Estimado Señor y
amigo:
Hace tiempo ya de mi
visita a La Habana y desde entonces no tengo de vuestra hermosa ciudad ninguna
noticia directa. Me hubiera sido sin embargo muy grato el saber algo de mis
amigos cubanos.
Le he mandado a
usted Raucho y Rosaura pero presumo que se habrán perdido pues
no recibí respuesta a mis envíos. Lo mismo me sucedió con algunos ejemplares
mandados a diarios y revistas y con otros que adjunté para la librería de
Cervantes y otra cuyo nombre ahora no viene a mi memoria, sita en la Calle
Obispo. Ahora va hacia Uds. mi amigo el poeta Oliverio Girondo, lleno de
talento, de entusiasmo y de buenos proyectos. Hago los más fervorosos votos
para que no se pierda por el camino y espero que esto no sucederá porque es de
los que saben encontrarse a sí mismos.
Mi querido Señor Valdivia,
creo que se interesará Ud. en el programa de unificación literaria hispano
americana que lleva hasta Uds. a mi compañero Girondo. Mi deseo es que sean
buenos amigos y se aprecien mutuamente.
Salude Ud. con mi más
distinguida consideración a todos los de su familia y reciba los mejores deseos
de felicidad de su
Ricardo Güiraldes
A finales de 1916, Ricardo Güiraldes emprendió junto a su mujer Adelina del Carril y un grupo de amigos, un viaje por diferentes puntos del Caribe. Como parte ese viaje visitó La Habana antes de seguir hacia Puerto Rico y Jamaica.
Al puerto habanero arribó el 3 de febrero de 1917, en el vapor Abangarez procedente de Panamá, con pasaporte que lo acreditaba, no como escritor, sino como hacendado. En el barco venía la compañía de operetas de Esperanza Iris -con más de cincuenta integrantes- que esa misma semana actuaría en el teatro Payret.
De los apuntes que toma a lo largo del viaje, que depura y ficciona despaciosamente, surge más tarde su novela Xamaica (1923) donde la estancia en Cuba -que hasta donde sabemos incluyó visitas a Guanabacoa y las Cuevas de Bellamar- no queda reflejada.
Ocho años después, Güiraldes le escribirá a uno de los escritores que se ocupó de recibirlo, al Conde Kostia, para presentarle a Oliverio Girondo.
Al frente de un proyecto del que era el único protagonista -pero cuyo propósito consistía en conectar a los diversos núcleos literarios de Hispanoamérica-, el joven poeta se aprestaba a visitar la capital cubana.
De algún modo, por el tiempo transcurrido y
porque otras cartas suyas a Aniceto Valdivia se habían perdido, o no habían
tenido respuesta, era como arrojar una botella al mar.
Además de servir de credencial, la misiva se revela como un componente más de aquel proyecto que Girondo calificó de “misión intelectual” y que, pese a concebirse como una tournée planificada, no dejaba de ser una aventura.
Para que el “programa de unificación literaria” que Güiraldes menciona llegase a buen puerto, Girondo tenía que contactar con los escritores nuevos de la isla -en este caso con los minoristas-, lo cual logró, pero al parecer un tanto azarosamente.
Güiraldes no conoce -o no recuerda quizás- a ningún otro escritor cubano, pero sí al prolífico Valdivia que, además de acogerlo en enero de 1917 y hacerle de cicerone, escribió a su paso una reseña sobre El cencerro de cristal.
Claro
que hay un desajuste de tiempo y de sensibilidad, y que el Conde Kostia no es la persona más adecuada para ocuparse del bisoño poeta argentino, pero no por eso deja de estar
inmejorablemente colocado.
Aunque de la época de Casal, nunca fue un gran
competidor. Goza de simpatía y se mantiene activo en 1924, siendo frecuentado
por la familia Loynaz, Mañach y otros jóvenes de Social.
¿Se vieron el Conde Kostia y el embajador literario del Cono Sur aquel verano de 1924? Tal vez. Pudo ser, en efecto, una de las vías para llegar a los entonces incipientes minoristas.
También parece que llegaría a ellos preguntando, según se desprende de la alusión del poeta a un librero de la calle Obispo -quizá el dueño de la Cervantes- con quien se detuvo a conversar.
Si hasta entonces los vínculos literarios entre Buenos Aires y La Habana eran mínimos, ya no lo serán en adelante. El encuentro entre Girondo y los cubanos propiciará, entre otros intercambios, la aparición de un dossier de poesía cubana en Proa, la revista que conducen Borges y Güiraldes, y el inicio de las relaciones con Mariátegui.
Pedro Marqués de Armas
Carta recogida por Jorge Schwartz en Homenaje a Girondo, Buenos
Aires, Corregidor, 1987, p. 266.
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