lunes, 7 de julio de 2014

Unos minutos con el recién llegado





 Duro, fuerte. Hombre de escasas palabras. El cuerpo atlético, el pelo salpicado por las canas discretas de los que sufren para llegar al triunfo. En este caso, un triunfo ganado a fuerza de puños. Un triunfo silencioso. Por eso no habla. Al aviador cubano Menéndez se le podría hacer un magnífico reportaje mudo. Se adivina el acero, la idea entrevista y el salto a la carlinga del avión, sin más rumbo que una voluntad decidida y un amor al peligro y a la aventura. Por ello, nuestras preguntas están llenas de frivolidad.
 —¿Edad?
 —Treinta y dos años.
 — ¿Casado?
 —Soltero.
 No es el camino. Podría hacerse su semblanza; pero no le comprenderíamos. La alfombra del hotel que pisa es demasiado blanda. Las palabras del periodista son demasiado tontas. Hacen falta preguntas de hierro. Y nos dice:
—El Gobierno de Cuba deseaba corresponder a España enviando el saludo fraternal por medio de un aviador. Yo recogí la idea. Tracé mi itinerario. El vuelo de Barbarán y Collar me infundió más el deseo de venir a España. Aquí estoy.
Queremos sacudir su emoción:
-¿Qué momento tuvo más sensación de peligro?
Imposible:
-Ninguno. El avión respondió bien y me sentí como en mi casa. Nada de sensaciones de peligro. El avión se maneja por medio de mandos que responden, y se llega o no se llega. No existe la emoción del peligro.
 Estas palabras nos ahogan la bonita crónica literaria, blanda y sentimental. Otra pregunta:
 -Total de recorrido...
 —Ocho mil novecientas setenta y cinco millas. Cuatro mil cuatrocientos setenta y cinco kilo metros han sido en vuelo sobre el mar. Los restantes, sobre tierra. Mi avión era terrestre.
 Ni una sílaba más. Continúa el sistema de preguntas sin respuestas. Mala profesión la del periodista. Al fin:
 —Mire usted: yo no soy poeta ni sentimental. Sin embargo, voy a decirle una cosa que realmente me ha emocionado: el vuelo sobre el Caribe. Realmente precioso. No conocía yo esa belleza. Emocionado.
 Cuando el aviador Menéndez lo dice, la verdad le acompaña. Porque el oficial cubano Menéndez no es hombre que pinta acuarelas en las orillas de los lagos. Para ello es oficial de la Armada de Cuba, nuestro país hermano. Por eso viste un traje crudo, sencillo, de mecánico. Posee muchas cruces. En España le será impuesta la del Mérito Militar con distintivo blanco en una recepción que mañana ha de celebrarse en el Ministerio die la Guerra.

 El aviador Menéndez no trae equipaje. Nos lo ha confesado ingenuamente al tiempo que mira sus zapatos. Ya se lo arreglarán. ¿Razón? Pues la siguiente: no se puede entrar así en la cámara presidencial, y mañana el Sr. Menéndez, acompañado del ministro de su país en España, Sr. Pichardo, ha de cumplimentar a Su Excelencia el Señor Presidente de  República Española.
 El aviador Menéndez no sabe si  el regreso a su país lo hará en el avión que le trajo. Tampoco sabe cuánto tiempo permanecerá en España. Ni siquiera si marchará a Asturias. Todas estas preguntas las encierra en el mutismo de esta frase, que alguien le habrá dictado al oído:
 —Espero órdenes de mi Gobierno.
 Viene a continuación la etapa brillante, en que se adivinan ojos femeninos y espumeantes copas de champaña. Resumimos: su cartera de viaje viene llena de dulces fotografías. Recepciones, una estampa nueva de Sevilla y la Giralda, Cuatro Viontos lleno de personalidados en fondo azul y con los pies húmedos de la lluvia, llegada al hotel. Miradas que dicen: "Ahí va el aviador Menéndez", una misteriosa comprobación de su pericia y visitas protocolarias.
 Como final, el Sr. Menéndez nos aclara:
 —Soy soltero y sin compromisos.
 Y el aviador Pombo, que por allí anda, puntualiza:
 -Pues como quiera la Prensa, te casas.
 Exacto, como le ha sucedido a él. ¿No es esto?
 Cuando bajamos las escaleras del hotel nos enteramos que el valiente oficial de la Armada
cubana, Sr. Menéndez, aviador insigne, es huésped de honor de nuestro Ayimlamiento.
 ¡Albricias en la feliz llegada!
 
 FELIPE MORALES
 (Fotos Alfonso.)



  La Voz, 21 de febrero de 1936. 

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