Paulo Leminski
Antiguamente, se moría.
1907, digamos, aquello sí
que era morir.
Moría gente todo el día,
y moría con mucho placer,
ya que todo el mundo sabía
que el Juicio, al final, vendría,
y todo el mundo iba a renacer.
Se moría prácticamente de todo.
De enfermedad, de parto, de tos.
Y aun se moría de amor,
como si amar fuese mortal.
Para morir, bastaba un susto,
un paño al viento, un suspiro y ya,
se iba nuestro difunto allá
a la tierra de los pies juntos.
Cumpleaños, boda, bautismo,
Morir era un tipo de fiesta,
una cosa de la vida,
como ser o no
ser convidado.
Los
lamentos eran costumbre,
pero los daños pequeños.
Descansó. Se fue. Dios lo tenga.
Siempre alguien tenía una frase
que rebajaba aquello más o menos.
Tenía cosas que mataban, seguro.
Pepino con leche, un aire clavado,
maldición de vieja o amor mal curado.
Tenía cosas que tienen que morir,
cosas que tienen que matar.
La honra, la tierra y la sangre
mandó mucha gente para aquel lugar.
¿Qué más podía un viejo hacer,
en los idos de 1916,
salvo coger neumonía,
dejar todo a los hijos
y volverse fotografía?
Nadie vive para siempre.
Al final, la vida es un upa.
No da para mucho más.
¿Quién lo mandó a no ser devoto
de San Ignacio de Acapulco,
el Niño Jesús de Praga?
El diablo anda suelto.
Aquí se hace, aquí se paga.
Almorzó y se afeitó la barba,
tomó un baño y salió al viento.
No tiene nada que reclamar.
Y ahora, vamos al testamento.
Hoy, la muerte es bien difícil.
Tiene recursos, tiene asilos, tiene remedios.
Ahora, la muerte tiene límites.
Y, en caso de necesidad,
la ciencia de la eternidad
inventó la criónica.
Hoy, sí, personal, la vida es crónica.
O que
passou, passou?
Antigamente,
se morria.
1907, digamos,
aquilo sim
é
que era morrer.
Morria gente
todo dia,
e
morria com muito prazer,
já que todo
mundo sabia
que
o Juízo, afinal, viria,
e todo mundo
ia renascer.
Morria-se
praticamente de tudo.
De doença, de
parto, de tosse.
E
ainda se morria de amor,
como se amar
morte fosse.
Pra
morrer, bastava um susto,
um lenço no
vento, um suspiro e pronto,
lá
se ia nosso defunto
para a terra
dos pés juntos.
Dia
de anos, casamento, batizado,
morrer era um
tipo de festa,
uma
das coisas da vida,
como ser ou
não ser convidado.
O
escândalo era de praxe.
Mas os danos
eram pequenos.
Descansou.
Partiu. Deus o tenha.
Sempre alguém
tinha uma frase
que
deixava aquilo mais ou menos.
Tinha coisas
que matavam na certa.
Pepino
com leite, vento encanado,
praga de velha
e amor mal curado.
Tinha
coisas que tem que morrer,
tinha coisas
que tem que matar.
A
honra, a terra e o sangue
mandou muita
gente praquele lugar.
Que
mais podia um velho fazer,
nos idos de
1916,
a
não ser pegar pneumonia,
deixar tudo
para os filhos
e
virar fotografia?
Ninguém vivia
pra sempre.
Afinal,
a vida é um upa.
Não deu pra ir
mais além.
Mas
ninguém tem culpa.
Quem mandou
não ser devoto
de
Santo Inácio de Acapulco,
Menino Jesus
de Praga?
O
diabo anda solto.
Aqui se faz,
aqui se paga.
Almoçou
e fez a barba,
tomou banho e
foi no vento.
Não
tem o que reclamar.
Agora, vamos
ao testamento.
Hoje,
a morte está difícil.
Tem recursos,
tem asilos, tem remédios.
Agora,
a morte tem limites.
E, em caso de
necessidade,
a
ciência da eternidade
inventou a
criônica.
Hoje,
sim, pessoal, a vida é crônica.
Versión M.
Varón de Mena
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