Volodia Teitelboim
Había jurado no
invitar nunca al futurista Marinetti ni dejarse llevar por el ruido de las
hélices. Pero, cuando en mayo de 1927 el Spirit of Saint Louis, con un
piloto solitario, aterrizó en el aeropuerto Le Bourget de París, realizando el
primer vuelo trasatlántico, Huidobro participó de la euforia, estimó necesario
escribir su Canto a Lindbergh, un poema sobre todo para consumo
norteamericano, del cual se conoce la versión inglesa y se exhuma con
dificultad su texto original en español. Es la imagen del hombre que revolotea
por el aire, arrastrando sombras remotas, respirando el olor de planetas nuevos,
correteando como un perro por la Vía Láctea. ¿Una premonición de Laika, la
pequeña cosmonauta canina que ladró a la muerte en el cosmos? No le reserva
toda la gloria a Estados Unidos:
… “Por ello yo, en mi lengua española,
en mi idioma
sonoro con retumbar de olas,
idioma que se
habla en las tres carabelas
que descubrieron el mundo en el que tú naciste
te saludo y te canto,
porque tu hazaña evoca la historia de mi raza,
la proeza de
España.
Su desconocimiento de
inglés no es la única razón para escribir el poema en su lengua natal. Por lo
visto está pensando en español y en escribir el Cid. Si ha cantado a Lindbergh
es porque de algún modo -gringo y todo- lo siente alma gemela. Se ha atrevido a
atravesar solo el Atlántico. Es la respuesta a Colón viajando por el cielo más de cuatrocientos
años después. Es la ruta al revés y no surcando aguas sino nubes, espacio,
nimbus tempestuosos. Exige imaginación, coraje, hacer lo que no hizo nadie. Casi,
casi, una hazaña V. H.
Huidobro, la marcha
infinita, Editorial Sudamericana, 1993.
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