En Santiago de Cuba, culta y poética
capital del departamento oriental de la perla de las Antillas, conservan aun
los negros muchas de las costumbres tradicionales de su raza. La más extraña y
chocante para el europeo, es la llamada Fiesta del rey Congo, que todos los
años celebran pública y solemnemente el día 6 de enero.
Halla el viajero tanta novedad y tanto
contraste cuando ve representadas en las calles y plazas de la ciudad las
ceremonias o mogigangas de origen africano que constituyen dicha fiesta, mezcladas
con la más ridícula imitación de las que se usan en las cortes de Europa, que
no puede menos de preguntarse atónito, ¿estoy en un pueblo civilizado, o en el
centro de África? ¿Es una grotesca mascarada lo que veo, o una verdadera
función Real?
Tal fue la impresión que experimenté ante la
característica y estupenda fiesta Real de los congos, que me sentí movido a
adquirir datos históricos sobre su origen, y acerca de las razones que tiene el
gobierno español para autorizarla, y dibujé inmediatamente un croquis del
natural, que pudiera recordarme siempre aquellas escenas peregrinas
representadas por negros de diversos tipos y naciones.
Reunidas ambas cosas, la reseña histórica y el
dibujo, las dedico al ameno e ilustrado Museo
Universal para su publicación, no dudando que los lectores de este
periódico las verán con gusto, ya que tienen noticias de cómo se celebra el día
de Reyes en la Habana y en otras partes del departamento occidental de nuestra
isla de Cuba.
Narraré sucintamente lo que con referencia al
origen de la citada fiesta he podido averiguar y consta en las crónicas del
país.
Hace muchos años se venía observando por los
gobernadores de Cuba, que los negros esclavos formaban asambleas, reuniéndose
en días festivos los de cada nación (1) para dar bailes y hacer ceremonias
imitando las cortes de sus respectivos países. Los congos, que fueron siempre
los más numerosos, al par que los más accesibles a civilizarse, llegaron a
constituir cabildos (2) y a celebrar juntas, en las que elegían y nombraban un
rey, príncipes y otras dignidades para gobernarse entre sí. Estos altos
funcionarios admitían y administraban los fondos con que hacían contribuir a
los socios para diversos objetos.
El 6 de enero de cada año era el día en que
celebraban la gran festividad clásica en honor de su patrono el santo rey
Gaspar, empezando por tomar de sus fondos la cantidad necesaria para dar la
libertad a un individuo de la congregación, lo cual verificaban por sorteo, y
terminaban dando una función con las mismas ceremonias, bailes y regocijos de
estilo en su país.
Esto se hacía por los congos; los carabalíes,
los mandingas, macuas, gangas, lucumíes y en general los de todas las naciones,
trataron de imitarlos bien pronto, pretendiendo competir y hasta superarlos en
el lujo y ostentación de sus fiestas; lo cual vino a ocasionar cuestiones y
hasta pleitos ruidosos, en términos de tener que intervenir la autoridad
superior de la isla, para poner coto a los vuelos que iban tomando estas
asociaciones; mas como por otra parte era necesario proceder con mucho tacto
para no herir de frente las sencillas y tradicionales prácticas de una clase
numerosa, que con su trabajo presta importantes servicios a las industrias de
este suelo, oyendo antes la opinión de los hombres más ilustrados y conocedores
del país, concedió dicha autoridad al bando congo la facultad de elegirse un
jefe con el título honorífico de rey, y a su cabildo el privilegio de ocupar el
lugar preferente en todas las funciones públicas. Este privilegio y aquel
título, fueron confirmados por el rey don Carlos IV, y como consecuencia de tan
alta distinción, conservan todavía hoy la de ser los primeros que salen a
saludar a la autoridad superior cuando visita a Santiago de Cuba.
El día de Reyes fue siempre el fijado por la
corte conga para celebrar la función regia que paso a describir, y lo haré a
grandes rasgos, deteniéndome sólo en los detalles más precisos para dar a
conocer sus principales caracteres y para la mejor inteligencia del dibujo
adjunto.
Desde la víspera del citado día se reúnen los
congos en el palacio de su soberano, donde tienen bailes que duran treinta y
seis horas, lo cual no debe extrañarse sabiendo la extraordinaria afición de
los negros a la danza, afición que raya en frenesí. El rey congo, engalanado
con sus reales atavíos, preside estos bailes, sentado en su trono, que consiste
en un sillón tosco, puesto sobre una mesa. Rodéanlo las princesas y damas de
honor, que son otras tantas negras bembudas, caricaturescamente adornadas, las
cuales abanican sin cesar a S. M. y le limpian el sudor.
Llegado el gran día, y a la hora señalada,
disponen la comitiva y sale el rey de los congos procesionalmente de su
palacio, precedido por su numerosa corte y seguido por su pueblo.
Forman la vanguardia las banderas de los
cabildos con su correspondiente escolta de soldados, ridículamente vestidos,
precediendo a la comitiva de S. M. la bandera del rey congo, que es blanca con
cintas rojas. Un funcionario, vestido de uniforme cerrado, sombrero tricornio y
pantalón negro, hace las ceremonias de honor, volviéndose a menudo de cara al
rey para saludarle con reverentes cortesías, al mismo tiempo que sostiene casi
horizontalmente con ambas manos un bastón negro.
Rodean a S. M. los altos funcionarios o
ministros en traje de etiqueta, que consiste, en frac y pantalón negro, corbata
blanca, cuello a la inglesa, sombrero de copa muy alto, banda generalmente de
Carlos III y una gran cruz de hoja de lata en el costado izquierdo. Sigue
inmediato a ellos un grupo de mujeres indistintamente negras y mulatas,
representando a las damas de honor. Entre éstas se distinguen algunas con
bandas, que son las esposas de los ministros, a las que preside la reina conga,
mujer de más edad que sus compañeras y más grave en su porte. Al grupo femenino
precede también una bandera, distintivo del gremio, con muchos colorines y
gallardetes.
En extremo animado es el séquito de damas, por
el gracioso contoneo con que van bailando en todo el trayecto que recorren y la
característica y monótona cantinela con que se acompañan en loor de su soberano
y a fin de regalar sus regios oídos.
Esta comparsa de faldas es también muy vistosa
por los adornos con que se atavían las bronceadas o ebúrneas matronas, no
careciendo de cierto buen gusto el tocado de algunas Gracias a las bellas
cubanas que a porfía adornan a sus ahijadas con coronas de llores, lazos,
anchos cinturones, cintas, bandas rojas, pañuelos de seda y puchas (3) en la
mano.
El último rey congo vestía chaleco de seda
morado, calzón color de rosa a media pierna, capa corta de un azul claro con
borla de oro, zapatos de seda blancos con lazo y hebilla, encajes en la orilla
del calzón, guantes blancos, espada ceñida, cetro dorado y una gran corona de
farol dorada. Era bajo de cuerpo, grueso y algo viejo (4). Su semblante serio,
paciente y característicamente estúpido, parecía en esta última procesión muy
preocupado del gran papel que iba representando. Cerrando la comitiva van las
demás banderas y grupos de gente de color, que bulle y se agita ansiosa por
acompañar el festejo. Dos filas de acompañantes con levita o frac van formando
calle, y la población blanca pulula aquí y allí, dirigiendo al cortejo Real
miradas ya asombradas, ya risueñas y burlonas. Está el cuadro en medio de las
calles de Cuba.
La música de tan singular procesión la forman
los tambores llamados tumbas, hechos con troncos de árboles, a manera de
colmenas; las pailas y cazuelas cubiertas con pellejo como las zambombas, y
finalmente los cencerros y las marugas. Con tales instrumentos producen un
ruido estridente y satánico, acompañado de aullidos salvajes.
El rey con su comitiva recorre así las
principales calles de la ciudad, dirigiéndose a la Plaza de Armas para saludar
al gobernador. Este le hace entrar en la casa de gobierno y le dirige la
palabra para cumplimentarlo por su fiesta, a lo que responde su majestad conga
en un discurso pronunciado con la más ceremoniosa y ridícula gravedad, pero
como de un soberano a otro. El gobernador, después de obsequiarlo con
refrescos, presencia desde los balcones los bailes que tienen lugar delante de
palacio, y recibe las salutaciones de fórmula que le son dirigidas por la
comitiva, que sigue luego su carrera triunfal sin detenerse ya hasta el palacio
de su rey. Una vez allí, vuelve el congo a ocupar su trono y continúan los
bailes y los cantos con nuevo vigor y de la manera más desalorada que puede
imaginarse, siguiendo las princesas en su tarea de echar fresco y limpiar el
sudor grasiento que corre, sin cesar, por las mejillas del soberano: tan pesada
y sofocante es la atmósfera de aquel cocido, a que dan los negros muy
formalmente el nombre de estrados del palacio real. El congo soporta tranquilo
las fatigas consiguientes a tanta ceremonia, tanta danza en torno suyo y tan
infernal barahúnda.
Más que una fiesta de seres humanos, parece
aquella una función de demonios.
La fiesta termina a la una de la noche con un
banquete a usanza de los negros y la asamblea, y se disuelve al amanecer hasta
otro año.
Para completar estos apuntes, diré que al
morir el rey congo hacen sus funcionarios una parodia de lo que se hacía a la muerte
de un rey de Castilla. El llamado justicia mayor, después de examinar
atentamente el cadáver de su majestad, rompe el bastón de mando y lo arroja a
los pies del féretro exclamando: «¡El rey ha muerto, viva el rey!»
Notas
(1) Nación llaman los negros de África
a la provincia o departamento en que han nacido, y así se comprende que
procediendo todos de un mismo país haya entre ellos tantas nacionalidades. Cada
nación pertenece a una raza y a una tribu diferentes, lo que está demostrado en
la diversidad de tipos, en sus distintas costumbres domésticas y hasta en las
maneras de su ruerno.
(2) Llaman los negros cabildo a la
reunión de altos funcionarios, elegidos por ellos para representar sus tribus o
nacionalidades. Estos personajes visten para asistir a sus juntas y funciones,
uniformes ridículamente adornados con galones, placía, cruces y bandas.
(3) Al remitir estas líneas he sabido
que acaba de morir el último rey congo que figuraba en la fiesta que describen.
(4) En la isla de Cuba llaman
puchas a los ramilletes o bouquets de mano.
El museo
universal: periódico de ciencias, 1868, Volumen 12, Números 1-52, pp. 4-8.
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