miércoles, 24 de julio de 2019

La ilusión de Thomas Walsh




  Pedro Marqués de Armas 

 Cuando Thomas Walsh visitó Cuba en febrero de 1919, era un poeta de cierto prestigio, reconocido estudioso y traductor de la poesía en lengua española desde Manrique y Fray Luis hasta los modernistas, afamado además por sus versiones de algunos poemas de Darío que, junto a las de Salomón de la Selva, conformaron la edición póstuma Eleven Poems (N. Y, 1916), con prólogo de Pedro Henríquez Ureña.


 Amigo del bilingüe Selva, por mediación de él conoce a Mariano Brull y a otros poetas latinoamericanos en Nueva York y, poco más tarde, al crítico y mentor dominicano. Forman hacia mediados de 1915 un pequeño grupo que comienza a gestionar, en buena parte, los vínculos entre la poesía norteamericana y la hispanoamericana. Así evocaba Henríquez Ureña aquel momento:

Poco después nos unimos para organizar pequeñas reuniones a que asistían hombres de letras de las dos Américas. Allí, sino me equivoco, comenzaron los del Norte a poner atención en la poesía rotunda y pintoresca de Chocano, cuya visión externa del Nuevo Mundo es la más rica que hoy existe, en verso castellano o en verso inglés. Entre los poetas norteamericanos, amigos de Selva, se contaba ya Thomas Walsh, pulcro y cultísimo, ameno conversador, lleno de anécdotas sabrosas; William Rose Benet, el místico del Halconero de Dios con su moderación de modales y su elevación de ideas; el sencillo y sonriente Joyce Kilmer, caído luego en tierra de Francia.
 La amistad que se establece entre los poetas citados –a los que se suman más tarde Martín Muñoz y José Juan Tablada, e incluso, León de Greiff– implicará, además del cruce de traducciones de sus propios poemas, la publicación de no pocos artículos panorámicos y la traslación en ambas direcciones de otros muchos autores. La figura de Walsh resulta clave, en esta telaraña, por su pasión latina y por coordinar -a impulso de aquellas relaciones y sufragada por la Sociedad Hispánica de América- el proyecto de traducción más vasto de la época: la Hispanic Anthology, volumen de más de 800 páginas coronado por 200 poetas que apareció en 1920 simultáneamente en Londres y Nueva York. 

 El viaje de Walsh a Cuba dejará como rastro significativo su poema “In The Café Europa", firmado en La Habana, recogido en su cuarto libro de poemas Don Folquet and other poems (John Lane, Londres/New York, 1919, p. 103) y reproducido en inglés en la revista Social en septiembre de 1920. En la entrada anterior arriesgamos una versión del mismo, hasta donde parece, la primera en español, a cien años de haber sido escrito.

 Los motivos de la visita -por el poema sabemos de su paso por Camagüey- tendrían que precisarse mejor, pero parecen responder al propósito de cartografiar la producción poética del país en el contexto de aquella antología gigantesca. Era, pues, un viaje de trabajo poético. Viajero infatigable –había recorrido de joven Italia, Francia, Portugal y prácticamente toda España, a cuyos archivos y conventos volvería en varias ocasiones-, mirará Cuba con ojos de hispanista, verá en La Habana una Sevilla sin catedral, y el resultado será un poema extrañamente moderno, oscuro al inicio y que avanza hacia una claridad encomiástica, al convertir a la Isla en un meridiano intercultural, es decir, como la llama: “el centro de nuestra literatura continental, ¡la capital de Pan-América!”

 Un repaso de su estancia, a partir de publicaciones a mano, permite entresacar algunas coordenadas.  

Un gran admirador de España y del espíritu de nuestros pueblos descendientes de ella, el poeta norteamericano Sr. Thomas Walsh, es huésped de La Habana. CUBA CONTEMPORÁNEA ha tenido el placer de recibir la visita de este distinguido hombre de letras, traductor afortunado de escogidas poesías de Casal, de Rubén Darío, de Guillermo Valencia, de José Asunción Silva, etc., y ha recibido también el presente valioso de algunas obras suyas: The Pilgrim Kings, Gardens Overseas, y The Prison Ships. Ha hecho el Sr. Walsh en inglés una Antología de selectos poetas españoles y latinoamericanos, por encargo de la Hispanic Society of America, de Nueva York, que está a punto de ser publicada. Que le sea grata su estancia en nuestro país (Febrero de 1919, p 132).
 En el número de marzo, probablemente tras su partida, Cuba contemporánea publica “Una poesía de Casal vertida al inglés”; se trata del poema “La Perla”, precedido de un breve comentario:

Mucho agradecemos al distinguido poeta norteamericano Sr. Thomas Walsh su cortesía de obsequiarnos con esta ajustada traducción de una poesía de nuestro malogrado Julián del Casal. Para que pueda juzgarse del mérito de la traducción, publicamos también “La Perla” en castellano. El Sr. Walsh, que ha sido huésped de La Habana durante unas semanas, es gran admirador de la poesía española e hispanoamericana, y ha traducido al inglés varias composiciones de Rubén Darío, Guillermo Valencia, José Asunción Silva, Julián del Casal, etc. (…) Está a punto de publicarse, compilada por él a instancias de la Hispanic Society of America, de Nueva York, una Antología Española, en inglés, que contendrá selectas poesías de los mejores poetas de habla hispana (pp. 90-91).
 Por último, Cuba contemporánea hace pública en mayo de ese año esta convocatoria “A los poetas cubanos”:

Avisamos (…) que el poeta norteamericano señor Thomas Walsh, que no hace mucho fue huésped de Cuba, desea recibir sus obras para darlos a conocer al público de su país en un estudio que prepara sobre la moderna poesía cubana. Excitamos a nuestros jóvenes bardos para que envíen a su colega norteamericano sus producciones al número 227 de la calle Clinton, Brooklyn, New York, residencia del señor Walsh. (p. 165).
 Por su parte, Social publicó en su número de marzo, bajo el título “Dos traducciones de Walsh”, sendos sonetos de Julio Herrera y Reissig, los titulados “El cura” y “Los carros” (p. 26). Gracias a una nota de presentación, no dirigida a los textos, sino al traductor, sabemos que Walsh impartió en los salones del Heraldo de Cuba una conferencia sobre “los poetas norteamericanos y la Guerra de las Naciones”. Allí fue acogido por Carlos Mendieta, entonces director del diario, y por el compositor y musicólogo Eduardo Sánchez de Fuentes. Es probable que la recomendación haya venido de Henríquez Ureña, quien sostuviera durante años la sección “Desde Washington” y todavía en 1919 colaboraba de modo habitual en aquel periódico.

 La nota lo califica de “talentoso traductor de Heredia, Rodó, José A. Silva y Herrera y Reissig", y añade que Walsh “se maravilló de que en Cuba Republicana no hubiera ya monumentos (aunque pequeños) a Heredia, a Tejera y a Casal”. Al segundo, dijo irónico, lo representaría en su famosa hamaca. Se despidió de Social dedicando a la redacción un ejemplar de su libro Overseas garden.

 Hispanic Anthology, poems translated from the spanish by english and north american poets, colleted and arranged by Thomas Walsh vió la luz a mediados de 1920. Además del poeta de Brooklyn, entre los traductores estaban Roderick Gill, Joseph G. Clarke, Garret Strange, Alice Stone Blackwell, Muna Lee y, entre otros, un sorprendente William Carlos Williams, quien traducía poemas de Arévalo Martínez, Guillén Zelaya y Luis Carlos López. También, un clásico como William Cullen Byrant (traductor de Heredia), décadas más tarde traducido por Roberto Friol.  

 Pero el mayor número de versiones lleva la firma de Walsh. Entre otros, tradujo a Manrique, Fray Luis, Garcilaso, Quevedo, Andrés Bello, Zorrilla, Campoamor, Bécquer, Tejera, Silva, Darío, Herrera y Reissig, Machado, Tablada, Juan Ramón Jiménez y José Manuel Poveda (cuyas traducciones reproduciría El Fígaro ese mismo año).  

 He buscado en vano algún comentario de época sobre el poema. Sorprende que no se le haya traducido en su momento ni, por lo visto, después. Si lo comparamos con sus poemas sobre Goya, Velázquez y El Greco (“Greco paints his masterpiece”, tal vez el más logrado, lo traducen Henríquez Ureña y José Juan Tablada), o sobre ciudades como Toledo y Sevilla, destaca por su carácter exterior o sensorial, por el modo en que convoca a la multitud, al tráfago moderno.

 Un aguacero retiene al poeta en el Café Europa, en la estrecha calle Obispo, y ese corte forzoso, que lo apresa junto a la concurrencia, despierta la observación del entorno. Una sucesión de imágenes que buscan amplificar semejanzas, o bien diferencias, se revela entonces al ojo y al oído casi como una avalancha de matices visuales y acentos lingüísticos, imaginados siempre desde la experiencia europea –o propiamente española- del poeta. 

 Se produce un contraste entre lo especulativo y lo observado, entre la presencia viva de las gentes y el modo como se supone su historia. En cualquier caso, un montaje que intercala referencias a lo hispánico, lo indio y lo africano, junto a alusiones al pulso comercial de la ciudad, hasta construir esa imagen venturosa de un país nuevo. El contraste, que se sostiene con intensidad a lo largo del poema, decae en los últimos versos, laudatorios y enumerativos. Pero nos deja imágenes excelentes y rápidas como las siguientes: 

 He aquí la buena lógica del Renacimiento.
El espíritu de Fray Luises y Quevedos
utilizado para discutir de la guerra mundial,
los informes de las comisiones ferroviarias
o los nuevos pasos de Maruxa,
la belleza de los callejones de Camagüey.

 No es difícil adivinar las intenciones: Walsh encontró en apenas dos semanas en Cuba, lo que había buscado durante años en España: la esperanza de un renacimiento cultural. Esta búsqueda mira ahora a América, a todo el Continente, desde un Café llamado Europa. Seducido por el trasiego y la vitalidad, por el monto del placer, fusiona sin reparos poesía y ciudadanía. Desde ese Café, o más bien al salir de él, cuando acaba el aguacero, imagina una capital literaria. Una guerra reciente por medio, no apagado aún el sentimiento de derrota entre los intelectuales españoles, y el país visitado todavía en alza económica, redondean la ilusión.

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