lunes, 18 de noviembre de 2019

La mirada de Paz en La Habana


 
   
 Pedro Marqués de Armas

 “Antes de ir a cenar, recogimos a Carlos Pellicer en la heladería del paseo del Prado. A Carlos le fascinaban las guanábanas: “Fruto que encierra toda la magnificencia del trópico”, dijo con voz tonante. Después buscamos a los Gamboa y nos fuimos al restaurante propuesto por Carlos Rafael, ya que los cubanos querían festejar a los mexicanos…”

 La descripción es de Elena Garro (Memorias de España 1937) y se corresponde con la fotografía que encabeza esta entrada, una de las pocas imágenes sobrevivientes de aquel pasaje fugaz, por La Habana, de la exhausta delegación mexicana que participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. 

 Al cuidado de Pellicer, la foto en cuestión se conocerá casi medio siglo más tarde, cuando el poeta tabasqueño la incluya en su Álbum Familiar con unos versos de Hora de junio al pie y algunas acotaciones al dorso:

 Juan Marinello, Octavio Paz, persona no identificada,
 Elena Garro, Carlos Pellicer, persona no identificada,
 Susana Gamboa, persona no identificada y Fernando Gamboa
 Foto: Cooperativa Fotográfica.
 La Habana, 20 de diciembre de 1937.

 Por una nota aparecida en la revista Mediodía titulada “Carlos Pellicer de paso por La Habana”, sabemos que fueron atendidos por Marinello –que regresara de Europa poco antes– y por Carlos Rafael Rodríguez, a quien puede identificársele sonriente y con anteojos, al lado de Paz. Presentes, también, Edith García Buchaca y Maria Josefa Vidaurreta. 

 En ese mismo número, fruto de aquella cena, Mediodía publicó “Elegía a un joven muerto en el frente”, poema que, como su autor, hiciera fortuna durante la tournée republicana: leído por la radio, publicado en Hora de España, y celebrado por no pocos de los mejores poetas españoles.

 El poema propiciaría además su encuentro con Cernuda, de quien Paz acababa de leer La realidad y el deseo, comenzando así una de las amistades literarias más fértiles del siglo XX.

 Pero dejemos a Paz en su evocación:

 “Conocí a Luis Cernuda en el verano de 1937, en Valencia. Una mañana acompañé a Juan Gil-Albert, que era el secretario de Hora de España, a la imprenta en donde se imprimía la revista. Ahí encontramos a Cernuda, que corregía algunas de sus colaboraciones. Gil-Albert me presentó y él, al escuchar mi nombre, me dijo: Acabo de leer su poema y me ha encantado”. Se refería a Elegía a un joven muerto en el frente de Aragón (…) Que debía aparecer en el próximo número de Hora de España y que uno de mis amigos le había mostrado en pruebas de imprenta. Le respondí con algunas frases entrecortadas y confusas. Admiraba al poeta pero ignoraba que la cortesía del hombre era igualmente admirable.
                      
 (...En un cuarto perdido
inmaculada la camisa única
correcto y desesperado
escribe el poeta las palabras prohibidas...)

 Sus maneras eran simples y reservadas, una indefinible mezcla de anglicismos y andalucismos. Conversamos un rato, probablemente acerca de la vida en Valencia durante aquellos días y de la creciente fiscalización que los sacripantes del Partido, como los llama en un poema, ejercían sobre los escritores. En esta rápida conversación se mostró cáustico, inteligente y rebelde”.

 La trayectoria de regreso a México ha sido lujosamente reconstruida por Sheridan. Los pasaportes de Paz y de Elena Garro, sellados en la frontera española, les hacían sospechosos para las autoridades del vapor Orinoco. El barco, cargado de retratos de Hitler, tardó tres días en llegar a Lisboa y no pudieron descender a causa del sello republicano.

 Pasan hambre durante la travesía, que hacen en tercera y dura otros diez días hasta La Habana. Un joven aristócrata cubano, que viaja con su nodriza africana, les ayuda a sobrevivir, además de las buenas artes de Elena Garro.

 Para culminar, también afrontan dificultades al llegar a Cuba:

 “Luego de una tarde en cubierta, al regresar a su camarote (una litera junto al cuarto de máquina), los Paz encuentran su equipaje intervenido: no se ha perdido nada de valor (que no había mucho) pero la colección de propaganda republicana, revistas, libros y papeles, ha desaparecido”.

 Se les permite desembarcar, pero deben permanecer bajo custodia del embajador y regresar al barco antes de las siete de la noche.

 El encuentro con los comunistas cubanos se extendió hasta altas horas de la noche, según cuenta Garro: 

 “En la mesa, los Gamboa hablaron del inevitable Prestes, de Getúlio Vargas, y de Machado, no de Antonio, sino del otro, del expresidente de Cuba. Yo observaba a la gente de las otras mesas y a las que pasaban por las arcadas.

 -¡Qué gente tan guapa…! –dije admirada y todos estuvieron de acuerdo conmigo (…)”

 Cuando miran al reloj, son las dos de la madrugada.

 En ese largo día, Paz y Elena, junto a Pellicer, visitan a Juan Ramón Jiménez en su casa, quien los recibe en una mecedora tropical. Mientras Paz lo evoca impaciente, preguntando por la suerte de sus amigos, tocado por la tragedia; Garro lo recuerda fuera-de-lugar, “como un Greco en una playa llena de sol”.

 En la fotografía, sus miradas ciertamente divergen. La de Garro ausente, ajena a todo aquello, catando acaso la belleza, mientras la de Paz es todo radar. Un rostro alerta, que ya no dejará de interrogarse.

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