jueves, 30 de enero de 2020
martes, 28 de enero de 2020
lunes, 27 de enero de 2020
viernes, 24 de enero de 2020
Xavier Villaurrutia en páginas cubanas
Pedro Marqués de Armas
Al igual que la maleta del Conde Kostia para Casal y otros escritores cubanos fin de siècle, así de útil fue la maleta mexicana que trajo a Cuba en 1926 José Antonio Fernández de Castro. Entre los muchos libros que contenía y que pasaron de mano en mano entre los minoristas, había obras de autores apenas conocidos en la isla, como Salvador Novo y José Gorostiza, Maples Arce y List Arzubide, entre otros.
Al igual que la maleta del Conde Kostia para Casal y otros escritores cubanos fin de siècle, así de útil fue la maleta mexicana que trajo a Cuba en 1926 José Antonio Fernández de Castro. Entre los muchos libros que contenía y que pasaron de mano en mano entre los minoristas, había obras de autores apenas conocidos en la isla, como Salvador Novo y José Gorostiza, Maples Arce y List Arzubide, entre otros.
Para Mañach fue tal el descubrimiento, que
escribió una reseña sobre el suceso al tiempo que se adentraba en los ensayos de
Novo que le deslumbrarían de manera especial. Cuando se refería a Villaurrutia y Novo solía
decir el poeta y el ensayista.
Tales libros –y seguramente algunas revistas– sirvieron
a Fernández de Castro para divulgar a los mexicanos en su Suplemento del Diario de la Marina, donde, por cierto,
el Conde del Rivero proveyó todas las facilidades. No solo aparecieron autores
de Hispanoamérica, sino también franceses, soviéticos y húngaros, sin importarle
al periódico que la mayoría de esos escritores –al menos así fue del 27 al 30–
eran de izquierda cuando no, como su promotor, consumados comunistas.
No todos, desde luego. Pero lo cierto es que buena
dosis de bolchevismo impregnó el espacio dedicado a la cultura, no dominando, sin
embargo, sobre la amplia circulación literaria y artística en las páginas del tan
denostado periódico.
Xavier Villaurrutia fue uno de los poetas mexicanos
que más estrecha relación mantuvo con los del patio entre finales de los
veinte y la década siguiente. Ejemplo, sus vínculos con el propio Fernández de
Castro, pero también con Juan Marinello, Graciella Garbalosa y Jorge Mañach. Carpentier lo conoce durante
su viaje a México en junio de 1926, en una “tamalada en su
honor” celebrada en la casa de Diego Rivera. Asisten, además de Villaurrutia, Novo,
Gorostiza, Covarrubias, el Dr. Atl, y, entre otros, la poeta María del Mar y el
músico Tata Nacho.
En septiembre de ese año será Fernández de
Castro quién lo conozca, cargando con la susodicha maleta. Va a ser
Villaurrutia uno de los primeros autores que el promotor habanero divulgará en
la sección Poetas de Ahora del recién reestructurado magazine, apareciendo allí una
decena de poemas junto a la siguiente presentación:
“El poeta mexicano pertenece a la generación
posterior a la del último gran lírico de la república hermana: Ramón López
Velarde. Villaurrutia no cuenta más que veinte años escasos, y no ha sido sino
muy recientemente que publicara su único libro Reflejos del que reproducimos
aquí algunos poemas. Anteriormente había impreso una conferencia sobre la
poesía de los jóvenes en México donde examina la labor de los más puros líricos
mexicanos hasta llegar a la hora presente. Integra Villaurrutia en unión de
Novo, Gorostiza, Pellicer, González Rojo, y Ortiz Montellano, un grupo de
escritores novísimos de una cultura disciplinada extraordinaria que desde muy
temprano ofrecen en su producción caracteres propios de espíritus bien logrados
y maduros. En la labor de cualquiera de los renombrados se aprecia en primera
lectura una refinada sensación de cultura intelectual pareja con la forma nueva
de sugerente elegancia. El retrato que aparece en esta página se debe al lápiz
de Agustín Lazo, joven pintor mexicano”. ("Poetas de Ahora", Diario de la Marina, 27 de marzo de 1927).
En el número homenaje que el Suplemento
dedicará meses más tarde a la cultura y literatura mexicanas, aparecen de nuevo
poemas suyos, en un dossier
organizado y presentado por Pedro de Toledo (es decir, Fernández de Castro), una
de cuyas referencias era el ensayo “La poesía de los jóvenes en México”.
(“Poesía de la Hora en México. Breve noticia acerca de los poetas mexicanos de
hoy”, Diario de la Marina, 18
septiembre de 1927).
Signo del trato “con los cubanos” es la carta
que Villaurrutia remite para presentar a Eduardo Luquín, quien pasaría por La
Habana ese verano, y que venía acompañada de un dibujo de Luquín realizado
por el propio Villaurrutia. (“Contemporáneo Luquín”, Diario de la Marina, 5 de junio de 1927).
A lo largo de aquel año tan fértil para la vanguardia en Cuba, varios periódicos anuncian
entre las adquisiciones que llegan a las librerías habaneras, el poemario Reflejos, publicado por la Editorial
Cvltura en 1926.
El libro de Villaurrutia va ser reseñado por Mañach, quien, tras su lectura, escribió al mexicano sobre las “horas exquisitamente difíciles” que dedicó a sus poemas. Mañach calificaría sus poemas de “adjetivos”, apreciando en ellos una relación particular con el “afuera”: la de ser “dobles de las cosas” pero sin ceder jamás ante lo plástico, salvo “a condición de trocar enseguida su visión en pirueta de melancólico humorismo”. Una apreciación ajustada, la del humor irónico -un tanto lúgubre- que Villaurrutia apenas comenzaba a perfilar. (Revista de Avance, núm. 10., 30 de agosto 1927).
El libro de Villaurrutia va ser reseñado por Mañach, quien, tras su lectura, escribió al mexicano sobre las “horas exquisitamente difíciles” que dedicó a sus poemas. Mañach calificaría sus poemas de “adjetivos”, apreciando en ellos una relación particular con el “afuera”: la de ser “dobles de las cosas” pero sin ceder jamás ante lo plástico, salvo “a condición de trocar enseguida su visión en pirueta de melancólico humorismo”. Una apreciación ajustada, la del humor irónico -un tanto lúgubre- que Villaurrutia apenas comenzaba a perfilar. (Revista de Avance, núm. 10., 30 de agosto 1927).
La reseña de Reflejos precedería a la carta que el poeta envió a Mañach (y que
este “viola” haciendo público el contenido), en la que criticaba un artículo de
Roa sobre Martí, e incluso, al propio Martí. Pero en esa carta, casi un compendio
de la poética de Ulises, lo significativo era el elogio que Villaurrutia hacía
de la orientación de Avance, en
particular, su apuesta por la traducción de autores ingleses y norteamericanos. De ahí el guiño al trabajo sobre Francisco
José Castellanos, figura que algunos avancistas -no solo Mañach- intentaron erigir en ídolo de su generación, alrededor del volumen póstumo Ensayos y Diálogos. El mito no germinó. Sobrio
ensayista “a la inglesa” y traductor pionero de Stevenson, Dunsany y Edith
Wharton, entre otros, Castellanos era conocido en México, donde publicó algunas
de sus traducciones, y a Villaurrutia debió resultarle sumamente atractivo.
Planea en todo esto el magisterio de Pedro
Henríquez Ureña y, sin dudas, el de Alfonso Reyes. El primero conecta a no pocos poetas/traductores
-Salomón de la Selva, Brull, Novo, etc.-, no solo entre sí, sino con la poesía
norteamericana, al tiempo que intenta ligar a los “pequeños grupos” literarios
de Nueva York, México y La Habana, quedando el malogrado Castellanos como especie de precursor de la asimilación
anglosajona.
No muchos años después de aquella carta Villaurrutia
reconocerá, vía Reyes, la grandeza de Martí. Su amistad con Mañach se mantendrá
viva en el tiempo, como puede apreciarse en los diarios del primero.
En enero de 1928 apareció en Avance un capítulo inédito de Dama de Corazones, y en noviembre, en el número-homenaje a México que lanza ahora dicha publicación, saldrá otro capítulo y una reseña de la novela salida también de su pluma (de la de Mañach). (Dama de corazones, por Xavier Villaurrutia, México, Ediciones Ulises, 1928”, Revista de Avance, Año 2, T.3, núm. 28, 15 de nov. 1928, 301-11).
Mañach aprecia la trama en sí misma, descarta todo psicologismo, ensalza el trabajo con el lenguaje y atisba la influencia de Gide y Proust.
En carta que le envía más tarde y que reproduce parcialmente en su diario ("Variedad"), Villaurrutia trasmite a Mañach, como intentando prevenirse de expectativas y críticas, que el suyo era solo un ejercicio narrativo y que únicamente así debía entenderse:
“Hasta ahora, yo mismo, en la prosa no he pretendido sino encontrar palabras adecuadas a una sensibilidad nueva en mí y fuera de mí. Eso quiso ser mi relato (Dama de corazones) no más. Y sólo cuando lo pienso como un ejercicio puedo aceptarlo y —añadiré— sólo así es justo pensar en él. Creo que uno de mis temores literarios es el de madurar antes de merecerlo… Quiero un estilo que tenga siempre mi edad, la edad que quiero tener siempre y que es, mejor que la de un joven, la de un adolescente”.
En enero de 1928 apareció en Avance un capítulo inédito de Dama de Corazones, y en noviembre, en el número-homenaje a México que lanza ahora dicha publicación, saldrá otro capítulo y una reseña de la novela salida también de su pluma (de la de Mañach). (Dama de corazones, por Xavier Villaurrutia, México, Ediciones Ulises, 1928”, Revista de Avance, Año 2, T.3, núm. 28, 15 de nov. 1928, 301-11).
Mañach aprecia la trama en sí misma, descarta todo psicologismo, ensalza el trabajo con el lenguaje y atisba la influencia de Gide y Proust.
En carta que le envía más tarde y que reproduce parcialmente en su diario ("Variedad"), Villaurrutia trasmite a Mañach, como intentando prevenirse de expectativas y críticas, que el suyo era solo un ejercicio narrativo y que únicamente así debía entenderse:
“Hasta ahora, yo mismo, en la prosa no he pretendido sino encontrar palabras adecuadas a una sensibilidad nueva en mí y fuera de mí. Eso quiso ser mi relato (Dama de corazones) no más. Y sólo cuando lo pienso como un ejercicio puedo aceptarlo y —añadiré— sólo así es justo pensar en él. Creo que uno de mis temores literarios es el de madurar antes de merecerlo… Quiero un estilo que tenga siempre mi edad, la edad que quiero tener siempre y que es, mejor que la de un joven, la de un adolescente”.
Y añade: “Pensará usted: -¡Pero
un adolescente tiene todas las edades!
–Precisamente.”
Entretanto, Revista de Avance y el Suplemento
Literario reflejaron en sus páginas la labor de Ulises y luego la de Contemporáneos, sobre las que aparecieron no pocas recensiones.
Villaurrutia también publicó poemas en El Fígaro, y luego en Social y otras
publicaciones cubanas hasta finales de los años treinta.
Se
conoce al menos una reseña de “Nostalgia de la muerte”, por Luis G. Basurto
(Libros de México, Diario de la Marina,
29 de noviembre 1939).
Por último, tras su fallecimiento, Chacón y
Calvo publicaría un informado artículo en el Diario
de la Marina donde anuncia que las letras de América estaban de duelo y, meses más tarde, aparece en Orígenes el sentido ensayo –memoria y recorrido por su obra- del escritor mexicano Ermilo Abreu Gómez ("Xavier Villaurrutia", Orígenes, VIII, núm. 27, 1951).
jueves, 23 de enero de 2020
Un duelo de las letras de América
José Chacón y Calvo
Joven aún, había nacido en 1903, acaba de morir en México un
poeta que hizo de la muerte tema central de algunos de sus libros: Xavier Villaurrutia.
Del grupo literario de Contemporáneos, la revista que representó la nuevas
tendencias literarias en el México posrevolucionario de la tercera década de
nuestro siglo, su obra poética inicial, Reflejos, publicada en 1926, reveló
como dice un tratadista de la literatura, Prampolini, “una sensibilidad ágil y
una penetrante percepción de la realidad externa”.
La finura lírica fue
una de las notas más firmes de su poesía. Y en sus estilizaciones de algunos
momentos –digamos mejor que temas de la poesía popular-, no sabremos bien si lo
que nos parece claramente popular es un reflejo de la corriente anónima de la
poesía o de la fuerte individualidad del artista. En esta composición, Noche, que citamos fragmentariamente, se
observa de manera cumplida:
Arroyos que se han
dormido,
blancos de plata, se
tienden
en el verde los
caminos.
A aquella estrella
señera,
quedada atrás,
olvidada,
cantémosle una canción
lánguida y exagerada.
Que el eco hará la
segunda
voz, y el viento en
las ramas
acompañará la letra
tocando
cuerdas delgadas…
Estrellita reluciente,
préstame tu claridá
para seguirle los
pasos
a mi amor que ya se
va.
(Reflejos)
¿No parecen estos versos finales los de una canción popular?
Y son de un poeta que un buen número de composiciones da una
impresión agudamente intelectualista.
Prampolini (Historia Universal de la Literatura,
Tomo XI, páginas 363-364, cita “como ejemplo típico” de esta tendencia su
poesía Aire:
El aire juega a las
distancias:
acerca el horizonte,
echa a volar los
árboles
y levanta vidrieras
entre los ojos y el paisaje.
El aire juega a los
sonidos:
rompe los tragaluces
del cielo,
y llena con ecos de
plata de agua
el caracol de los
oídos.
El aire juega a los colores:
tiñe con verde de
hojas el arroyo
y lo vuelve, súbito,
azul,
o le pasa la borla de
una nube.
El aire juega a los
recuerdos:
se lleva todos los
ruidos
y deja espejos de
silencio
para mirar los años
vividos.
Otros libros de
Villaurrutia: Nocturnos (México,
1933), Nostalgia de la muerte
(Ediciones Sur, Buenos Aires, 1938), afirmaron su personalidad poética, que
deja además una labor dispersa en distintas publicaciones, principalmente Contemporáneos, la revista de la que fue
uno de sus inspiradores, que en esta hora de los homenajes se debiera acceder a
una cuidadosa selección y darle la forma mucho más permanente del volumen.
El poeta se acercó al
teatro y el tema de la muerte, que fue el motivo central de su arte refinado,
lo llevó a algunas de sus obras dramáticas y dio a su orientación moderna no sé qué acento de medieval misterio. Esta fue también, sin dudas, una de las
notas distintivas de la copiosa y dilatada producción de Xavier Villaurrutia.
El grupo de
Contemporáneos, que da a las letras hispanoamericanas algunas de las más altas
figuras (Torres Bodet afirma en la memorable publicación la triple personalidad
de poeta, ensayista y novelista), representó en el México posrevolucionario, un
anhelo universal, un culto generoso y desinteresado por las disciplinas
artísticas. Cronológicamente es de la generación anterior Alfonso Reyes, el
“mexicano universal”, pero las obras de pura creación literaria del ensayista
de las Tres Electras, ¿no ofrecen una
concordancia con las del grupo? Quizás si en este hubiera habido una mayor
preocupación humanista, podríamos afirmar que el gran exégeta de la crítica
ateniense, era como miembro honorario de Contemporáneos.
Por otra parte la revista consideró que la resonancia cada
vez mayor de la obra del poeta de Huellas (insistamos en la afirmación de que
toda la obra de Reyes, aun la de mayor rigor erudito, refleja a una fuerte y
avasalladora personalidad poética), contribuía a una afirmación de su propio
ideario estético.
La muerte de
Villaurrutia es un duelo de las letras de América. Creo que es el primero de
los fundadores de Contemporáneos que rinde su tributo a la muerte. En esta hora
de los póstumos homenajes, el que han de rendirle sus compañeros debe tender a
la mayor difusión de la obra del autor de Reflejos,
a salvar de la dispersión y del olvido su copiosa labor, esparcida en distintas
publicaciones, principalmente en la revista que es nombre del grupo y en la que
afirmó Villaurrutia las marcas distintivas de su fuerte y fina personalidad.
"Xavier Villaurrutia", Diario de la Marina, 10 de enero 1951, p. 4.
miércoles, 22 de enero de 2020
Mañach sobre Dama de Corazones
“DAMA DE CORAZONES, por Xavier
Villaurrutia.
México. Ediciones Ulises. 1928”.
México. Ediciones Ulises. 1928”.
Jorge Mañach.
Otro libro mexicano reciente.
Con sentencia de Jean Cocteau, se nos previene en el umbral: "il n'est ni beau ni laid —il a
d'autres mérites". Evidentemente, no se alude a la novela, sino más bien
al fiscalizador de sí mismo que nos da la fina versión de vida interior en que
ella consiste. Porque "Dama de corazones" tendrá "otros
méritos"; pero el cardinal —y en buena cuenta, el que más importa— es que
resulta una bella obra, de "un arte próximo al vicio, de un arte
perfecto". En cambio, a esta primera persona del relato que nos hace
confidencia de sus reacciones ante dos mujeres muy iguales y muy distintas, sí
parece cuadrarle el aviso liminar. Su psicología no es ni bella ni fea —es
ambigua. Pero tiene otros méritos: sensibilidad, fineza, elegancia, humor.
Y digo que es ambiguo su semblante espiritual porque
no acierta el personaje a determinarse en lo esencial de su propósito. Aurora y
Susana, "diversas, parecen estar unidas por un mismo cuerpo, como la dama
de corazones de la baraja". Esta imagen perfecta cifra el conflicto —llamémosle
así— del agonista íntimo: "el dilema de la imagen bicápite". Porque
el hombre siente, a veces, una vaga apetencia de amar a una o a otra.
¿Querrá
en realidad amar a alguna? El amor —nos han venido diciendo— se caracteriza por
su especificación. Amor vacilante
no es amor: es afición al amor. Marañón lo llama donjanismo; lo llama hasta cosas peores. Y,
en efecto, ciertos perfiles del vacilador denunciado por Villaurrutia nos hacen
pensar hasta en el libro reciente de M. Francois Porche, en "L'amour qui
n'ose pas diré son nom". ¿Lejanos efluvios gidistas? No me atrevería a
concretar. Insinúo una explicación posible de la psicología del personaje y del
por qué su experiencia queda irresuelta, trunca, flotando en un blando ambiente
de desgana.
Pero, en fin de cuentas, lo que realmente
importa no es la psicología del personaje ni la integridad de su experiencia,
sino que ésta se revele convincentemente. Villaurrutia ha querido hacer —y lo ha
logrado a maravilla— una novela de estados de ánimo. La experiencia es toda
interior. Hay la menor cantidad de anécdota o de episodio objetivos. Cuando el
poeta, tan certero veedor de lo plástico, vierte hacia afuera la mirada, es
para coordinar perfiles, colores, fragancias, con el panorama interior. Por eso
la novela se realiza en imágenes (armonías entre el yo y su circunstancia),
puestas al servicio del famoso stream of consciousness.
“¿Por qué razón en vida partimos en mil pedazos cada minuto?", se pregunta
el relator. Y en literatura, su versión —proustiana en esto— atomiza también
implacablemente cada minuto de sensibilidad.
Lo que se admira es, entonces, la integridad y
finura de esta introspección nueva, fría, como a través de un hombre de
cristal. Introspección sin apologética ni blandura amielesca, porque
—recordemos algunas frases significativas— excluye "todos los elementos
que hicieron del arte del siglo XIX un arte impuro". La visión se expresa
con la misma arbitrariedad, el descoyuntamiento, la incoherencia de las
peripecias interiores, "en imágenes enlazadas como las ruedas de humo de
un cigarrillo". Y con una gracia delicada y cínica, en una prosa de
límpida precisión, coloreada a veces con aquel "rubor de copa fina"
que a Aurora le monta al rostro cuando se escancia en su mirada la de M.
Miroir.
Por lo demás, recordemos que Villaurrutia
consiente que en las propias páginas se le atribuya un concepto del arte
"como un deporte distinguido y nada más. "En ese juego sin grandes
apuestas, su "Dama de corazones' resulta un doble triunfo.
Revista de Avance, 15 de noviembre de 1928, p. 331.
martes, 21 de enero de 2020
Mañach sobre Reflejos de Villaurrutia
REFLEJOS,
por Xavier Villaurrutia.
Editorial "Cultura". México. 1926.
Jorge Mañach
Aunque esta breve colección de poemas es de 1926, nos llegó ahora, avalada por el prestigio flamante de "Ulises", la sensitiva revista hermana, que Villaurrutia, el poeta, y Salvador Novo, el ensayista, editan en México. Pero ¿qué importaba, después de todo, la fecha de "Reflejos"? Estos poemas, pulcramente trabajados, herméticos —para que no se escape su fina esencia de emoción captada— son de ahora, son de siempre. Su lectura nos ha dejado —ya el poeta lo sabe, por las privadas letras— toda una semana de horas exquisitamente difíciles.
No los hizo Villaurrutia para los papelitos de almanaque. Ni para los abanicos. Ni para las veladas "culturales". En rigor, no los hizo para nada ni para nadie: se le escaparon, como puras reacciones de su sensibilidad temblorosa. Son poemas adjetivos —¿no los llama ya el poeta "Reflejos", —en que se representan las cosas, no según la imagen que nos viene de ellas, sino como el poeta las siente proyectarse en las aguas traslúcidas y palpitantes de su sensibilidad.
Y qué es, en fin de cuentas, toda poesía verdadera, sino eso: una percepción fugaz de los dobles de las cosas, una resonancia humana a los rumores de fuera.
Villaurrutia no alude a los hechos mondos sino cuando resultan expresivos de una tonalidad interior: Hay, por ejemplo, codicia de renovación en su alma y
Aunque esta breve colección de poemas es de 1926, nos llegó ahora, avalada por el prestigio flamante de "Ulises", la sensitiva revista hermana, que Villaurrutia, el poeta, y Salvador Novo, el ensayista, editan en México. Pero ¿qué importaba, después de todo, la fecha de "Reflejos"? Estos poemas, pulcramente trabajados, herméticos —para que no se escape su fina esencia de emoción captada— son de ahora, son de siempre. Su lectura nos ha dejado —ya el poeta lo sabe, por las privadas letras— toda una semana de horas exquisitamente difíciles.
No los hizo Villaurrutia para los papelitos de almanaque. Ni para los abanicos. Ni para las veladas "culturales". En rigor, no los hizo para nada ni para nadie: se le escaparon, como puras reacciones de su sensibilidad temblorosa. Son poemas adjetivos —¿no los llama ya el poeta "Reflejos", —en que se representan las cosas, no según la imagen que nos viene de ellas, sino como el poeta las siente proyectarse en las aguas traslúcidas y palpitantes de su sensibilidad.
Y qué es, en fin de cuentas, toda poesía verdadera, sino eso: una percepción fugaz de los dobles de las cosas, una resonancia humana a los rumores de fuera.
Villaurrutia no alude a los hechos mondos sino cuando resultan expresivos de una tonalidad interior: Hay, por ejemplo, codicia de renovación en su alma y
Por
eso las nubes se exprimen
y
por eso crujen los muebles
y
por eso se inclinan los cuadros.
Nunca
es plástico sino a condición de trocar enseguida su visión en pirueta de
melancólico humorismo —humorismo responsable, que no es sólo juego, que no es
sólo travesura y diversión: Humorismo, en fin:
¡Calor!
Sin embargo, da pena
beberse
la "naturaleza muerta"
que
han dejado dentro del vaso.
Pero la nota dominante en Villaurrutia es, burla burlando, un eco de
"melancolía sin tristeza" , de preocupación trascendente:
¿Por
qué la vida se complica
como
el vuelo de esa golondrina
que
burla toda la geometría?
Esta
alianza del sentido plástico y visual de la realidad con la percepción de sus
parentescos emocionales, de sus posibles mensajes anímicos, es casi constante
en Villaurrutia, y le sirve a menudo para expresar con elegante y sutil
sobriedad su anhelo de mudanza
serena, de inquietud tranquila,
para
ver la tarde de siempre
con
otra mirada,
para
ver la mirada de siempre
con
distinta tarde.
Y
en esa contemplación, espiritualmente activa y mentalmente transformadora, ¡cómo
descubre y corporeiza la sensación de las cosas! ¡Con qué entrañable precisión
las describe o las sugiere!
Me
fugaría al pueblo
para
que el domingo
fuera
detrás del tren
persigiéndome,
dice, en su alquimia del tedio dominguero; o de su cielo nocturno de Anáhuac:
dice, en su alquimia del tedio dominguero; o de su cielo nocturno de Anáhuac:
Cielo increíble
tan
estrellado y azul
como
en la carta astronómica;
o del sentir el tren que pasa en la noche:
...el corazón se apresura
o,
quien sabe, se detiene
oyendo
el silbido que
raya
largo de punta
en
la pizarra y nos deja
un
calofrío de infancia;
o de los tranvías, "Casas que corren locas —de incendio, huyendo,— de sí mismas"...
Gran buscador —y hallador— de imágenes inéditas y de emociones inaccesibles, Villaurrutia me parece uno de los poetas nuevos más genuinos de esta hora americana.
Revista de Avance, núm. 10, 30 de agosto 1927, pp. 264-65.
domingo, 19 de enero de 2020
sábado, 18 de enero de 2020
Villaurrutia vs Roa. Disenso y contraataque Martí por medio
Pedro Marqués de
Armas
En octubre de 1927, Xavier Villaurrutia escribió una carta a Jorge Mañach que es casi un compendio de la poética de Contemporáneos (aunque todavía no existiera el grupo bajo ese nombre) y, en particular, de las poéticas de Salvador Novo y el propio Villaurrutia.
Celebración de la
curiosidad y la crítica como valores literarios; realce de la traducción
como actividad creadora moderna, en sintonía en este caso con el mundo
anglosajón; entusiasmo por el intercambio y la conformación de espacios
literarios, sin exigencias programáticas, y elegancia en el decir, tanto en el
elogio como en la disensión.
Escrita en Cuautla,
“vestíbulo del trópico”, y tal vez más conocida por el desdeñoso juicio que
lanzaba sobre la poesía de Martí, a la vez que sobre un artículo de Raúl Roa
acerca de Versos Libres, debería leérsela no tanto por esas
opiniones, como por lo traían aparejadas, y por el resto de ideas que
Villaurrutia ponía a circular.
He aquí fragmentos de esa
carta:
¡Qué grato repasar, en
este destierro voluntario que mis nervios alterados me han impuesto, páginas de
fisonomías amigas, cercanas y sabidas de memoria algunas, lejanas y todavía ni
delineadas, pero preferidas ya, como la suya! Casi siempre está muy bien
su 1927. Y en este casi encontrará usted la diferencia entre un
elogio cortés y otro sincero. Al lado de páginas como las que usted dedica al
ensayista Castellanos, precisas, justas para Castellanos, ajustadas por usted
noblemente, ¿cómo aceptar un estudio titulado "Martí, poeta nuevo"?
No sin esfuerzo admitimos la primera de las dos calificaciones; imposible
admitir la segunda. El epíteto de nuevo no sólo hace daño a quien firma el artículo,
sino a la misma poesía de vuestro Martí. ¿Por qué no dejarla dichosa en sus
pequeños límites, navegando entre dos aguas: romanticismo, modernismo, muy bien
analizadas ya, –impuras ambas,– por el tiempo?
Muy bien lo sajón que
ustedes hospedan.Y subrayo la palabra porque he pensado en lo certero de sus
frases para explicar a una buena parte de América el sentido pleno que debe
buscar –y encontrar– cuando algo sajón se le ofrece. ¡Santayana, y bien
traducido, en Cuba! Hace poco hablaban de él en España y casi –¡ayl– como de un
descubrimiento. En México, hace dos o tres años, se tradujeron
algunos fragmentos: Ramos, Novo, traductores. La mano de Henríquez Ureña no
estaba ausente.
En cuanto regrese a
México le mandaré unas páginas traducidas de Jacques de Lacretelle, joven
francés en cuyos libros me reconozco a veces, un momento siquiera, ¡pero tan
claramente!, aunque haya entre nosotros diferencias de ausencia. No resisto a
no confiarle un nuevo motivo de simpatía, de inteligencia, entre nosotros: Usted
acerca a Castellanos a la hora actual por dos razones que son las únicas que
mantienen nuestro Ulises: curiosidad y crítica. Lo que yo llamo de
otro alegórico modo: Eva y Cézanne. (“Violación de correspondencia”,
“Almanaque”, Revista de Avance, Año I, T-2, núm. 13, 15 de octubre
de 1927, p. 26).
El título mismo del
artículo de Roa, “Martí, poeta nuevo”, sirve a Villaurrutia para matar dos
pájaros de un tiro: al autor, por calificar de nuevo a quien
seguiría navegando eternamente entre el romanticismo y el modernismo, y al poeta,
al propio Martí, por parecerle un lírico menor.
Aunque no consta que haya
trascendido, esta descalificación habría revuelto al avispero intelectual
cubano; por menos que eso se exigieron respuestas y disculpas inmediatas: recordemos
las recriminaciones a Reyes por hacerse eco de cierta broma sobre un abrigo de
Martí.
Sabemos, sí, que Marinello
compartió la crítica al texto de Roa (no a Martí, desde luego), pero no que
otros escritores hayan salido al ruedo contra el poeta mexicano.
Roa no respondería hasta un
par de años más tarde, pero no directamente a Villaurrutia,
sino relatando con fanfarronería, en un segundo y no menos infausto artículo,
cómo se tomaron él y su entonces amigo Raúl Maestri aquella descalificación del
Martí poeta.
El juicio de Villaurrutia
no solo era tajante sino excesivo. Y sin embargo, había sido expuesto
sin perder las formas, bajo cuidadoso preámbulo: “Casi siempre está muy bien
su 1927. Y en este casi encontrará usted la diferencia entre un
elogio cortés y otro sincero”.
Mañach y Villaurrutia
practicaban la camaradería, y se apreciaban mutuamente como escritores.
Muy diferente será el
comentario de Roa; pero antes de entrar en ello, veamos los argumentos de
“Martí, poeta nuevo”.
Para Roa, Martí estaba más
allá de toda “escuela lírica” y “tendencia literaria” de su época. Reconocía
sus lecturas de Baudelaire y Verlaine, para asegurar –acto seguido– que creó un
estilo en el que la “cerebración robusta estaba en pugna con la ideología
brumosa, casi se diría enfermiza, que distingue al simbolismo francés de su
proyección americana, el modernismo”. (Algo semejante, pero en sentido inverso,
es decir, para rotularlo de decadente, diría de Julián de Casal en otro funesto
ensayo.)
Según Roa, arte y vida eran
inseparables en Martí. Su “visión holística” superaría por sí misma a
predecesores y contemporáneos. En la “libertad” –que atribuye en igual medida a
la obra literaria y al pensamiento político de Martí– encuentra el atributo por
excelencia de su poesía (“cargada de honestidad”), a la vez que la clave que
explicaría su estilo directo y sencillo.
Para entender la condición
de poeta nuevo, bastaría con acercarse a lo que hay de particular en su
creación: “la sencillez en la forma”. Todo lo cual, al fundir poesía, ética y
“política liberadora universal”, certificaba su grandeza.
No muy seguro debería
sentirse Roa de “Martí, poeta nuevo”, quizás por la desaprobación que del mismo
hiciera Marinello, cuando en el ya aludido segundo artículo (“Divagaciones
sobre el poeta José Martí”) escribe: “Filiar un poeta es siempre empequeñecerlo.
Yo confieso que incurrí en el mismo pecado que ahora condeno, al rotular a
Martí de «POETA NUEVO» [mayúsculas suyas] en artículo del que estoy totalmente
arrepentido”.
Y añade:
“Incuestionablemente, Martí no es poeta ni nuevo ni viejo. Es sólo poeta de
siempre. Como Homero y Shakespeare y Schiller y Góngora y Rubén Darío”.
Se arrepentía de
categorizarlo, pero para recaer en la idea de un Martí intemporal.
Curiosamente, retrocedía en su equiparación de Martí a Alexander Blok,
encontrando en la poesía de este último, a diferencia de lo expresado en 1927,
mayor compromiso con las causas sociales que en los versos del cubano, signo de
que el elástico marxista se le aflojaba un tanto.
Dicho lo anterior,
correspondía desahogarse del dardo que le lanzara el poeta mexicano. Así que
apunta:
“Xavier de Villaurrutia (…)
negó mis apreciaciones. Nada se perdía por eso. Ni se negaba tampoco. Lo que sí
nos prendió en ira -Raúl Maestri compartió mi indignación- fue que Villaurrutia
mercadeara a Martí el título de poeta [como eso…] demostraba nada más -nada
menos- que Villaurrutia no había leído ni por el forro a Martí, opté por
sonreírme de él, olvidando piadosamente su parentesco con Alcibíades y Oscar
Wilde”.
Como buen perdonavidas,
prefiere Roa -a quien siempre costó ajustarse a juicios literarios- mofarse
de la homosexualidad de Villaurrutia. No le responde cuando se supone que debió
hacerlo, sino que espera dos años para relatar cómo transformó el enfado en
burla, en menosprecio. Su respuesta al poeta mexicano que, a fin de cuentas,
opinaba sobre literatura, consistió -al contrario- en un ataque ad
hominem.
La homofobia de Roa no
difiere de la que por entonces hacían gala los enemigos literarios e
ideológicos de los Contemporáneos. Las maneras son las mismas, entre la
iracundia y el humor pedante. Roa compartió ambas cualidades; no hay más que
ver su ruptura pública con Maestri, y los trapos sucios que allí ventila, como
su arremetida contra Piñera, cuando –en 1961, ya en plena cruzada
revolucionaria contra los homosexuales– lo insulta públicamente llamándolo
“escritor del género epiceno”.
En fin, parentescos
aberrantes y otras anomalías de la especie, como contrapartida a la elegancia
en el disenso.
Y claro que es compartible
el desacuerdo de Villaurrutia.
Para los poetas mexicanos,
al menos en la década del veinte, con independencia de lo mal conocida que
fuera su obra –y con justicia o no–, Martí sería un coetáneo de Gutiérrez
Nájera. Una resistencia, por tanto. Entregados al rigor formal,
reticentes a vítores y vitalismos, y padeciendo, como padecían, las embestidas
nacionalistas y del vanguardismo a ultranza, es comprensible que Martí no
supusiera para Villaurrutia –y para otros Contemporáneos; la excepción será pero años más tarde, el luminoso Pellicer– más que
una quimera cubana.
Si se suma la grandilocuencia
de la crítica marxista y sus cómodas soluciones, y los Martí andantes que
eran buena parte de los escritores cubanos, es todavía más claro lo dérmico del
asunto. No más que reacción. Un poco de inevitable alergia.
Lo interesante son las
búsquedas de los poetas de Ulises, y la sintonía que tratan de
establecer. Crítica al “novismo” en boga, al nacionalismo especular que asoma
en la omnipresencia martiana, y apuesta por la traducción y la apertura a otras
literaturas. Cosmopolitismo versus nacionalismo. Y, latentemente: Santayana
contra Martí. (O al menos, contra aquel Martí.)
jueves, 16 de enero de 2020
El camino de América
Xavier Villaurrutia
Espíritu de mesurada persuasión,
Alfonso Reyes no ha querido ser en América un maestro de juventudes, quizá
porque comprende cuánto limita una postura de dogmatismo y admonición. Su
conocimiento, su trato con las cosas que se refieren a nuestro continente, es, aunque
cuidadoso y paciente, alejado. Tal vez por ello ha logrado ver y sentir con
serenidad conflictos que los iberoamericanos defienden con entusiasmo pero con
pasión ciega.
Atento a los más diversos
problemas, los ha resuelto con exactitud y juicio; ha señalado injusticias y
desconocimiento de nuestra lengua y literatura, y lo ha hecho con inteligencia
y, a menudo, con ironía. Así ha meditado en el peligro de que se tome en cuenta a
Gourmont sus frases una lengua neoespañola, existente sólo en la imaginación
del gran francés; para rechazar esta afirmación equivocada, acude a señalar los
mejores gramáticos que en el siglo XIX
ha tenido la vieja y única lengua española: Bello y Cuervo, ambos
americanos. Así, también, ha reprochado a los hispanistas norteamericanos -al
mismo Fitzgerald- su incompleta información y sus graves omisiones cuando se
trata de estudiar y considerar a los escritores contemporáneos de habla
española. De imperdonables faltas se ha lamentado frente a los estudiosos
hispanistas de Estados Unidos encontrando, al fin, en ellos, "un elemento
irreducible de incomprensión".
Cuando trata la desdeñosa actitud
de Pío Baroja contra América, y tras de recomendar no se conceda demasiada
seriedad a ligerezas, caprichos del mal humor y del mal gusto, logra formular
sentencias definitivas respecto al valor que España representa para los jóvenes
pueblos de América. Piensa que la España de hoy no es por más tiempo nuestra
"Madre", ni nos aguanta ya en el regazo, que mejor nos quiere como
camarada de su nueva infancia, que ahora es algo como "nuestra prima
carnal".
¿Qué importa pensamos nosotros
apoyados en sus informaciones, que el conocimiento de nuestra América haya
sido imperfecto si ahora se anuncia comprensivo; si Valle Inclán y Unamuno, si Araquistain
y Azorín vuelven los ojos con interés a la América que se integra; si
Díez-Canedo sigue y comenta nuestras letras con un amor ilimitado; si el mismo
Ortega y Gasset -cuya voz, hasta en sus posturas más inestables, anuncia a
España un tiempo nuevo- cree en América está el camino de la raza española?
De estas voluntades inquietas estudiosas,
útiles siempre para el continente nuevo, nuestro escritor ha ganado no pocas.
Pero hay además en Alfonso Reyes una visión más concreta, construida ya no por
relaciones y comparación, sino limitada por la preferencia de figuras, de obras
de algunos grandes de América: Bolívar, Montalvo, Martí, Darío, Rodó. Sobre
muchos de ellos ha fijado conceptos y dicho cosas inmejorables; sobre Darío,
sobre Rodó, ha insistido con devoción ejemplar.
Xavier Villaurrutia. Obras, México D. F, F.C. E. (1953). Fgto.
Xavier Villaurrutia. Obras, México D. F, F.C. E. (1953). Fgto.
lunes, 13 de enero de 2020
domingo, 12 de enero de 2020
Las preocupaciones de Enrique José Varona
Medardo Vitier
Los
historiadores de la literatura en Hispanoamérica van situando ya a cada maestro
o guiador en su lugar. Varona adoctrina y guía la conciencia cubana durante
unos cincuenta años.
Ha
sido una fuerza de las más discernibles en la formación espiritual de la gran
Antilla. Desaparecido hace poco, se empieza ahora a examinar su obra, a
demandarle su sentido, en lo cultural, en lo nacional.
En
mi reciente libro Varona, maestro de juventudes he estudiado con algún
detenimiento la personalidad del escritor y el filósofo cubano a quien se
considera en el país, desde I88o, año más o menos, como una figura de la jerarquía
mental y moral de los Saco, Luz y Caballero, Varela... En este articulo
acentúo sus preocupaciones cubanas, que fueron tres, vistas esencialmente: la
superación del espíritu colonial, que ha rebasado la fecha de 1895; la política,
entendida como arte de buen gobierno, y, en la esfera intelectual, el cultivo
de los altos estudios entre nosotros.
La
vida de Varona alcanza una gran unidad porque toda ella estuvo llena de esas
fundamentales preocupaciones, y la grandeza del siglo XIX en Cuba radica en que
hubo hombres preocupados. Sin esto, las sociedades y las: pocas pasan carentes de
sentido histórico. Preocupación denota tensión individual que de algún modo se
convierte en colectiva. Cuando no se da este fenómeno, la sociedad es floja
espiritualmente: no existen valores.
Enrique
José Varona vivió cabalmente con esa preocupación: la de los valores.
Preocupábale la persistencia en Cuba de los
modos administrativos y políticos coloniales. Alguna vez lo declaró: "La colonia
se nos viene encima". Con lo cual significaba que la mera independencia no
podría bastarnos. Claro que durante el periodo revolucionario y de contienda bélica,
la independencia (que escribíamos con mayúscula) era un fin. Una vez obtenida, su
rango se tornó en medio. Ya Martí, que no iba a ser testigo de esos modos
coloniales que rebasaron la fecha de 1895, había dicho, como si los
presintiera: "La República no consiste en el cambio de forma, sino en el
cambio de espíritu".
La independencia como un "medio" para fomentar una: comunidad superior:
tal ha sido en ellos la visión.
Por
eso Varona, en la política al uso en Cuba, no fue nunca lo que aquí se ha
llamado "hombre de partido". Y es que para conciencias como la suya
hay un orden jerárquico que es este: primero, lo humano; segundo, lo nacional;
tercero, lo que interesa al partido. Inviértase este orden y se tendrá el que
adoptan los mediocres, los desaprensivos, los que, según otra frase en boga,
están "en la realidad". No ven que la realidad no es una sola. No
sospechan que el mundo de lo histórico y de lo espiritual tiene la suya, sin la
cual descendemos al piano del mero comer, procrear...
Los vicios del sufragio, el entronizamiento
del caciquismo, el súbito enriquecimiento de algunos hombres públicos, he ahí
los males que con mis preocupación combatió Varona.
En su credo político se mantuvo dentro del
ideario liberal, democrático, parlamentarista del siglo XIX. Desde luego el
término liberal no denota en este caso la orientación de los llamados partidos
liberales en América. Varona, durante la República, figura en el partido
conservador. Su liberalismo era en el sentido universal que atañe a la libertad
de pueblos y de individuos. Y en cuanto a democracia, no confió mucho en
el demos, antes bien, quiso reducirle la esfera, al propugnar, en conferencia
memorable, el sufragio restringido, con razones que si no debían ni podían
triunfar, serán siempre muy atendibles.
Fue Varona desde 1875, año más o menos, un dirigente
autorizadísimo en las letras y en el pensamiento cubano. Se le llama a menudo
el filósofo. Está bien. Lo fue, de fijo, y su curso empezado en 1880 constituye
una de las más altas realizaciones filosóficas en Hispanoamérica. En verdad, la
más coherente y mejor escrita.
Pero Varona alcanza en literatura un relieve
no menor. Su extensa labor de crítico logra fisonomía singular, aun con haberse
producido en un país donde la crítica literaria tenía ya envidiable tradición. Contemporáneos
suyos fueron Piñeyro y Sanguily, que en algún aspecto lo igualan. En conjunto,
Varona tiene más fuerza, por la penetración y por la doctrina. En tal o cual área
de las literaturas europeas, no fue tan erudito como Piñeyro o Justo de Lara,
por ejemplo; pero cuando Varona enjuicia a Cervantes y a Martí, su lección va a
comentarse y aprovecharse por muchos años. Y en el artículo breve, de que tanto
gusto, fue un maestro de crítica difícil de superar. Léanse para confirmarlo sus
dos libros Desde mi Belvedere y Violetas y ortigas.
No
perdió nunca su contacto con Europa en literatura. Algo lo descuidó en Filosofía,
a partir de 1900. Yo he subrayado en otra parte que Varona se dio
preferentemente a lo literario, no a lo filosófico, en sus últimos quince o
veinte años. Su dedicación a la Filosofía tiene discontinua, al menos en la
producción; su dedicación a las letras fue constante.
La conferencia sobre Cervantes (1883)
dejaba abierto el cauce a la renovación de la crítica. Esta no es allí de
formalismo académico, de valores gramaticales, de pautas de Preceptiva, sino
escrutadora de épocas y de individualidades, y por eso, explicativa del
esencial sentido de la obra de arte. Por tan egregio modo adoctrinó sobre cómo
deben enjuiciarse y apreciarse hombres y libros. Deleite ha sido aquella pieza
y lección magna.
Volvió sobre el tema con ocasión del
tricentenario del Quijote, en 1905. Y fueron paginas luminosas.
Varona ha sido el más grande de los articulistas cubanos (y es sólo un lado de su obra). En el escrito corto, concentrado, de actualidad por lo general, lograba verdaderos aciertos. Algunos de sus artículos tienen rango de ensayos, por lo que esbozan y sugieren. Escribió centenares, siempre acerca de política y de literatura o arte. A mis de los libros mencionados, sirve para comprobarlo, el titulado De la Colonia a la República, cuya segunda parte se compone de artículos políticos muy breves, indicadores de su cubanidad preocupada, vigilante.
Varona ha sido el más grande de los articulistas cubanos (y es sólo un lado de su obra). En el escrito corto, concentrado, de actualidad por lo general, lograba verdaderos aciertos. Algunos de sus artículos tienen rango de ensayos, por lo que esbozan y sugieren. Escribió centenares, siempre acerca de política y de literatura o arte. A mis de los libros mencionados, sirve para comprobarlo, el titulado De la Colonia a la República, cuya segunda parte se compone de artículos políticos muy breves, indicadores de su cubanidad preocupada, vigilante.
He sostenido en mi libro Varona, maestro
de juventudes y en mi reciente curso en la Academia de Ciencias de la
Habana sobre "Las doctrinas filosóficas en Cuba", que Varona siguió y
enseñó la menos fecunda de las filosofías: el Positivismo, sin que atendiera a
otros movimientos de fines del siglo XIX, como la dirección neokantiana, por
ejemplo.
Al ceñirse nuestro filósofo al dato, al
experimento, y renunciar a toda especulación metafísica, suprime los problemas.
(Es lo que hace el Positivismo al no poder resolverlos).
Los tres cursos de Varona son excelente modelo
de prosa didáctica. Disciplinan, por el rigor de su método, por su claridad, por
su honradez intelectual. Pero apenas dibujan perspectivas al espíritu. No podía
ser de otro modo: lo puramente empírico agota pronto su mensaje. La experiencia
-de cuyo predio no sale Varona-, no es capaz de satisfacer la apetencia mental.
La curiosidad por lo trascendente es tan vieja como el hombre, y Varona la
reprime, la desvía. Por eso, con ser un alto maestro, ni avivó entre nosotros
el interés filosófico ni dejó discípulos. Yo diría que han quedado discípulos
de su persona, no de su doctrina. Y acaso el replicara: -Después de todo, eso
es lo mejor.- Porque el hombre, eso sí, era un austero ejemplar de humanidad.
Tomémosle, pues, como filósofo inclusive, tal
como ful. Cierto que no superó el Positivismo, como D. Alejandro Korn, cuya cátedra
y cuyos libros hallan hoy evidente resonancia en la Argentina y fuera de ella,
pero sirvió altamente a la disciplina del pensar, a la renovación de la crítica
literaria y a la dignidad ciudadana.
viernes, 10 de enero de 2020
Un desquite
Enrique José Varona
Entre
la ruidosa confusión de un escándalo, trompeteado por los millares de bocas de
bronce de la prensa de ambos hemisferios, se ha hundido de súbito uno de los hombres
más originales de la originalísima sociedad londinense; hombre que es al mismo
tiempo uno de los ingenios más sutiles, penetrantes, irónicos y paradójicos de
esa tierra clásica del humor, y un maravilloso artífice de estilo.
Muchos años hacía que estaba trabado un duelo
mortal entre ese escritor brillante y desdeñoso y el público anónimo, la turba
semiculta, adoradora ciega de lo convencional, que se revolvía indignada cuando
oía silbar por encima de sus cabezas el látigo de la sátira, que más se proponía
vilipendiar con el además insolente que castigar con el golpe. Real o fingido, el
desprecio de Oscar Wilde por el cant, señor absoluto del alma de la libre Inglaterra,
era un crimen de lesa nación, que no le podían perdonar los innumerables a
quienes agraviaba diariamente con su traje, con sus maneras, con su tren de
vida, con sus teorías literarias y sociales, con el chisporroteo acre de su
vena cáustica, con la dura granizada de sus paradojas mefistofélicas.
Pocos satíricos han sabido dejar veneno más
sutil en las leves picaduras de su aguijón. Con un mohín, que podía pasar por
sonrisa, dejaba caer sus epigramas, sin volverse a mirar donde caían. ¿Lo
perdonaría a él nunca el público, a quien había dicho una vez: “tu tolerancia
es pasmosa. Todo lo perdonas, excepto el genio”? No habrían de olvidar
ciertamente los periodistas, que han heredado por lo menos el temperamento
irritable de los antiguos vates, su sarcástica apreciación del moderno
periodismo. “Justifica su existencia, escribe en uno de sus diálogos, por el
gran principio darwinista de la supervivencia de los más vulgares, the survival
of the vulgarest”. Y como si esto fuera poco, establece así la diferencia entre
el periodismo y la literatura: “Los periódicos son ilegibles y las obras
literarias no son leídas”. (Journalism is unreadable, and literature is
not read).
No he de arriesgarme por los meandros escabrosos de su proceso. No sé,
ni quiero, si es reo de todas las abominaciones que le achacan o siquiera de
algunas. Lo que sí veo es la saña con que han acudido al desquite todos sus
agraviados. La multitud ha cargado sobre él y lo ha aplastado. Al elefante ha
parecido poco una de sus patas enormes, y con todo su cuerpo se ha acostado
sobre la libélula. La prensa inglesa se ha arremolinado en torno del pretorio,
y, cubriéndose el rostro con el manto, ha clamado a una voz: crucifícalo. La
prensa francesa le ha formado coro estridente, no por indignación contra el
artista demasiado socrático, sino por viejo rencor contra el deslustrado
puritanismo británico. El rumor formidable que ha venido después ya se explica,
y no necesitaba tanto.
Es
peligroso jugar con las fieras, aun enjauladas, aun encadenadas. Oscar Wilde
confiaba demasiado en la fascinación de su ingenio asombroso. Presumía quizás
que el círculo de chispas multicoloras y deslumbrantes, que trazaba en torno
suyo con sus frases eléctricas, lo preservaría, por una especie de supremo
encanto. Pero al taumaturgo no basta la confianza plena en sí mismo, si la
tiene, necesita la fe de los espectadores, que es la que realiza las cuatro
quintas partes del milagro. El flaco de Wilde es que se le descubría sin gran
esfuerzo la afectación. La máscara no adhería bastante al rostro. Inglaterra ha
sufrido satíricos tal vez más implacables, más despiadados, como el deán Swift;
pero eran o parecían sinceros. El excesivo refinamiento del jefe de los
estetas, el artístico desdén en que se envolvía como en su manto de púrpura
pálida, no le dejaban poner en su obra sino una parte mínima de su alma. Es un
Próspero que parece desconfiar de sus encantamientos y hasta reírse de ellos.
Ni Ariel, ni Calibán le sirven a gusto, ni él los manda con suficiente imperio.
No se sabe si tiene convicciones, y quizás le parezca de muy mal tono tenerlas.
El mismo hombre, que dice haber tomado como norma el objeto que asigna Goethe a
la vida: self-development, compone un ensayo para probar la importancia de no
hacer nada. Es un aristócrata que escribe a veces como
socialista; un crítico que se burla de la crítica; y un escritor que sostiene
que hay arte de hablar, pero no de escribir.
Emerson
ha enseñado a la gente de su raza que quien quiera ser libre debe no conformarse.
Y Oscar Wilde aprueba y practica el aforismo. Pero los ingleses, en cuya
historia y en cuya vida social juegan tanto papel los no conformistas, les
exigen ante todo, para aceptarlos, que lo sean de veras. ¿Quién
se encuentra capaz de aquilatar lo que es de veras este escritor, que se
complace en desfigurarse y transformarse? Aun para no estar conforme con los
demás se necesita estar uno conforme consigo mismo. Y el supremo diletantismo
de estos escépticos por amor al arte consiste en presentarse a los ojos del
lector sorprendido cual nuevos Proteos del pensamiento y la fantasía.
El
público inglés no parece haber tomado por lo serio el espíritu de independencia
de Oscar Wilde, pero sí su impertinencia de gran maestro, su desdén de lo
vulgar y su ironía lacerante, más cruel que la invectiva más sangrienta. Sufría
su incontestable superioridad de artista, pero con el sordo rencor del que está
dispuesto a sublevarse en la primera oportunidad. Estamos
presenciando con qué cruel regocijo la ha aprovechado.
Aunque
adorador de las deidades helénicas, Wilde había constituido en regla de su vida
desdeñar a las Euménides, encargadas de traer a la razón a los infractores de
las reglas. He aquí que las Euménides se le han aparecido bajo los redingotes
de un jurado de burgueses, y lo han excomulgado. Tremendo castigo para un
esteta.
Mayo,
1895
Desde mi belvedere, Casa Editorial Maucci, 1910.
Desde mi belvedere, Casa Editorial Maucci, 1910.
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