domingo, 18 de agosto de 2024

Lo que pasó, ¿pasó?

 



  Paulo Leminski


   Antiguamente, se moría.

1907, digamos, aquello sí

  que era morir.

Moría gente todo el día,

  y moría con mucho placer,

ya que todo el mundo sabía

  que el Juicio, al final, vendría,

y todo el mundo iba a renacer.

  Se moría prácticamente de todo.

De enfermedad, de parto, de tos.

  Y aun se moría de amor,

como si amar fuese mortal.

  Para morir, bastaba un susto,

un paño al viento, un suspiro y ya,

  se iba nuestro difunto allá

a la tierra de los pies juntos.

  Cumpleaños, boda, bautismo,

 Morir era un tipo de fiesta,

  una cosa de la vida,

como ser o no ser convidado.

  Los lamentos eran costumbre,

pero los daños pequeños.

  Descansó. Se fue. Dios lo tenga.

Siempre alguien tenía una frase

  que rebajaba aquello más o menos.

Tenía cosas que mataban, seguro.

  Pepino con leche, un aire clavado,

maldición de vieja o amor mal curado.

  Tenía cosas que tienen que morir,

cosas que tienen que matar.

  La honra, la tierra y la sangre

mandó mucha gente para aquel lugar.

  ¿Qué más podía un viejo hacer,

en los idos de 1916,

  salvo coger neumonía,

dejar todo a los hijos

y volverse fotografía?

Nadie vive para siempre.

  Al final, la vida es un upa.

No da para mucho más.

 ¿Quién lo mandó a no ser devoto

  de San Ignacio de Acapulco,

el Niño Jesús de Praga?

  El diablo anda suelto.

Aquí se hace, aquí se paga.

  Almorzó y se afeitó la barba,

tomó un baño y salió al viento.

  No tiene nada que reclamar.

Y ahora, vamos al testamento.

  Hoy, la muerte es bien difícil.

Tiene recursos, tiene asilos, tiene remedios.

  Ahora, la muerte tiene límites.

Y, en caso de necesidad,

  la ciencia de la eternidad

inventó la criónica.

  Hoy, sí, personal, la vida es crónica.

 



O que passou, passou?

 

   Antigamente, se morria.

1907, digamos, aquilo sim

   é que era morrer.

Morria gente todo dia,

   e morria com muito prazer,

já que todo mundo sabia

   que o Juízo, afinal, viria,

e todo mundo ia renascer.

   Morria-se praticamente de tudo.

De doença, de parto, de tosse.

   E ainda se morria de amor,

como se amar morte fosse.

   Pra morrer, bastava um susto,

um lenço no vento, um suspiro e pronto,

   lá se ia nosso defunto

para a terra dos pés juntos.

   Dia de anos, casamento, batizado,

morrer era um tipo de festa,

   uma das coisas da vida,

como ser ou não ser convidado.

   O escândalo era de praxe.

Mas os danos eram pequenos.

   Descansou. Partiu. Deus o tenha.

Sempre alguém tinha uma frase

   que deixava aquilo mais ou menos.

Tinha coisas que matavam na certa.

   Pepino com leite, vento encanado,

praga de velha e amor mal curado.

   Tinha coisas que tem que morrer,

tinha coisas que tem que matar.

   A honra, a terra e o sangue

mandou muita gente praquele lugar.

   Que mais podia um velho fazer,

nos idos de 1916,

   a não ser pegar pneumonia,

deixar tudo para os filhos

    e virar fotografia?

Ninguém vivia pra sempre.

   Afinal, a vida é um upa.

Não deu pra ir mais além.

   Mas ninguém tem culpa.

Quem mandou não ser devoto

   de Santo Inácio de Acapulco,

Menino Jesus de Praga?

   O diabo anda solto.

Aqui se faz, aqui se paga.

   Almoçou e fez a barba,

tomou banho e foi no vento.

   Não tem o que reclamar.

Agora, vamos ao testamento.

   Hoje, a morte está difícil.

Tem recursos, tem asilos, tem remédios.

   Agora, a morte tem limites.

E, em caso de necessidade,

   a ciência da eternidade

inventou a criônica.

   Hoje, sim, pessoal, a vida é crônica.

 

 

 Versión M. Varón de Mena

 

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