viernes, 14 de noviembre de 2025

Nocturno en do menor para guanajos




 Dolores Labarcena



“Están dando un programa en el Geographic Channel. Interesantísimo, sobre aves de corral. ¿Recuerdas cuando le querían robar los guanajos a mamá?”.

 Cuando a tu madre, tras la muerte de tu abuelo Lisardo le dio por criar guanajos, arrancamos al pueblo a comprobar si no había perdido el juicio. La curiosidad te carcomía, Erasma, en todo el camino te preguntabas el porqué de semejante disparate. Mi madre, pianista. Mi gran cultivadora, decías, y cosas por el estilo. Por entonces muchas damas venidas a menos seguían rebosantes de idealismo, como si el universo, en constante movimiento, fuese para ellas una eterna opereta. Juntos pero no revueltos, dijo el vejestorio que viajaba frente a nosotros con su gato siamés. Pandilla de cafres. A dónde vamos a parar con tanta plebe... Ganó el populacho... En qué se ha convertido este país..., gemía mientras acariciaba alternativamente al gato y la falsa pelliza que le colgaba de un hombro. Novelesco. Molestarle la alegría de unos jornaleros que cantaban rancheras. Gente sencilla, Erasma. ¿Cómo estoy?, preguntaste cuando el vejestorio se dirigió al vagón-comedor. Como un pincel, te dije. Ibas con tu pelambrera roja recogida en cebolla y un vestido de encaje, el desmangado con fajín en la cintura y entallado hasta media pierna. ¡Cuán turgentes eran esas curvas! Como un pincel, repetí, ya que zapatos y cartera extasiaron a la mujer más sobria de tu familia, Serapia, tu tía paterna. Estás hermosa, mi sobrina. Qué elegante. Si tienes intención de visitar la tumba de tu padre, avísame que iré contigo, dijo. Y la vimos por casualidad. Al apearnos del tren estabas como loca buscando un espejo. Sí, te aviso Serapia. ¿Pero te vas o vuelves de viaje?, curiosa indagabas. ¿A dónde voy a ir mi sobrina?  Hace un año que no vienes, ¿verdad? Pues hace ocho meses que trabajo aquí. Soy la encargada del baño de señoras. ¿Necesitas papel sanitario? Gracias, Serapia, no, solo entré a retocarme un poco, le dijiste pasmada, y al marcharnos a mí: Serapia fue tejedora de visillos en la sastrería Encanteur. ¡Uy!... Qué calamidad. La mismísima bailarina Isolda, de soltera Valdés, esposa de Jeremy Mac Bank, propietario de la lujosa cadena hotelera Coconut, ordenaba sus trajes allí... ¡Encargada del baño de señoras!, dijiste. La desgracia es la comadrona de las virtudes, dije parafraseando a Jaucourt. Y salimos. En esa época un taxi era como un platillo volador.  En fin, cargué con la maleta a pie, pesadísima. Y no solo eso, con la batidora Westinghouse de mi madre y nuestro ventilador de la General Electric, según tú, porque esos electrodomésticos, incluso usados, servirían para borrarle de la mollera a Hortensia la idea de los guanajos. ¡Una batidora Westinghouse y un ventilador de la General Electric! ¡Mamá! ¡Mamá!, voceaste varias veces por las persianas del portal. Ya voy, Erasma, dijo, y deduje, porque no pudo ser otra cosa, que corrió a disfrazarse. En el portal estuvimos, lo mínimo, tres o cuatro minutos, luego abrió. De negro hasta los tobillos, y en la cabeza, un casquete con redecilla. Idealista, detenida en su eterna opereta. Dejen el equipaje. Acomódense. ¿De anís estrellado o canela? De anís estrellado, mamá, respondiste y se fue a la cocina, lánguida, altivamente. Lo confieso, me negué a aceptar la infusión, sobre todo, por el fuerte olor que inundaba la casa. ¿Lo sientes? ¿Qué cosa, Erasma?, te sonsaqué esperando la respuesta acertada. Nocturno en do menor. No ha perdido el juicio, Pichoncito. Puso a Chopin para recibirnos. ¿Chopin? Un tufo para respetar. Lo escribí en mi diario. Por tal razón nos quedamos mudos. Mu-dos, observando las telarañas del techo hasta que regresó Hortensia de la cocina. ¿Has visto a Serapia?, una lástima, dijo tu madre al poner la bandeja con la infusión de anís estrellado en la mesa. La pobre, viuda, no le alcanza la pensión, y ahora en la estación de trenes encargada del baño de señoras. Sírvete tú misma de la tetera, Erasma, que estoy agotadísima. Guanajos, los crío para distraerme, por hobby, sabes, dijo alzándose la redecilla del casquete y entornando los ojos mal embadurnados de rímel. Sírvase usted, querido nuero, insistió. Gracias, Hortensia, acabo de tomar café. Una mentira piadosa, Erasma, pero me valió para librarme de la infusión, y las dejé conversando. Recorrí cada rincón de la sala. Un olor nauseabundo. Chopin, mamá. ¿Sigues acariciando el piano?, indagaste llevándote la taza de porcelana Bayeux a la boca. Tomabas con enorme solemnidad la infusión, de sorbo en sorbo. Tiempo ni hora se atan con soga, hija mía. Todos se han ido, dijo, cosa que resultó ser cierta porque no hablaba de muerte sino de éxodo. Los domingos. Toco exclusivamente los domingos, para Serapia. Ella me ayuda con la alimentación de los guanajos. ¡Ajá!, exclamé para mis adentros en lo que ustedes mantenían aquel diálogo, ameno, claro que sí, pero al mismo tiempo inútil e insustancial. Ya descansaste, Lisardo, pensé. Y seguí escrutando. En la sala todo en su sitio, el tresillo sobreviviente de los tiempos de las vacas gordas, el que más tarde heredaste, ¿lo recuerdas?, la colección de canarios disecados, el piano... Entonces salté al comedor: el juego Luis XV, los diecisiete candelabros de bronce y, detrás del vajillero con puertas de cristal, ¡vergüenza debía darte, Erasma!, ¿así que Nocturno en do menor?, una tina repleta de cáscaras de plátanos, boniatos, residuos de col, acelgas... De allí provenía la inquirida fetidez. ¿Dónde cría los guanajos, Hortensia?, las interrumpí, no me quedaba otra... Sí, ahora les muestro, vengan, dijo parsimoniosa, como si en toda su existencia hubiese criado guanajos. Tú ibas delante de mí, petrificada. Negando a cada paso con la cabeza. Pero yo no. Yo como Claudio cuando la guardia pretoriana lo proclamó emperador de Roma, haciéndome el guanajo como los guanajos que criaba tu madre. Tan ridícula como tú. Los crío aquí dentro porque afuera se los roban los campesinos, dijo. Sí, Erasma, el mismo lenguaje despectivo del vejestorio que viajaba frente a nosotros con su gato siamés y la falsa pelliza. Una izbá. A juzgar por el espectáculo en eso se convirtió el hogar de tu infancia. Bebederos, comederos, y para rematar, excrementos por todas partes. Doce guanajos no mayores de tres kilos que se alimentaban en el comedor y luego tu madre los confinaba como si estuviese pastoreando chivas. ¡En la habitación de huéspedes, Erasma! Entonces llegó la pregunta del millón de dólares: ¿Dónde íbamos a pernoctar con la casa convertida en una granja avícola? Gracias a tu tía Serapia. ¡No lo niegues! No nos dio comida, pero albergue sí. Albergue, sí. Un alma noble. Tres días yendo y viniendo de acá para allá, o sea, de beduinos, entre guanajos y anís estrellado. Por cierto, ¿quién le dijo a Hortensia que eso es un té?... “Espérame en el cieelo, corazoón... si es que te vaaas primero”... Anís estrellado, infusión para flatulencias. Pero yo, yo como Claudio cuando la guardia pretoriana lo proclamó emperador de Roma, haciéndome el guanajo como los guanajos que criaba tu madre. ¿Pensabas que aquella locura se le quitaría con una batidora Westinghouse y un ventilador de la General Electric? Idealistas. Que siempre han sido unos idealistas, tú, y toda tu familia. Como si el universo, en constante movimiento, fuese una eterna opereta. Así que Nocturno en do menor. ¿Quién se iba a robar los guanajos, querida?


 Fragmento de Cachemir, Aduana Vieja, Valencia, 2016, pp. 67-71


jueves, 13 de noviembre de 2025

Elogio al desatino

 

  Dolores Labarcena


 En los últimos tiempos apenas manteníamos diálogo, sino locuciones apremiantes: “Alcánzame el colador”, “Compra harina”, o, “Tráeme la manta eléctrica”... Sin embargo, cuando nos casamos le gustaba el campo, la lluvia. Recuerdo una vez que se compró unas botas de agua doradas con margaritas violetas. Era un placer verla cuando caían los chaparrones. En días de granizada, abría el balcón de par en par, y el mobiliario es deponente de esos embates, narró el abogado del señor Galán desde la cocina en lo que adobaba el conejo. Y es incuestionable, con la bombilla ahorradora en la clave del arco de la puerta, lo que parece es una cueva. Profunda, prosiguió, un ser que cabría en una simple descripción: rubia, bajita y delgada, pero enérgica, revolucionaria. Una chica ye-yé, con el pelo alborotado y sus medias de brillo. Por aquella época, comentó volviendo a la sala mientras señalaba con el tenedor a un cuadro donde emergía un San Serapio surrealista, atado a una cruz que semejaba un cactus, estudiaba teología. La conocí en un recital de Los Brincos, nuestros Beatles... Brindemos, dijo. La vida es un campo de batalla, por eso me cambié a Derecho. Y destapó una botella de pacharán que desde que llegamos nos estaba observando como si fuese un perro. ¡Libertad, igualdad, fraternidad!... ¿Ve esa hamaca, Parado? Allí pasaba las tardes. Tuvo tres hamacas y un canario amarillo. Dante, de quien le hablé. El balcón, el sitio que más habitaba, por eso lo mantengo abierto en cualquier estación. Mis bronquios son de hierro. Únicamente cierro cuando veo a Bob Rodríguez merodeando. Mi más acérrimo enemigo... Bob, el de los cuatro millones de razones para exterminarme... ¿Y por qué se divorciaron?, lo interrumpí, ya comenzaba a ponerse desapacible con el tema del dichoso Bob. No, mi religión no admite el divorcio. Al Caribe, chaval. Se fue a vivir al Caribe. Las cartas que me enviaba estaban repletas de confusiones: Te respeto. Hombres como tú no existen en esta parte del planeta, decía algunas veces, otras, una palabra ocupaba todo el papel: ¡INÚTIL! Ya sabe, el papel aguanta lo que le pongan. Inútil yo. Sepa que la respeté, y la quise mucho, tanto, que no he vuelto a casarme. Dicho esto puso un CD de Los Brincos. Acto seguido comenzó a tararear: 

Tú me dijiste adiós, 

no sé por qué razón, 

no sé, no sé... 

 Escúchelos, he vivido un sinnúmero de sucesos, Parado. Fui testigo de acontecimientos sin precedentes, la reivindicación del Colectivo de Psiquiatrizados en Lucha, el movimiento gay, la Transición. Y sus voces siguen ahí, casi suspendidas en el no-tiempo, es decir, congeladas en un universo mental, en una nación cósmica... ¡Rebeldía, rebeldía!, profirió dándome unas palmaditas en el hombro. Ah, ¿entonces se separaron por rebeldía? Qué va, chaval, rebeldía la de Los Brincos. Muerta. Ella murió. Algún día le contaré. Infortunios del trópico. ¡Caramba!, se me quema el conejo, exclamó y volvió a la cocina, compuesto, ni siquiera se quitó la corbata. Daba la impresión de que fuese él el invitado y no yo. Las habitaciones las mantuvo cerradas a cal y canto, lo mismo que el despacho, que quizás atesora más de cien volúmenes entre clásicos y tomos de legislatura. Sin embargo, en la pieza principal, a ojo de águila, aprecié un timón de barco, una lámpara de araña, un reloj de péndulo, una mesa Luis XV, un aparador cuadrado con la bandera británica, y un colgador paragüero estilo colonial, además de dos candelabros de aluminio que flanqueaban al San Serapio surrealista, único camarada de viaje. Su vacío se dilataba al igual que el papel tapiz que abrigaba las paredes, marrón siena con rombos y motivos siderales en azul cobalto. Dada la peculiaridad estética y su disertación sobre la nación cósmica, el no-tiempo y el universo mental, contemplé la posibilidad de que fuese partidario de la Cienciología. No obstante me guardé la incertidumbre. Siéntese, Parado, dijo al verme examinando su reloj de péndulo, he aquí el conejo al ajillo.

 

 Fragmento de Kruschov, Editorial Verbum, 2015. Imagen: Martin Prats Bofill © 


martes, 11 de noviembre de 2025

Leda en el Burj Khalifa


F. 1. Abuela 
 

 Dolores Labarcena


 Felices. Sin temor a las avalanchas. Un año a Canillo y el otro a Encamp. Hasta que menguaron sus fuerzas, entonces subían a Bielsa. Preciosa Huesca. Sin embargo solo he estado en verano. Mi abuela una deportista nata. Mi abuelo bibliómano y explorador. De él he heredado el espíritu. Si estuviese vivo me diría vete a Nueva Zelanda. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Ahí su arrojo en la foto. Me contó que ahuyentaba a un bullmastiff, y sus amigos pusieron pies en polvorosa. ¡Vaya amistad! Se guarecieron despavoridos en la barraca que se ve al fondo. Él, enfrentado a la bestia, y por tanto a la naturaleza. Jamás me habló de la guerra, sí de las botellas de Codorníu que desconchó cuando murió Franco. Nunca tiré un tiro, mi hermano sí, y por eso ni sé en qué fosa fueron a parar sus huesos. Ni rojo ni falangista, ayudante de farmacia, eso fui, me decía, y tu abuela una buena mujer, más lista que el hambre. Hacía unas patatas cocidas y aderezadas con cáscaras de habas, sabrosas... Guardo en mi corazón los gratos momentos, no el final. Murieron como vivieron, en el camino. Un camión les embistió de frente. El Simca 1200 de mis abuelos no sirvió ni para chatarra. Por eso no conduzco. Un coche comodísimo. Nombrado coche del año en 1975.

 Un sombrero mejicano te traeré, me dijo Laura, la enfermera amiga de Aristegui. Me voy de vacaciones a México. Mejor tráeme la virgen de Guadalupe, le dije, si bien me reservé que la quería para regalársela a Chelo. Tú en tu molino. Vaya, sin salirte del tiesto. ¿Cuándo te tocan a ti?, me preguntó. Debo planificarme, le respondí. ¿No viajarás? ¿Y qué harás? Espero no merodees por aquí como mosca en el rabo de la vaca. No veo la hora de volar..."Una piedra en el camino, me enseñó que mi destino, era rodar y rodar"... ¡Órale! 9.488,58 km de distancia. Ya lo calculé. Mientras más lejos, mejor. Comeré cebiche y tomaré tequila, ¡órale! hasta caer redonda. Soy una mujer moderna, sin tabúes. Salí con un guatemalteco cuando hice mi Erasmus en Helsinki. Al final gente con la misma cultura. Todas las noches de juerga, y él me llamaba su xsum ikwaam. Somos amigos en Facebook. Graciosísimo. Ahora vive en Manitoba, Canadá. Se casó con una uruguaya. ¿La viste?, siguió con el monólogo mientras pasaba Nekane quien no saludó a ninguna de las dos. Parece que la momia le informó lo liados que estábamos. Tarambana. No quiero ni acordarme de lo ridículo que es. Cuando íbamos a un Bwok se disfrazaba a lo Jackie Chan. El hazmerreír de los propios chinos. Un sombrero mejicano no, un mejicano te traeré. Te traeré fue el punto sobre la i para que saliera huyendo. De modo que me dirigí al self-service, al cual iba antes de estar al tanto de los tejemanejes de Laura y las aficiones del profesor de Tai Chi. Allí sentada Carmela comiéndose un trozo de melón. Hola, Carmela. Un buen decorado, ¿verdad? ¿Le agrada el cuadro del besugo? Primero me miró, y luego en tono áspero aunque fingidamente risueña, me mandó a freír espárragos. Una feminista en toda regla. ¿Qué habrá sido de Jacques Chanson, quien la dejara por Modou Mandione? Una incógnita. Pero la vida... "La vida es fascinante", especulé. E igualmente me comí un trozo de melón.


                         F. 2 Abuelo


 Obra de calibre Muerte en Venecia. El fatalismo: el meollo de la narración. No podía ser agrónomo ni mucho menos ingeniero el protagonista. Artista. Y como todo artista, un ser exhausto y desequilibrado. Por tanto, Mann no se plantea crear por crear, más bien expone el hecho de que la cosmogonía sentimental es frágil. Por ello en la p.78 de Muerte en Rocadenbosch, Leda expresa: "Dónde me he metido, dónde me he metido". 


"Y cayó en un sopor. 

 

SUEÑO DE LEDA

 

 Los lumínicos impactaban de manera irregular sobre los cristales de las puertas correderas. Leda, incrédula, ante aquel dancing lights, se levantó y cerró las cortinas. ¡Terciopelo!, dijo, al tacto es terciopelo, ¿y las mías?... ¿Dónde estoy?, desorientada indagó en voz alta.

 -Hum... ¿No recuerdas? ¿De verdad no recuerdas? En Dubái, cariño, en el Burj Khalifa. Pero por tu temor a las alturas no estamos en la cúspide. Observa. Tus deseos son órdenes: suite con cortinas azul índigo, espejo en el techo, columnas de mármol jaspeado, gimnasio, jacuzzi, duchas separadas... Acabo de darme una. Toma...

 - ¿Qué es?

 -Tu gintonic de siempre… ¡Pero qué tienes hoy, Leda!

  Leda cogió el gintonic y se derribó complacida en el glorioso colchón. En tanto, Tadeo se ponía una camisa gris con puños color madreperla.

 -¡Qué bombón! ¡Ñam-ñam! ¿Se puede saber a dónde vas?

 -Cariño, enredadísimo. Hasta aquí negocios… tú relájate en el jacuzzi, o vete de compras. Cuando regrese te sorprenderé. ¿Me alcanzas los zapatos? Apúrate, Leda. El chofer lleva una hora esperándome. Leda, los zapatos. ¡Leda!

 Leda despertó.

 -¡Bah! Qué ronquidos, Leda. Oye, salgo para el gimnasio. ¿Cuándo quieres que venga?

 -¡Uy! Este fin de semana imposible. Me voy a Andorra. Cuando vuelva te llamaré.

 -No juegues conmigo, Leda. Tú no conoces mi lado malo. Con hombres como yo hay...

 -Mira, Tadeo. Mejor vete a tu gimnasio... ¿Me alcanzas por favor una Fanta? Anoche me pasé con las Voll...

  Tadeo no le hizo ni gota de caso y dio un tirón a la puerta que incluso la cómoda se zarandeó. Ahí mismo Leda rompió a llorar desconsoladamente. Afligidísima, no por la partida de Tadeo, sino porque tenía intención de hacerse una mamoplastia y los gastos que Tadeo le generaba eran considerables. Habrase visto. Madreperla... ¡Menuda perla! Un MINI Cooper, hasta eso le compré. Lo dejaré. Un MINI Cooper, idéntico a la camisa del sueño. ¡Basta!, clamó Leda con un tremor de tetas, y buscó la Fanta. Acá y acullá todos harina del mismo costal. ¡Pero quién se ha creído este petulante! Intimidarme a mí, Leda, la que corta el bacalao. Lo juro, me pondré una copa C. ¡Libertad! Tengo derecho a vivir... Y en lo que se debatía entre la ida a Andorra, la mamoplastia, los ahorros y dejar a Tadeo, se volvió a acostar".

 


 Fragmentos de Diario de un Tuátara, Baile del Sol, Tenerife, 2018.

 


domingo, 9 de noviembre de 2025

Del azar y los mapas



 Dolores Labarcena


 Hace unos años, en lo que buscaba imágenes de las aldeas flotantes de los korowai: pueblo aborigen de Nueva Guinea Occidental, me topé por pura casualidad con un texto insólito. Lo hallé, bostezando en medio de la cacofonía imperante, en una web especializada en bioarqueología y antropología social en el apartado de misceláneas, tenía por título Vademécum del Cordianismo. Admito que mi espíritu lector dio rienda suelta a mi dedo índice y me adentré en él dejando entre renglones mi propósito inicial. Cuál fue mi estupor, ahora que poseemos tantas herramientas digitales para localizar cuásares con corrimiento hacia el rojo incluso a 13.000 millones de años luz de la tierra, ¡que no es jarana!, al descubrir que el país donde ocurrían -u ocurren- los sucesos narrados no aparece ni en los atlas analógicos.

 Vencida por la ignorancia y orfandad de conocimientos, y no encontrando la biografía de la autora en esa enciclopedia libre que es Wikipedia, me di a la tarea de intentar comunicarme con ella a través del email de la web. Y dio fruto. Recibí respuesta dos semanas más tarde. La autora que me mantuvo en ascuas era nada más y nada menos que Magdalena Duany (Quito, 1981). Doctora en antropología y profesora adjunta del American Samoa Community College, donde encabeza un proyecto innovador sobre eco-economía sostenible y biodiversidad para promover el desarrollo endógeno en la Polinesia.

 Harta de desinformación, de pseudoliteratos y ciberfantoches que contaminan las redes más que el plástico en los mares, al fin nos dimos cita por Skype. En esa hora y cuarto que duró nuestra conexión me habló de Krishnamurti, la prisión de Bang Kwang, los manglares de Samoa, la ruta de la seda a la inversa, la Guía de los perplejos de Maimónides, el olluquito con carne, los nyangatom, origen y expansión de la Mara Salvatrucha, 1984 de Orwell, el hundimiento del Prestige, el gran Buda de Buduruwagala, la extinción del pochuteco, el Mar de Aral, Saint Germain, los jarawa, la manteca de copoazú y sus beneficios, Cultura y simulacro de Braudillard, los amahuaca, el sashimi de atún, la escarificación de los hombres de Sepik y su significado, la polución sonora, el mandazi con azúcar glas, En busca de la eudaimonía perdida de Tejo del Hoyo… “¿Me sigues?” Usaba esa muletilla con su voz gangosa, acolchada, ligeramente faríngea. Intentaba -o eso creí- comprobar si mi interés era genuino. Asimismo, me confesó sin cortapisas -quizás pensase que era de mi dominio el dato- ser la viuda de Aram Yifrah, el tristemente célebre paleontólogo, fotorreportero, saxofonista, pintor y, además, activista por los derechos humanos danés capturado en Siria y decapitado por terroristas de ISIS (todavía se encuentra rodando por la Darknet el vídeo de la ejecución).

 Escuchándola -saltando de tema como tenista en la cancha-, enfática, pero libre de envanecimientos, reconocí que su erudición era lo suficientemente auténtica. Parecía, pues jamás pude franquear los recovecos de su temple andino, que se asignaba a sí misma neutralidad y rigor respecto a la evolución de la humanidad, sus culturas y religiones. Sin embargo, aquello que tenía en el tintero no hubo forma de traerlo a colación. La única pregunta que tímidamente emitió mi aparato fonatorio cuando me dijo que debía cortar la conexión porque volaba a París para asistir a una conferencia sobre la influencia de la mística judía en la escritura de Borges, fue la siguiente: ¿Me dejas reproducir Vademécum del Cordianismo en mi blog? Y accedió, siempre y cuando citase la fuente original.

 Esta disertación, (tomando las pistas que me ofreciera entre filosofía, hecatombes, sitios y platos exóticos) por demás instructiva, refleja, grosso modo, el tema central de su tesis. O sea, que Vademécum del Cordianismo pone de manifiesto el declive de la hegemonía político-cultural de Occidente, el enquistamiento y proliferación de los sistemas autoritarios, la autocensura de los medios de comunicación, y el rol que juega en ese constructo el individuo-masa, vaciado de su propia historia y, por ende, de su condición primigenia.

 Debo revelar, de manera particular a la doctora Duany, a la que agradezco los conocimientos y el tiempo prestados, que ese encuentro fortuito, ¡para cada pabilo hay siempre una cerilla!, dio pie al nacimiento de este libro que cierro a modo de epílogo con Vademécum del Cordianismo, que no es más que la recopilación de prosas, crónicas, traducciones y descubrimientos literarios que tuvieron lugar desde 2014 hasta la fecha. Ahora bien, ¿dónde está Barequia?, se preguntará el destinatario de estas líneas. Y le respondo parafraseando a Hecateo de Mileto, quien sostuvo que la tierra tenía la forma de un disco, con Grecia, naturalmente, en su centro.     


 De Electra y el extraterrestre amarilloPotemkin ediciones, 2025.

    

sábado, 8 de noviembre de 2025

Educación de rigor


    Pedro Marqués de Armas 










 Óbitos, Bokeh, 2015, pp. 53-60. Errata: "Si me apuras lo es hasta el lago..."