domingo, 7 de marzo de 2021

Un camino de poesía

 

   Bernardo Ortiz de Montellano


  Carlos Pellicer, el poeta viajero de la generación nueva de México, al regreso de alguna escapada a los mares desconocidos acaba de publicar, en París, su quinto libro de versos: Camino al amparo de los mismos dioses que protegieron el desarrollo de su libro anterior: Hora y 20 la mejor selección, hasta ahora, de los diversos tonos de su poesía.

 Del guion preciso a la ausencia de puntos de los sueños, la nueva poesía puede reducirse, esquemáticamente, a signos ortográficos. A la de Carlos Pellicer correspondería la admiración, una admiración sin interrogaciones, feliz nada más con los sentidos que la proyectan hacia todos los caminos de la sensualidad y del paisaje —música, forma y color— en salto ligero y sin concentraciones, de ojos abiertos siempre, ilimitada a la corriente de formas exteriores que circulan por su piel como a la propia fluencia de sus idealismos.

  En sus poemas de viaje por América tan pronto ordena el paisaje de Curazao como desmorona la Bahía de Río de Janeiro siempre en plena acción de juego protectora, frente al temperamento romántico y tropical que le domina, de la modernidad de su poesía. En los últimos poemas de Hora y 20 y Camino, al contraste del paisaje europeo "las manos llenas de color” reaccionan con la virginidad de una ceiba americana sometida al salón de otoño de un invernadero. Esta forma instintiva de su poesía, —a veces mal humorada y a veces humorista, al tú por tú con la naturaleza— ¿podríamos llamarla panteísta a pesar de la distancia que la separa de toda preocupación por el misterio que, de acuerdo con sus primitivas reacciones, habrá de llevarla a la intuición de nuevos mitos solares? El panteísmo de la poesía de Pellicer es civilizado, deportivo, sin drama interior, de bellos tonos plásticos.

 Conservador de los instrumentos musicales de la poesía, ajeno a Góngora, Mallarmé, Valery, recrea el gozo de las palabras por cuanto deben sonar a los oídos en un sentido paralelo a lo que en la música realizan los nuevos ritmos del jazz. Quizá la modernidad sensualista de esta poesía corresponda, por su respiración propulsora y su sensualidad desenfrenada, al estilo solar de los nuevos ritmos musicales. Sólo que entregada a la alegría carece del dolor trascendente y del pliegue sentimental auténticos del blues, que en la música y el canto del africano civilizado aparecen como reacción profunda de los siglos.

 Afán de tocarlo todo, hasta la anécdota. Fe de creyente más cercana a los ojos de Santa Lucía que a las llagas de Santo Tomás. Arrebatos épicos, acentos griegos y plumas de Quetzalcoatl se mezclan con nidos de paloma en su mundo de artista primitivo y moderno. La poesía de Pellicer, como el adjetivo y el verbo de la naturaleza, actúa por sí misma en toda su belleza y su imperfección, ajena a la inteligencia espectadora y vigilante del inventor poseído de ambición de dominio. Y en esta unión feliz, externa, entre el hombre y su obra, entre el poeta y su poesía sellada ciegamente por la fuerza creadora del temperamento radica, como en los cabellos de Sansón, su irresistible validez artística.


 Contemporáneos, núm. XVI, septiembre de 1929, pp. 150-52.


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