lunes, 12 de agosto de 2019

23 y 12


 Fayad Jamís

 En la mañana, al mediodía o en la tarde, si estás cerca de 12 y 23, en El Vedado (o si avanzas por la avenida 26 o por Zapata) puede sorprenderte un cortejo que se desliza silencioso hacia las puertas del cementerio de Colón. En 12 y 23 puedes contemplar las más hermosas muchachas de La Habana, o detenerte en una florería o en una tienda de objetos de mármol en los que esculpieron nombres y orlas y frases de una eterna ternura, que los muertos nunca leerán y los vivientes no comprenderán y el olvido se tragará solemnemente bajo el sol.

 Una calle viene desde el mar y se pierde lejos, lejos, en el campo. Una calle viene desde el mar y se pierde lejos, más lejos, en el cementerio. Dos calles que se golpean cortándose bajo la luz, en El Vedado. Si quieres nos sentamos a la espuma de algún café, fumemos y aticemos nuestros ojos en la fiesta del verano.  Mira qué buena está la rubia. Mejor está la negra.  Qué nalgas las de aquella que se quedó mirándose al pasar por el espejo. Qué vulgares somos, criaturas al sol de las Antillas, pasamos del mito del Doctor Fausto, de un tiempo voraz tragándose al tiempo, a estas cosas primarias en que se oxida nuestro barro: la luz devora nuestros huesos, nos cagamos en la cultura occidental, en la oriental, en los grandes poemas épicos, en los pactos con el demonio, en los platos de frijoles sintéticos y en las ruinas de Babilonia.  Pobres engendros antillanos, güijes orejudos, rostros pintarrajeados de blanco, de negro, de amarillo, de azul, de verde, de rojo: carameleros, albañiles, electricistas, locos y poetas. Aquí nos reunimos a veces, hablamos hasta por los codos (incoherentes como chivos discutiendo a Pitágoras en una sala de espera). Nos asomamos al porvenir, reímos y orinamos la cerveza que es como el tiempo que nos envuelve, el tiempo en que hemos crecido hasta ser lo que somos y hasta que el tiempo  es un poco de lo poco que somos.  ¿Para qué hablar de estas cosas? No sabemos hablar en serio. Todo lo tiramos a relajo, menos el relajo y la lluvia, menos las diferentes maneras de asombrarse ante las maravillas que chisporrotean en cada esquina de la vida.

 ¿La vida? ¿Los relámpagos? ¿De qué hablan los diarios? ¿De crímenes pasionales?  ¿De la carrera armamentista? ¿De la poesía del subdesarrollo? Alquilo Cadillac negro. Lujosísimo. ¡Más barato nadie! 30-5352. Mudanzas aseguradas. Cajas especiales. Personal responsable. 22-6191. Sillón ruedas, compro cualquiera; vendo, alquilo. Tel. 195, Guanabo. Traje novia nuevo. San Juan de Dios No. 63, Habana-Compostela. Vendo perritas chinas 6 meses. Informes: 80-0757. Carmita. Vendo smoking nuevo, paño primera. Milagros Este 60, Lawton. Haga felices sus niños. Payaso «Risita». Piñatas, cumpleaños. 9-8104. Recetarios, facturas, tarjetas bodas, bautizo, misarios. 61-2663. Solicito doméstica española. Sueldo $60.00 Águila 559, apto. 14. Reparamos dentaduras rotas al momento. Oquendo 311, apto. 8. 70-2243. Poeta de inframundo vocea titulares de periódicos. Pone lágrimas, cólera, esperanza. No interesa cobrar ni siquiera cucharada de sopa. Sólo pide un poco de atención: Admite el New York Times los éxitos de las FAL. Ataca artillería tres bases yanquis.  Supera fábrica de Regla récord de producción diaria de fertilizantes. Combaten de nuevo los árabes e israelíes. Se acusan ambas partes de haber iniciado el Callonco. Visitó Fidel círculos de interés científico. Charló extensamente con los alumnos y mostró gran interés por el avance de los estudios realizados con los cítricos. Habla Goldherg de paz mientras el Pentágono pide la «guerra total». Defienden derecho a la vivienda. Rechazan agresión policíaca a jóvenes negros en Columbus.

 Todas estas noticias son del viernes 22 de setiembre de este año 1967. Son noticias del mundo en que vivimos, del mundo en que soñamos y comemos, noticias del mundo en que nos pudrimos y luchamos. Leo todo el periódico y trato de archivarlo en las gavetas de mi alma pero ahora descubro que están llenas de materias que no caben en los periódicos. Entonces tomo este ejemplar y lo lanzo desde la ventana y me quedo mirando cómo vuela y se aleja croando sobre la ciudad.

 Desde mi mesa miro a la madrugada deshaciéndose en las luces de 12 y 23. Un borracho llora a carcajadas, los ómnibus se sientan para que suban los obreros. Uno va fumándose un periódico, se entera de las mierdas que ocurren en Brasil, en Argentina. La madrugada desciende en hilos muy delgados. Tómate un chocolate y medita en los fuegos de tu ciudad, sigue despierto, llama por teléfono, despierta al azar una ventana y grita que ya es de día de día de día de día de día de día. Una calle viene desde el mar y se pierde entre dos filas de árboles. Una calle viene desde el mar y se pierde entre muros de cal amarillenta, baja por los mármoles de las fosas, se pone a conversar con las cenizas. Estamos en 12 y 23, donde las calles se cortan con hachas y espejos. Entras en las caras, en las puertas. Las paredes murmuran CON LA GUARDIA EN ALTO. Ya no quedan limpiabotas en las esquinas.  Los políticos se tragaron sus dientes (MONGO TU CANDIDATO VOTA POR EL 9 SOY UN HOMBRE HONRADO CHANO REPRESENTANTE). Te asomas a las vidrieras, te detienes ante un maniquí, una botella o un ramo de rosas.

 Un ramo de rosas para Jacinta 
que estará preocupada por mi silencio.
Un ramo de rosas para mi niña Eunice 
que obtuvo 100 en los exámenes.
Un ramo de rosas para Andrés 
que se enfermó en el trabajo voluntario.
Un ramo de rosas para Stella 
que no sabe cuántas letras tiene mi nombre.
Un ramo de rosas para ti 
que soportas mi eternidad y mis planetas.
Un ramo de rosas para que me recuerdes 
mientras dure tu viaje.
Un ramo de rosas, un jarrón de rosas, 
un grito de rosas, un rayo de rosas.

 En este rincón del mundo también hubo hombres que se pudrieron de hambre. Hay perros que mean en cualquier esquina, ruidos que intentan fulminar la soledad. Hay ese anuncio que nos canta SOROA ARCOIRIS DE CUBA, un trapo que el viento arrastra calle abajo, hacia el mar. Estoy de pie sobre los restos de un corral dc reses degolladas en 1594 o en 1621. Estoy de pie sobre una tumba anónima, sobre un collar de vértebras parpadeantes. Estoy de pie sobre las cenizas de un feto, sobre el recuerdo de un portal en que dos amantes hicieron el amor a la luz de una luna entonces misteriosa. Bajo mis pies chillan gatos y culebras, caracoles y látigos, se extiende una tierra húmeda, la tierra fértil de mi patria regada de excrementos y sudores y músicas.

 Es muy difícil expresar todo esto con la vieja lengua que se consume en mi boca. Preferiría otros instrumentos, Un hocico electrónico, un nuevo sistema de señales, una garganta a la altura de la época para gritar penetrar murmurar calcinar cantar sollozar sondear fulminar. En 12 y 23, no entre los anuncios lumínicos de Tokio, lejos de donde Goethe hubiera goteado las gotas de su sabiduría. (Aquí no hay catedrales góticas y nunca nos hemos visto en la sagrada necesidad de devorar a nuestros gatos.) La filosofía nos queda como una camisa de once varas. Dicen que es culpa del calor, del sexo, de los mil hechizos antillanos.  Otros opinan que la causa es la pobreza. Mejor nos queda el río de la imaginación, la precipitación, la pasión. Mejor nos queda esta humilde camisa con la que avanzamos hacia nuestra definitiva liberación.

 Ayer me .miraste y sentí que mi alma empezaba a gotear y evaporar una miel del color de tus ojos. Fue sólo una mirada pero lo suficiente para que se encendiera la llama de mi amor. Tienes que creérmelo.  Estos dos corazones atravesados por la misma flecha son el tuyo y el mío: esta postal te anticipa lo que será de nosotros cuando regreses a La Habana y me digas que sí.  Piensa en mí un momento y ven pronto, pronto. No le niegues la razón de vivir a quien se muere de amor por ti. Juancito.

 Se despidió quitándose el sombrero. Hizo mutis por el foro. Sólo dijo una frase: «Después de mí el diluvio, las guitarras eléctricas del Juicio Final.» Fue una buena persona, una bellísima persona  que nunca le hizo daño a nadie. Devoró dignamente su ración de carroña, cometió unos pocos crímenes de escaso relieve, viajó por algunos de esos países que sólo aparecen en los mapas roídos por la humedad, trabó amistad -a su modo discreto y cortés- con muchos hombres célebres a los que recordó muy sonriente en el preciso instante de dejarnos a Matías Pérez cómodamente sentado en una nube del cielo de La Habana, a André Bretón dándole patadas a su blanco perro sarnoso, y a tantos otros personajes que podrían llenar una ciudad tan grande, luminosa y tranquila como el cementerio de Colón. Su fin fue modesto y solemne. Cumpliendo sus deseos, no hubo discursos ni coronas, ni pésames siquiera. Sólo una mujer -una desconocida, creo- lloró al ilustre coleccionista de momias de ahorcados que no conocieron el amor.

 En 12 Y 23, en El Vedado, te golpea el tufo de comidas que los dioses ignoran, las excavadoras rompen un pedazo dc calle y una tierra roja se abre como una herida. La multitud avanza presurosa, hay mirones clavados en las aceras. Te detienes a contemplar esos carteles hermosos como dragones antillanos devorando helados de fresa. En 12 y 23, un olor a pan te recuerda el sabor de los senos de aquella mujer que una noche te dijo mi alma mi vida mi corazón mi cielo mi niño mi amor. Navegaste lejos en sus huesos y más tarde la viste alejarse dando saltitos  como una tojosa bajo la llovizna.

 Qué febrilor devoras en estas tardes grises. Qué grisor enamoras con tus cuatro narices. Va a llover y te pones un poco sentimental y semental, te alimentas de deseos insatisfechos, de jugosas violencias, de labios sobre los que triunfa tu ansiedad. Cada vez que miras hacia el cielo, derribas siete auras tiñosas. Confiesa tus envidias, tus temores, tus ideas ofidias, todos tus desamores, resquemores, venganzas y olvidores. Lava tus pequeñas miserias humanas, tus moscas soberanas, los trapos sucios de tu misteriosa razón. Fuego a la lata, hierro a la pata, mata al que mata, ajusticia al burgués con su corbata. Qué nubario de dientes atraviesa tu mente. Llueve tu soledad en los techos de la ciudad. Qué arañor en el agua y en el aire. Qué calor en los huesos. Qué estupor en tu mirada casi pura. Quizás pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá, pero noche tras noche pensarás en mis besos, revivirás los sueños de un ensueño perdido, y si el otro te oyera sollozar le dirás que no es nada, nada, que ha sido el viento, en fin, que acaso te quedaste dormida, tuviste pesadillas y fue sólo un momento.

  Chipe chiro chides chili chiza chirás chila chima chino chihas chita chitu chimus chiÍo chiy chipal chipa chirás chila chici chica chitriz chide chimi chimor chidi chida ¿chiver chidad chimi chine china?

 En 12 Y 23 cambias de ómnibus, saludas a conocidos del batallón o del trabajo, contemplas ese enorme cartel en rojo, blanco y negro que te habla de futuras victorias. Este sitio está ahora en penumbras, escasean los bombillos, las balas tienen la palabra, los nuevos días nacen entre aullidos. Llega la 27, apúrate, ocupa tu lugar, buenas noches, ¿cómo anda la familia? Yo estoy sembrando en Artemisa. Suben niños y ancianos. Hay una multitud a las puertas del cine.  La oscuridad zumba en el cementerio. Mientras avanzas te interrogas acerca de todo lo humano y lo divino y lo general y lo colectivo y lo individual y lo infame y lo hermoso y lo manco y lo social. Esta realidad no es sacudida por el viento en una esquina sino más bien al revés: es ella la que sacude mis raíces, recorre y agita mi pellejo.

 Detrás de la frivolidad de las palabras que escupimos contra un vidrio, detrás de la inutilidad de los largos diálogos que espumean los recuerdos, detrás de mis dientes que mordieron derrotas y lágrimas, detrás de la luz apacible están mis fémures encañonando al enemigo, mi esternón melancólico, mis sudores heroicos, mis humildes verdades mano a mano. Esto no es un discurso ni una carta ni un poema lírico. Más bien una crónica en trance de madurar en el papel, una crónica ungida de toda suerte de fugaces materias, de desperdicios que van quedando de todo lo que se va, porque el mundo se agrieta  pero saltan los retoños, toda creación dispara su grito, y la alegría es la espuma de los muros en que los amantes escriben  VIVA LA REVOLUCIÓN, sus nombres, fechas, y en este papel  mi pobre pedazo de muro resquebrajado por el viento yo escribo mis palabras oxidadas, difíciles de horrar o de cubrir, y dibujo como un niño al mapa de mi isla. ¿Qué es un discurso?  ¿Qué es una crónica? ¿Cuál es el secreto de la luz que reverbera en 12 y 23?

 Dígale al carnicero que su delantal es la bandera de esta época, muela mis huesos en su mortero y reparta el polvo por el mundo. Dígale al buitre que en mis entrañas tiene su casa. Dígale a esa niña que se peina ante su sombra que mis zapatos están llenos de muerte. Mi tiempo se está muriendo en el tiempo de los que pasan, en la muerte de los que llegan. No estoy hecho de una pieza: SOY universo, fuego, mierda. Soy un tiempo que cruje, un viento que empuja las puertas en que se ha recluido, con su acné juvenil, despeinada la soledad. El hombre a quien saludaste en la esquina de 12 y 23 es más que una camisa, una cabeza y un cuchillo. Mi tiempo se desgasta en oscuros motores, en cajas reventadas, en barcos y máscaras que humean. Mi tiempo precipitado y eléctrico. Tu tiempo pastoso y gris. Mi tiempo detenido en una estatua sin cabeza. Tu tiempo elástico y fino rumbo a los ministerios. Mi tiempo de bestia voraz a la mesa del tiempo. El tiempo de los viajes en la máquina del olvido.  El tiempo de las miserias cibernéticas.  El tiempo de la gran primavera del cáncer. El tiempo de la abundancia de los más bellos artículos de consumo. El tiempo de las pesadillas sublimes como una historia de amor en un cinemascope made in Hollywood.  El tiempo del hambre descomunal. El tiempo de la mentira.  El tiempo de las revoluciones.

 Este no es el centro del mundo, desde luego. ¿Pero cuál es el centro del mundo, señor carnicero? ¿Acaso el centro del mundo está en su brazo mientras descuartiza una res? ¿Acaso el centro del mundo está allí donde revienta la última bomba, donde los cadáveres, desintegrándose, bailan y se mueren de risa, mientras usted, sentado en su oficina, cuenta sus razones como hermosas monedas cantarinas?  Este no es el centro del mundo pero es el centro de mi mundo, el centro de la ciudad más clara de la tierra, un lugar en que se cortan dos calles que nacen en el mar y mueren en la violencia de la lluvia, en la limpia ciudad de la muerte. Este es el centro de mi mundo.  Este es acaso el verdadero centro del mundo.


 Poema final de Abrí la verja de hierro (Contemporáneos, 1973). Poema-discursivo, de versos largos, como tantos de ese libro, para facilitar su lectura en formato blog se le estructura como prosa. 

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