sábado, 18 de agosto de 2018

Poemas en prosa




Enrique José Varona

I
 Me paseaba cabizbajo, sin pensamiento casi, y de súbito una bandada de gorriones llenó de alas y piadas el jardincillo. Parecían desprenderse de las copas de los árboles, como hojas caedizas. La vida, la vida llenaba a borbotones mi soledad.

II
 Cuántos recuerdos han venido a mí, al volver las hojas de este álbum; cuántos nombres queridos o admirados. Y pienso con melancolía cómo la corriente de la vida nos arrastra, dejando desprenderse jirones de nuestro corazón, que flota en círculos cada vez mayores, hasta irse muy lejos…

III
 Persistente ilusión aquella por la cual relegamos por regiones distantes y casi inaccesibles, a los pueblos felices, como los griegos a los hiperbóreos y los europeos de Occidente a la gente regalona de Jauja. La gran desventura de la realidad, ésa está aquí pegada a los ojos.

IV
 Esa mañana las ramas de los álamos parecían esponjarse suavemente. Un céfiro muy manso las animaba. Todo parecía desperezarse. Truenos sordos y prolongados nos decían que la tormenta de la noche se engolfaba en el mar todavía inquieto.

V
 Abro mi ventana, y una sierpe verde, que cabecea ligeramente, avanza hacia mí. Parece mirarme, y preguntarme: ¿Te asustas? Es una guía de enredadera que viene de abajo, del jardín, e irrumpe en mi cuarto con el desenfado del mundo vegetal, que nada sabe de nuestros remilgos sociales.

VI
 Resuena el tic tac del caballo sobre el duro asfalto; se dispara como un volador el silbido del auto; pasa relampagueando la motocicleta; en lo alto vibra el aire al sereno aleteo del avión; y todo lo envuelve y ensordece la pesadez de la mañana plomiza y soñolienta. Pugna la vida cada vez más intensa por gritar: aquí voy. Y la naturaleza pone, sobre lo que bulle y lo que duerme, su indiferencia glacial.

VII
 El sol naciente acaricia las cimas de los álamos y las polvorea de oro. Las ramas lo saludan con tenue cabeceo. Detrás el cielo gris pone un fondo plomizo a la escena. Contraste rembranesco con que la mañana adormece mi melancolía.

VII
 A las ramas que se mecen ante mi balcón se le han secado las hojas. La savia de que nutre siente pereza de subir tan alto. ¡Ay! así el pensamiento tanto más frágil cuanto más remontado. Necesita del humus de lo vulgar, y le huye.

 1928

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