lunes, 22 de junio de 2020

Adiós a Hemingway




 Lino Novás Calvo 

 Su estilo, que fue una novedad después de la primera guerra mundial y que muchos imitaron inútilmente, es como una sucesión de ráfagas de ametralladora disparadas a cañón tocante. Hay que comparar este estilo con las escuelas anteriores para comprender su originalidad. Antes de Hemingway nadie escribía así. Después, miles de narradores trataron de hacerlo...

 El estilo se compadecía con el tema. Sus cuentos y novelas son una cadena de escenas en que, generalmente a través de reiterados diálogos, se va desarrollando el drama. Hemingway no describe a sus personajes; los presenta. No cuenta sus argumentos; los escenifica. Hombre, tiempo y lugar, aparecen en magnífica síntesis dramática, en la cual, quiera que no, se introduce también el lector. A simple vista, ese estilo y esa técnica parecen fáciles, pero invitamos a cualquiera a realizarlas, aunque sólo sea por ejercicio...

 Engañoso también es ese tono banal que a veces parecen tener sus narraciones. La verdad es que Hemingway trabajaba su prosa con una meticulosidad casi preciosista. Hacía y rehacía una página hasta cien veces. Su objeto no era vestir sus muñecos con ropajes de oropeles, sino, por el contrario, presentarlos en toda su descarnada vitalidad. El arte —dijo alguna vez— es arquitectura, y no decoración interior. Era una tarea agotadora, porque, con un lenguaje manido por el abuso y la mentira, había que escoger las palabras y construcciones que conservaran la fuerza necesaria para expresar lo que quería. Estilo, palabra y técnica, eran para Hemingway un medio al servicio de la intensidad dramática, que es el fin de todas sus obras.

 Hemingway vivió cada escenario de sus obras. Sus creaciones tienen siempre un fondo de experiencia. Antes de que sus personajes empiecen a moverse en la imaginación, sobre el terreno, Hemingway ha pisado ese terreno. Lo que le llamaba la atención era que ni mi tono ni mi figura conjugaban con lo que sabía de mí: que —como él— había sido corresponsal de guerra, que —como él— había escrito cuentos de lucha y muerte, que —como él— había estado en el lugar de los hechos. Esto no rimaba con la persona que tenía delante. No podía haber mayor contraste: él era grande y fuerte; yo, pequeño y endeble; su voz era recia y dura; la mía débil y blanda; él era brusco y altanero; yo, cauteloso y humilde. Otra paradoja; Hemingway se parecía a su obra; yo no me parecía a la mía.


 "Adiós a Hemingway," Bohemia Libre 53, no. 41 (16 de julio de 1961): 50. Fragmento tomado de Alberto Gutiérrez de la Solana: Maneras de narrar: contraste de Lino Novás Calvo y Alfonso Hernández Catá, E. Torres, 1972, pp. 133-34.


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