domingo, 17 de enero de 2021

Varadero de Rubén Darío

 

    Enrique Lihn 

   Veo en el mercado de la rue Clair faisanes desplumados ancianos que tomaron un baño a vapor jabalíes jupiterinos que cuelgan sobre la calzada entre gacelas y otros animales heráldicos, la forma de un cisne del que se arranca con precisión matemática la cantidad de fois gras requerida una paralizada nube supongo que de alondras, y en el interior de la carnicería me pregunto si la civilización francesa no podrá llegar hasta la mitología con un cuchillo en la mano para acoplar al ritual de navidad por ejemplo a Pegaso, “el Pegaso Divino”, este Gran Premio desollado justamente parece el resto de un monumento ecuestre con los inexplicables muñones en los flancos, junto a la cajera  que no tiene el menor interés en recordar a ninguna de las nueve musas pero en cuyos oídos resuena hasta en sus menores detalles  – de la petite monnaie - la música de las esferas; manos de una destreza incomparable y en lo demás rosas de pulpa.

   “En ella está la ciencia armoniosa

en ella se respira

el perfume vital de cada cosa.”

 Las rubias marquesas verlenianas ¿no son estas viejecillas que tactan sabiamente los flancos del cuerno de la abundancia?

seguidas por la Galatea Gongorina

  “Flor de gitanas, flor que amor recela

amor de sangre y luz, pasiones locas”,

que dice oeuf en lugar de huevo como si lo reventara cada vez que lo dice y melancoliza en su cocina el recuerdo de sus toros con el rabioso trapo de bruñir en la mano.

  “La gritería de trescientas ocas no te impedirá, Sylvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo, el ruiseñor, esté contento de tu melodía.”

 En el mercado de la rue Clair las ocas guardan un silencio de muerte preparadas para la olla de navidad por una mano maestra

 El faisán de oro se prepara de cien modos distintos y yo me pregunto si los ruiseñores se comen con un hambre que es también el de la poesía, imposible de saciar con un solo de flauta.

 Estoy leyendo o tratando de leer a un pobre español cabeza dura martillo y escoplo de cantería de la lengua, este monumento a Rubén mata el peñasco del que brota y no sobrevivirá ni al más frágil villorrio.

 Ya me lo dijo alguien días atrás: o somos geniales o somos unos perfectos imbéciles.

 Exageraba.

 Hay algo más sobre Darío en esta mesa que no oscila ni así tanto en señal de complicidad con los espíritus: la palabra seca desmigajada y ácima de Luis Cernuda:

 “Darío como sus antepasados remotos ante los primeros españoles estaba pronto a entregar su oro nativo a cambio de cualquiera baratija brillante que se le entregara”.

 Retener la palabra baratija. Todo lo demás son historias de caballería: El trueque es la excepción que confirma la regla de oro de la Conquista. Dígalo Ernesto Cardenal:

 “Apreciaban el oro pero era como apreciaban también la piedra rosa o el pasto y lo ofrecieron de comida como pasto a los caballos de los conquistadores.”

 Pero don Luis toma francamente la verdad por la manera en que la entiende en lo demás estoy por darle la razón, los gorjeos de Prosas Profanas nos aburrieron y enojaron a todos hace ya unos buenos cuarenta años hago recuerdos estrictamente impersonales.

 Según parece el ruiseñor – Después de todo, todo es nada, la Gloria comprendida”- tuve serios motivos para esperar que el busto no sobreviviera a la ciudad.

 Se dijo: No es el poeta de América,

 Y Rufino Blanco Fombona – el trueno contra el trino - diagnosticó severamente: “incertidumbre mental y racial de América”.

 Qué diablos: “En el combate entre tú y el mundo – escribió Kafka- secunda al mundo”, ¿cómo se habría podido responder al desafío de esa Opera de Cuatro Centavos?:

 “¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser a despecho de mis manos de Marqués.”

 En ese entonces – Tigre Hotel, diciembre de 1894 - Rubén Darío no era sin embargo un niño de teta, pero dos años antes una ciudad entera se le había subido a la cabeza, y una vida entera no basta para reparar este pequeño accidente.

 El entusiasmo de Jean Cassou no repara este pequeño accidente, más bien lo agrava: para él nuestro poeta es “un ingenuo venido de las profundidades de sus trópicos”, una especie de Cristóbal Colón al revés, que vino de Francia, en buenas cuentas, “para rejuvenecer, con una mirada nueva, nuestro viejo patrimonio histórico legendario, familiar”.

 No estoy muy seguro de que el tono de estos elogios sea exactamente el que le hubiera gustado quemar a Darío en su incensario particular.

 El supuesto de su poesía es que el poeta, por el hecho de serlo, mantiene un estrecho contacto, ya sea interior o exterior, con “un pueblo de desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas diosas”.

 En el balance conmovedor de sus amores no figuran, es verdad, ni duquesas ni marquesas ni diosas paganas. Pero cualquiera diría que “la divina Eulalia”, Stella y todas ellas fueron miembros de la nobleza de Francia.

 Recuérdese: “mi órgano es un viejo clavicordio Pompadour “y” A través de los fuegos divinos de las vidrieras me rio del viento que sopla afuera, del mal que pasa”.

 ¿Dónde estaba usted, realmente, Rubén, dónde estaban todos ustedes fantasiosos jóvenes de la Bella Época, marqueses, condes, rastacueros, profesores de la Sorbone, magnetizadores, actores de opereta, malos persas? ¿Qué fue realmente de “esa hora sublime para el género humano”, quiénes eran ellas?

 El joven Marcel Proust se demoró veinte años en penetrar efectivamente en los salones del Faubourg Saint Germain y esto en sí mismo no le habría valido de nada si no le hubiera reducido a la nada, al tiempo perdido y encontrado: otro mundo irreversible a éste pero revelador como lo es para el cuerpo la enfermedad que los destruye, ¿de qué nos sirve todo lo demás: sueños de grandeza, princesas chinas, “Himnos a la Sagrada Naturaleza, “música de ideas”, “sones de bandolín”, ánforas griegas, gatos?

 “París donde reina el amor y el genio”. Conforme. Pero, ¿no es el suyo Un París irreal? ¿Y qué estamos haciendo aún aquí nosotros?

 Usted debió preguntárselo, Rubén. Pero, no, todas eran respuestas, sólo se trataba de responder desde lo alto de un Olimpo artificial, con una voz engolada:

 “Abuelo, preciso es decírselo: mi esposa es de mi tierra, mi querida es de París.”

 ¿Por qué no vuelven a pensar estas cabezotas?

 Nimbados de luz de neón, cada cual con su corona de laurel de paja en la cabeza.

 Uno, el trono que teme derrumbarse; el otro una Dominación que afila sus estacas, o simples ángeles venidos a menos. Comensales sentados por orden de lo que fuere a la mesa con un apetito idéntico bustos ansiosos de sobrevivir a la ciudad, lo confiesen o no, ¿qué es lo que ocurre?

 Rápidamente nuestras cabezas se derrumban como monigotes de feria y asoman coronadas a la luz estúpidamente sonrientes gallinas que se aprontaran a dormir sobre sus laureles y a caer las unas sobre las otras durante la noche con el estúpido propósito de alterar la jerarquía de los palos del gallinero.

 Henos aquí cada cual en su templete particular posando para los fotógrafos visibles e invisibles, excelentes lectores de nuestros propios libros, críticos implacables los unos de los otros, carreristas confesos e inconfesos. Basta, viejos clochards de la poesía maldita, príncipes del bla-bla-bla, bufones, todos lo mismo.

 Y tú, desenmascárate el primero mientras tu angustia te lo permita y hasta donde la angustia te lo permita.

 No dejes que la farsa continúe sin intercalar en el programa un número Peligrosamente cómico o ridículo o patético, da igual, cualquier cosa digna de esta palabra: cosa. Un solo de trompeta contra el regimiento. Lectura de papeles privados. Repartición de caramelos. Ópera china.

  Se trata de escribir un poema con los pies. Aquí los que renuncian al sentido del humor blanco o negro. Pero no. Demasiada compañía. Los que renuncien. “se trata de escribir un poema con los pies…”

 Carta a un joven poeta. O, mejor, telegrama: No escriba Stop. Escríbase. Siempre que tenga algo que perder Stop. O siembre papas en su aldea.

 Demasiadas ganancias. Cada palabra es un monstruo de exageración y vanidad. Cada idea el comienzo de un crimen, la respuesta a otro, la madre y el padre de un tercero. Mitos, únicamente desafíos. ¿Dónde están las preguntas tranquilizadoras, el deseo satisfecho, la paz de los genitales, la verdadera ciencia ni impasible ni violenta que se ríe por los siglos de la última palabra?

 Agresividad, esto es: descubrimiento y conquista pacíficos. En lo otro la historia nos tiene acogotados. Pero ¿qué hacer entonces?

 ¿Tomar las armas o denunciarnos frente al mundo “por el mundo” “contra el mundo”? Lo demás es silencio o literatura. Poesía del trino o del trueno, para el caso da igual. Laurel o Hardy.

 Envejecemos. El gordo y el flaco avanzan por el pasillo de todos los palacios sonriendo a las banderas con el rabillo del ojo; parecen bailar genuflexiones militares, himnos, marchas folklóricas. Retroceden ante el trono gestatorio, o ante el trono a secas o ante el sillón presidencial o académico, y una simple silla vacía les produce vértigo.

 Cuestión de principio.       

 Tratan de subir a un tiempo al mismo púlpito dándose de codazos en el píloro. Bien entendido, coronados etc. Mientras conserves el uso de tu escritura, di que esos dos son tu brazo Derecho y tu brazo izquierdo o poquísimo menos. Literalmente. Símbolos de la inflación y de la deflación de tu negocio, ante todo la higiene, y ¡hablan! Luego especulan. Algo se oye desde aquí, una confusión de palabras. Cantan. Meten la pata. Se dan sordamente puntapiés en el estrado. Afinan el flautín y el contrabajo. Paciencia.

 Después de todo no es un número cómico. La “Divina Armonía” puede surgir de allí en menos de lo que canta un gallo como en la Bella Época, renovada para el gran consumo de los trabajadores de la vida y de la muerte. Marchas triunfales, trozos líricos, manifiestos, panfletos incendiarios. Lo que se les pida a esos funcionarios del espíritu: el trino y el trueno, luego vienen los aplausos.

 La envidia mutua, el Premio, el desaseo del verbo, la Alquimia de las comidas y las bebidas, los viajes, la manía persecutoria, la satisfacción, el consumo, la lucha encarnizada contra el olvido, todo lo humano, en fin, pero un poco demasiado excesivamente humano.

 Que otro diga: ¡Basta!

 La acción es un acto; la poesía una exigencia; una “revolución permanente”, un trabajo de los mil demonios.

 Reunidos en torno al ruiseñor, que a esa tempestad entre paréntesis, siga la calma, Sylvano, y que los viejos Cantos de Vida y Esperanza, me devuelvan lo que se le debe en justicia a Darío.

 “Rasgos típicos Latino-americanos” escribe una de las autoridades citadas: “el sensualismo y la tristeza”

  No es mucho pero todo, cualquier cosa, menos que nada, puede ser lo mucho en poesía esto es lo estrictamente necesario, el exceso en su justa medida, la poesía y punto.

 En “Augurios” pasa sobre la cabeza del poeta una teoría de símbolos alados y mientras se identifica con el águila y el búho, Rubén anota sobre la paloma:

  “Oh paloma

dame tu profundo encanto

de saber arrullar y tu lascivia

en campo tornasol; y en campo

de luz tu prodigioso

ardor en el divino acto.”

(Y dame la justicia en la naturaleza

pues, en este caso

tú serás la perversa y el chivo será el casto)

  La lascivia de la paloma en un campo tornasol y la reivindicación del chivo en nombre de una justicia que lo deja casto de una naturaleza frenéticamente lasciva son imágenes pánicas que “dan cancha, tiro y lado” a todas las otras en la poesía de Darío, contra el “abrazo imposible de la Venus de Milo” y los intentos varios de confundir almas de mujeres con estrellas, cuerpos con estatuas, diosas de la mitología griega con amigas francesas o simple y extraordinariamente sudamericanas, ¡fíjense en este botón!:

 “El peludo cangrejo tiene espinas de rosas y los moluscos reminiscencias de mujeres.”

  Aquí en esta filosofía “y no parado exactamente frente al orfeón del estruendoso Cisne Wagneriano está el discípulo de Verlaine, inolvidable:

  “Que tu sepulcro cubra de flores Primavera

que se humedezca el áspero hocico de las fieras

de amor, si pasa por allí”


 “Que el pámpano allí brote, las flores de Citeres

y que se escuchen vanos suspiros de mujeres

bajo el simbólico laurel.”

  La muerte afrodisíaca – tumba o cama florida - la nada como sexo de “lo fatal” ofreciéndose bajo esa mezcolanza de “frescos racimos” y de “fúnebres ramos”. Una impresionante falta de información en lo relativo al origen y al destino del ser en un individuo que se desviste frenéticamente al borde de la tumba una persona inadvertida no habría podido avanzar un paso más en esa dirección sin caerse de bruces en Dios y Rubén no era lo que se llama una cabeza sólida.

 Pero creo que de allí brotó nuestra señora “la Canción de Otoño en Primavera” y lo mejor de Darío: su ignorancia y ese “pesado buey” que vio en su niñez en Nicaragua mucho más enterado de sí mismo y del mundo que los centauros – artefactos parlantes de la Bella Época - ahora son ciertos intelectuales argentinos (con perdón de mis amigos argentinos) quienes nos dictan cátedra con una labia inagotable.

 El gran tango, al compás de esa canción podríamos haber bailado, Salomé, hasta el amanecer en Arica o Valparaíso entre los siete espejos –“rosa sexual”- dándoles vueltas y vueltas hasta la excitación definitiva después de ella y en medio de ella -olvidados del marqués de Bradomín y del Palacio de Versalles- a nuestros dolores estrictamente personales pero que se entienden mejor en una de esas quintas de Recreo” que más bien parecen “mataderos de seres humanos” que en el Palacio de Herodías.

 “Nuestra alma melancólica en conserva” estallaría Vallejo, por último de eso también se alimentó, sin embargo, con ferocidad, mortalmente, a su manera. Para Darío en cambio se trató de sustituir a los pretextos espirituales de sus rimas los fantasmas carnales de su corazón; consiguió que la voz se le quebrara o no pudo finalmente evitarlo, y en esto no hay una diferencia aplastante entre el ruiseñor y, el zorzal criollo, enigmas, siendo formas ambos de nuestro misterio lacrimógeno. El sensualismo y la tristeza.

 Stop motion.

 También es cierto que la última vez que vi viejas películas de Gardel, por mucho que yo estime al ruiseñor criollo, y aunque ése fuera un maldito cine de barrio, todo el mundo se mataba de la risa.

 Hasta aquí lo descrito en París (yo también he seguido, Rubén, el camino de París, se lo confieso deslumbrado, tristemente).

 En Varadero es otra cosa; me inclino más bien a desanimarme

 Y a tutearte anoche hablamos hasta por los codos de todo, y también de ti con Roque Dalton, Thiago, Barnet, un lúcido humorista italiano, una palmera, creo que los jóvenes poetas cubanos son razonables. Vamos a desmitificarte, chico, trataremos de desmitificarnos todos aunque sea necesario incurrir, vaya, en una falta de respeto y en lo que un amigo mexicano calificó allí a gritos de terrorismo todos gritábamos fue divertido, un verdadero encuentro

 Gianni dijo: tampoco a nosotros nos gusta Carducci pero escribimos contra él para pulverizarlo. Es decir reconocemos en él a nuestro abuelo. En cambio ustedes son demasiado duros con Darío

 Pero yo no puedo decir piadosamente de mi abuelo que fue un hombre de empresa de segundo orden y un fracaso absoluto como cateador de minas y hasta un buen caballero como cualquier otro en su época: equivocado, desprovisto de imaginación, sin que por ello insulte su memoria.      

  Rubén Darío fue un poeta de segundo orden.

 Y, como bien dijo Suardiaz, mejor no hablar de él en lo que se refiere a la cosa política sería ponerlo en serios aprietos. En 1904 despotricó contra el águila en 1906 el mismo Theodor Roosevelt, el terrible cazador, se le convirtió, en la salutación al Águila en “un hombre sensato”, “protector de portaliras”, “el jovial Nemrood” y otras vainas por el estilo. No se puede pedir una incongruencia mayor.

 Me atrevo a suponer Rubén, que en esa historia suya de embajadas, consulados, centenarios y otras hierbas no hay gato encerrado ya le había pasado lo mismo con Mitre a quien puso en su oportunidad por los cuernos de la luna, decididamente a la voz de Presidente de la República usted respondía automáticamente llevándose la mano al tarro de pelo disponiéndose a cantar salutaciones, odas, marchas triunfales.

 Debilidad por Alfonso XII el rey Oscar y por todos aquellos generales de mayor o menor cuantía.

 Debilidad por el sastre Vancopponolle – maestro en entorchados –

 Debilidad.

 No se trata de juzgarlo a usted por ello

 –Me declaro enemigo de la Inquisición o la manía de juzgar duramente a las personas inofensivas.

 Pero si se trata de poesía

 No acepto por razones difíciles y aburridas de explicar que hagamos un mito de Darío

 menos en una época que necesita urgentemente echar por tierra

 el 100 por ciento de sus mitos

 

    

 Leído el 18 de enero de 1967, en el Encuentro de Rubén Darío, Varadero, Cuba.

   

    Escrito en Cuba, Ediciones Era S. A, 1969, México.


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