viernes, 20 de octubre de 2023

Muerte de Ignacio Felipe Semmelweis

 

Guido Ceronetti

  

¡Ah cuántos muertos demasiado excavados

Cuántos cadáveres de madres ofendidas

Por mi escalpelo, ciudad de larvas, 

Tu relámpago infecto castiga!

Sobre la boca de la Melancolía

Que me torcía con su rabia ha puesto

Hambre un enigma triste y desmoronado

Con sus manos, a la víctima quejumbrosa

Feroces garfios. Muero.

Ah Skoda, Skoda. Tu consumada *

Mano clínica como un pensamiento

Que acompaña, grave bondad, sentir

Los ojos táctiles descansar sobre el pecho,

Más dulce me es que el rostro de una mujer.

Dime: ¿por qué no dejamos

Aquellos úteros enfermos morir?

¿Querer que la vida perdure

No es crimen, Skoda? ¿No muero impío

Por extraer tantas vidas?

¿Por qué hay un mal en dar la vida

Como en quitarla? ¿Y el dolor

En la ardiente víscera materna

No lo propago también yo dando aire,

Vigilando los lechos donde lo quemaba

la fiebre vomitada por su parto?

¿Por qué cada acto del hombre es malo

Sumado al mal en el incendio humano?

La sabiduría de un hombre que delira

Esta aquí desplegada, la rota lámpara

Suspendida en mi oscuridad, tropieza

Con su peso descolgándose

Sobre mojados escalones: llévame

Del subterráneo a los juegos de jardines.

Mi bramido apagado, aferra ya,

Purgada caricia, esta mano especial:

Símbolo del bien que se precipita

A sí mismo en el lamento que lo atrae.

 

  

*Skoda fue el gran clínico de la escuela médica vienesa, maestro y protector de Semmelweis. Cuando S. estaba muriendo presa del delirio, por septicemia, estaba a su lado el viejo maestro Skoda. (Nota del autor.)

 

Traducción de Pedro Marqués de Armas

 

La distanza poesie 1946-1996, Bur Rizzoli, 2010, p. 158-59. 


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