sábado, 9 de agosto de 2025

Despertar del Museo Nacional



 Guy Pérez de Cisneros 

 

 Una ley del senador Santovenia

 Se nos había dormido el Museo Nacional, olvidado por todos, en su caserón oscuro y sucio de la calle Aguiar. Como en los cuentos de hadas, sólo velaba, en la última habitación del último piso, el maestro Rodríguez Morey, su actual Director, excelente conservador de pinturas y gracias al cual, contra vientos y mareas, en medio de la indiferencia oficial, no se caen, carcomidos, descascarados y agrietados los cincuenta o sesenta originales de valor que la República de Cuba no sabe que tiene allí.

 Ya Ravenet, nuestro entusiasta pintor que más de una vez, en generosa actitud cívica, supo subordinar su obra personal a la obra divulgadora de cultura se había arriesgado por aquellos desiertos corredores, levantando mucho polvo, y había fregado vigorosamente algunos cuadros que, después, asombraron a todos en aquella Exposición de la Universidad, inaugurada ante más de cinco mil personas y que se tituló "Escuelas Europeas".

 Pero aquella vez, el entusiasmo duró lo que duró la exposición. Las obras admiradas volvieron a su soledad en el "Castillo del Arte Durmiente", y el polvo empezó de nuevo su acción.

 Se comprenderá que ha sido para nosotros una sorpresa enterarnos que un nuevo campeón del Museo Nacional se prepara a iniciar otra batalla. Es un campeón que ya se ha anotado decisivas victorias, con una precisa imperturbable obstinación, manejando a la vez con vigor e y delicadeza esas curiosas empresas, tan poco obedientes a las leyes comunes, que se llaman empresas culturales. Ya el hecho de editar mensualmente un libro cubano, de darle real vida a nuestras relaciones oficiales e internacionales de cultura, de escribir cada año dos o tres libros de historia, de dotar a nuestro Archivo Nacional de un edificio modelo, son magníficos presagios de que en su nuevo empeño a favor del Museo Nacional, triunfará también el doctor Emeterio S. Santovenia.

 Resulta intolerable, en efecto, que la República tenga a su Museo en tan deplorable estado. Hasta ahora no sé de ningún Ministro de Educación que lo haya visitado. Estoy seguro, de acontecer ese milagro, que cambiarían en seguida las cosas: porque se trata tan sólo de un problema de mucha vergüenza y de poco dinero. Hay que llevar aire y luz a estas destartaladas salas. Hay que preparar un almacén para guardar lo que no es indispensable enseñar hasta tanto no se tenga un edificio mucho mayor. Hay que editar un catálogo. Hay que completar y ordenar las colecciones de pintura colonial cubana, especialmente de grabados; nada más irritante que el hecho de comprobar que Cuba -que ha sido tan rica en grabados- no tenga en su Museo ni uno solo, porque no cuentan como tales una o dos planchas de Báez. Es preciso también organizar una Sala de Arte Moderno Cubano aunque sea con los cuadros que adornan desordenadamente las paredes de Educación y algunos de los cuales han desaparecido inexplicablemente, como la Ligeia de Ravenet y Los guajiros de Abela. Es preciso que tengamos un lugar a donde llevar al amigo extranjero que quiera captar en pocos días el panorama cada vez más prometedor del arte en Cuba.

 Frente a estas aspiraciones, nuestro Museo no ofrece más que el disparatado aspecto de un almacén de antigüedades, y ésto, lo repito, a pesar del valioso esfuerzo de su actual Director Rodríguez Morey, el cual, privado de personal, de recursos y de espacio, se ha resignado a "conservar" sin poder "enseñar", desarrollando así solamente la mitad de las funciones de un museo.

 La proposición de Ley que acaba de presentar el senador Santovenia puede poner mucho orden en esta desdichada situación. Con elevada altura de miras afirma que, en la riqueza nacional, entra también el patrimonio artístico del país, ya sea que pertenezca al Estado o bien a particulares. Por consiguiente es necesario concederle especial importancia y dar plena franquicia a todas las piezas de museo que ingresan en el país, y también comprobar con los métodos más fidedignos su autenticidad. Un registro de esas piezas, bien dirigido, completará eficazmente esta fórmula para fo-mentar el desarrollo de nuestra riqueza cultural. Y a todo ello se añaden preceptos legales muy bien estudiados sobre los préstamos y las exportaciones de piezas de arte. Aplaudimos sin reservas estas medidas, muy beneficiosas y que, aun-que no intervienen directamente a favor del Museo Nacional, llaman sobre él, de manera poderosa la atención de los Ministros de Educación y del gran público, gracias a la creación de un Organismo permanente a cuyo cargo estará la aplicación de las medidas legislativas y que el Senador Santovenia titula "Consejo Asesor del Museo Nacional".

 Pero, precisamente, lo que nos ofrece algún reparo en el proyecto de Ley es la composición de ese Consejo. Lo integrarían en efecto: el Director del Museo, un Profesor de San Alejandro, el Profesor de Historia de Arte de la Universidad, el Director de Cultura de Educación, el Director de Relaciones Culturales de Estado y sendos miembros de la Academia de Artes y Letras y de la Academia de la Historia.

 Hoy, por ejemplo, tenemos a Luis de Soto en la Universidad y a Francisco Ichaso en Relaciones Culturales que harían dos excelentes miembros de dicho Consejo. Pero mañana puede variar completamente este panorama, sobre todo en relación con los puestos que dependen de la política.

  Por otra parte dicha selección es "académica en su mayor parte. Y entonces -resulta penoso decirlo- no estará representado nuestro verdadero arte como merece serlo. Las academias, en cuestiones artísticas, están muy lejos de haberse puesto a tono con la época y con la realidad cubana. Sobre ésta actúan como freno y no como motor. Esta circunstancia sería casi comprensible en un país de cultura madura. Pero en un país joven resulta fatal. ¿A qué se deben, si no es a ese academismo difuso y confuso, las increíbles e intolerables condiciones económicas en que vive el noventa por ciento de nuestros mejores pintores y escultores?

 Por consiguiente, me permito muy respetuosamente sugerirle al Senador Santovenia que amplíe el Consejo de Proyecto: por ejemplo con dos miembros del Instituto Nacional de Artes Plásticas en el cual están bastante bien representadas -a pesar de ciertas infiltraciones del virus academicus"- las tendencias modernas a las cuales, sin ningún derecho, se les ha negado hasta ahora el derecho de toda vida oficial activa. Y también, ¿por qué no? con los respectivos presidentes de las Comisiones de Cultura del Senado de la Cámara. En materia de arte, prefiero mil veces discutir con un político que con un profesor de "Bellas Artes". Sobre esta aparente paradoja quiero recordar que fueron el senado y la Cámara los que prestaron el Salón de los Pasos Perdidos del capitolio para la realización de una exposición que vino a ser el mejor testimonio del triunfo del arte moderna cubano, que negaba tan desesperadamente todo lo que academia.

 Y creemos que no abusamos del doctor Santovenia si le suplicamos que estudie también la posibilidad de dotar a nuestro Museo de un verdadero edificio, con sus respectivas galerías de Arte Cubano Colonial y Moderno, así como de Pintura Extranjera Contemporánea. La piedra no es nada sin el espíritu. Pero cuando de Museos se trata, el espíritu es bien poca cosa sin la piedra.

 21 de noviembre de 1944

 Las estrategias de un crítico. Antología de la crítica de arte de Guy Pérez de Cisneros, prólogo de Graciela Pogolotti; salección y notas de Luz Merino Acosta. Letras Cubanas, 2000, pp. 25-28.


domingo, 27 de julio de 2025

"El busca la patria". Relación de un caso frenológico

 

El martes 23 de enero de 1844, hallándome en Vilanova y Geltrú, con el objeto de introducir en ella el estudio de la Frenología, se presentó D. Indalecio Roig de 21 años de edad, acompañado de su señora madre, para hacerse examinar la cabeza. El año 1839 los padres de este joven lo mandaron a la Habana donde residió unos cuatro años, al cabo de los cuales tuvieron sus encargados que volverlo a mandar a España, a consecuencia de unos fuertes ataques de nostalgia que padecía.

De regreso a su patria, principiaron a darle y continúan dándole de cuando en cuando unos arranques de fuga, huía de su casa en busca de un imaginado asilo o patria; pero por no bailarla o por calmarle el arrebato, vuelve a su casa al cabo de tres o cuatro días. Los paroxismos le han valido el epíteto de “El busca la patria”, con cuyo apodo todo Villanueva le conoce. Hará unos nueve meses que le han puesto al oficio de carpintero, y desde entonces no son tan frecuentes sus arrebatos.

 Nada de eso sabía yo cuando se presentó el joven; pero apenas le puse las manos en la cabeza, cuando noté que hacia el vértice superior del hueso occipital, donde reside la habitabilidad, presentaba un calor de más de cinco grados que el natural del resto del pericráneo. Desde este momento ya no me cupo duda alguna que la habitatibidad (sic) en aquel joven se hallaba enferma por irritación, pero yo no sabía, ni sabía entonces la Frenología, de qué manera se manifestaba semejante anormalidad de aquel órgano. Así lo comuniqué con toda sinceridad a la madre del examinado, la cual me respondió contándome lo que he referido al principio de esta narración.

Esta señora estaba bastante conmovida creyendo que su hijo era loco, y que para él no había cura. Soseguela, diciéndola: “su hijo de V. no es demente como V. creé, solo tiene un órgano de la cabeza afectado; que es como si dijéramos un solo dedo irritado respecto a las manos. Su razón está sana, y él conoce cuando estos arranques le vienen”. “¿No es verdad Sr. Roig?”, le pregunté. A lo que respondió así señores muy cierto. Pues bien, “señora, continué yo, para curarse sólo es menester que cuando él conoce que está próximo el paroxismo que se lo diga a V. o al que esté cerca de él para impedirle la fuga hasta que le pase el arrebato el cual no le durara mucho tiempo. En el ínterin bueno será que se distraiga cuando salga de su trabajo, que busquen algún bueno y divertido amigo con quien pasearle todos los días y especialmente los domingos, que piense y reflexione constantemente sobre la bobería de escaparse de su casa en busca de una soñada patria, y estoy cierto que no se pasarán quince días sin que el mismo conozca que está curado”.

 Quedó la madre muy satisfecha y se marchó profundamente convencida de que sucedería como yo había dicho. El viernes 2 de febrero, es decir diez días después de la entrevista referida, volvió a verme el joven D. Indalecio Roig, con semblante risueño y muy animado dándome las más afectuosas y expresivas gracias, porque se consideraba curado, y porque dentro de si ya ridiculizaba sus paroxismos y miraba como imposible que jamás hubiese tenido semejantes manías. Toque en el acto la cabeza, y sentí que su habitatibidad (sic) tenía, poco más o menos el calor natural del resto de la cabeza, “ya no, dijo él, ya no siento aquí aquel terrible calor”.

El miércoles 24, el día después de haber examinado el referido joven D. Indalecio Roig, le presenté a mis cuatro clases frenológicas, diciéndoles, “señores indíquenme vds. cuál es la parte más caliente de la cabeza de este caballero”. Y apenas ponían los alumnos la mano en la cabeza del joven decían todos “ésta, ésta”, señalando la habitatibidad. Cuando se les presentó de lleno la correspondencia entre la irritación del órgano que tocaban y la manía que todos sabían poseía el joven, quedaron maravillados de que hubiese quien, con semejantes casos a la vista, pudiese dudar de la Frenología.

Mariano Cubí y Soler

 

Los médicos abajo firmados nos hallábamos presentes como alumnos en las clases a que se refiere el Sr. Cubí, y certificamos que efectivamente quedamos asombrados de ver la correspondencia entre la irritación de la habitatibidad del joven Roig, y los paroxismos a que todos sabíamos que estaba sujeto. Este caso y otros no menos importantes que nos hizo notar el Sr. Cubí, nos han convencido con nuestro distinguido Vicia que: “la Frenología se halla ya en un estado de cuyos conocimientos no pueden carecer el fisiólogo, la medicina práctica, la legislación, la moral, etc.

Villanueva y Geltrú a 7 de febrero de 1844.

José Puigdemasa, Médico Cirujano. Carlos Galcerán, Médico. Juan Banach, Médico y Cirujano. Isidro Parellada, Médico y Cirujano.


Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia. Sociedad Médica Oficial de Socorros Mutuos, 1844 , p. 34.


sábado, 26 de julio de 2025

Triste historia de Hortensia López la matancera

 



 Francisco Calcagno 


 Muchos han negado que existiera el más leve indicio de conspiración y han temido que la vindicta divina viniera a pedir cuenta de ese crimen social: entre estos, La Luz, a quien tocó de cerca, siempre sostuvo que en la conspiración de la Escalera no hubo negros criminales sino negros poseedores, o amos que tendrían que rescatarlos. Dos delaciones, siempre arrancadas por el tormento, bastaban para caer en las garras de la despiadada Comisión, y numerosos fueron los casos de personas libres que al saberse solicitadas, se suicidaron antes que entregarse: sabían que la inocencia no los garantizaba y que una vez en manos del horrible tribunal, serian llevados a la escalera donde el látigo funcionaria hasta arrancarles algunos nombres. En Güines se dio el tristísimo caso de un hijo, forzado por el dolor, delatando a su padre, sastre honrado y director de orquesta, que murió bajo el tormento sin hablar palabra: todavía se recuerda allí con dolor al Maestro Pepe. En Matanzas, una mujer que aparte de ser mulata cubana era señorita, delató, inducida por el terror, á sus dos hermanos; fue después concubina de uno de los fiscales y murió demente en San Dionisio, mucho antes de la traslación del hospicio a Mazorra; algún día con más datos escribirá alguno la triste historia de Hortensia López la Matancera. Cuenta un autor peninsular que cuando la prisión de Plácido ya se habían dictado 3000 sentencias sin pruebas: necesitaríamos un volumen para narrar los tenebrosos episodios que no han sido escritos. Jamás en Inglaterra contra católicos, ni en Francia contra hugonotes, ni en España contra moros o judíos se desplegó una saña tan fríamente cruel como la que exterminó a esa raza indefensa. «Más de mil negros, dice la Revista de Boston (North American Review, tomo 68, 1849) murieron bajo el látigo.» El comisionado británico Kennedy testigo presencial, dice que pasaron de tres mil, a más de centenares muertos por las balas o de hambre en los bosques en que se escondieron. La confiscación de bienes era consecuencia inmediata de la prisión, y las hijas en la miseria, se vieron como Hortensia la Matancera, forzadas a la prostitución.» Otro autor peninsular cuya moderación es notoria dice: «De que no hubo la legalidad e imparcialidad que exige un pueblo culto son pruebas manifiestas los castigos que tuvo que dictar la primera autoridad contra muchos fiscales por su venalidad y sus excesos; el suicidio de dos de ellos y la fuga de otro al ver descubiertas sus infamias.» El lector sabe además, pues es voz común en Cuba, que el fiscal de Plácido, murió arrepentido gritando en su postrera agonía. «Plácido, perdóname.» El mismo Salazar, delator gratuito de La Luz, de Delmonte y también de Martínez Serrano y de José Noy que murieron en bartolina, fue condenado a presidio y conducido al de Ceuta, de donde le sacó el mismo La Luz, como se verá en la biografía de éste señor. Las personas que Plácido citó ante el tribunal divino se dice que fueron Francisco H. M. y Ramon González. Se le comparaba con el mulato Ogé, primera víctima de las turbulencias en Haití, de los de color contra blancos «pero la criminalidad de aquel agrega alguno fue manifiesta, y la de Plácido aparece solamente en una sentencia de fundamentos no explicados.» Nosotros añadiremos que Ogé fue un hombre erudito y murió en el tormento de la rueda sin denunciar a nadie. Su muerte, culpa de la época más que de los hombres responde a la de Plácido, como el suplicio de la princesa Anacaona por Ovando responde al de Atuey por Velázquez. 

 
 Poetas de color, La Habana, Imprenta Militar de la V. de Soler y Compañía, 1878, p. 39 (nota). 


sábado, 19 de julio de 2025

Luz Gay entre banderas: bilingüe y rota

 

  Pedro Marqués de Armas


 Tuve conocimiento de Luz Gay revisando hace un tiempo viejas antologías de poesía cubana. No por su nombre, que ya resalta, sino por la alusión a su locura en Poetas jóvenes cubanos -nutrida recopilación que Paulino G. Báez publicó por la Casa Editorial Maucci de Barcelona en 1922-, captó mi atención. Al pie del único poema suyo, el soneto titulado “Soneto”, Báez apuntaba: “Luz Gay pertenece al corto número de elegidas de Apolo, que dieron brillo a las letras patrias de fines del siglo XIX. Autora de la revista “Blanca” ha tenido, como triste epílogo, su vida, el ingreso en un Manicomio”.

 Anoté la referencia y realicé algún que otro rastreo en muestras y antologías poéticas, comprobando que no fue incluida en más ninguna, salvo -con un cuento- en el lujoso número que El Fígaro dedicó en 1895 a las escritoras y artistas más destacadas.

 Con relación a su locura, recopilé información sobre las gestiones realizadas por el Club Femenino para atenderla en su desamparo e internarla en alguna clínica psiquiátrica, pudiendo seguir su periplo por varias de éstas: la clínica del Dr. Armando de Córdova, la del Dr. Raventós, el sanatorio Pérez Vento de Guanabacoa, y el Galigarcía en Los Pinos, en ese orden. Intenté luego, sin resultados, dar con alguna mención por parte de esos conocidos psiquiatras que la atendieron.

 Pasó un tiempo y descubrí en internet un artículo de Jorge Domingo Cuadriello titulado "Luz Gay: de la poesía a la locura", publicado en la revista Espacio Laical en 2020. Se trata del único acercamiento contemporáneo a la obra y la figura de esta enigmática poeta, sin dudas espléndido rescate y reconstrucción de su trayectoria, por demás con el rigor que tienen los escritos e investigaciones de Domingo, quien declara al comenzar su artículo: “Muy pobres son los datos biográficos que hemos podido acopiar de esta autora, que debió nacer en La Habana aproximadamente en 1860”.

 Ciertamente motivado por los aportes de este acercamiento, decidí indagar detenidamente en diversas hemerotecas, con la intención de reconstruir algo más, en lo posible, tanto las gestiones como la figura de esta poeta que termina en el olvido y la miseria, erigida luego por las feministas cubanas de los años veinte en uno de los estandartes de su labor, a medio camino entre la caridad pública y la intervención propiamente social. 

                   Del nombre al delirio

 Revista Blanca comenzó a circular el 15 de julio de 1894, con una frecuencia mensual y sobrevivió -por lo visto- hasta finales de 1897. Dirigida Luz Gay, una de las primeras mujeres en ejercer el periodismo en Cuba, estaba orientada sobre todo a un público femenino, y era más del gusto romántico que modernista, si bien se aproximó a este último por su autonomía artística y la aparición en sus páginas de poetas como Gutiérrez Nájera, Díaz Mirón, Nervo e Icaza, con alguna que otra crónica de Gómez Carrillo sobre el París moderno. 

 Los principales colaboradores de Luz Gay -a cuyo cargo corría la totalidad de la gestión- fueron Alfredo Pons Zayas, Rafael Fernández de Castro y José Faiñas y Cartelí, con ocasionales trabajos de Enrique Piñeyro, Antonio y Francisco Sellén, Pedro Santacilia y la escritora gallega Sofía Casanova, entre otros. Publicó la revista numerosas traducciones, textos de o sobre Heine, Hugo, Lamartine, Zola y Maupassant, junto a abundantes retratos -Petrarca, Byron, Gautier, la Avellaneda, Heredia, Edisson, y muchos más. Contenía lo mismo grabados de obras como "El jardín de las Hespérides" de Georget que paisajes locales: carruajes, cafetales, sendas de palmas. Se suman crónicas de salón, una sección de ajedrez, viñetas y anuncios. 

  En todos los números -según puede corroborarse en reseñas de época- colaboró su directora, mayormente con sus poesías, aunque también con cuentos y artículos -por ejemplo, uno sobre el raquitismo.

 Luz era hija del hacendado y coronel de voluntarios Francisco de Paula Gay, cuya muerte en noviembre de 1885 la afectó profundamente. Después de un trienio de fervorosa entrega procurando que no se atrasaran los números y cumplir con sus lectores, hacia finales de 1897 comenzó a tener problemas para sostener su empresa, si bien parece que siguió editando de modo espaciado. Todo indica que a mediados de 1900 ya daba muestras de desequilibrio, cuando reclamó a la Revista Blanca de Madrid -fundada en 1898- el haberle hurtado el título de su publicación. Y dos años más tarde, poco antes del nacimiento de la República, perdió completamente el juicio.

 Vinieron entonces largos años de errancia por las calles de La Habana, por las que se paseaba sin aceptar limosnas y con unos cuadernos envueltos en una bandera norteamericana. Es así que se le conoce como "la loca de la bandera", según la calificó el popular periodista Billiken.

 Se señala como desencadenante de su trastorno mental un amor fallido, cuyos inicios habría que situar antes de la muerte del padre. En uno de los pocos artículos que informa sobre su infortunada relación, Anita Arroyo aseguraba: "Sufrió un verdadero trauma amoroso que la llevó a la locura. Su novio, sorprendido en actividades revolucionarias, fue hecho prisionero por el gobierno español y condenado a muerte. El padre de Luz consiguió, movido por el dolor de su hija, y haciendo uso de su influencia con el Capitán General, que se le conmutara la pena por la de destierro a España. El joven partió dejando a la enamorada muchacha la enorme esperanza del regreso. Pero no volvió jamás. A la que le había salvado la vida le hizo la afrenta de olvidarla, y un día leyó Luz la noticia de las bodas de su novio con otra".

 Por más que he rastreado en busca del joven en cuestión he tenido que conformarme con la referencia de Arroyo. Si su padre, como varias fuentes indican, fallece en 1885: ¿en qué año situar el mencionado episodio? Arroyo va más allá y aporta lo siguiente: "Dícese que no lloró una sola lágrima. Pero la oscuridad se hizo en su mente, que no podía concebir la traición de la persona que más amaba en el mundo, y la infeliz Luz perdió, con la razón de vivir, la razón de su cerebro. La apasionada joven, que había sentido la causa separatista con verdadero celo de patriota, se hizo desde entonces anexionista. Huérfana, poco después, cargó, como único equipaje, con una bandera americana, se envolvió en ella, y a ella redujo su vestido. Recitaba en tono declamatorio por las calles sus poesías de amor y se enfurecía cuando los muchachos la apedreaban y le gritaban, ignorantes de su tragedia, `Viva Cuba Libre´".


 En fin, la historia no puede ser más interesante y, en lo que toca a la locura, más expresiva de los conflictos político-identitarios de la época. En cierto modo una fusión de factores, varios de los cuales se atisban vagamente en sus poesías y en la empresa que llevó a cabo: el abandono de la madre, la pérdida del padre, el agotamiento de los recursos financieros. A lo que habría que añadir un cortocircuito con los ideales paternos que parece darle fondo a sus delirios. De Paula Gay fue uno de los hombres más ricos e influyentes de la colonia: además de dueño de ingenios, poderoso banquero, mientras en lo político derivaba del integrismo -cercano a Valmaseda en la guerra del 68- al reformismo, ocupando por último un puesto importante en el partido autonomista.

 En cualquier caso, Luz Gay es incapaz de superar la "traición" de quien debe la vida a su progenitor, como tampoco la culpa por "comprometer" al padre, lo que complica su nunca resuelto duelo. Al negar al amante en totalidad, la autora de "Plegaria de la huérfana" niega de paso su identificación con lo cubano, proyectando en la enseña en que “se envuelve” -o en el objeto envuelto- tanto su orfandad como necesidad de protección ante una República a la que llega tocada y de la que no puede fiarse. Es probable que la locura, que se manifiesta en el “robo” del nombre de su revista -no es ignorancia, sino paranoia lo que la lleva a semejante demanda- viniera abriéndose paso desde antes de 1900. Según algunas versiones, a veces se envolvía en una bandera cubana, pero para despojarse de ella una y otra vez. 

 No se trata tanto, en su caso, de una fijación al paisaje emocional de la época en que pierde el juicio -la de las dos banderas ondeando a la par-, como de negar un orden simbólico que se le torna insoportable. Claro que subyace en este orden también un rechazo a España, que representa de algún modo aquello que le han usurpado: el amor -si es que allí, como parece, encuentra cobijo su prometido- y el objeto al que traspola su pasión: la revista.    

 Lo cierto es que deambuló en delirio por las calles de La Habana -¿qué serían esos cuadernos que envolvía bajo tales enseñas? ¿acaso la revista a la que tanto se entregó?- hasta abril de 1920, cuando el Club Femenino lanza una convocatoria a su favor en virtud de la cual fue internada como enferma mental.

                   De la calle al manicomio

 Como apunta Domingo Cuadriello, son escasas las noticias posteriores a 1902 y solo tras un “largo paréntesis resurge a la vida pública habanera convertida en una demente que recorre las calles vestida con unos harapos y en completo estado de abandono personal”. Todo indica que únicamente con el surgimiento en 1918 del Club Femenino de Cuba, se repara en su situación y se inicia una campaña encaminada a sufragar su internamiento. En septiembre de 1919 el Diario de la Marina reprodujo un soneto suyo con este comentario: “Esta Luz Gay es hoy una pobre mujer medio distraída que vaga por las calles con unos cuadernos bajo el brazo envueltos en una bandera cubana”.

 El asunto es tratado por las feministas en sesión del 15 de abril de 1920. Es entonces que se solicita la ayuda tanto de la prensa como de corporaciones y entidades estatales “para obtener por colecta pública los fondos precisos para sufragar la permanencia de la señorita Gay en un sanatorio o clínica adecuada durante todo el tiempo que reclame su curación, sin límite”. Se promueve además desde esa junta “preparar una edición de sus poesías y escritos” con el objeto de vendarla por medición de Club Femenino a lo largo de todo el país, una función teatral a su favor, etc.

 En apenas dos meses se reunió la cantidad suficiente para proceder a internarla, lo cual se llevó a efecto en la clínica del Dr. Córdova el 21 de junio de 1920, creándose de paso un clima de opinión y sensibilidad favorables para su sostenimiento. Una semana más tarde aparecería un sugestivo artículo de Miguel Ángel de la Torre, cronista de El Heraldo de Cuba y una de las mejores plumas de la época; reproduzco los párrafos que cita Domingo Cuadriello junto a la fotografía que acompañaba el texto, titulado “Los harapos de la quimera”:

“¡Luz Gay! Envuelta en andrajos, devanando sin cesar un absurdo soliloquio, con un bulto enigmático a cuestas, su pobre figura depauperada y ridícula forma parte de la decoración callejera de La Habana, a cuya comparsa de mendigos y gente maleante se unió un día sin sol. Duerme al cobijo equívoco de los soportales y come las ocasionales migajas del hallazgo, pero habla de grandezas en su lenguaje bilingüe y roto.

Jamás tendió su mano en humillado pordiosero. Sin sentir sobre su cuerpo, antaño hecho a las caricias blandas de la comodidad, las agresiones de la intemperie, ni los gritos del hambre, Luz Gay pasea por nuestras calles una engallada satisfacción. Sólo de vez en vez, bajo una racha de recuerdos, su frente se frunce, su mirada se ensombrece y su voz arroja al viento maldiciones indignadas. Pero, salvo esos paréntesis alumbrados por un corto relámpago de ira, en su alejamiento de la realidad parece pasar entre filas de cervices inclinadas en reverencia ante ella y entre manos amigas tendidas hacia ella”.

 No tiene precio la referencia del cronista al lenguaje de la poeta devenida psicótica: el suyo un lenguaje “bilingüe y roto” que se expresa en clave de grandezas, es decir, de orgullosa paranoia.


 Un año más tarde, a mediados de 1921, ya estaba lista la edición de sus poesías y escritos, prologada por Dulce María Borrero bajo el título Poesías de Luz Gay, y editada gracias al auxilio de Juanita Egulior, viuda de Ramón Rambla, dueño junto a Jesús María Bouza de la Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Cía.

 En su presentación, Borrero destacaba así su vagabundez y locura: “…desesperado dolor es el dolor inconsciente o resignado de aquellos que han perdido la voluntad, y Luz Gay, la poetisa de temperamento exquisito y sensitivo, que en sus años de oro compusiera esas rimas delicadas y escribiera esa páginas enérgicas (…), errando todo el día, ensimismada y muda a través de la urbe bulliciosa, bajo el sol ardoroso; postrándose de noche, rendida al peso de su desamparo, sobre el frío peldaño de algún umbral infranqueable o en la fraternal aspereza de un pedazo de tierra, con el silencio del mundo por cobija y por almohada la retorcida raíz de algún árbol que sube susurrando hacia la tiniebla estrellada del cielo como para escapar a la contemplación del horror…”

 Borrero la califica de “hermana nuestra” y señala la triple pérdida de fortuna, techo y razón. Y frente al mundo, una dignidad que la lleva al enfado e indignación que cada vez que le ofrecen o insinúan ofrecerle limosnas. No alude sin embargo a las presuntas causas de su locura, sobre la que he especulado más arriba. No será hasta la publicación en 1954 del artículo de Anita Arroyo, que alguna luz se arroje al respecto.

 Una aproximación menos especulativa nos lleva a los siguientes datos: crecientes dificultades a lo largo de 1897 para sostener la revista. A finales de ese año dificultades para realizar una función a favor de su proyecto, enviando a la prensa esta aclaración: “Por diferencias surgidas con el administrador del Teatro de Tacón, y que han terminado con la caballerosa mediación particular cerca de mí, del Señor Bruzón, invitado a ello cortésmente por el General Blanco, pongo en conocimiento de usted, que finalmente el próximo domingo 12, tendrá efecto en Tacón, la función benéfica extraordinaria de la Revista Blanca”.

 En junio de 1901 era autorizada a publicar un periódico titulado “El trabajador” del cual no hay rastros. En septiembre de ese año escribe aquella carta acusando a la poderosa Revista Blanca de Madrid de hurtarle el título, misiva duramente contestada por un receloso reportero del Diario de la Marina. Y finalmente esta nota de 24 de marzo de 1902 declarando su enfermedad: “Con pena hemos sabido que nuestra compañera, la Srta Luz Gay, se encuentra sufriendo penosa enfermedad. Deseamos el más breve y completo restablecimiento de la inspirada poetisa y correcta escritora que tanto aprecio nos merece”. Por entonces, intentaba integrar la “Asociación de la Prensa” que presidía el cronista musical Serafín Ramírez.

  El poeta gallego Curros Enríquez, quien debió conocerla en algunas de sus estancias cubanas a finales del XIX, siempre dispuesto a dispensar con sus versos a las cubanas, le dedicó esta estrofa precedida de comentario:

   A Luz Gay

  (Contestando a un ideal romántico en que dice que quiere morir de tedio y que en su sepulcro no caiga ni un rayo de sol.)

  Luz: para mí la mejor

  Muerte es la muerte de amor;

  Y si tumba he de escoger

  Por tumba pido al Señor

  ¡El alma de una mujer!

 Después viene su errancia y el largo silencio a que se refiere Domingo Cuadrillo. Apenas alguna vaga referencia por los años de 1910, con su nombre por objeto, bien alguna denuncia por escándalo callejero, bien por un extraño regalo que le cursan desde una famosa floristería.   

 Hasta su muerte -por lo que parece en 1936- Luz Gay fue motivo de piadosas peregrinaciones de las feministas cubanas a las diversas clínicas psiquiátricas por las que pasó. Ciertamente, devino en uno de los referentes de la asistencia social, en fetiche por excelencia del discurso socio-caritativo. Así que termino con unos recortes que ilustran ese otro interregno en el que se le tuvo y en el que, como suele ocurrir, se habla en su nombre pero sin ella, esto es, sin que conozcamos algo más de su vida. 

                                                                          La Lucha, julio 23, 1908.


Diario de la Marina, febrero 16, 1924. 


Diario de la Marina, abril 3, 1923. 


Diario de la Marina, 11 de julio, 1923. 


Diario de la Marina, octubre 9, 1927. 


Diario de la Marina, 6 de enero, 1929.


                   Diario de la Marina, abril 11, 1930. 


Diario de la Marina, mayo 16, 1933.