jueves, 2 de febrero de 2012

Ramón López Velarde: La cigüeña




 En la crudeza del adviento, la fotografía, menos que una boardilla, menos que un palomar, es traspasada por cierzos esquimales. El fotógrafo, en mangas de camisa, enseña sus tarjetas a la gentil señora nariguda. La señora –cigüeña costosa al marido- publica sus brazos de pelele, fustigados por el frío, a despecho del tul que los condimenta, y dice: “Queremos pronto los del nene”. Luego, con su gracia picante, añade, husmeando su propio retrato: “Mucho perfil, mucha nariz…”. Y nos guiña el ojo, aderezando con bromas la nariz, como quien enflora un anzuelo.
 Señora que turbáis a los clientes del tejaván con vuestra delgadez de ráfaga, he descubierto vuestro juego: coqueta alrededor de vuestro defecto, lo esgrimís como el sabor de la plegadiza persona. Sois cazurra y simpática, porque de vuestra imagen, un poco espantapájaros, hacéis la olfativa espiral en que se laminan los deseos. Vuestra nariz es vuestro gancho, lo sabéis de sobra. Por ella tentáis como el espíritu de la mostaza. Sin ella, seríais correctamente insulsa, como un académico. Pero esta fruslería, esta quisicosa nasal…
 Cigüeña astuta: sabéis al dedillo que la nariz redondea vuestros brazos de pelele, y que insinúa, desde el fondo que se asoma sobre los chapines, toda una holanda subrepticia y salutífera. En la nariz de fascinación y de trapisonda, que os libra de la intachable sandez, se toma el pulso de nuestra vida, mejor que en la dúctil muñeca.
 La sorna de la cigüeña desata en la fotografía, a las cinco de la tarde esquimal, una ecuatorial llovizna de caniculares granos de granada.
                                 
                                 (c. 1921)

 El minutero y otras crónicas, 2010, Madrid, Huerga y Fierro editores, pp. 204-05.

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