miércoles, 16 de marzo de 2022

Muerte de Joyce

 

 

  José Lezama Lima


 Ya sabemos el camino del profesor solitario. Va desde el benedictino en su torre de Sicilia hasta el maestro de Berlitz. Decididos unos en llegar a profesor solitario y otros a la ataraxia estoica de otra clase de soledad. Este profesor de Berlitz muere silenciosamente después de haber vivido en olor de buen escándalo: unos comparándole con Dante, otros considerándolo como una “curiosidad”. Sus mezclas, la complicación de sus preferencias: desde el intento y la manera de los isabelinos hasta la física de lenguaje encarnada en el fonógrafo de la Berlitz. Durante mucho tiempo, para aumentar sus peligros los lectores del cuantiosos Ulises reclamaban la escena del burdel, los monólogos, abandonando la polémica sobreel Hamleten la Dublín Library, o la bellísima página sobre el color y lo vital: “The varius colours significant of various negrees of vitality, yellow, crimson, vermilion, cinnabar.” Un tipo especial de lector se obstinaba en crear un Joyce especial, viéndolo hermano mayor del surrealismo, revestido de la muralla del conocimiento de todas las lenguas románicas, griego y latín, babélico, imposible, babilónico, rabelesiano, continuador de simbolistas menores. Hoy vamos viendo que aquella obra se hizo como se hacen todas las obras: la lucha adolescente entre el sexo y el dogma, el ritmo de la voz y cierta heterodoxia superficial que va en busca de una ortodoxia central. Un nuevo tipo de lector reclamará enseguida para Joyce la delicia y la seguridad de sus fuentes. Los Ejercicios provocando furias, rectificaciones, leído como manual de retórica y como coro de disciplinantes. Enseñando a escribir: “de manera que una sola palabra se diga entre un anhelito y otro, y mientras durare el tiempo de un anhelito a otro”. Saliendo también de los Ejercicios la obstinación en una palabra, la evocación de los tres binarios de hombre. Y es el ángel –no su alabanza-, sino como cuchilla. Postrimerías, juicios e infierno y el azufre desprendido por el rey de los orgullosos, temas de la adolescencia jesuítica de Joyce. Si Stuart Gilbert ha señalado en el Ulises la parodia de las aventuras de Odisea, igualmente podemos señalar la reminiscencia de la teología jesuítica en sus temas más utilizados. Asmodeo: ex querubín, dirigiendo el tema de la carne: burdel, parto, excrecencias; Mamón: los numerosos judíos que aparecen en su obra; Belzebuth: la magia, la cábala, la furia por penetrar y animar el mundo exterior, la parodia que hace la jerarquía infernal de la celestial. Todo eso derivado también de los Ejercicios: “y los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces y animales, y la tierra, como no se ha abierto para sorberme criando nuevos infiernos para siempre penar en ellos”.

 Si se le señala su artesanía, sus furias, pero separándole siempre la artesanía del modo, y la furia, que tiene que pegarse con sustancia, de la ironía filológica, que quisiera definir la poesía como la pervivencia del tipo fonético por la vitalidad interna del gesto vocálico que la integra. ¡Cuidado con la filología! Que Joyce fue también por otros caminos pruébalo aquel delicioso Portrait en que hay una simultaneidad entre el Eros y su encarnación y el artista que ve surgir de ese apetito la forma. Ahora que la marcha de su obra se detiene, pidamos el nuevo lector que ya él se había ganado. Si él había afirmado que a su obra le había dedicado su vida, y que por lo tanto reclamaba que el lector le entregara su vida también, deseémosle este tercer lector capaz de jugarse su vida en una lectura, no afanoso de suceder sus preferencias, sino que tenga para una sola lectura la presencia y la esencia de todos sus días. ¿Merece Joyce ese lector? Ahora, que ya tiene suficiente silencio, es cuando irá surgiendo la respuesta, o ganándose definitivamente este tercer lector. El solo y misterio lector resuelto como un escriba egipcio.

                                                                                                    Marzo, 1941  

 

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