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, 
de lo visible y lo invisible:
allí espera la carne su resurrección 
           y el día de la vida perdurable.

Patria de sangre,
única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito.


Orígenes, Primavera, 1947, pp. 25-26.


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