Bernabé Boza
Llamamos pacíficos a los refractarios e
intransigentes con toda idea de lucha; a los hombres incapaces de sentir ni
palpitar en sus corazones otras fibras que las del más vil interés, que
contemplan la Revolución como la mayor de las calamidades públicas y no ven en
la causa de Independencia de la Patria otra cosa que el motivo de sus
quebrantos, zozobras, desazones y miserias.
Majases son: los que, acogiendo y aceptando
gustosos el credo y dogma revolucionario, se conforman con sus buenos y bellos
deseos por el triunfo de la gran empresa, a la que no contribuyen con el más
pequeño óbolo ni esfuerzo personal.
Los pacíficos no descansan; el afán de
conservar y sustraer a la Revolución el provecho que puedan ofrecerle sus
intereses y propiedades, les quita el sueño, el tiempo no les alcanza para
presentar el sin número de reclamaciones que a todas horas nos hacen: ya de una
yegua o un caballo que son los únicos que les quedan para viajar, ya de la vaca
"Blanca-flor' que es de la hija "Cuca", o de la yunta de
"Flor de Mayo" que son los bueyes de arar, &.&.&.
Nosotros nos apropiamos de estos animales con
todo el derecho que nos da la guerra; derecho que los pacíficos nos discutirán
mientras alienten y que nos negarán siempre...
Escucharemos benévolamente sus reclamaciones;
pero jamás les devolveremos el artículo reclamado.
Los bueyes y la vaca nos los comeremos a pesar
de sus cualidades, sin que les sirva de atenuantes saber arar ni pertenecer a
Chiquita. La yegua y el caballo serán tratados por nosotros con arreglo al
artículo 19 de nuestra Constitución, poniéndoles un aparejo de junco o una
montura mejicana, según sus condiciones, y entregándolos a un acemilero o a un
valiente soldado del Ejército.
Los majases son los eternos explotadores de
los pacíficos, de quienes abusan de un modo descarado, siendo odiados
mortalmente por ellos.
Así como hay pacíficos en las ciudades los hay
también en los campos; son afines pero no iguales.
Los de la ciudad, maldicen la guerra y a los
cubanos que la inventaron. Los de los campos la maldicen también y a los españoles
que no supieron evitarla.
Tanto los unos como los otros son unos
hipócritas.
También hay majases de rancherías y majases
del Campamento. Este último es un tipo especial, sabe fingir perfectamente,
engañando al más cuco galeno, una enfermedad cualquiera; también sabe caerse de
un caballo y lastimarse por dentro según su dicho, para no hacer servicio de
ninguna clase. Si se presenta el enemigo sabe imposibilitar su caballo, que no
puede dar un paso según manifiesta y a la vista está, para que lo hagan retirar
con la Impedimenta, y entonces dará voces pidiendo un caballo, pues le da
vergüenza y rabia retirarse cuando sus compañeros van a la pelea, cosa que a él
le gusta tanto.
El de las rancherías se pasa la vida en la
guerra con un salvoconducto sin fecha que lo autoriza a curarse una enfermedad
imaginaria o un balazo entre piel y carne cuya cicatriz ya ni se conoce. Este
es el enemigo terrible de los huevos de los pollos, y de las madres de los
pollos de los pacíficos. ¿No es un valiente?
¿No le han pegado un balazo? Los
majases son el castigo de los pacíficos.
Estas dos plagas que son enemigos terribles se
denuncian y calumnian muchas veces pero viven juntos y estrechamente unidos. La
una es consecuencia de la otra. ¿Qué sería de los majases si no hubiera
pacíficos?
(¡Ojo!)—No confundir los pacíficos con
nuestros beneméritos y dignísimos rancheros…!
MI DIARIO DE LA GUERRA. Desde Baire hasta la
Intervención Americana, La Habana, 1900. pp. 99-101.
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