La ciencia tiene
sus héroes. Entre los radiólogos, forman legión los que han sufrido
mutilaciones sucesivas como consecuencia de las lesiones profesionales
adquiridas con el uso de las lámparas Roentgen; es relativamente reciente el caso
del médico sueco que injirió cantidades desacostumbradas de agua pesada, en
demostración de las teorías que había venido defendiendo; algunos bacteriólogos
eminentes han recurrido a las inoculaciones de vacunas tóxicas movidos por el
afán experimental.
En La Habana acaba de darse uno de estos casos,
merecedor de ser destacado por su ejemplaridad en estos tiempos en que muchos
hombres viven movidos por el afán de destruir todos los valores humanos.
El Dr. Matías Duque lleva con gran dignidad
sus setenta años. Su vitalidad presagia una vida longeva. Pulcro, pequeñito, dinámico
y, sobre todo, enamorado de la profesión que ha venido ejerciendo con gran
dignidad, ha querido demostrar prácticamente la teoría que entiende puede llevar
a conocer el gran secreto del cáncer. Por eso el día 9 de octubre se hizo
inocular cuatro veces "virus cancerosos filtrados", extraídos del tumor
canceroso de una mujer.
En los lugares donde fueron establecidos esos
Cultivos han aparecido durezas subcutáneas que se van desarrollando poco a
poco. Son pequeñas manchas negras, que frota inquisitivamente el médico cubano,
estudiando minuto a minuto las metamorfosis evolutivas que ofrece el
mal.
—¿Qué valor puede tener mi vida —ha dicho el
valeroso médico— ante las enseñanzas que pueden derivarse del resultado de este
ensayo? Entiendo yo que el cáncer puede ser transmitido de una a otra
persona por inoculación directa. A demostrarlo tiende mi experimento, y si
resulta cierta la teoría que defiendo, habremos dado un gran paso para buscar
remedio al mal que destroza tantas vidas en el mundo.
Naturalmente que
aún no puedo ni presumir si se producirá alguna reacción o cómo se efectuará,
porque nos hallamos ante fenómenos que desconocemos aún, y que el cáncer es un
misterio ante el que han fracasado hasta ahora todos los investigadores.
Hasta ahora sólo puedo decirle que estas
primeras manifestaciones que estudio con tanto interés ofrecen para mí un valor
indeterminado aún. Es necesario saber esperar y yo me resigno a tener
paciencia. El tiempo dará respuesta cumplida a nuestras interrogaciones...
Así, serenamente, habla el Dr. Matías Duque,
verdadero héroe de la ciencia, sin dar importancia a su gesto sublime, digno de
ser pregonado a todos los vientos; porque, aun cuando fracasara su ensayo, el
hecho en sí tiene relieve sobrado para ser presentado en el primer plano de la
actualidad internacional.
Mi REVISTA podrá encargarse en España de
difundirlo, rindiendo homenaje al abnegado paladín de la ciencia cubana.
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