Lino Novás Calvo
Su estilo, que fue una novedad después de la
primera guerra mundial y que muchos imitaron inútilmente, es como una sucesión
de ráfagas de ametralladora disparadas a cañón tocante. Hay que comparar este estilo con las escuelas
anteriores para comprender su originalidad. Antes de Hemingway nadie escribía
así. Después, miles de narradores trataron de hacerlo...
El estilo se compadecía con el tema. Sus
cuentos y novelas son una cadena de escenas en que, generalmente a través de
reiterados diálogos, se va desarrollando el drama. Hemingway no describe a sus
personajes; los presenta. No cuenta sus argumentos; los escenifica. Hombre,
tiempo y lugar, aparecen en magnífica síntesis dramática, en la cual, quiera
que no, se introduce también el lector. A simple vista, ese estilo y esa
técnica parecen fáciles, pero invitamos a cualquiera a realizarlas, aunque sólo
sea por ejercicio...
Engañoso también es ese tono banal que a veces
parecen tener sus narraciones. La verdad es que Hemingway trabajaba su prosa
con una meticulosidad casi preciosista. Hacía y rehacía una página hasta cien
veces. Su objeto no era vestir sus muñecos con ropajes de oropeles, sino, por
el contrario, presentarlos en toda su descarnada vitalidad. El arte —dijo
alguna vez— es arquitectura, y no decoración interior. Era una tarea agotadora,
porque, con un lenguaje manido por el abuso y la mentira, había que escoger las
palabras y construcciones que conservaran la fuerza necesaria para expresar lo
que quería. Estilo, palabra y técnica, eran para Hemingway un medio al servicio
de la intensidad dramática, que es el fin de todas sus obras.
Hemingway vivió cada escenario de
sus obras. Sus creaciones tienen siempre un fondo de experiencia. Antes de que
sus personajes empiecen a moverse en la imaginación, sobre el terreno,
Hemingway ha pisado ese terreno. Lo que le llamaba la atención era que ni mi
tono ni mi figura conjugaban con lo que sabía de mí: que —como él— había sido
corresponsal de guerra, que —como él— había escrito cuentos de lucha y muerte,
que —como él— había estado en el lugar de los hechos. Esto no rimaba con la
persona que tenía delante. No podía haber mayor contraste: él era grande y
fuerte; yo, pequeño y endeble; su voz era recia y dura; la mía débil y blanda;
él era brusco y altanero; yo, cauteloso y humilde. Otra paradoja; Hemingway se
parecía a su obra; yo no me parecía a la mía.
"Adiós a Hemingway," Bohemia Libre 53, no. 41 (16 de julio de
1961): 50. Fragmento tomado de Alberto Gutiérrez de la Solana: Maneras de
narrar: contraste de Lino Novás Calvo y Alfonso Hernández Catá, E. Torres,
1972, pp. 133-34.
No hay comentarios:
Publicar un comentario