martes, 9 de febrero de 2021

Erotismo

     

   Severo Sarduy 

  El espacio barroco es el de la superabundancia y el desperdicio. Contrariamente al lenguaje comunicativo, económico, austero, reducido a su funcionalidad -servir de vehículo a una información-, el lenguaje barroco se complace en el suplemento, en la demasía y la pérdida parcial de su objeto. O mejor: en la búsqueda, por definición frustrada, del objeto parcial. El "objeto" del barroco puede precisarse: es ese que Freud, pero sobre todo Abraham, llaman objeto parcial: seno materno, excremento -y su equivalencia metafórica: oro, materia constituyente y soporte simbólico de todo barroco-, mirada, voz, cosa para siempre extranjera a todo lo que el hombre puede comprender, asimilar(se) del otro y de sí mismo, residuo que podríamos describir como la (a)lteridad, para marcar en el concepto el aporte de Lacan, que llama a ese objeto precisamente (a).

  El objeto (a) en tanto que cantidad residual, pero también en tanto que caída, pérdida o desajuste entre la realidad y la imagen fantasmática que la sostiene, entre la obra barroca visible y la saturación sin límites, la proliferación ahogante, el horror vacui, preside el espacio barroco. El suplemento -otra voluta, ese "otro ángel más" de que habla Lezama- interviene como constatación de un fracaso: el que significa la presencia de un objeto no representable, que resiste a franquear la línea de la Alteridad: (a)licia que irrita a Alicia porque esta última no logra hacerla pasar del otro lado del espejo.

 La constatación del fracaso no implica la modificación del proyecto, sino al contrario, la repetición del suplemento; esta repetición obstinada de una cosa inútil -puesto que no tiene acceso a la entidad simbólica de la obra-, es lo que determina al barroco en tanto que juego en oposición a la determinación de la obra clásica en tanto que trabajo. La exclamación infalible que suscita toda capilla de Churriguera o del Aleijadinho, toda estrofa de Góngora o de Lezama, todo acto barroco, ya pertenezca a la pintura o a la repostería -"¡Cuánto trabajo!"-, implica un apenas disimulado adjetivo: ¡Cuánto trabajo perdido, cuánto juego y desperdicio, cuánto esfuerzo sin funcionalidad! Es el superyó del homo faber, el ser para-el-trabajo el que aquí se enuncia impugnando el regodeo, la voluptuosidad del oro, el fasto, la desmesura, el placer.

 Juego, pérdida, desperdicio y placer: es decir, erotismo en tanto que actividad puramente lúdica, que parodia de la función de reproducción, transgresión de lo útil, del diálogo "natural" de los cuerpos. En el erotismo la artificialidad, lo cultural, se manifiestan en el juego con el objeto perdido, juego cuya finalidad está en sí mismo y cuyo propósito no es la conducción de un mensaje -el de los elementos reproductores en este caso-, sino su desperdicio en función del placer.

 Como la retórica barroca el erotismo se presenta en tanto que ruptura total del nivel denotativo, directo y "natural" del lenguaje -somático-, como la perversión que implica toda metáfora, toda figura. No es un azar histórico si en nombre de la moral se ha abogado por la exclusión de las figuras en el discurso literario.


  Ensayos generales sobre el barroco, 1987, México, FCE, pp. 209-11. 

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