sábado, 27 de septiembre de 2025

Ulises

 
 

Umberto Saba

 

Navegué en mi juventud a lo largo

de las costas dálmatas. A flor de ola

emergían islotes donde rara vez

se posaba un pájaro tras su presa;

cubiertos de algas, resbalosos al sol,

bellos como esmeraldas. Cuando

la alta marea y la noche los abolían,

velas a sotavento se desbandaban

huyendo mar adentro de la asechanza.

Hoy mi reino es esa tierra de nadie.

El puerto enciende para otros sus luces,

pero a mí me empuja mar adentro

un espíritu no domado aún

y de la vida el doloroso amor.

 

 

Ulisse

 

Nella mia giovanezza ho navigato

lungo le coste dalmate. Isolotti

a fior d’onda emergevano, ove raro

un Uccello sostava intento a prede.

Coperti d’alghe, scivolosi al sole

belli come smeraldi. Quando l’alta

marea e la notte li annullava, vele

sottovento sbandavano più al largo,

per fuggirne l’insidia. Oggi il mio regno

è quella terra di nessuno. Il porto

accende ad altri i suoi lumi, me al largo

sospigne ancora il non domato spirito,

e della vita il doloroso amore.



Versión: Pedro Marqués de Armas


jueves, 25 de septiembre de 2025

El gato intelectual



Luciano Erba



Explora todas las cajas

patrulla todos los cajones

curiosea para descifrar,

es el gato hermenéutico.

Su pensamiento fuerte es maullar

de noche entre los pararrayos del techo

su pensamiento débil pero magistral

roncar frente a la chimenea.

 

 

Un gatto intellettuale

 

Esplora tutte le scatole

perlustra tutti i cassetti

curiosare per decifrare

questo è il gatto ermeneutico.

Il suo pensiero forte è miagolare

di notte tra i parafulmini sul tetto

il suo pensiero debole ma sapienziale

ronfare davanti al caminetto.



Traducción Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas


martes, 23 de septiembre de 2025

Veneciana

 

Pedro Marqués de Armas 

 

En el mundo supermodelado y vacío

con perdón de la cita

al filo de la mañana

entre lánguidos turistas

un hombre buey

modelo de Tiziano

tirando el carretón de la basura

de puente en puente

los emuntorios de la ciudad

en tonos y matices

con todos sus pigmentos

                        trin

                               tran

           un puente y otro               

                           trin

                                   tran

                 un puente y otro

 

contra lo que no puede el Comune

pese a sus mil y una normativas  


No es normal -dijiste

que ese hombre

uno

         -único-

él solo

Vulcano mismo

haga esa labor



sábado, 20 de septiembre de 2025

El futuro del ojo



 

 Joseph Brodsky

 

 El ojo es el más autónomo de nuestros órganos. Ello es debido a que los objetos de su atención están inevitablemente situados en exterior. Salvo en un espejo, el ojo nunca se ve a mismo. Es el último en cerrarse cuando el cuerpo se duerme. Permanece abierto cuando el cuerpo es golpeado por la parálisis o la muerte. El ojo sigue registrando la realidad aun cuando no hay razón aparente para hacerlo, y en cualquier circunstancia. La pregunta es: ¿por qué? Y la respuesta es: porque el medio es hostil. La vista es el instrumento de adaptación a un medio que sigue siendo hostil a pesar de todos los esfuerzos por adaptarse a él. La hostilidad del medio aumenta en proporción directa al tiempo que se pase en él, y no me refiero solamente a la vejez. En pocas palabras: el ojo busca seguridad. Esto explica la predilección del ojo por el arte en general, y por el arte veneciano en particular. Explica el apetito de belleza del ojo, así como la existencia misma de la belleza. Puesto que la belleza consuela desde el momento en que es segura. No nos amenaza con la muerte, ni nos enferma. Una estatua de Apolo no muerde, ni tampoco el perro de lanas de Carpaccio. Cuando el ojo no logra encontrar belleza -consuelo-, ordena al cuerpo crearla o, si no le es posible, adaptarse para percibir virtud en la fealdad. En primera instancia, confía en el genio humano; en segunda, se vale de nuestras reservas de humildad. Esta última abunda más y, como toda mayoría, tiende a legislar. Ilustremos esta idea esta idea; por ejemplo, por ejemplo con una joven doncella. A cierta edad, uno mira sin gran interés a las doncellas que pasan, sin la pretensión de montarlas. Como un televisor encendido en un apartamento abandonado, el ojo sigue enviando imágenes de todos esos milagros de un metro setenta, acabados con cabellos castaño claro, óvalos faciales del Perugino, ojos de gacela, pechos de nodriza, vestidos de terciopelo verde oscuro y afiladísimos tendones. Un ojo puede apuntar sobre ellos en una iglesia, en alguna boda o, lo que es peor, en la sección de poesía de una librería. A una distancia razonable o con el consejo del oído, el ojo puede conocer sus identidades (que se acompañan de nombres tan vertiginosos como, digamos, Arabella Ferri) y, ¡ay!, sus descorazonadoramente firmes convicciones románticas. Sin atender a la inutilidad de tales datos, el ojo sigue recogiéndolos. A decir verdad, cuanto más inútil es el dato, más perfecto es el enfoque. La pregunta es por qué, y la respuesta es que la belleza es siempre externa; también, que ésa es la excepción a la regla. Eso -su localización y su singularidad- es lo que determina que el ojo oscile salvajemente o -en términos de humildad militante- vague. Porque la belleza está donde el ojo descansa. El sentido estético es el gemelo del instituto de autopreservación, y es más fiable que la ética. La principal herramienta de la estética, el ojo, es absolutamente autónoma. En su autonomía, sólo es inferior a una lágrima.

 En este sitio, se puede verter una lágrima en varias ocasiones. Admitiendo que la belleza es la distribución de la luz en la forma que más congenie con nuestra retina, una lágrima es una confesión de la incapacidad de la retina, así como también de la lágrima, para retener la belleza. En general, el amor llega con la velocidad de la luz; la separación, con la del sonido. Es la degradación desde la velocidad mayor a la menor lo que moja el ojo. Debido a que uno es finito, una partida de este lugar siempre se siente como final; dejarlo atrás es dejarlo para siempre. Porque partir es un destierro del ojo a las provincias de los demás sentidos; en el mejor de los casos, a las grietas y hendeduras del cerebro. Porque el ojo no se identifica con el cuerpo al que pertenece, sino con el objeto de su atención. Y para el ojo, por razones puramente ópticas, la partida no es el abandono de la ciudad por el cuerpo, sino el abandono de la pupila por la ciudad. Igualmente, la desaparición del amado, especialmente cuando es gradual, causa dolor, sin que importe quién, ni por qué peripatéticas razones, sea el que realmente se mueve. Tal como va el mundo, esta ciudad es la amada del ojo. Después de ella, todo es decepción. Una lágrima es la anticipación del futuro del ojo.

 

 Traducción de Horacio Vázquez Rial

 

 Marca de agua: apuntes venecianos, Edhasa, Barcelona, 1993.


viernes, 19 de septiembre de 2025

Ni tumbas ni lápidas



  Predrag Matvejevic

 

  Cementerio canino

 

 En el jardín del palacio que hoy ocupa el Museo de Arte Moderno se encuentra un diminuto cementerio canino. La dueña enterraba allí a sus perros. Los quería y los lloraba. En una lápida de granito están grabados sus nombres y apodos, con la fecha de su nacimiento y de su muerte. Una persona anónima deposita rosas y las recoge cuando empiezan a marchitarse. El museo es público, el cementerio privado. Muchas personas pasan por delante sin verlo. No he logrado descubrir dónde entierran a sus perros los venecianos, ni si tan siquiera los entierran. En el lazareto viejo, en el lugar donde antes se alzaba la pequeña iglesia de Santa María de Nazaret, hay un refugio para perros vagabundos, perdidos o abandonados, pero no hay ni tumbas ni lápidas. La propietaria del palacio Guggenheim afirmaba que para los habitantes de esta ciudad, los entierros sin lágrimas no son verdaderos entierros. Venía de lejos. La enterraron cerca del palacio en el que vivió con sus perros, que tan fieles y leales le eran.

   San Servolo

 

 En la pequeña isla de San Servolo había antaño un hospital psiquiátrico. Lo han trasladado a otro lugar. En la isla ya no hay enfermos, pero sus huellas perduran. Por este sendero caminaba el furioso Anzolo, llamado Ciabatta (Chancleta), por aquel, el orgulloso Zorzi, sin apodo alguno. En el cruce, al lado del pozo ceñido por una vera, se reunían y charlaban un buen rato mirando hacia Santa Elena y Giudecca. La brisa era el único testigo de sus encuentros. Nunca consiguieron atraer a nadie aunque lo desearon ardientemente. Los habitantes de esa casa, según las crónicas, se reprochaban mutuamente no estar en su sano juicio y se burlaban unos de otros. Cada enfermo buscaba a otro más enfermo que él, cada loco a otro más loco. La historia de Venecia recoge estos episodios también fuera de la isla. Las viejas gaviotas, que con grandes esfuerzos consiguen volar hasta su cementerio, al oeste de la Laguna, cerca de los pantanos, llamados de Los Siete Muertos (Fondi dei Sette Morti), se comportan de manera diferente. Cada una permite que la otra sufra y muera en paz.

 

 Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek

 

 La otra Venecia, editorial Pre-textos, 2004.