sábado, 21 de junio de 2025

Los jueces estériles


  José Manuel Poveda 


 Con inquietante frecuencia oigo pedir críticos, y precisamente a críticos, sin duda porque estos mismos no ignoran que en Cuba no tenemos crítica. (Con inquietante frecuencia oigo pedir de todo, y a todos, seguramente porque cada uno sabe que en Cuba carecemos de todo). Cierto optimismo muy dulce, y no menos dulce que ligero, al punto que se percata de las necesidades, no vacila en acudir, para remediarlas, a la propaganda. Nosotros lo resolvemos todo por medio de la propaganda. Estamos muy hechos a la política casera, y le atribuimos mucha trascendencia a la asamblea de barrio. Solemos decretar, en un comité, la creación del derecho, la agricultura, la novela, el teatro y la poesía nacionales. Es extraño que no exista todavía una comisión "Por la crítica cubana." Lo cierto es que si consideráramos cada problema en toda su importancia, mediríamos mejor los obstáculos, y nos daríamos cuenta de que la obra es más difícil y el esfuerzo debe ser, en cada caso, mucho más largo y más rudo. En este problema de la crítica, en este asunto de la desoladora carencia de escritores que consagren, profesionalmente, sus actividades, a formar los gustos del público, controlar la atención del público, dirigir a los sub-productores de arte y explicar las diferentes aspiraciones artísticas; en este asunto de la crítica, os digo, los dos primeros obstáculos con que vamos a tropezar, deben, por sí solos, destruir todo entusiasmo y resolvernos a no organizar ninguna pueril propaganda. Esos obstáculos consisten, y he de decirlo con la viril sequedad que me es grata, en que no hay arte ni hay público. Perdonad la frase bien ruda y amarga, tan ruda y tan amarga por ser demasiado cierta. Ya en uno de mis artículos del Heraldo de Cuba, yo repetí, con motivo del nacionalismo, lo que ya antes había dicho en EL FÍGARO con motivo del modernismo: "esta" generación no ha encontrado nada hecho, nada "organizado." El ayer gimió largamente, sin palabras, bajo la dominación española, y estaba aprendiendo a leer y escribir cuando resolvió sacrificarse por la libertad. Eso es sublime, pero no es más que "eso". Luego, no hemos tenido sino ensayos, individualidades mediocres, tanteos aislados, aficiones, esperanzas, gérmenes. Los mejores se malograron, su obra quedó incompleta, su enseñanza no dejó discípulos: Mitjans, la Cruz, Martí, Casal. Nuestras figuras más notables de hoy carecen de autoridad, de popularidad; el mercado librero cubano, muy considerable, no cuenta en absoluto con los productores nacionales. No existe un público que se preocupe, en grado alguno, de las pequeñas cuestiones literarias del país, y respecto de las altas cuestiones estéticas, que se preocupe de las de ningún país. Profunda, lógica y tercamente ignorante en esa materia, nuestro público desdeña muy en especial lo que atañe a la patria, y a fe que en esto no le falta juicio. Servíos colocar un crítico temperamental, un verdadero y severo crítico, en este ambiente; colgadlo entre esos dos vacíos. Y decidme premiosamente, con honradez, si creéis que puede subsistir. Decidme si tendrá elementos de vida, razón de ser y objeto, frente a una producción literaria anodina, que consiste en croniquerías banales, versos retrasados, ninguna novela, ninguna obra histórica y Calibán rex del infatigable señor Ramos. Decidme si tendrá motivo para existir y una misión que cumplir, frente a un público que no se cuida de arte ni de orientaciones artísticas, sobre el cual no llegaría a ganar ascendencia porque comenzaría por no ganar lectores. Aquí se practica algo parecido a la crítica. Aquí hay varios críticos. Ojalá que alguno de éstos supiera cuál es su esfera de influencia, cuál es el público que le rinde acatamiento, cuál es el que, para formar juicio de las cosas, no se pasa sin él. Infortunadamente, yo estoy cierto de que todos carecen de ese público, y también estoy cierto de que no hay nada que ahonde tanto el problema como esa certidumbre. Pero no venimos a asustarnos de la verdad, sino a saberla; como tampoco a sonreír del mal, sino a curarlo. Un genuino artista, consagrado honestamente a su arte, no suele tener muchas prisas, ni grandes vanidades. No es capaz de utilizar la crítica para hacer creer que hay arte. Le gusta abordar positivamente a las realidades; nunca se satisface con fingirse a sí mismo que ha llegado, mediante un gesto elegante o una frase presuntuosa. Si nos será imposible hacer crítica mientras no hagamos arte y público, deberemos empezar por esas tremendas faenas preliminares. Todos los llamamientos no podrán ir, entretanto, más allá de nuestra actual pseudo crítica. El estéril ministerio ha de ser, en ese lapso de tiempo, doblemente estéril. Cuando no estorbe el paso a los novadores, ejercerá pequeñas funciones de policía, frente a la poetambre. Servirá de antemural a las consagraciones falsas, que temen ser derribadas del sitial que detentan. Protegerá muchos despechos y ocultará muchas impotencias. Será escabel subrepticio de hueras reputaciones, y escudo de intereses creados, tímidos nombres hechos y frágiles órdenes de cosas. Y todo esto sin que pueda dar nada, porque no tendrá de dónde tomarlo. Así, hasta el momento en que nosotros la dignifiquemos. A los creadores, a los artistas recientes toca que la dignifiquemos. Un día tendremos literatura, y nosotros la habremos creado. Un día habrá quienes lean, porque habrán encontrado qué leer, y nosotros lo habremos escrito. Ese día los jueces estériles no serán más fecundos, pero serán ricos de nuestra riqueza. Tendrán entonces las orientaciones que nosotros les habremos dado; podrán formular cuerpos de doctrina con los elementos de que nosotros les habremos provisto. Si se deciden a emprender las interpretaciones creadoras, teoría Wilde, podrán disponer de nuestras propias fuentes de belleza. Cuando excomulguen, disciplinen, censuren, lo harán en nuestro nombre, y apoyados en nuestra obra, contra los que no nos hayan comprendido y aceptado, y contra los que, muy legítimamente, aspiren a realizar una labor distinta. Es el proceso tan sabido, el auténtico papel de la crítica, y su trascendencia, en todos los tiempos. E insisto en que, a la hora actual, nada de eso es posible. Entre las realizaciones que dependen de la juventud novadora de hoy, esa es la que necesita más largo plazo. Pero respondemos, respondo yo personalmente, de que sonará la hora de la crítica, como ya ha sonado la hora del poema, como ha de sonar oportunamente la hora de cada género. Y respondemos de que toda otra cosa que surja, mientras tanto, podrá ser parrafada muy ceremoniosa, reclamo muy vibrante, efigie muy pulida para que la propaguen los diarios, pero todavía no será la Crítica.

 

  El Fígaro, 14 de junio 1914. Imagen: La Ínsula Barataria, Rafael Blanco. 


No hay comentarios: