domingo, 16 de junio de 2024

El poema que Huidobro publicó en La Habana


 Pedro Marqués de Armas


 No menos insólita que la escala de Vicente Huidobro en La Habana, fue la publicación en esa ciudad de su extenso poema “Canto a Lindbergh”, inspirado en la proeza del piloto norteamericano Charles A. Lindbergh, quien cruzó por primera vez el Atlántico volando entre Nueva York y París.

 El poema apareció en el Diario de la Marina el 31 de julio de 1927, esto es, a poco más de dos meses del acontecimiento que lo inspira. Y aunque ha trascurrido casi un siglo desde su publicación, el hecho pasó y sigue pasando inadvertido a los estudiosos del poeta chileno. 

 Imbuido por sus éxitos en Nueva York y sus proyectos para Hollywood, Huidobro lo escribe -se ha dicho- originalmente en inglés. Esa versión en apariencia original, rescatada por el investigador René de Costa de su papelería, fue traducida al español en 1988 para el monográfico de la madrileña Poesía: revista ilustrada de información poética

 No fue hasta entonces que pudo conocerse esta traducción postmoderna, por llamarla así, del supuestamente inédito “Canto a Lindbergh”. Por suerte, la confrontación del poema aparecido en el Diario de la Marina con la elaborada versión del monográfico confirma, en buena medida, que fue el propio Huidobro el traductor de su poema. Dos traducciones, por tanto: una del autor permeada de su espíritu y su época; y otra, loable, pero en cualquier caso extemporánea y obediente a otros requerimientos, como mayor cuidado o corrección del lenguaje.

 Si bien la revista incluye imágenes del original mecanografiado en inglés, desafortunadamente estas no resultan legibles por su escaso tamaño.

 Como se sabe con relación al francés, no fueron pocos los poemas que Huidobro trabajó a la par -y con idéntico esmero- en ambas lenguas. Su propósito consistió siempre en obtener poemas de igual mérito cruzando los versos e incluso contaminándolos de galicismos; pero diseminando a la vez cualquier sospecha de precedencia. No hay copias, solo originales.

 Estamos aquí ante procedimiento diferente: Huidobro no manejaba el inglés con la misma maestría y, más que procurar dos creaciones del igual nivel, habría derivado del inspirado original en inglés una versión en español a la que -siguiendo el carácter de ocasión del poema, la circunstancia en que fue escrito y, como parece, su traducción “exclusiva” y por eso mismo apresurada para el diario habanero- no dedica suficiente trabajo.

 Como consecuencia, existe un original curiosamente olvidado, no publicado en su supuesta primordial factura; como mismo una supuesta copia en la propia lengua del poeta, lengua en la que, en principio, no fue pensado el poema mientras se le factura. ¿Sería así?

 Vayamos por parte. “Canto a Lindbergh” es un poema de circunstancia. Con nadie podía identificarse mejor Huidobro que con el aviador norteamericano -todavía más en aquel contexto. Pocos hechos exteriores pudieron conmoverlo tanto, al punto de usarlo y dejarse usar casi a modo de “raptus”, aunque también -es obvio- con calculada oportunidad.

 En definitiva, Lindbergh venía a confirmar una vocación aérea cuya prioridad Huidobro podía patentar. Es más, que había patentado en sus manifiestos. En “El creacionismo” escribe respecto a sus invenciones poéticas: "Lo realizado en la mecánica también se ha hecho en la poesía". Nada más huidobriano que el cumplimiento de ese sueño que fusiona el motor de la ciencia y el de la poesía.

 Huidobro recorría en efecto los estudios de la Metro Goldwyn Mayer, cuando el aeroplano despegó en Nueva York el 20 de mayo de 1927 a las 7 y 52 hora norteamericana. El dato es exacto. El primer vuelo transatlántico duró treinta y seis horas, aterrizando Lindbergh en el aeródromo parisino de Le Bourget a las diez de la noche del día siguiente.

 Cerca de 150.000 almas esperaron la llegada del Espíritu de San Luis, y millones no pegaron ojo en todo el mundo aguardando el desenlace. El poeta fue uno más entre los insomnes. O tal vez durmió esa noche a pierna suelta, y su insomnio aconteció otra noche, mientras escribía de un tirón su exaltado poema.

 En Outside Stories, así como en el prólogo a la edición norteamericana de Altazor, Eliot Weinberger recuerda que, conmovido por la proeza del joven aviador, Huidobro llegó a anunciar que donaría su premio al mejor guion de la League for Better Pictures –unos diez mil dólares que acababa de ganar– para la construcción de un monumento a Lindbergh. Y asegura de paso que el proyecto no prosperó, escribiendo aquel largo poema en inglés.

 Desde luego, lo más probable es que poema y anuncio –es decir, inspiración y publicidad– hayan eclosionado juntos.

 Por otro lado, la estadía de Huidobro en Estados Unidos coincide no menos con la llegada de Lindbergh a Boston. Por lo que bien pudo escribir el poema al regresar el aviador a aquella ciudad el 22 de julio de 1927, es decir, un día antes de recibir su premio cinematográfico -si no al recibirlo. Ocurre que solo una semana más tarde -el 31 de julio- aparecía en La Habana.

 En fin, resulta del todo curiosa y enigmática su aparición en Diario de la Marina en tan escaso tiempo, lo haya escrito en mayo o en julio. También, el que se publicara bajo la firma de Vicente García Huidobro, es decir, con su nombre civil y no con el literario; y, por último, el que apareciera precedido de una breve nota dando cuenta del “envío” que, sin embargo, no arroja una sola pista más:

 “De las manos ilustres de D. Gonzalo de Aróstegui hemos recibido la presente composición del notable poeta y crítico chileno Vicente García Huidobro. Agradecemos a tan distinguido amigo el gentil envío, en nombre de nuestros lectores”.

 Fundador de la Sociedad Cubana de Pediatría, ya entonces frisando los setenta, Gonzalo Aróstegui del Castillo vivió largos años en Nueva York y Brasil. Su presencia en revistas culturales (no solo médicas) era bastante activa. Poeta ocasional, fue amigo de Julián del Casal en su juventud. En los años veinte, presidió la Asociación de Escritores y Artistas Americanos y, entre otras gestiones, cooperó en la edición de las Obras Completas de José Martí.

 En sus Diarios, Zenobia Camprubí lo recuerda como un anciano inquieto y gracioso, a la antigua, que hablaba de España con relamería, como si hubiera pasado allí media existencia. Mientras Gastón Baquero lo rememora “leyendo un poema de Aurelia Castillo de González en el salón de Dulce María Loynaz”. La cercanía con Baquero, también en la vejez del pediatra, tal vez venga de sus mutuas relaciones con José I. Rivero, pues Aróstegui colaboró con alguna frecuencia en el Diario de la Marina.

 Traducía, para demás, de varias lenguas.

 En fin, muchos datos, pero total ignorancia en cuanto a sus vínculos con Huidobro, si es que existieron. En cualquier caso, la pregunta es cómo llegó a sus manos el poema. No queda más que especular: que Aróstegui haya coincidido con Huidobro en Nueva York y este le entregara esa versión en español para los lectores cubanos e hispanoamericanos. 

 Al comentar hace unos años este hallazgo bibliográfico -y por desconocer entonces la traducción del monográfico, probablemente de René de Costa- sopesé la posibilidad, para desecharla de inmediato, de que Aróstegui mismo lo hubiera traducido. Sería una traducción tan perfecta que solo podría obedecer a un trance espiritual, apunté.

 “Como una serpentina lanzada de Nueva York a París atraviesas el cielo del Atlántico”, o “Cuando el aire sintió el cantar de tu hélice y el peso de tu motor alado”, son versos tan huidobrianos que solo Huidobro pudo conseguirlos en una u otra lengua. No quiere decir que todos los versos del poema sean inmejorables.

 Sin embargo, en su conjunto, sobresale como una escritura inspirada. Compararla con la traducción “postmoderna” de 1988 no hace sino reafirmar el carácter espontáneo -e incluso basto, todavía trabajable- del poema.

 No puedo, sin embargo, evitarme otra sospecha: al final de “Canto a Lindbergh” Huidobro desliza estos versos: “Y por eso en mi lengua española, / En mi lengua que tiene balanceos de ola; / La lengua que se hablaba en las tres carabelas / Que encontraron la tierra donde viste la luz / Te saludo y te canto”.

 ¿Quiere esto decir que escribió el poema el español y la versión inglesa -la copia mecanografiada- es a fin de cuentas una traducción? El hecho de que el “Canto a Lindbergh” publicado en La Habana cuente con algunos versos más, inclina a esta tesis. 

 Sumemos que otros -más autorizados- lo sospecharon antes: “Su desconocimiento del inglés no es la única razón para escribir el poema en su lengua natal”, aseguraba Volodia Teiltelbiom en Huidobro, la macha infinita después de citar tales versos siguiendo la versión del monográfico.

 El propio René de Costa, en nota al pie, lo suponía. Aunque el caso sigue abierto en diversos aspectos, todo indica -perdónese el recorrido- que el poema publicado en isla sería el original.  

 Como apuntara Eliot Weinberger, las expectativas de los futuristas sobre un poeta capaz de cantar la nueva épica aérea estaban por cumplirse. Solo que hacía falta un vuelo mayor y, sobre todo, más magno espectáculo. Que naciera, en fin, una estrella tan rutilante como las de Hollywood. Huidobro / Lindbergh era su encarnación.

 Acaso "Canto a Lindbergh” devino de inmediato eso: un ejercicio espectacular en la ruta hacia Altazor.


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