Pedro Marqués de Armas
La génesis de “Vesania
zahorí”, los doce extravagantes sonetos con que José Zacarías Tallet anunciaba
en 1921, a modo de parodia, el agotamiento del modernismo, la ha explicado el
propio Tallet en dos escritos suyos que solo se conocerían ampliamente en 1979.
He dejado en entradas
anteriores fragmentos de ambos textos, “Yo poeta” y “Autobiografía”, así como
el soneto que da comienzo al cuaderno en cuestión, el titulado “Confiteor
feérico”.
Tal como el autor de La semilla estéril expresa, “Vesania zahorí”
fue un juego, un ejercicio de exhibicionismo fonético con el que solo pretendía
divertirse, tomándole el pelo al columnista de El Mundo, Billiken, quien por entonces arremetía patético contra
algunos posmodernistas.
Tallet lleva al límite
el estilo ya de por sí liminal de la “Tertulia lunática” del
uruguayo Herrera y Reissig. A un registro enigmático y exaltado, pero conseguido, responde con
una sarta de jerigonzas burlescas, de matices lúbricos, donde cubanismos, latinismos, neologismos y citas cultas a la tremenda confluyen socarronamente, firmadas por un tal
Dante Chateaubriand Fernández.
Quiso, en
correspondencia con recuerdos de su adolescencia, y acaso para asegurarse de que
aquella broma fuera tomada como tal, apelar a un “precursor inconsciente”. Fue así
que dedicó los sonetos al célebre poeta matancero Seboruco, al que
conociera en la década de 1910, si bien se limitó a citar las iniciales de su
nombre: A. H. A. Como el libro en su
conjunto, tal clave solo podía estar destinada a un grupo de poetas y pintores
amigos.
“Vesania zahorí” pudo
perderse para siempre, por lo que integraría hoy ese catálogo siempre extensible
de “pérdidas cubanas”. El manuscrito mecanografiado se extravió en manos del
periodista español Manuel Aznar, y Tallet tuvo que reconstruir de memoria los
sonetos, salvando algunos íntegramente y otros en parte, respecto al original.
No se publicaron hasta
2007, a ocho décadas de creados, cuando Fernando Carr Parúas los incluye en
el capítulo “De una broma a la fama”, de su enjundioso Cosas jocosas en poesía y prosa de José Zacarías Tallet; más tarde,
en 2014, Alfredo Zaldívar los incorpora a su recopilación de poemas de
Seboruco, Con mucha melancolía.
No existe aún, sin
embargo, edición propia del cuaderno, a pesar de tratarse de una de las piezas más significativas de la poesía cubana, sobre todo, por su contraste con
una tradición predominantemente seria y, a menudo, abismada en la falsa
excelencia.
Tallet siempre supo, y
así lo confesó, que aquellos estrafalarios sonetos abrieron el camino hacia su
obra poética, la que se fragua a partir de 1923.
Tal vez la poesía
“narrativa” más eficaz del tránsito hacia las vanguardias, toda ella inversión
jocosa, aunque a ratos enfática, de los valores modernistas, en pos de un “principio
de realidad” por el que más de una vez fue calificada de anti-poesía.
Leyendo desde la
perspectiva actual estos sonetos, no puede uno sino inscribirlos en cierta
tradición hispánica del disparate, pero también, y esto es clave, dentro de una
retórica de la locura que destaca, paradójicamente, por su consciencia, esto es, por el intento de expresar, mediante un juego, algo que se sabe “inconfesable”.
En esa dirección
apunta el título: demencia, frenesí, pero también perspicacia, clarividencia.
“Vesania” no solo
parodia el estilo y el ritmo modernistas, sino que extrema esa parodia al tomar
la “Tertulia Lunática” como referente, y al colocar a Seboruco en el pórtico. Si Lezama señala un
parecido entre la “Tertulia” y “La Ronda” de Zequeira, por lo que tienen ambas de
alucinadas, cabe también indicar lo
que estos sonetos subvierten y, secretamente, controlan.
La lista es larga y bastaría mencionar algunos lugares: el ingenuo orientalismo de “En la Hamaca” de Tejera; el desbordado satanismo de las “Excéntricas” de Byrne; el culto pictórico y formal -en última instancia, culto al sentido- propugnado por los posmodernistas; y tentativas como La Ruta de Bagdad de Regino Pedroso, y ese rococó nacional que es el cansino La Zafra de Agustín Acosta.
Verdad que se trata,
en el caso de los últimos, de libros posteriores, pero son justamente ellos los
que indican el agotamiento del modernismo en Cuba.
El mismo año de
“Vesania”, por fin Boti daba un giro a su escritura con El mar y la montaña, claro primer indicio de vanguardia.
Súmense las efusiones
del “perdulario” Barba Jacob, y la falta, en ese justo momento, de un horizonte
profano que asomaría solo con el segundo Martínez Villena, el malogrado autor de
“Canción del sainete póstumo” (1923).
No fue la última vez
que Tallet parodió a Herrera y Reissig, a quien debe, claro está, la “revelación”
del límite al que había llegado la producción de sentido, límite que era
necesario “delatar” apelando al juego con los significantes y sometiendo todo
exceso, toda locura metafórica (incluso una locura genial como la de "Tertulia"), a la prueba de la parodia.
Veamos, por ejemplo, su
décima “Palabra vesánica”, donde la referencia al “precursor” Seboruco se
instala en el último verso.
Noche de ronda fañuca
y de heterodoxos
bretes
noche de los peperetes,
lóbrega noche fañuca.
Escolopendra cayuca
repleta gozosa y senil
y la viuda de un
mandril
patidifuso y sarniento
delira con triste
acento:
“sale el toro del
toril”.
Tallet siempre se
proclamó “el más loco de los locos”, a la vez que padeció el conflicto de
postergar la publicación de su obra y el todavía más acentuado de sentirse un
“poeta vergonzante”.
El humor de buena parte de su poesía, y el de “Vesania
zahorí” en particular, tiene en el soneto de Quevedo, “Al estilo de Góngora”,
su antecedente más resuelto. Desde luego, caben en esta genealogía pedazos de
Zequeira, la “Camelania espelucífica” de Pérez Zúñiga, y las holgadas cuartetas
del vate matancero.
2 comentarios:
Excelente caracterización de la poesía del gran Tallet, cuya valoración meliorativa también inauguramos escritores de mi generación, como Wichi (El Rojo) Nogueras. El autor quizás debió referirse, como evidencia que apoya su argumentación, al Tallet cazador de erratas, sus "Gazapos" inolvidables, que le dieron una enorme popularidad en los círculos culturales del país Tuvo una capacidad de burla, de extrañamiento de sí mismo, que muchos admiramos y compartimos.
Gracias, Prats, por el comentario. Sí, fue tu generación la que sacó a Tallet del silencio. Lo recuerdo en La Moderna Poesía, allá por 1981. Y claro, aunque no los tengo aquí (se publicaron, creo, en dos volúmenes), leía entonces los "Gazapos". Queda su poesía y su manera de leer, voz tremenda, en algunas grabaciones. Saludos, Pedro.
Publicar un comentario