domingo, 5 de junio de 2022

Antonio B. Ainciart

 

 Antonio B. Ainciart era el verdadero prototipo del degenerado; si lo hubieran sometido a un minucioso estudio clínico, hubiera aportado datos de importancia decisiva para la patología criminal. Había rasgos de degeneración física en su cuerpo, del cual cultivaba con esmero ciertos particulares de afeminamiento; había manifestaciones inequívocas de degeneración mental, en la constante ideación de sus planes de asesinato, que estremecieron de terror a todo el pueblo de la Habana y enlutaron los hogares decentes y honrados; y había demostraciones evidentes de su degeneración moral en su delirio de Adonis cuarentenario y en su refocilación de chacal ante los cadáveres de sus víctimas.

 Como todos los asesinos de su calaña, era cobarde hasta temblar como una mujerzuela ante la idea del castigo y vivía continuamente sobresaltado por el delirio de persecución. La tuberculosis que minaba su organismo depauperado por el vicio y por la ponzoña de su ferocidad de antropoide histérico, estimulaba sus insaciables ansias de exterminación.

 Como todas las bestias alucinadas por la soberbia implacable del Monstruo villaclareño, le parecían pocos todos los cubanos para ofrecerlos en holocausto de la bestialidad del Amo y fijaba sus ojos vesánicos en los extranjeros que encontraba a su paso.

 Sería demasiado larga la lista de sus crímenes si tratáramos de enumerarlos. Recordemos solamente que el estudiante Trejo, los hermanos Freyre, el representante Miguel Ángel Aguiar, el coronel Esteban Delgado, los hermanos Valdés Daussá, Pío Álvarez, Fuertes Blandino y los inocentes que perecieron en la incalificable matanza del día 7, fueron víctimas de su demencia sanguinaria.

 Era lógico que un criminal de esta índole tuviera él macabro fin que ha tenido ante la  muchedumbre hambrienta de justicia. Hasta en sus últimas horas utilizó sus inclinaciones de degenerado, disfrazándose de mujer para escapar de la vigilancia popular. Nadie ignora la odisea macabra de su cadáver que fue arrastrado por las calles y los alrededores de la ciudad para ejemplo y experiencia de sus feroces compañeros que permanecen en sus escondrijos o que se exhiben todavía dentro fuera de nuestro territorio.


 Bohemia, 20 de agosto 1933, p. 35. 


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