Jean Lorrain
A Antonio de La Gandara
Tenga cuidado, señor, con la cosa inmunda
que se pasea de noche
El Rey David
-Lo que puede suceder en un cuarto de hotel
una noche de martes de carnaval, créanme, ¡supera todo lo que la imaginación
puede inventar de horrible! -Y, habiendo llenado su vaso de chartreuse, un vaso
grande de soda, de Romer lo vaciaba de un trago y comenzaba:
"Fue hace dos años, en lo más fuerte de
mi desequilibrio nervioso. Yo estaba curado de la eteromanía, pero no de los
fenómenos mórbidos que engendra: problemas en el oído, problemas en la vista,
angustias nocturnas y pesadillas. El solfanol y el bromuro habían aplacado los
trastornos físicos, pero las angustias persistían. Persistían sobre todo en el
departamento en el que había vivido con ella tanto tiempo, rue Saint-Guillaume,
frente al río, y en el que su presencia parecía haber impregnado las paredes y
las alfombras de no sé qué deletéreo hechizo: en cualquier otra parte mi sueño
era regular y mis noches calmas. En cambio, apenas atravesado el umbral de ese
departamento, el turbio despecho de los antiguos días corrompía la atmósfera
alrededor de mí; terrores sin razón me helaban la sangre y me asfixiaban a cada
paso. Sombras bizarras se amontonaban con hostilidad en los ángulos, pliegues
equívocos se formaban en las cortinas repentinamente animadas de una vida
espantosa y sin nombre. La noche era especialmente abominable. Un ente de
horror y misterio vivía conmigo en ese departamento, un ente invisible, pero
que yo intuía agazapado en la sombra, acechándome; una forma hostil de la que,
por momentos, podía sentir el aliento sobre mi rostro, y casi a mi lado su
innombrable roce. Les aseguro que era una sensación espeluznante, y si me fuera
dado revivir esa pesadilla, creo que preferiría... pero sigamos.
"Así llegué a ya no poder dormir en mi
departamento, incluso a no poder vivir en él. Teniendo todavía un año de
alquiler, me decidí a alojarme en un hotel. No pude permanecer en el mismo
sitio; dejé el Continental por el Hotel del Louvre, y este por otros aún más
ínfimos, devorado por una inquietante manía de locomoción y de cambio.
"¡Cómo, después de ocho días en el Terminus, en medio de todo el confort deseable, me induje a descender a ese mediocre hotel de la rue d'Amsterdam, Hotel de Normandía, de Brest o de Rouen, como se llaman todos en torno de la estación Saint-Lazare!
"¿Era el movimiento incesante de las
llegadas y partidas lo que me había seducido más que ninguna otra cosa?... No
sabría decirlo. Mi habitación, una vasta habitación iluminada por dos ventanas
y situada en el segundo piso, daba sobre el patio de llegada de la place du
Havre. Yo estaba instalado desde hacía tres días, desde el sábado de carnaval,
y me sentía muy bien.
"Era, repito, un hotel de tercera
categoría, pero de apariencia honesta, hotel de viajeros y de provincianos,
menos desorientados en la vecindad de su estación que en el centro de la ciudad
un hotel burgués, vacío de un día para otro y sin embargo siempre completo.
"Por lo demás, me importaban poco los
rostros que encontraba en la escalera y en los pasillos. Eran la menor de mis
preocupaciones y sin embargo, al entrar en la recepción ese día hacia las seis
de la tarde, en busca de la llave (cenaba en el centro y volvía a cambiarme) no
pude dejar de mirar más curiosamente de lo debido a dos viajeros que allí se
encontraban.
"Recién llegaban. Una valija de viaje en
cuero negro se encontraba a sus pies y, frente a la oficina del gerente,
discutían el precio de las habitaciones.
"-Es por una noche -decía el mayor de
ellos, que parecía además el de más edad, cualquier habitación que fuere estará
bien.
"-¿De una cama o de dos? -preguntaba el
gerente.
"-¡Ah, por lo que dormiremos! Apenas nos vamos a acostar. Venimos
al baile de disfraces.
"-De dos camas -intervenía el más joven.
"-Bien, una habitación de dos camas. ¿Hay
alguna disponible, Eugène? -y el gerente interpelaba a uno de los empleados que
recién llegaba. Después de ponerse de acuerdo con él, continuó:
"-Lleva a los caballeros a la 13, en el
segundo piso. Estarán muy bien allí, la habitación es grande. ¿Los señores
suben? -Y, tras un signo negativo de los viajeros: ¿Los señores comen? Tenemos
cocina.
"-No, cenaremos afuera -respondió el más
grande-. Volveremos hacia las once a vestirnos. Que suban la valija.
"-¿Fuego en la habitación? -preguntó el
empleado.
"-Sí, fuego a las once. -Ya habían girado
los talones.
"Me di cuenta entonces de que había
permanecido allí boquiabierto, con el candelero encendido en la mano,
observándolos. Enrojecí como un niño sorprendido en falta y subí rápidamente a
mi habitación; el empleado estaba haciendo las camas de la habitación contigua.
Se había dado la 13 a los recién llegados y yo ocupaba la 12. Nuestras
habitaciones estaban pegadas, y eso no dejaba de intrigarme.
"Volví a la oficina del gerente, y no pude dejar de preguntarle quiénes eran los vecinos que me había dado.
"-¿Los dos hombres con la valija? -me
respondió. Dejaron sus fichas, vea! -Y leí rápidamente, de un golpe de vista:
Henri Desnovels, treinta y dos años, y Edmond Chalegrin, veintiséis años,
residencia Versalles, ambos carniceros.
"Para ser jóvenes carniceros, eran bien
elegantes de aspecto y de vestimenta, mis vecinos de habitación, a pesar de sus
sombreros de hongo y sus gabanes de viaje; el mayor me había parecido
cuidadosamente enguantado y con un aire especial de altura y aristocracia en
toda su persona. Por otra parte, había cierto parecido entre ellos. Los mismos
ojos azules, de un azul profundo casi negro, muy rasgados y de largas pestañas;
los mismos largos bigotes rojizos subrayando el perfil contrariado; pero el de
más edad, mucho más pálido que el otro, con algo muy vago de ahíto y de
aburrido.
"Al cabo de una hora dejé de pensar en
ellos. Era martes de carnaval y las calles brillaban, llenas de máscaras. Volví
a medianoche. Subía mi habitación. Ya a medias desvestido, iba a acostarme
cuando una voz en la habitación contigua. Eran mis carniceros que volvían.
"¿Por qué la curiosidad, que ya me había
mordido en la oficina del gerente, volvía irrazonada, imperiosamente? Contra mi
voluntad, no pude dejar de prestar atención.
"-Entonces no quieres disfrazarte, no
vienes al baile -sonaba la voz del mayor-. ¿Y para eso nos molestamos en
viajar? ¿Qué tienes? ¿Estás enfermo? -Y mientras el otro permanecía en
silencio: ¿Estás ebrio?
"Entonces la voz del otro respondía,
empastada y doliente: "-Es tu culpa. ¿Por qué me has dejado beber? Siempre
termino mal cuando bebo ese vino.
"-¡Bueno, ya está bien! Acuéstate
-tronaba la voz estridente. -Ten tu pijama. -Escuché el ruido del cierre de la
valija que se abría.
"-Y tú, ¿no vas al baile? -se arrastraba
la voz del borracho. "-¡Grato placer el de andar por la calle solo,
disfrazado! Voy a acostarme yo también.
"Lo oí zurrar rabiosamente su colchón y
su almohada, luego oí cómo las ropas caían a través de la habitación: los
hombres se desvestían. Yo escuchaba anhelante, descalzo, junto a la puerta de
comunicación; la voz del más adulto cortaba nuevamente el silencio: "¡Qué
lástima, con tan bellos disfraces! -Y se oía un roce de telas y satines.
"Acerqué el ojo a la cerradura, pero la
vela encendida me impedía hacer oscuridad y distinguir algo en la pieza vecina.
Al apagarla, pude ver la cama del más joven, ubicada exactamente frente a mi
puerta. Él estaba junto a ella, echado en una silla, sin moverse,
extraordinariamente pálido y con ojos extraviados, la cabeza deslizada del
respaldo de la silla y colgando sobre la almohada. Su sombrero estaba en el
suelo; el chaleco, desabotonado; su camisa, entreabierta, sin corbata; tenía la
apariencia de quien sufre asfixia. El otro, a quien sólo percibí luego de un
esfuerzo, daba vueltas en ropa interior alrededor de la mesa repleta de telas
claras y satines bordados.
"-¡Mierda! Al menos quiero probármelo -tronó sin preocuparse de su compañero y, parándose derecho frente al armario, esbelto, elegante y musculoso, se puso un largo dominó verde con muceta de terciopelo negro, cuyo efecto era a la vez tan horrible y tan bizarro que debí contener un grito, de tanto que me afectó.
"Ya no lo reconocí, agigantado como
estaba con esa funda de seda verde que lo hacía todavía más flaco y el rostro
oculto tras una máscara metálica bajo la capucha de terciopelo negro. Ya no era
un ser humano quien estaba allí, sino la cosa inmunda y sin nombre, la cosa de
espanto, cuya presencia invisible envenenaba mis noches en la rue
Saint-Guillaume, que ahora había tomado contornos visibles y vivía en la
realidad.
"El borracho, desde la esquina de su
cama, había seguido la metamorfosis con mirada extraviada; un temblor se había
apoderado de él y, con las rodillas chocando de terror y los dientes apretados,
había juntado las manos en un gesto de plegaria, estremeciéndose de pies a
cabeza. La forma verde, espectral y lenta, giró en silencio hacia el centro de
la habitación, a la luz de dos velas encendidas, y bajo su máscara sentí sus
ojos terriblemente atentos. Acabó por ponerse justo frente al otro con los
brazos cruzados sobre el pecho, intercambió con él una inenarrable y cómplice
mirada, bajo la máscara. Entonces el más joven, enloquecido, se derrumbó de su
silla, se echó sobre el parqué y, buscando estrechar el disfraz entre sus
brazos, hundió su cabeza entre los pliegues, balbuceando palabras
ininteligibles, la es puma saliéndole de los labios, con los ojos revueltos.
"¿Qué misterio podía haber entre esos dos
hombres, qué irreparable pasado habían evocado, a los ojos del loco, ese
vestido de espectro y esa máscara helada? ¡Esa palidez y esas manos tendidas,
como de torturado, tirando extáticas de los pliegues desenvueltos de un vestido
de larva! ¡Escena de aquelarre en el ambiente trivial de una habitación
amueblada! Y mientras el ebrio desfallecía, con la desesperación de un largo
grito estrangulado en su boca abierta, la forma se alejaba dando un paso atrás,
arrastrando en su movimiento la hipnosis del desgraciado tendido a sus pies.
"¿Cuántas horas, cuántos minutos dura ya
esta escena? La vampiresa se detiene. (1) Apoya su mano sobre el corazón del
hombre tendido a sus pies y luego, tomándolo entre brazos, lo sienta otra vez
en la silla pegada a la cama. El hombre queda allí sin movimiento, la boca
abierta, los ojos cerrados, la cabeza torcida; la forma verde entonces vuelve
sobre la valija. ¿Qué busca allí, con ardor febril, a la luz de uno de los
candeleros de la chimenea? Encuentra algo; aunque ya no la veo, la escucho
mover frascos, y un olor conocido, un olor que me sube al cerebro y me embriaga
y me enerva, se expande en la habitación: olor a éter. La forma verde
reaparece. Se dirige a pasos lentos, siempre silenciosa, hacia el hombre
desmayado. ¿Qué lleva con tanto cuidado entre sus manos?... ¡Horror, es una
máscara de vidrio, una máscara hermética sin ojos y sin boca, llena hasta los
bordes de éter, de veneno líquido! Entonces vuelve sobre el otro sin defensa,
allí ofrecido, inanimado, le aplica la máscara sobre el rostro, la asegura
firmemente con un pañuelo rojo, y una risa parece sacudirle las espaldas bajo
en capucha de terciopelo negro.
“-Tú sí que no hablarás más -creí escucharle
murmurar."
“El carnicero entonces se quita el disfraz. Da
vueltas otra vez en ropa interior a lo largo de la habitación, ya sin su
espantosa ves menta. Vuelve a su atuendo de ciudad, se pone su gabán, sus
guantes de piel de clubman y, con el sombrero puesto, ordena cosas en silencio,
quizás un poco afiebradamente. Con los dos disfraces de mascarada y sus frascos
ya en la valija de empuñadura niquelada, prende un habano, toma la valija, el
paraguas, abre la puerta y sale... Y yo no he dado ni un grito, no he hecho sonar
la campanilla, he llamado al timbre".
-Has soñado, como siempre -dijo Jacquels a de
Romer.
-Sí, soñé tan bien que hay todavía hoy en
Villejuif, en el asilo psiquiátrico, un eterómano incurable, del que nunca se
supo la identidad. Consulta si quieres el registro del hospital: encontrado el
10 de marzo, en el hotel de... rue d'Amsterdam, nacionalidad francesa, edad
presunta veintiséis años, presunto nombre Edmond Chalegrin.
"Un crime inconnu. Récit d'un buveur
d'éther", publicado originalmente en Sensations et souvenirs, París,
Charpentier et Fasquelle, 1895; luego en Histoires de masques, París,
Ollendorff, 1900. Tomado de Antología del decadentismo. Perversión,
neurastenia y anarquía en Francia; selección, traducción y prólogo de
Claudio Iglesias. Buenos Aires, Caja Negra editora, 2015. (1) Goule:
demonio femenino folclórico que ataca a los viajeros, los degüella y bebe su
sangre, sin equivalente exacto en castellano. [N. del T.)
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