lunes, 27 de febrero de 2017

Suicidas en Cuba… José Verdaguer





 Médico catalán radicado en Cuba desde 1824. Natural de L' Escala, Girona. 

 Se quitó la vida tras agredir al poderoso tratante de esclavos Joaquín Gómez.

 El hecho tuvo lugar en la iglesia de San Felipe, en La Habana, el 5 de marzo de 1847. Verdaguer siguió a Gómez hasta la capilla y, mientras éste rezaba, le derramó en la cabeza un frasco de vitriolo (ácido sulfúrico). Luego bebió el contenido de otro.

 El afamado negrero millonario perdió la vista. 

 Se ha dicho que el médico había invertido sus ahorros en una casa de comercio, propiedad del tratante, y que al declararse éste en quiebra fraudulenta, lo llevó a la ruina.

 Más plausible es la versión de que acudiera al negrero en tanto prior del Real Tribunal de Comercio, para que lo ayudara a recuperar sus ahorros, riesgosamente invertidos en la firma Rocosa y Cia (almacenistas de tasajo que radicaban en la plaza de San Francisco).

 Gómez desestimó la causa, o bien falló a favor de la firma comercial, y Verdaguer volcó contra él su furia.

 Joaquín Gómez fue rechazado en ciertos sectores de la sociedad habanera por el carácter ilícito de sus negocios, y por desertar de la Logia Masónica. 

 A fin de lavar sus pecados, solía realizar contribuciones a la iglesia donde fue agredido. 

 En el parte de defunción de Verdaguer consta que se encontraba demente. 


 Su nombre completo: Bartolomé Josep Verdaguer Carreras. 

domingo, 26 de febrero de 2017

Visite récente à l’île de Cuba


 Eugène Ney publicó su "Visite récente à l’île de Cuba" en el tomo IV de Revue des deux mondes, 1831.

 Dejo un breve fragmento traducido por nuestro colaborador Varón de Mena:

 "Los alrededores de Matanzas son muy pintorescos. Me invitaron a hacer una excursión por el campo; y el domingo 7 de febrero, por la mañana, bajo un cielo azul celeste, subí a una volanta con M.P., alejándonos de la ciudad en dirección este.

 Casi inmediatamente estábamos en el país más bello del mundo: montañas cubiertas de bosques, valles, colinas, llanuras de café, mangos, enormes palmeras, naranjales, bambúes formando bóvedas y arcos oscuros y gruesos; todo animado por loros que volaban con alborotado cacareo.

 Sólo faltaba un poco de agua a este hermoso paisaje.

 Si los caminos de los alrededores de Matanzas fueran reparados de vez en cuando, que nunca lo son, serían excelentes; las pesadas carretas que cargan el café y el azúcar los desfondan y abren surcos profundos; sólo pueden pasar a través de ellos carruajes como las volantas, que muy difícilmente se volcarían.

 El cafetal del Sr. Stouder, adonde me dirigía, está a ocho millas de Matanzas. A medio camino, una nube negra y amenazadora nos hizo volver sobre nuestros pasos. De pronto sonó una trompeta, y los negros que estaban bailando y jugando se congregaron, y se pusieron todos, pala en mano, a apilar en grandes montones el café que se había tendido para secarlo.

 El mayoral, ex colono de Santo Domingo, y un negro, dirigían el trabajo látigo en mano y lo hacían restallar gritando: ¡Onta!, ¡Onta! Cuando el café estuvo amontonado, se le cubrió con una techumbre de paja o de hojas de palmera, hecha expresamente para ello, que lo envolvió por todos los lados.

 Volviendo a la ciudad, el Sr. Stouder nos hizo parar en una valla donde daban una pelea de gallos. Era un recinto circular de diez a doce gradas, cercado y cubierto por un techo. Estaba repleto de espectadores, y encontramos lugar a duras penas. Los contrincantes estaban ya fatigados cuando llegamos, y a cada tanto rodaban por tierra; sus propietarios, los únicos admitidos dentro de la arena, los recogían y les limpiaban el pico soplándoles dentro para quitarles el polvo, les exprimían caña de azúcar, les cosquilleaban bajo la cola, les rascaban el cuello, les estiraban las pata, los acercaban pico a pico, y los depositaban suavemente en el suelo, donde los pobres animales se arrojaban todavía uno sobre el otro, hasta que se tumbaban a cada lado, extenuados en el último esfuerzo.

 Después de la valla, fuimos a un agradable paseo en barco por el río Canímar, el cual cruza la ciudad hasta unas peñas elevadas, donde existen algunas cuevas cuya extensión se desconoce, con diferentes galerías, columnatas y soberbias estalactitas. Estas cuevas antiguamente dieron asilo a los indios, que los españoles perseguían sin tregua; pero estos desgraciados al final resultaban descubiertos, se precipitaban al agua, o eran asesinados con armas de fuego. Eso es lo que hizo dar a esta ciudad el nombre de Matanzas, lo que significa masacre, matanza".
                                                          
                                                          Matanzas, July 20, 1831.

 We hereby give notice, that in consequence of the death of our Mr. Henry Stouder, the Partnership hitherto existing between us, at Havana and Matanzas, in the Island of Cuba, under the firm of Henry Stouder and Co. is dissolved; our undersigned Mr. Willian Picard remaining charged with the liquidation of the saue.
 Hilliam Picard
 Leonard Coltmann
 John Lambert
 Herman Stolterfaht
 Conrad W. Faber

Suicidas en Cuba... Enrique Stouder




 Comerciante suizo, nacido en Winterthur a finales del siglo XVIII. Llegó a Cuba procedente de New Orleans hacia 1819. Se instaló primero en La Habana, donde estableció la firma Stouder y Cia, que contaba con casas de comercio y almacenes, y que extendería a Matanzas donde se radicó pocos años más tarde.

 En 1824 se casó en Santa Ana (Cidra) con una inglesa natural de Kinkle, condado de Lester, llamada Sara King. Lo próspero del negocio le permitió comprar un espléndido cafetal en las afueras de la ciudad y compartir otras propiedades rurales.

 Fue uno de los anfitriones del hijo del Mariscal Ney en su visita a la isla en 1831, a quien alojó en su casa de la calle Manzano, acompañándolo en paseos por la ciudad –valla de gallos incluida– y excursiones por la bahía y los campos matanceros.

 Su muerte repentina después de un escándalo que afectaría a su reputación como negociante, se adjudicó a un suicidio por envenenamiento con ácido cianhídrico y extracto de opio.

 En carta que dejó a su amigo Simón de Ximeno escribió: "Muero de una muerte violenta y voluntaria. Qué aflicción para uno, que nunca pensó afectar a nadie más que a uno mismo". Y a uno de sus socios comerciales, le dice: "arrastro la existencia de un convicto que van a sacar para el patíbulo. Debo morir. Y las maldiciones que me siguen susurran ya en mis oídos con los acentos más hórridos y penetrantes".

 La muerte de comerciante ocurrió en julio de 1831. Sus socios habían disuelto la firma el 15 de febrero. Su nombre completo: Henry Stouder Eberhard.

 Casi toda la información ha sido tomada de Cuba en 1830: Diario de viaje de un hijo del Mariscal Ney (Ediciones Universal, Miami, 1973), cuya introducción, notas y bibliografía son de Jorge J. Beato Núñez. 

 Imagen: Carruaje en la noche, Rodríguez Morey. 


viernes, 24 de febrero de 2017

Suicidas en Cuba… José Alfaro





 Casado con la exitosa cantante de ópera y zarzuela Mariana Galino, José Alfaro fue un reputado actor de la compañía española de Andrés Prieto, que debutó en La Habana en 1810.

 Una aventura de la Galino con otro actor del elenco, el también compositor Antonio Rosal, terminó como expresara Alejo Carpentier en “tragicomedia calderoniana”.

 En agosto de 1811, en una casa de la calle Oficios, Alfaro asestó a la cantante varias puñaladas, y dándola por muerta, se cortó las venas.

 A diferencia de Alfaro, Mariana sobrevivió y el 8 de octubre del mismo año reapareció cantando La Isabela en el Teatro Principal.  

 Meses más tarde, en enero de 1812, circularon unas décimas sobre el suceso, en total 26 décimas escritas por Mariano del Rey Aguirre, que según Bachiller y Morales despertaron gran hilaridad y muchas otras letrillas anónimas.

 El título no tiene precio e indica una temprana fusión entre poesía, humor y crónica roja: Humanos sentimientos y sublime interés. Décimas al trágico suceso del actor Alfaro…

 El impreso pudiera haberse perdido, lo que sería de lamentar. Sin embargo, el asiento del título –con significativa variación– en Bibliografía de la poesía cubana en el siglo XIX (Empresa Consolidada de Artes Gráficas, 1965, p. 13.), arroja la esperanza de que aún exista: Humanos sentimientos y sublime interés, al mayor provecho que el bien del alma. Sobre el trájico suceso del actor Alfaro que desgraciadamente se privó de la vida. Corregida por su autor M. J. Aguirre. [Imprenta Juan de Pablos, 1812].

 La compañía de Andrés Prieto contaba además con figuras de la talla de las hermanas Gamborino, y a ella se sumó el actor y dramaturgo cubano Francisco Covarrubias. Actuó para el público habanero hasta 1838.  

 Mariana Galino y “Josep Alfaro, primer galán” venían juntos desde 1798 cuando formaron parte en Madrid de la Compañía de los Caños del Peral. Luego pasaron a Granada, y nuevamente a Madrid para incorporarse al Teatro de la Corte.  


 El acucioso Pérez Beato recogió en El Curioso Americano (núm. 12, marzo 15 de 1893) unas décimas tomadas del Diario Cívico en las que Galino es fustigada por otro escándalo suyo… Al amenazar en 1813 con abandonar la compañía, exigiendo mejor salario, lo que finalmente le fue concedido.   

 Que la patria esté oprimida.
Que el corso la haya robado,
Que esté desnudo el soldado
Y la Hacienda consumida:
Que la viuda esté afligida,
E implore auxilio divino;
Todo esto importa un comino;
No hay que romperse los sesos
Que a bien que Quinientos pesos
Tiene Mariana Galino.

 Que La Habana esté indigente,
La marina no pagada.
Su infantería arrancada,
su tesorería insolvente;
que de miseria la gente
Reniegue de tal destino;
Todo eso importa un comino;
No hay que romperse los sesos
Que a bien que quinientos pesos
Tiene Mariana Galino.

 Que la casa de indigentes
La miseria esté llorando:
Que en Paula estén clamoreando
Mil infelices dolientes;
Que doncellas inocentes
Por pobres no hallen destino;
Todo eso importa un comino;
No hay que romperse los sesos;
Que a bien que quinientos pesos
Tiene Mariana Galino.

 E. A. G.

 Diario Cívico, agosto 12 de 1813.

 Pedro Marqués de Armas