Fayad Jamís
En la mañana, al mediodía o en
la tarde, si estás cerca de 12 y 23, en El Vedado (o si avanzas por la avenida
26 o por Zapata) puede sorprenderte un cortejo que se desliza silencioso hacia
las puertas del cementerio de Colón. En 12 y 23 puedes contemplar las más
hermosas muchachas de La Habana, o detenerte en una florería o en una tienda de
objetos de mármol en los que esculpieron nombres y orlas y frases de una eterna
ternura, que los muertos nunca leerán y los vivientes no comprenderán y el
olvido se tragará solemnemente bajo el sol.
Una calle viene desde el mar y
se pierde lejos, lejos, en el campo. Una calle viene desde el mar y se pierde
lejos, más lejos, en el cementerio. Dos calles que se golpean cortándose bajo
la luz, en El Vedado. Si quieres nos sentamos a la espuma de algún café,
fumemos y aticemos nuestros ojos en la fiesta del verano. Mira qué buena está la rubia. Mejor está la
negra. Qué nalgas las de aquella que se
quedó mirándose al pasar por el espejo. Qué vulgares somos, criaturas al sol de
las Antillas, pasamos del mito del Doctor Fausto, de un tiempo voraz tragándose
al tiempo, a estas cosas primarias en que se oxida nuestro barro: la luz devora
nuestros huesos, nos cagamos en la cultura occidental, en la oriental, en los
grandes poemas épicos, en los pactos con el demonio, en los platos de frijoles
sintéticos y en las ruinas de Babilonia. Pobres engendros antillanos, güijes orejudos,
rostros pintarrajeados de blanco, de negro, de amarillo, de azul, de verde, de
rojo: carameleros, albañiles, electricistas, locos y poetas. Aquí nos reunimos
a veces, hablamos hasta por los codos (incoherentes como chivos discutiendo a Pitágoras
en una sala de espera). Nos asomamos al porvenir, reímos y orinamos la cerveza
que es como el tiempo que nos envuelve, el tiempo en que hemos crecido hasta
ser lo que somos y hasta que el tiempo es
un poco de lo poco que somos. ¿Para qué
hablar de estas cosas? No sabemos hablar en serio. Todo lo tiramos a relajo,
menos el relajo y la lluvia, menos las diferentes maneras de asombrarse ante
las maravillas que chisporrotean en cada esquina de la vida.
¿La vida? ¿Los relámpagos? ¿De
qué hablan los diarios? ¿De crímenes pasionales? ¿De la carrera armamentista? ¿De la poesía del
subdesarrollo? Alquilo Cadillac negro. Lujosísimo. ¡Más barato nadie! 30-5352. Mudanzas
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14. Reparamos dentaduras rotas al momento. Oquendo 311, apto. 8. 70-2243. Poeta
de inframundo vocea titulares de periódicos. Pone lágrimas, cólera, esperanza.
No interesa cobrar ni siquiera cucharada de sopa. Sólo pide un poco de atención:
Admite el New York Times los éxitos de
las FAL. Ataca artillería tres bases yanquis. Supera fábrica de Regla récord de producción
diaria de fertilizantes. Combaten de nuevo los árabes e israelíes. Se acusan
ambas partes de haber iniciado el Callonco. Visitó Fidel círculos de interés
científico. Charló extensamente con los alumnos y mostró gran interés por el avance
de los estudios realizados con los cítricos. Habla Goldherg de paz mientras el
Pentágono pide la «guerra total». Defienden derecho a la vivienda. Rechazan agresión policíaca a
jóvenes negros en Columbus.
Todas estas noticias son del viernes
22 de setiembre de este año 1967. Son noticias del mundo en que vivimos, del
mundo en que soñamos y comemos, noticias del mundo en que nos pudrimos y luchamos.
Leo todo el periódico y trato de archivarlo en las gavetas de mi alma pero ahora
descubro que están llenas de materias que no caben en los periódicos. Entonces
tomo este ejemplar y lo lanzo desde la ventana y me quedo mirando cómo vuela y
se aleja croando sobre la ciudad.
Desde mi mesa miro a la
madrugada deshaciéndose en las luces de 12 y 23. Un borracho llora a carcajadas,
los ómnibus se sientan para que suban los obreros. Uno va fumándose un periódico,
se entera de las mierdas que ocurren en Brasil, en Argentina. La madrugada desciende
en hilos muy delgados. Tómate un chocolate y medita en los fuegos de tu ciudad,
sigue despierto, llama por teléfono, despierta al azar una ventana y grita que
ya es de día de día de día de día de día de día. Una calle viene desde el mar y
se pierde entre dos filas de árboles. Una calle viene desde el mar y se pierde
entre muros de cal amarillenta, baja por los mármoles de las fosas, se pone a
conversar con las cenizas. Estamos en 12 y 23, donde las calles se cortan con
hachas y espejos. Entras en las caras, en las
puertas. Las paredes murmuran CON LA GUARDIA EN ALTO. Ya no quedan limpiabotas
en las esquinas. Los políticos se
tragaron sus dientes (MONGO TU CANDIDATO VOTA POR EL 9 SOY UN HOMBRE HONRADO CHANO
REPRESENTANTE). Te asomas a las
vidrieras, te detienes ante un maniquí, una botella o un ramo de rosas.
Un ramo de rosas para Jacinta
que estará preocupada por mi silencio.
Un ramo de rosas para mi niña
Eunice
que obtuvo 100 en los exámenes.
Un ramo de rosas para Andrés
que se enfermó en el trabajo voluntario.
Un ramo de rosas para Stella
que no sabe cuántas letras tiene mi nombre.
Un ramo de rosas para ti
que
soportas mi eternidad y mis planetas.
Un ramo de rosas para que me
recuerdes
mientras dure tu viaje.
Un ramo de rosas, un jarrón de
rosas,
un grito de rosas, un rayo de rosas.
En este rincón del mundo
también hubo hombres que se pudrieron de hambre. Hay perros que mean en
cualquier esquina, ruidos que intentan fulminar la soledad. Hay ese anuncio que
nos canta SOROA ARCOIRIS DE CUBA, un trapo que el viento arrastra calle abajo,
hacia el mar. Estoy de pie sobre los restos de un corral dc reses degolladas en
1594 o en 1621. Estoy de pie sobre una tumba anónima, sobre un collar de
vértebras parpadeantes. Estoy de pie sobre las cenizas de un feto, sobre el
recuerdo de un portal en que dos amantes hicieron el amor a la luz de una luna
entonces misteriosa. Bajo mis pies chillan gatos y culebras, caracoles y
látigos, se extiende una tierra húmeda, la tierra fértil de mi patria regada de
excrementos y sudores y músicas.
Es muy difícil expresar todo
esto con la vieja lengua que se consume en mi boca. Preferiría otros
instrumentos, Un hocico electrónico, un nuevo sistema de señales, una garganta
a la altura de la época para gritar penetrar murmurar calcinar cantar sollozar sondear
fulminar. En 12 y 23, no entre los anuncios lumínicos de Tokio, lejos de donde Goethe
hubiera goteado las gotas de su sabiduría. (Aquí no hay catedrales góticas y nunca nos
hemos visto en la sagrada necesidad de devorar a nuestros gatos.) La filosofía
nos queda como una camisa de once varas. Dicen que es culpa del calor, del
sexo, de los mil hechizos antillanos. Otros
opinan que la causa es la pobreza. Mejor nos queda el río de la imaginación, la
precipitación, la pasión. Mejor nos queda esta humilde camisa con la que avanzamos
hacia nuestra definitiva liberación.
Ayer me .miraste y sentí que
mi alma empezaba a gotear y evaporar una miel del color de tus ojos. Fue sólo
una mirada pero lo suficiente para que se encendiera la llama de mi amor. Tienes
que creérmelo. Estos dos corazones
atravesados por la misma flecha son el tuyo y el mío: esta postal te anticipa
lo que será de nosotros cuando regreses a La Habana y me digas que sí. Piensa en mí un momento y ven pronto, pronto. No
le niegues la razón de vivir a quien se muere de amor por ti. Juancito.
Se despidió quitándose el sombrero.
Hizo mutis por el foro. Sólo dijo una frase: «Después de mí el diluvio, las
guitarras eléctricas del Juicio Final.» Fue una buena persona, una bellísima
persona que nunca le hizo daño a nadie.
Devoró dignamente su ración de carroña, cometió unos pocos crímenes de escaso
relieve, viajó por algunos de esos países que sólo aparecen en los mapas roídos
por la humedad, trabó amistad -a su modo discreto y cortés- con muchos hombres
célebres a los que recordó muy sonriente en el preciso instante de dejarnos a
Matías Pérez cómodamente sentado en una nube del cielo de La Habana, a André Bretón
dándole patadas a su blanco perro sarnoso, y a tantos otros personajes que
podrían llenar una ciudad tan grande, luminosa y tranquila como el cementerio
de Colón. Su fin fue modesto y solemne. Cumpliendo sus deseos, no hubo
discursos ni coronas, ni pésames siquiera. Sólo una mujer -una desconocida,
creo- lloró al ilustre coleccionista de momias de ahorcados que no conocieron el
amor.
En 12 Y 23, en El Vedado, te
golpea el tufo de comidas que los dioses ignoran, las excavadoras rompen un
pedazo dc calle y una tierra roja se abre como una herida. La multitud avanza
presurosa, hay mirones clavados en las aceras. Te detienes a contemplar esos
carteles hermosos como dragones antillanos
devorando helados de fresa. En 12 y 23, un olor a pan te recuerda el sabor de
los senos de aquella mujer que una noche te dijo mi alma mi vida mi corazón mi
cielo mi niño mi amor. Navegaste lejos en sus huesos y más tarde la viste
alejarse dando saltitos como una tojosa
bajo la llovizna.
Qué febrilor devoras en estas
tardes grises. Qué grisor enamoras con tus cuatro narices. Va a llover y te
pones un poco sentimental y semental, te alimentas de deseos insatisfechos, de
jugosas violencias, de labios sobre los que triunfa tu ansiedad. Cada vez que miras
hacia el cielo, derribas siete auras tiñosas. Confiesa tus envidias, tus
temores, tus ideas ofidias, todos tus desamores, resquemores, venganzas y
olvidores. Lava tus pequeñas miserias humanas, tus moscas soberanas, los trapos
sucios de tu misteriosa razón. Fuego a la lata, hierro a la pata, mata al que
mata, ajusticia al burgués con su corbata. Qué nubario de dientes atraviesa tu
mente. Llueve tu soledad en los techos de la ciudad. Qué arañor en el agua y en
el aire. Qué calor en los huesos. Qué estupor en tu mirada casi pura. Quizás
pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá, pero
noche tras noche pensarás en mis besos, revivirás los sueños de un ensueño
perdido, y si el otro te oyera sollozar le dirás que no es nada, nada, que ha
sido el viento, en fin, que acaso te quedaste dormida, tuviste pesadillas y fue
sólo un momento.
Chipe chiro chides chili chiza chirás chila chima chino chihas chita chitu chimus chiÍo chiy chipal chipa chirás chila chici chica chitriz chide chimi chimor chidi chida ¿chiver chidad chimi chine china?
En 12 Y 23 cambias de ómnibus,
saludas a conocidos del batallón o del trabajo, contemplas ese enorme cartel en
rojo, blanco y negro que te habla de futuras victorias. Este sitio está ahora en
penumbras, escasean los bombillos, las balas tienen la palabra, los nuevos días
nacen entre aullidos. Llega la 27, apúrate, ocupa tu lugar, buenas noches, ¿cómo
anda la familia? Yo estoy sembrando en Artemisa. Suben niños y ancianos. Hay
una multitud a las puertas del cine. La
oscuridad zumba en el cementerio. Mientras avanzas te interrogas acerca de todo
lo humano y lo divino y lo general y lo colectivo y lo individual y lo infame y
lo hermoso y lo manco y lo social. Esta realidad no es sacudida
por el viento en una esquina sino más bien al revés: es ella la que sacude mis
raíces, recorre y agita mi pellejo.
Detrás de la frivolidad de las
palabras que escupimos contra un vidrio, detrás de la inutilidad de los largos
diálogos que espumean los recuerdos, detrás de mis dientes que mordieron
derrotas y lágrimas, detrás de la luz apacible están mis fémures encañonando al
enemigo, mi esternón melancólico, mis sudores heroicos, mis humildes verdades mano
a mano. Esto no es un discurso ni una carta ni un poema lírico. Más bien una
crónica en trance de madurar en el papel, una crónica ungida de toda suerte de
fugaces materias, de desperdicios que van quedando de todo lo que se va, porque
el mundo se agrieta pero saltan los
retoños, toda creación dispara su grito, y la alegría es la espuma de
los muros en que los amantes escriben VIVA
LA REVOLUCIÓN, sus nombres, fechas, y en este papel mi pobre pedazo de muro resquebrajado por el
viento yo escribo mis palabras oxidadas, difíciles de horrar o de cubrir, y
dibujo como un niño al mapa de mi isla. ¿Qué es un discurso? ¿Qué es una crónica? ¿Cuál es el secreto de la
luz que reverbera en 12 y 23?
Dígale al carnicero que su
delantal es la bandera de esta época, muela mis huesos en su mortero y reparta
el polvo por el mundo. Dígale al buitre que en mis entrañas tiene su casa.
Dígale a esa niña que se peina ante su sombra que mis zapatos están llenos de
muerte. Mi tiempo se está muriendo en el tiempo de los que pasan, en la muerte de
los que llegan. No estoy hecho de una pieza: SOY universo, fuego, mierda. Soy
un tiempo que cruje, un viento que empuja las puertas en que se ha recluido,
con su acné juvenil, despeinada la soledad. El hombre a quien saludaste en la
esquina de 12 y 23 es más que una camisa, una cabeza y un cuchillo. Mi tiempo
se desgasta en oscuros motores, en cajas reventadas, en barcos y máscaras que
humean. Mi tiempo precipitado y eléctrico. Tu tiempo pastoso y gris. Mi tiempo detenido
en una estatua sin cabeza. Tu tiempo elástico y fino rumbo a los ministerios.
Mi tiempo de bestia voraz a la mesa del tiempo. El tiempo de los viajes en la
máquina del olvido. El tiempo de las miserias
cibernéticas. El tiempo de la gran
primavera del cáncer. El tiempo de la abundancia de los más bellos artículos de
consumo. El tiempo de las pesadillas sublimes como una historia de amor en un
cinemascope made in Hollywood. El tiempo
del hambre descomunal. El tiempo de la mentira. El tiempo de las revoluciones.
Este no es el centro del
mundo, desde luego. ¿Pero cuál es el centro del mundo, señor carnicero? ¿Acaso
el centro del mundo está en su brazo mientras descuartiza una res? ¿Acaso el
centro del mundo está allí donde revienta la última bomba, donde los cadáveres,
desintegrándose, bailan y se mueren de risa, mientras usted, sentado en su oficina,
cuenta sus razones como hermosas monedas cantarinas? Este no es el centro del mundo pero es el
centro de mi mundo, el centro de la ciudad más clara de la tierra, un lugar en
que se cortan dos calles que nacen en el mar y mueren en la violencia de la lluvia,
en la limpia ciudad de la muerte. Este es el centro de mi mundo. Este es acaso el verdadero centro del mundo.
Poema final de Abrí la verja de hierro (Contemporáneos, 1973). Poema-discursivo, de versos largos,
como tantos de ese libro, para facilitar su lectura en formato blog se le estructura como prosa.