martes, 9 de julio de 2024

Presencia de Luis Cernuda

 

     

   José María Chacón y Calvo


  [...] Luis Cernuda [...] insigne poeta español y profesor de Literatura en un importante centro de estudios de los Estados Unidos [Universidad de Mount Holyoke, Massachusetts], ha pasado algunas semanas -demasiado breves para sus amigos de Cuba- entre nosotros. En la Universidad de La Habana, en el Lyceum, en el Ateneo de La Habana, ha dado magistrales conferencias. Este último centro disertó con su delicadeza característica, con su honda visión crítica, sobre la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer. Como humilde homenaje al poeta y amigo reproduzco las palabras de bienvenida con que le recibí a nombre del Ateneo de La Habana. Pero digamos antes que el admirable artículo de Gastón Baquero, dando cuenta de su llegada a Cuba, es una de las más justas y bellas valoraciones de la obra de Cernuda. Dije así en el Ateneo:

 Hace ya varias semanas que el poeta don Luis Cernuda es nuestro huésped. Viene de una región de Nieves y de nieblas y nuestro invierno tropical suavísimo le hace recordar la deliciosa estación del otoño en su Mar Menor, su luciente región levantina, que está entre Murcia y Alicante. Fue allí, hace ya largos años, cuando conocí los primeros versos del autor de La realidad y el deseo. Con Don Juan Guerrero Ruiz, el fiel amigo de la nueva poesía, a quien el inolvidable Diez Canedo llamaba el Secretario de Estado de la nueva literatura, y con don Pedro Salinas, el gran lírico de La voz a ti debida, cuyo recuerdo, vivo siempre en lo íntimo de mí, se hace más hondo por la reciente e inesperada muerte del poeta. Con Guerrero y con Salinas, huéspedes míos de unas horas fugaces, hablaba, junto al mar, de libros que acababan de publicarse o que pronto verían la luz. Entonces, Don Pedro, como si fuera decirnos un secreto, con voz que anunciaba todo una revelación, comenzó a leernos unos versos que a Guerrero y a mí nos hicieron sentir esa nota casi inefable de la emoción más pura, concentrada en una forma grácil, de resplandeciente belleza, tan transparente que parecía una espiritual concordancia con el paisaje marinero que había deslumbrado nuestros ojos. Era una poesía de Luis Cernuda.

 No había publicado aún su primer libro, Perfil del aire (aparecido en 1927), que le dio una posición jerárquica en la joven literatura española, y que era, desde aquella tarde de Mar Menor, un devotísimo amigo de su poesía. ¿Comprendéis, amigos, cuál es mi alegría en este anochecer, en que ya olvidándome un poco de los dolores de mi invalidez, vendo a darle a Luis Cernuda, la más cordial bienvenida en nombre del Ateneo de La Habana y a expresarle nuestra profunda gratitud por la conferencia con que nos regalará enseguida sobre Gustavo Adolfo Bécquer, el purísimo gran poeta español, que es, sin duda, uno de los valores universales de la lírica hispana de todos los tiempos.

 Cernuda, como un grupo de figuras españolas de nuestros días, es además de poeta, profesor. Un profesor en cuya labor de cátedra vemos siempre las creadoras esencias de la poesía. Hoy, el antiguo lector de la Universidad de Toulouse, sede de una de las más respetables escuelas de hispanistas franceses, va a hablarnos de Gustavo Adolfo Bécquer, su doble paisano, como español y como sevillano, su hermano mayor, a quien él podría llamar también “Padre y maestro mágico…”.

 Un ilustre y reciente historiador de la Literatura Española, Don Ángel Valbuena Prat, habla de que en los versos de la Invitación a la poesía, hay “un eco de aire becqueriano, renovado y personal”. Cita como ejemplo estos versos: “Quiero, con afán soñoliento, /Gozar de la muerte más leve / Entre bosques y mares de escarcha, / Hecho aire que pasa y no sabe”.

 Yo siento esa levedad alada del inmortal Gustavo Adolfo más nítida aún en estos otros versos de Cernuda que cito fragmentariamente: “No es nada, es un suspiro, / Pero nunca sació nadie esa nada / Un suspiro no es nada, / Como tampoco es nada / El viento entre los chopos, / La bruma sobre el mar / O ese impulso que guía / Un cuerpo hacia otro cuerpo. / Nada mi fe, mi llama, / Ni este vivir oscuro que la lleva; / Su latido o su ardor No son sino un suspiro, / Aire triste o risueño / Con el viento que escapa. / Sombra, si tú lo sabes, dime; / Deja el hondo fluir / Libre sobre su margen invisible, / Acuérdate del hombre que suspira / Antes de que la luz vele su muerte, / Vuelto él también latir de aire, / Suspiro entre tus manos poderosas”.

 Y ahora, amigos, apercibámonos a sentir la poesía de Bécquer en la interpretación de un insigne poeta contemporáneo, es decir, a sentir la luz, el aire y el inefable impulso de la más pura vida del espíritu.

 

 Diario de la Marina, 3 de febrero de 1952, p. 55. 


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