Aurelio Pérez
Zamora
¿Queréis ver,
caros lectores, un cuadro sumamente original, compuesto de las más extravagantes
figuras y escuchar al mismo tiempo el concierto más infernal, los sonidos más
desacordes en celebración de un día festivo, solemne, grande? ¿Queréis conocer,
digámoslo así, el infierno en la tierra?... Pues cruzad conmigo el Océano, si
es que habitáis, como yo, en el viejo hemisferio, y entremos juntos amigablemente el día de los Santos Reyes en la Habana, capital, como sabéis, de la isla de Cuba.
Veloz como el
pensamiento, nos trasportaremos a la rica Cuba, sin descansar esta vez a la
sombra de sus palmeras y sin respirar el aire de sus campiñas;
si queréis ver el día de Reyes en la Habana,
si es que queréis pasar un día de verdadero infierno en esta vida... Así, pues,
emprendamos nuestra marcha, que es bueno ver y saber de todo en el mundo.
Mirad: ya hemos llegado.
Innumerables grupos de comparsas de negros
africanos recorren todas las calles de la ciudad capital: la turba es inmensa:
su aspecto horroriza... El ruido que forman los tambores, los cuernos y los
pitos, aturde por do quiera, los oídos del transeúnte; aquí se ve un biso rey lucumí
en medio de su negra falange; allí un ganga; allá otro de nación carabalí,
etc., etc., y todos ellos, soberanos de un día, cantan con monótono y
desagradable sonido, en lenguaje africano, las memorias de sus pueblos; y
centenares de voces, chillonas unas, roncas las otras, y todas salvajes,
responden en coro al rey etíope, formando un diabólico concierto difícil de
describir. ¿Veis más allá en los grupos que acabamos de mencionar, otros no
menos alborotadores, cuyos individuos danzan como fantasmas de la noche o como
sombras del averno, chillando, gesticulando, moviéndose acompasadamente al
ruido de los tambores y de los pitos en torno de una negra a quien han
proclamado soberana? Pues bien, todos son hijos de la abrasada Etiopía, que celebran
con frenesí el 6 de enero en la capital de Cuba; todos conmemoran las tradiciones
de su patria, y al conmemorarlas cada año, todo esclavo es allí libre... ¡pero
por solo un día!
Los reyes negros tienen por vestidura una piel
de carnero con cola; el rostro lo llevan matizado de colores vivos que les dan
un aspecto aterrador: algunos empuñan en sus mimos un gran báculo: otros se
levantan sobre zancos como gigantes, paseando así las calles de la ciudad con
sus cohortes, y unos y otros lanzan al aire espantosos gritos, semejantes a los
ladridos de grandes mastines, o bien al rugido de los leones en los bosques.
Y todos medio
desnudos, reyes y súbditos, forman en diferentes grupos el cuadro más repugnante
que se puede presentar a la vista del hombre civilizado. Y unos tocan los
desacordes instrumentos de que ya hemos hecho mención arriba, para herir
nuestros oídos, y otros danzan estrepitosamente como condenados, haciendo con
sus cuerpos diferentes contorsiones que ofenden nuestras miradas. Así se puede
decir con verdad que todo ello viene a ser un paréntesis en medio de la
civilización de nuestro siglo; que todo es una negra mancha tendida en nuestros
tiempos sobre una pequeña parte del mundo ilustrado...
Los negros de Cuba no tienen
en todo el año otras horas de más alegría que las del día de los Santos Reyes;
se derraman en todas direcciones, como una negra nube por la ciudad: desde por
la mañana desaparece el sirviente esclavo como por encanto de la casa de su
señor; el que ha logrado rescatar su libertad, toma también parte en el entusiasmo,
en el frenesí general; y todos, en fin, roban al duro yugo de su suerte,
aquellos momentos de locura. Porque el hombre en todos los países, en todas las
condiciones de la vida, en todos los estados, en todas las edades, necesita de
cierto lenitivo para fortalecer el espíritu, a fin de sobrellevar las amarguras
de la existencia; y vano es pretender ahogar para siempre los placeres y los
goces que el alma pide, porque eso sería querer encerrar en vida en un ataúd al
pobre corazón humano!
El día de Reyes en la Habana es necesario tener continuamente, abierto el
bolsillo, caros lectores. ¿Y sabéis para qué? —Para regalar... —Si vais a un
café, si os sentáis a descansar en el canapé de algún paseo público, si entráis
en alguna casa amiga o bien de persona que no conocéis, por todas partes os
veréis acosado por negros y negritos de ambos sexos que os salen al encuentro,
pidiendo con importuna insistencia el popular aguinaldo. —«¡El aguinaldo!
¡el aguinaldo!» He ahí la voz que sonará
incesantemente en vuestros oídos; he ahí la sacrosanta palabra que se ha de oír
perennemente, tanto en el retiro de los gabinetes, como en las plazas y en las
calles: el aguinaldo viene a ser entonces el pan del día, la gota repetida que
forma el cirio... la sanguijuela que nos chupa, si la dejamos, hasta la última
gota de nuestra sangre.
Y no es solo la gente de color quien pide en el día de Reyes en la Habana el aguinaldo: el sereno, el cartero, el ayuda de
cámara, el repartidor del periódico, todos invocan la magnética palabra que a
nuestro pesar va sacando poco a poco la plata de nuestro bolsillo; todos se
empeñan a porfía en abrir una brecha a nuestro pobre erario...
Y la algazara de una
muchedumbre llena de expansión, de libertad, de vida, va llenando los espacios
como una nube... y la alegría y la locura se desbordan como torrentes,
alentadas con el vino, con el aguardiente y los licores; y mientras los
esclavos en la ciudad están gozando al aire libre de sus placeres, los grandes
señores huyen a los campos como golondrinas para pasar encerrados en sus fincas
con sus familias, o bien en compañía de sus amigos, un día de tranquilidad, de
quietud, de completa calma.
Pero antes de
proseguir la descripción que nos hemos propuesto hacer, conviene dar al lector
una sucinta idea en el primer párrafo del siguiente capítulo, acerca de los
cabildos formados por los negros de nación en la Habana.
III
Los negros
tienen en la Habana sus cabildos o congregaciones,
y todos los individuos que pertenecen a una misma tribu, proclaman entre los
negros de su misma nación una superior a quien dan el nombre de maestra. La
maestra representa entre ellos un papel importante, y todos los miembros de cada
una de las respectivas congregaciones le dan mensualmente para fondo de aquella
especie de sociedad, un medio sencillo, moneda que equivale a un real de
vellón, si mal no recordamos.
Las maestras
son las reinas que salen en triunfo el 6 de enero rodeadas de un séquito
compuesto de gente de sus respectivas tribus. El aspecto salvaje de todos
aquellos rostros, las pieles que usan muchos por vestimenta, la desnudez
completa de otros, el variado color de las sombrillas y de los vestidos de las
negras ya medio civilizadas, he ahí los tonos que resaltan más en el cuadro, y
que llama por un momento la atención del viajero y de todo aquel que pasa por primera vez un día de Reyes en la Habana.
Entre los
negros es el baile un verdadero delirio; así los hombres y las mujeres de esa
raza desgraciada no cesan de danzar en el citado día, a usanza de su tierra natal.
Ahora bien: como el baile, desde los primeros tiempos ha sido siempre el
lenguaje mímico del desdén y del amor, los saltos, las contorsiones, los
movimientos, de cada uno de los danzantes, no dejan de revelar vivamente el
fuego de la pasión, pero de la pasión exenta de ese dulce sentimiento del alma,
de esa poesía delicada que vela el sentimiento y es más elocuente por ello a
los sentidos.
Los esclavos
y muchos de los libertos tienen, pues, un día feliz en el año, para sobrellevar
sus penalidades. En esos momentos son ellos los diablos sueltos; los condenados
libres... pero pasan esas horas al fin, sin quedar más que un lisonjero
recuerdo en la mente del negro esclavo, que desea con ansia trascurra veloz el
tiempo para disfrutar nuevamente de otro día de Reyes y poder decir: «gozo...
vivo»
Ahora, para dar
fin a nuestra relación, debemos manifestar: que las comparsas o cabildos de
que hemos hablado, no dejan nunca, al recorrer las calles de la ciudad, de ir a
rendir humilde homenaje ante el palacio del capitán general de Cuba, a la
primera autoridad que representa en aquella apartada región, al gobierno de la
reina de las Españas.
El museo universal…, Madrid, 1866, vol.
10, pp. 7-11.
No hay comentarios:
Publicar un comentario