lunes, 20 de junio de 2022

Un libro de versos de Alfonso Reyes: Pausa


 Alfonso Reyes, nuestro colaborador y amigo, nos ha enviado con dedicatoria llena de cariño, éste nuevo libro de versos: Pausa. Con el gusto de releer, y sobre todo, “lo que no estaba impreso de igual modo”, como reza el lema de la primera parte, hemos vuelto a gustar de sus versos de Huellas, su primer libro de poemas publicado en México, del que entresaca: aquellas composiciones que están más de acuerdo con su actual sensibilidad poética.

En las composiciones de Pocas sílabas y Ventanas, las otras dos partes del libro, nos parece hallar una antología de momentos culminantes de una sensibilidad, aun cuando no sea siempre fácil desentrañar su verdadero sentido. 

Y hay en toda la obra una mezcla de fragancia ingenua como de romance y de gongorismo, que le da un aire propio e inconfundible. En esta página de Social ofrecemos dos composiciones de este libro, correspondiendo a cada una de sus partes.

  

El mal confitero

 

Es Toledo ciudad eclesiástica.

Para sola una noche del año,

Sus vides domésticas

Dan un vino claro.

 

Un vinillo que el gusto arrebola

Del epónimo mazapán,

Y que predispone muy plácidamente

Para recibir hasta el alma del aroma Canonical

De las uvas negras en aguardiente.

 

Y es que la Iglesia

Consiente la gula:

Para cada antojo hay una licencia;

Para cada confite, una bula.

 

Y cándida azúcar chorrea

Por el transparente de la Catedral;

Y en sus brazos arrulla la Virgen

Al pequeño dios comestible,

Rosado y salmón;

Y ¡oh, que famosas tajadas de Alcázar

Si, como es granito, fuera turrón!

 

Y es que la Iglesia consciente la gula;

Y monja sé yo que toda es azúcar.

Y que tiene vicioso al cielo

De la miel hilada al pelo,

Y sabe hacer unos letuarios de nueces,

Y otros de zanahorias raheces,

Y el diacitrón, codonate y roseta,

Y la cominada de Alejandría,

Y otras cosas tantas que no acabaría.

 

¿Pero aquel confitero que había,

que en azúcar y almendra y canela

los santos misterios hacía?

La Pentecostés y la Trinidad,

Y el Corpus y la Ascensión,

Y un Jesús casi de verdad

Con una almendrita en el corazón.

 

Pero tiene sus reglas el arte,

Y a cada figura, su parte.

Y también había un Luzbel

Con una cara ácida y larga,

Y le ponía en el corazón

Una insólita almendra amarga.

 

¡Terror de las madres: muerte solapada

en las golosinas!

¡Sazón a mansalva,

con el cardenillo de las cocinas!

 

Bien se yo que tiene sus reglas el arte,

Y a cada figura le toca su parte.

Mas ¿garapiñar almendras amargas,

así sean las del corazón?

Caridades escusadas,

A fe mía, son.

 

¿Disfrazar un Luzbel con maña,

que se lo confunda con un Salvador?

Caridades excusadas,

A fe mía, son.

 

¡Oh, buen hacedor!

Hay arte mejor:

No me vendas rencor en almíbar,

Si he de hallar acíbar

En el corazón.


La Pipa del Cantábrico



La pipa que ataqué en Lequeitio llega humeando hasta Motrico, 

donde suelta una murga marinera, desde un balcón aéreo, su música a la plaza.

Casas negras —los ojos venecianos— se arrojan sobre el mar a pico, 

y, a lomos de la iglesia —telaraña de yodo— una inmensa red se solaza.


Hinchada de domingo, brinca en el frontón la pelota.

Ruedan por la calle en torrente, los destrozos de música.

El aire en guiñapos irrumpe por la tarde rota,

y un agua de plomo en los regazos del muelle se acumula.


Anda en la resaca de boinas y camisas la danza 

—pueblo vegetal que agradece los regalos del suelo.

Y cuando el cohetero sus racimos de estrellas lanza, 

descorchado el astro, saltan temblorosos rayos de sidra por el cielo. 



Social, marzo de 1927, p. 38. 

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