Reunidos en París,
en la redacción de la revista “Bifur”, Dessaignes, Ungaretti, Huidobro,
Desnos, Varèse y Lourié, conversaron aguda y autorizadamente sobre el porvenir
de la música y las trascendentales consecuencias de su mecanización. A.C.,
quién tomó parte en esta charla, la ha fijado estenográficamente. Con la
autorización de “Bifur”, nosotros la reproducimos.
Ribemont Dessaignes: Nos hemos reunido para conocer su
opinión acerca de la música del porvenir, a no ser que nos hable del porvenir
de la música. ¿Podría usted comenzar por decirnos lo que opina de la música,
sencillamente?
Edgar Varèse: Es una cuestión demasiado vasta, y lo que me
interesa ante todo es el estado de la música en relación con el tiempo
presente… Me hallo sorprendido del estancamiento en que se encuentra el período
actual. Hay compositores de todas clases y no me atañe aquilatar su valor. Sin
embargo, debo anotar que la mayoría de ellos se apegan a todas las formas académicas y
tratan de imponerlas. Esto resulta sorprendente si tenemos en cuenta que las
otras artes están en constante progreso técnico, sobre todo en lo que a la
arquitectura se refiere. Opino que en los Estados Unidos las construcciones nuevas
son notables porque sólo especulan sobre lo esencial. Pero el mérito de eso se
debe sobre todo a los ingenieros. Son ellos los que realizan la belleza de las
construcciones con lo esencial, mientras los arquitectos sólo dañan sus
iniciativas, llenándolas de estética y de detalles independientes de las
necesidades estructurales.
En música, terreno
en que las relaciones con los ingenieros son nulas —o se ven reducidas al
mínimo estricto—, vivimos en una época que corresponde al Parnasianismo
literario. Sufrimos una invasión de neoclasicismo. Y, como bien lo dijo
Emmanuel Berl, el clasisismo es “lo que se aprende en clases”. Yo sostengo que
toda concepción nueva debe recurrir a nuevos medios de expresión. No creo en
los regresos al pasado. El pasado no tiene por qué rehacerse. Está realizado.
Lo lleva uno en sí mismo. Lo que es el pasado para nosotros era el presente en
épocas a las cuales no tenemos por qué volver. En toda obra de arte lo
importante es la novedad. Los elementos de novedad que pueden hallarse en los pastiches del pasado, sólo se deben a
ciertas deformaciones exteriores. ¿No opinas así, Huidobro?
Vicente Huidobro:
Es cierto. Pero se me ha dicho que el hecho mismo de buscar instrumentos nuevos
era una prueba de impotencia. A ello respondí que en tal caso era necesario
seguir el árbol genealógico de los instrumentos, hasta remontarnos al primero,
porque el que había empleado el segundo instrumento había ya dado muestras de
impotencia. Del mismo modo, quien inventó el tercero. Y sucesivamente. Si
se acepta un escalafón, debe aceptarse toda la escalera, sin límite de escalones.
Edgar Varèse: Las
mismas personas que se niegan a aceptar el progreso de los medios de expresión
musical admiten el progreso para el automóvil o el avión. Aceptan el progreso
para sus asentaderas, no para su cabeza.
Lo que nos falta,
lo repito, son medios de nuestra época… Sin embargo todas las vías nuevas nos
son ofrecidas por las posibilidades actuales: perfeccionamientos eléctricos,
ondas, etc. Pero debe advertirse que esos medios no deben conducirnos a una
especulación sobre reproducciones de sonidos ya existentes, sino, por el
contrario, debe permitirnos nuevas realizaciones. Ya no está en relación con
nuestras necesidades de forjar nuevos modos de expresión. Con el sistema temperado
estamos sometidos a reglas muy arbitrarias, mientras que los nuevos medios nos
ofrecen una especulación ilimitada sobre las nuevas leyes de la acústica y de
la lógica. Aparte de ellos puede admitirse que ambos sistemas hagan migas, con
esta ventaja de que todo sistema nuevo, no temperado, puede, por elasticidad,
adaptarse a las exigencias del primero.
Hallándome un día
en un laboratorio de acústica, como sólo los hay en América, puede darme
cuenta, mientras hacían funcionar instrumentos integrales junto a instrumentos
temperados, que la suciedad del conjunto
obtenido, y que no podía mejorarse, provenía de las interferencias creadas por
las frecuencias distintas que, teóricamente, de acuerdo con los sistemas actuales, debían haber coincidido.
Ribemont Dessaignes:
¿En qué dominios espera usted encontrar instrumentos nuevos?
Edgar Varèse:
Especialmente en el dominio electro o radio-eléctrico. Por ejemplo: los aparatos
de onda de Martenot o Bertrand como una de las posibilidades.
Vicente Huidobro:
¿No temes caer en un exceso de maquinismo?
Edgar Varèse: Sólo
nos encontramos en los balbuceos de una nueva fase de la música.
Ribemont Dessaignes:
¿Cree usted en la absoluta necesidad de obedecer a las leyes?
Edgar Varèse: No
podemos evitarlas ni sustraernos a ellas. Esas leyes sólo nos ofrecen nuestro
medio de expresión. Debe establecerse una diferencia entre las leyes y las
reglas. Con el sistema temperado sólo existen reglas.
Ungaretti: Cuando
las leyes envejecen, todo el mundo se percata de su falsedad. Las leyes son
convencionales.
Edgar Varèse: En
ese caso deberíamos encontrar otro término que el de “ley”.
Ribemont Dessaignes:
Obedecmos a lo que es más fuerte que nosotros. Debemos la palabra que defina ese
imperativo.
Ungaretti: ¿Cree
usted en la superioridad de la máquina?
Edgar Varese: La
máquina es obra del hombre. El hombre admite sus propios límites. Cuando
alcanzamos cierta cifra de frecuencias —cuyo número señala la máquina— no oímos
nada, pero sentimos un malestar físico producido por la presencia de esas
frecuencias.
Alejo Carpentier:
Háblenos de los instrumentos de que quisiera disponer.
Edgar Varèse: Los
instrumentos que los ingenieros deben perfeccionar en colaboración con los
músicos, permitirán el empleo de todos los sonidos, es decir, no serán
arbitrarios, y, por consecuencia, propiciarán también la ejecución de la música
temperada. Podrán reproducir todos los sonidos existentes y laborar para la
creación de timbres nuevos. Todo ello no dependerá más que de un
perfeccionamiento de principios conocidos. Adaptados a la acústica de las salas
actuales, podrán estar dotados de una energía ilimitada. La variedad de timbres
es, por así decirlo, inexistente hasta ahora. Las intensidades son apenas variables.
Con el sistema mecánico toda esperanza nos es permitida, tanto desde el punto
de vista timbre, como desde el punto de vista intensidad.
Tomando en masa los
elementos sonoros, hallamos posibilidades de subdivisión con relación a esa
masa; esta última dividiéndose en otras masas, otros volúmenes y otros planos,
por medio de productores de sonidos colocados en otros lugares, daría una
impresión de movimiento en el espacio, mientras que hoy sólo disponemos de una
suerte de ideograma.
En el registro
grave, aunque todavía hay muchos perfeccionamientos por hacer, hemos llegado
casi al máximum de lo que el organismo humano puede percibir. Los especialistas
de acústica no han logrado ponerse de acuerdo sobre el poder de percepción de
altas frecuencias por un oído mediano. Un físico, Bouasse, señala un límite
aproximativo de 38 000. Otros conceden más. Algunos físicos, basándose en
estadísticas hechas en los laboratorios, afirman que a partir de cuarenta años
el oído normal sólo percibe de 10,000 a 12,000 vibraciones. Por mi parte creo
que podríamos basarnos, para empezar, en un promedio de 18,000, con seguridad
de acertar, añadiendo unas dos octavas a los límites de los instrumentos de
hoy, sin salir del dominio musical, y con la convicción absoluta de su
percepción. Además nadie podía afirmar que con la educación de un oído, al
principio poco desarrollado en su percepción, no podrían mejorarse sus
facultades auditivas.
Robert Desnos:
Lourié, ¿podría usted exponernos sus puntos de vista acerca de la mecanización
de la música?
Arthur Lourié: Pienso
que la cuestión de la mecanización de la música es una de las más importantes
que puedan platearse. Dejando a un lado el problema de si la mecanización debe
ser generalizada en toda la música o no, hacerse frente a la situación tal y
como existe; estamos ante el hecho de que la orquesta actual
"viviente" se vuelve un factor arcaico en relación con el pensamiento
musical de hoy. Se la utiliza porque no se dispone de otros medios. La
mecanización de la música tiene ya precedentes —y avanza rápidamente con el auxilio de la sincronización
cinematográfica y de las ondas.
La vida colectiva
que se impone cada vez más; el desarrollo en cantidad de la producción
artísticas, muchas veces en detrimento de la calidad (lo que no debiera, necesariamente,
ser indispensable), contribuyen también a favorecer esa mecanización. Y,
paralelamente, la educación musical de nuestros días, ha llevado el estilo
temperado a un impasse.
Para explorar
fundamentalmente ese problema (el de la mecanización) sería útil organizar una
suerte de congreso al que concurrirían músicos y físicos competentes enfocando
la cuestión bajo sus dos aspectos de creación y de realización, eliminando del
plano de discusión la música “normal” del pasado y del presente, que no tiene
nada que ver con el asunto.
Como programa de
trabajo podrían proponerse las siguientes materias:
1. Temperamento y orden natural, en relación con las tendencias y las
realizaciones actuales.
2. Las nuevas aportaciones en los dominios del timbre –constructivo y no
pintoresco- y sus posibilidades prácticas.
3. Eliminación de timbres instrumentales “vivos”, que pueden ser reemplazados
ventajosamente por nuevos medios.
4. Proyectos de nuevos instrumentos. Teoría y práctica en ese dominio.
5. Tendencia de la música contemporánea hacia la mecanización sobre una base "leal".
Ribemont
Dessaignes: En suma, lo que dice Lourié concuerda exactamente con lo que Varèse
nos ha dicho.
Edgar Varèse: Yo
considero la idea del congreso propuesto por Lourié no solamente como algo excelente,
sino como algo necesario. Además, la materia por tratar y la complejidad de los
problemas que habrán de plantearse salvarán los límites exiguos del marco
señalado por él. Tengo el optimismo de mi época y no creo en cuestiones
insolubles o imposibles.
Algo que yo
quisiera ver realizado es la creación de un Laboratorio de acústica donde los
compositores y físicos colaborarían. Esto sería útil desde el punto de vista
práctico, en el dominio mismo de los instrumentos perceptores.
Hasta ahora no se
ha considerado bastante el problema de los sonidos resultantes inferiores: a)
sonidos diferenciales (así como los llamó Helmoltz) que habían preocupado ya a
un Sorge y aun Tartini, cuya característica está en que presentan un número de
vibraciones igual a la diferencia de números de los sonidos primarios; b)
sonidos adicionales, descubierto por Helmoltz, cuyo número de vibraciones es
igual a la suma de los sonidos primarios.
Ahora bien: pienso que,
por así decirlo, nunca se ha tenido en cuento que la intensidad de los sonidos
resultantes (a pesar de disminuir más rápidamente) crece en una proporción más
fuerte que la de los sonidos primarios simples, lo que hace que en ciertas
obras se obtenga un resultado sonoro, pesado y viscoso. Pero es cierto que
estableciendo este postulado, debe considerarse el fenómeno contrario como
cuestión de azar.
Por su educación,
el oído humano ha sido disciplinado y llevado a hacer abstracción de ese
resultado, y tal vez podría afirmarse que ciertas impresiones defectuosas del gramófono
(y esto es bastante frecuente en las reproducciones orquestales) sean debidas a
esa causa.
Alejo Carpentier: En
suma, usted no enfoca la aportación de nuevos timbres como enriquecimiento estético
ni las nuevas intensidades como medios expresivos.
Edgar Varèse: Volviendo
a nuestro punto de partida, diré que no. Como lo apuntó Lourié, esas
intensidades y esos timbres constructivos que necesitan las nuevas concepciones
sólo pueden sernos dados por instrumentos nuevos. La diferencia de timbres nos
permitirá llevar una claridad necesaria
—sea harmónica, sea lineal— en la ordenación de la obra.
París. Septiembre
de 1930.
Alejo CARPENTIER.
Revista de La Habana, noviembre de 1930, vol. 4,
no 2, pág. 161-166. Texto original en francés: «Mécanisation de la musique», Bifur,
núm. 5, 31/07/1930.
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