Emilio Roig de Leuchsenring
El cubano, como avestruz tropical que es, parece siempre un
recién nacido, ignorante de cómo vino al mundo y de lo que ocurrió en su país y
en el universo antes que el naciera. Y llega un viejo, y desempeña los más
altos cargos públicos, actuando como recién nacido, como avestruz.
¿Sabías lector que en Cuba, a través de todos los tiempos,
han abundado los avestruces? Seguramente la mayoría de nuestros lectores sólo conoce esa
gigantesca ave por las fotografías publicadas en libros, revistas y diarios, o
por el cine, sin que haya mantenido trato personal con la misma; y sin embargo
es un hecho cierto y positivo que todos los lectores tienen amigos y conocidos
que son perfectos y completos avestruces, y hasta, a lo mejor, tú, lector, y
yo, hemos sido avestruces en más de una ocasión.
Me atrevo a formular estas audaces afirmaciones después de
haber escuchado la magnífica conferencia que ofreció recientemente en la
Institución Hispanocubana de Cultura el doctor Enrique Gay-Calbó; pues él
demostró de manera plena que el cubano era el avestruz del trópico, y no sólo
porque fuese tragón, corredor y agachado, como el avestruz, sino porque, como
esa ave, acostumbraba esconder la cabeza para ignorar el peligro que le
acechaba. El avestruz, según refiere Gay-Calbó, presenta esta peculiaridad
observada por viajeros curiosos: «al ser sorprendido el enorme animal sin
posibilidad de fuga, recurre a la inocente estratagema de esconder la cabeza en la arena o debajo del
ala, para ignorar el peligro; así pierde la libertad, la vida y las plumas, tan
necesarias para el vanidoso lujo "humano". Y acota a renglón seguido:
"Cuba no tiene desiertos en los cuales pueda vivir esta especie, pero no
obstante en Cuba hay avestruces. El cubano es un avestruz nacido y criado en
esta isla tropical».
Y lo es porque cierra los ojos y hace que se esconde «para
no enterarse de las realidades en torno, para vivir sin darse cuenta de las innúmeras
asechanzas que lo rodean», porque «es maestro en hurtarse ante la verdad y en
negar su comprensión a lo evidente, a lo inevitable, cuando no le es grato a su
vanidad o a su falso sentido de la conveniencia».
Por obra y desgracia de esta inveterada costumbre criolla,
el cubano ha vivido siempre, en su tierra, precariamente, y jamás se ha ocupado
de estudiar el pasado para mejor desenvolverse en el presente y prepararse para
el porvenir.
Todos los pueblos necesitan, si quieren vivir vida estable,
larga y fecunda, conocer su historia, descubriendo en ella los orígenes y las
causas de sus males presentes, de sus tropiezos y dificultades, todos los
pueblos, menos el cubano, con la agravante en nuestro caso, de que aun
haciéndosele ver al criollo que los contratiempos de cada día no son más que
las consecuencias de contratiempos, no enmendados, de ayer, cierra los ojos, se
niega a admitir consejos y advertencias, renuncia a todo estudio e
investigación y continúa su vida precaria de tropiezos y caídas.
Señala Gay-Calbó como la más contundente prueba de esa
ceguera congénita y esa contumaz ignorancia del criollo, el desconocimiento
absoluto que éste ha tenido siempre de que Cuba es una isla.
En efecto, toda la conducta interna y externa, política,
económica y social seguida desde los tiempos coloniales hasta nuestros días por los cubanos de
todas las épocas -salvo muy raras excepciones de criollos, verdaderos
estadistas- demuestra que el cubano no se ha dado cuenta de que vive en una
isla, de cómo es esta isla y dónde está situada ella. Bien es verdad que los
españoles tampoco se dieron cuenta de esa trascendente realidad. Sólo un rey
-Fernando el Católico- comprendió «la importancia de nuestro país para el
propósito de afirmar y sostener por siglos el imperio español en
América», y utilizó a Cuba, isla, como lugar de aprovisionamiento para las
naves que venían de la Península a estas tierras de Indias, «a fin de que los
expedicionarios se surtieran debidamente antes de internarse en las hostiles e
inhospitalarias selvas de la tierra firme». Esto era en los tiempos de la
conquista. Pero después los gobernantes españoles permanecieron doscientos años
sin acordarse de que Cuba era una isla de suelo prodigioso y situación
excepcional en el Nuevo Mundo. Fueron, de esta manera, los avestruces padres de
sus hijos, los avestruces criollos. Cuba, llave del Nuevo Mundo, la tierra más
feraz del orbe, permaneció cerrada totalmente al comercio universal, hasta que
la dominación inglesa en La Habana de 1762, época durante la cual se abrió
nuestro puerto al tráfico comercial y se incrementó la agricultura mediante la
concesión de facilidades a la trata africana -y en esto estriba, a pesar de lo
expuesto contrariamente por el señor Ximeno, la significación y trascendencia del
corto dominio británico en Cuba- viéndose obligados, después de la restauración
española, los gobernantes peninsulares a mantener en cierto modo, la libertad
de comercio y a dar facilidades a la agricultura. Pero aun así fue muy relativo
el provecho que en los restantes siglos de dominación en Cuba supieron sacar
los avestruces gobernantes españoles, de la condición insular de Cuba.
Gay-Calbo hace ver cómo un habanero ilustre, procurador del
Ayuntamiento capitalino, don Francisco de Arango y Parreño, «descubrió a Cuba
como isla ante los gobernantes españoles, habló de sus enormes posibilidades y
de las riquezas que no buscaban aquí los explotadores del imperio colonial y
que sin embargo podían encontrar en nuestra isla con esfuerzo y previsión».
Años después, Humboldt, redescubrió a Cuba, isla. Pero todo inútilmente, pues
«en Madrid había también avestruces. Avestruces monarcas, ministros, capitanes
generales. No se leía, o no se entendía. Imprevisores con su omisión y con su
acción. Siguieron siempre la política estéril, del que quiere ignorar, esa
política de avestruz tan peligrosa para los países como el nuestro que
necesitan conquistar día a día su estabilidad en todos los órdenes». De modo
análogo hemos procedido los cubanos, de 1902 a la fecha. Cada vez que algún
sociólogo, economista o costumbrista, menos avestruz que el resto de sus
conciudadanos, advierte la urgencia de actuar en los asuntos públicos de
acuerdo con las posibilidades que a Cuba ofrece su condición de isla, los
avestruces gobernantes esconden la cabeza para no tomarse el trabajo de
estudiar los problemas que se les plantean, y poder seguir sin tropiezos su marcha
triunfal de gobernantes que no persiguen más finalidad que el lucro personal,
pues jamás se han preocupado de las necesidades nacionales.
Cuba, isla, en los 36 años de República, no tiene aún ni
política comercial ni marina mercante, y por eso andamos, como andamos,
impulsados únicamente en nuestro desenvolvimiento económico, por la casualidad
o por la fuerza mayor de las conveniencias políticas y económicas de otras
naciones con nosotros relacionadas, Estados Unidos e Inglaterra,
principalmente.
Como bien dice Gay-Calbó, Cuba «ha sufrido o gozado de vacas
flacas y de vacas gordas, sin la menor intervención de sus hombres», españoles
o cubanos.
En los períodos de miseria y de crisis, jamás hemos tomado
medidas para salir de esas difíciles situaciones y poner remedio a los males
que se padecían; como buenos avestruces, hemos escondido la cabeza, confiando
en el mañana, en un mañana de cucas gordas. Y cuando este mañana se ha
convertido en lluvia de oro, nos hemos entregado de lleno a recoger las
relucientes monedas y los lustrosos o mantecosos, pero siempre apetecibles
billetes, con la misma indolencia con que nuestros abuelos esperaban que el
cielo les deparase la lluvia para llenar sus aljibes y abastecerse de agua.
Una y otra vez se han repetido en nuestra historia las
épocas de vacas gordas y cucas flacas, y una y otra vez los cubanos, avestruces
del trópico, no hemos tomado medida alguna para que las vacas flacas engorden,
o para que las vacas gordas no enflaquezcan repentinamente, sumiéndonos en la
miseria más espantosa y desoladora.
Bien reciente tenemos el fantástico período de abundancia y
riqueza de la danza de los millones durante la ultima guerra mundial. Entonces,
ávidos de oro, los puertos de Cuba se abrieron a una nueva trata negra,
procedente, no ya de África como antaño, sino de Haití y Jamaica, y estas
inmigraciones indeseables, no por su color, sino por su condición de
trabajadores baratos, contratados y tratados peor que los esclavos de la
colonia, si en el momento satisficieron el ansia desmedida de máximas
utilidades mediante el mínimum de gastos, de hacendados y colonos, produjeron a
la postre una perturbación general, de orden económico y social, en todo el
país, el que aun sufre las consecuencias de esa dolosa imprevisión de aquellos
gobernantes, hacendados, colonos y políticos, avestruces tropicales. Fue
entonces también cuando teniendo como único programa nacional el producir
azúcar hasta lo infinito, se talaron nuestros bosques, y toda la República se
convirtió en un enorme cañaveral; se abandonó el cultivo de frutos menores, se
olvido la ganadería y se echaron a un lado todas las industrias que no fuera la
de producir azúcar. Fue entonces que los avestruces criollos, con la cabeza
metida en un saco de azúcar, se imaginaron que los altos precios eventuales de
aquel momento iban a eternizarse, y se instalaron centenares de grandes
centrales, se compraron costosísimas maquinarias… y un buen día, el azúcar
empezó a bajar, a bajar, a bajar: las vacas flacas se presentaron, y con ellas,
poco mas o menos, convivimos aún.
Pero los criollos, avestruces del trópico, no nos enmendamos
de nuestra inconsciencia e imprevisión. Y hoy, ante la posibilidad de un nuevo
conflicto internacional, estamos ya en espera de otras vacas gordas, de otra
danza de los millones.
Esta imprevisión e inconsciencia de los avestruces criollos
las encontramos, igualmente, en la facilidad y desfachatez con que se aceptan
cargos públicos, sabiéndose que se carece de competencia para desempeñarlos. Se
es secretario o senador o representante o alto funcionario del Estado, de las
provincias o los municipios, simplemente por el sueldo y sus adherencias, aunque
no se conozca una palabra de la rama administrativa correspondiente al cargo
desempeñado, o no se tengan ni siquiera nociones de los problemas de todo orden
de que un legislador deba estar enterado, o por lo menos de alguna materia
agrícola, comercial, industrial, educativa en que se esté previamente
especializado.
El cubano, como avestruz tropical que es, parece siempre un
recién nacido, ignorante de cómo vino al mundo y de lo que ocurrió en su país y
en el universo antes que el naciera. Y llega un viejo, y desempeña los más
altos cargos públicos, actuando como recién nacido, como avestruz.
No es de extrañar, por lo tanto, que llevemos una vida,
siempre en precario, de tumbo en tumbo, de tropiezo en tropiezo, saliendo de
unas crisis para entrar en otras peores, como pueblo, en fin, de avestruces,
por avestruces gobernado y administrado.
Tomado de Opus Habana, 3 de noviembre de 2008.
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