viernes, 18 de agosto de 2023

Diosa instalada en el centro del poema

 


 Reinaldo Arenas 


 Escapar de una prisión —aun cuando a esa prisión se le llame "Patria" —es siempre un triunfo. Triunfo que no significa precisamente alegría: pero sí sosiego, posibilidad, esperanza. Para los escritores cubanos recién llegados al exilio, este nacimiento o renacimiento tiene las ventajas, el consuelo, de no tener lugar en un páramo absolutamente extraño; sino en un sitio en parte enaltecido por el esfuerzo de un pueblo en destierro, y por el amparo oral y espiritual de sus más valiosos artistas.

 Entre esos artistas que nos instan y estimulan, Lydia Cabrera, Carlos Montenegro y Enrique Labrador Ruiz se destacan como ejemplos magníficos. Imposible enumerar brevemente lo que ellos significan para nuestra literatura: baste afirmar que por ellos —por artistas como ellos— Cuba aún existe.

 Ardua, desmesurada, terca y heroica tarea esa de recuperar, sostener y engrandecer lo que ya es solo memoria y sueño: es decir, ruina y polvo.

 Con Lydia Cabrera nos llega la voz del monte, el ritmo de la Isla, los mitos que la engrandecen y sostienen: la magia con que todo un pueblo marginado y esclavizado se ha sabido mantener (flotar), imponer siempre.

 Tocada por una dimensión trascendente. Lydia Cabrera encarna el espíritu renacentista en nuestras letras: la curiosidad incesante. Su obra abarca desde el estudio de las piedras preciosas y los metales hasta el de las estrellas, desde la voz de los negros viejos hasta las cosmogonías continentales.

 Como verdadera diosa instalada en el mismo centro de la creación, sus flechas parten hacia todos los sitios, descubriendo y rescatando los contornos más secretos (más valiosos) de nuestro mundo. Ella abarca el ensayo y el poema, la antropología y el cuento, la religión y el escepticismo.

 Símbolo de una sabiduría que rogamos jamás se extinga: la de enfrentar la vida —la gente, las calamidades, el horror y la belleza— con la ironía del filósofo, la pasión del amante y la inteligencia del alma. Ella exhala esa extraña grandeza que solo es atributo de los grandes, sencillez, ausencia de resentimiento, renovación incesante.

 Su obra —y por lo tanto su vida— es un monumento a nuestros dioses tutelares, la ceiba, la palma, la noche y el monte, la música, el refrán y la leyenda. Tradición, mito, pasado y magia reconstruidos piedra a piedra, palabra a palabra, con los ojos insomnes de quien recorre un itinerario no por imposible menos glorioso. Pueblos completos recuperados, ciudades otra vez fundadas, diablos, dioses y duendes resucitados: potencias que se instalan en todo su esplendor. Todo ello gracias a la voluntad y el talento de una sola mujer que lleva en sí misma el recuerdo torrencial del poema, el encantamiento de un pueblo entero.

 Gracias a Lydia Cabrera el tambor y el monte, el Cristo que agoniza y el chivo decapitado, la jicotea y la noche estrellada confluyen y la noche estrellada confluyen y se unifican, dándonos la dimensión secreta y totalizadora de su isla.


 Necesidad de libertad, Kosmos-Editorial S. A., 1986, pp. 140-41. Originalmente y con mínimas variaciones “Diosa instalada en el centro del poema”, Noticias de Arte (Número especial Homenaje a Lydia Cabrera), N.Y., mayo de 1982, p 15; y, En torno a Lydia Cabrera, Ed. Isabel Castellanos y Josefina Inclán, Miami, Ediciones Universal, 1987, 27–28.

2 comentarios:

cubanerías dijo...

Estimado redactor y propietario de este valioso blog , hace muchos años soy lectora del mismo.
Admiro tu dedicación y gran voluntad.
Ya no vengo como antes , pero nunca lo olvido . En el he encontrado maravillas de la historia literaria de Cuba.
Felicidades y buena suerte.

D.L. dijo...

Me alegra este comentario. Que sigas encontrando cosas buenas. Buena suerte también!