domingo, 26 de junio de 2022

Visita a Alfonso Reyes

 

 Félix Lizaso 

 Llegar a México y preguntar a los amigos que nos rodean por Alfonso Reyes, es el primer trámite obligatorio para muchos escritores que visitan la gran ciudad. Y desde los últimos años, en que se supo que el maestro y generoso amigo había tenido algún trastorno de salud, ese interés ha crecido: "¿Cómo está Alfonso Reyes?"

 Por suerte el maestro de las letras americanas superó cierta crisis circulatoria que hace tiempo le aquejara y su salud ya no da temores excesivos. Sin embargo, el informe primero que recibo de Chacón y Calvo, que ha llegado tres días antes, es que Alfonso está de vacaciones en Cuernavaca, pero había venido a la ciudad con motivo del Congreso de Academias de la Lengua, que a todos nos había convocado y reunido. Ya nuestro fraternal José María había tenido oportunidad, cuando nos informaba, no sólo de visitarlo, sino de pasar casi medio día en su casa, invitado a la mesa cordial, junto a Manuelita, la gran compañera y bibliotecaria insustituible, al punto de que sin ella no sabría a ciencia cierta dónde se encuentran muchos de sus libros, en la extensa, clara y nutrida biblioteca que es su casa.

 Ahora también fuimos allí a saludarlo, aunque ya lo habíamos visto y cambiado algunas palabras en la propia sede de la Conferencia. Aunque oficialmente su intervención era mínima, el maestro había acudido una y otra vez al tanto de esa obligación de la cortesía, ya tan proverbial en el mexicano, pero de la que Alfonso hace culto, al punto de que uno de sus libros —libro encantador por cierto— tiene ese simple título: Cortesía.

 Allí estaba Alfonso, siempre rodeado de admiradores y de amigos lejanos, para quienes saludarlo y conversar con el eminente hombre de letras era uno de los puntos esenciales de su programa en México. Porque no ya al llegar, sino aun antes de salir, ya en nuestro programa se apunta ese nombre, asociado siempre a lo mejor del país hermano.

 Queríamos después despedirnos, y la voz de Manuelita nos invitó a ir en seguida a su casa un poco retirada, en Tacubaya, al extremo de la Avenida Tamaulipas, con señas muy concretas para que no haya pérdida, como ésta: "al llegar al cine Lido". Y Alfonso estaba allí esperándonos, a pesar de su mucho quehacer, de la correspondencia extensísima, de las pruebas siempre pendientes de revisar, de los libros en que está trabajando.

 Los que hemos penetrado en su biblioteca, no podremos olvidar nunca la impresión que produce en el ánimo aquel amplio cuerpo, de altura como de dos plantas, todo tapizado de libros, que dan sus vistosos y variados lomos a la contemplación, entre diplomas y cuadros, y por acá y por allá, sobre estantes simétricamente dispuestos, objetos de arte, desde lo popular a lo de más exclusiva cultura. En larga vida de diplomático y de hombre de letras acumuló rarezas en todos los órdenes, que ahora lucen en esa iluminación maravillosa que entra por los cristales y baña los objetos y los espíritus. Allí, cuando por primera vez lo visitamos, fue una larga conversación en que participaban Cossío Villegas y Raimundo Lida, dos magníficos y fraternales amigos.

 Ahora estamos solos. La conversación es sencilla, humana, apenas rozando los temas literarios. De pronto, una dama francesa entra en busca de una revista. Commerce tal vez. Allá está, en un lugar en que se alinean las revistas modernas de Europa. Acaso la colección estaría completa y podía hallarse el número buscado. Pero era una lástima que Manuelita no pudiera venir, recogida en su habitación por alguna molestia de salud. Y eso nos hizo pensar lo que siempre se piensa cuando vamos a visitar a Alfonso Reyes en su casa.

 No es propiamente una casa, sino una biblioteca en todo el rigor de la palabra, con unas cuantas habitaciones de vivienda disimuladas, que dan acceso al gran salón principal. Su mismo comedor es una pieza así, pequeña, sin lujo, meramente funcional.

 En aquella casa lo que importa es el sitio donde se piensa, donde se escribe, donde se crean esos grandes libros en que el autor ha ido dejando la huella más profunda de su vida, de sus experiencias literarias, de sus pesquisas y meditaciones, de su gran estilo vital.

 Y salimos, como siempre, pensando en Goethe; pues ¿quién en nuestra América tiene más puntos de contacto que Alfonso Reyes con el gran animador de la cultura moderna? Como los viajeros del pasado siglo iban a Weimar para verlo y saludarlo, los viajeros que vamos a México preguntamos, antes que por ninguna otra cosa de interés, por Alfonso Reyes. Vamos a llevarle nuestro saludo y nuestra admiración.


 EL Mundo, 15 de Mayo de 1951. Tomado de Páginas sobre Alfonso Reyes 1946-1957, Edición de Homenaje, Universidad de Nuevo León, Monterrey, 1957, pp. 164-67.  


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