sábado, 31 de diciembre de 2022
miércoles, 28 de diciembre de 2022
Musas dormilonas
Nicolás Arnao
Cualquier mostrenco aconsonanta y rima;
un soneto se empuja en tres tirones,
se apechugan los sesos y a trompones
se emplastan ripios, se recorta y lima.
¿Quién no suelta un poema que dé grima?
Mil idilios de amor, como lechones;
o en épica se queda sin pulmones,
y se guinda el poeta en la alta cima.
Fácil, muy fácil cosa es hacer versos;
pero aquellos que nacen desgreñados,
por plebeyos, latosos y perversos
al umbral del Parnaso colocados,
arrullan a sus musas dormilonas
de cayucas, peladas y pelonas.
sábado, 24 de diciembre de 2022
sábado, 17 de diciembre de 2022
viernes, 16 de diciembre de 2022
miércoles, 14 de diciembre de 2022
miércoles, 7 de diciembre de 2022
Capablanca algunas imágenes
lunes, 5 de diciembre de 2022
domingo, 4 de diciembre de 2022
sábado, 3 de diciembre de 2022
Capablanca y el significado del ajedrez
Rogelio Saunders
[2. El anch’io]
El cubano José Raúl Capablanca era único. A diferencia de
todos los otros (incluido, por supuesto, Aliojin, [1],
pero también los más recientes, de Kaspárov a Magnus Carlsen), Capablanca llegó
al ajedrez a través de una revelación
extraordinaria e instantánea. Todos los otros son una combinación de mayor o menor
talento y mucho, muchísimo trabajo. Por eso decía Lasker que había conocido a
muchos ajedrecistas, pero sólo a un verdadero genio: Capablanca. Y es que lo
era: era el único.[2] Esta
revelación (ocurrida cuando Capablanca tenía 4 años y medio) determinó para
siempre su actitud ante el juego.
El problema es que el ajedrez (devenido una disciplina
estrictamente competitiva, es decir: un deporte) es un mal lugar para la
revelación y para el portador vivo de la revelación. Ésta es, probablemente, la
verdadera causa de la derrota de Capablanca en el match con Aliojin en 1927. Es
decir: las causas superficiales fueron la falta de preparación, la presión
arterial alta (ella resultó decisiva, porque comprometía seriamente su
capacidad mental), la laxitud de bon
vivant de Capablanca y —last but not
least— el haber subestimado a Aliojin (a quien había derrotado con relativa
facilidad unos meses antes) y haber evaluado mal la actitud de éste ante el
ajedrez y ante él mismo. Pero la causa profunda fue el sentido que tenía Capablanca del juego, y que estaba inscrito en él
desde el lejano día en que se encontró con el juego del ajedrez y se dio cuenta de que sabía jugarlo sin haber tenido que
aprenderlo. (Por eso su relación
con el ajedrez fue siempre una relación extraña: Capablanca se sentía como preso,
como flechado en aquel reconocimiento instantáneo, en aquella anagnóris o anch’io.) Ese sentido se confirmaba (sin
necesidad de recordatorio o prueba) cada vez que el jugador cubano se sentaba
frente a un tablero de ajedrez. Debido precisamente al carácter único de su
relación con el juego, Capablanca no se
sentía inclinado a trabajar. Entendámonos bien: hubiera podido, pero sin duda prefería
no hacerlo. Le hubiera parecido una traición doble: traición a la fuerza y la
pureza de la revelación (ya que, en el extremo, don y trabajo no se reúnen sino
que se separan) y traición también a la nobleza de algo que debía ser visto y
practicado ante todo como un arte y,
quizá (y no se sabe si esto hubiera sido equivalente de lo primero), como una ciencia. Por último, su extraña relación
con el juego lo llevaba a una actitud límite entre el entusiasmo creativo y
algo muy semejante a la desidia. En cuanto a su actitud hacia el juego mismo y
hacia sus rivales, ¿era quizá demasiado ingenua? Sin duda para Aliojin, cuya
visión del juego era cualquier cosa menos ingenua, lo era. Pero la fuerza de
Capablanca era tal, que si hubiera superado esos escrúpulos y se hubiera puesto
a “trabajar en serio” sólo una fracción mínima de lo que lo hacían los otros,
hubiera dejado a éstos y a Aliojin sin la más mínima posibilidad. (Más que
ingenua, pues, habría que llamar a su actitud inocente. Esa inocencia era lo que brillaba en la sonrisa infantil
de Capablanca.)
Por eso también el momento
vivo del juego era lo decisivo en el
caso de Capablanca. Ya no podemos ver ese momento
(el momento en que esa mente sobredimensionada, fuera de toda medida, se
inclinaba sobre el juego del que tenía un conocimiento maravilloso, imposible
de definir ni de explicar), y lo que perdura son los esqueletos, lógicos y
hermosos quizá, pero esqueletos al fin, desprovistos ya de esa energía psíquica
excepcional que sólo pudieron experimentar (y aun así de un modo incompleto)
quienes se enfrentaron a él.
No se podría comprender lo que fue José Raúl Capablanca si
no se comprende eso que ya no puede
verse en ningún tablero ni en ningún diagrama, y que era Capablanca entero,
tanto en su imagen del ajedrez (pues Capablanca veía el ajedrez en imagen) como
en su actitud ante la vida y aquella mente suya extraordinaria que ya no
podemos ver actuar y que, como él mismo dijo alguna vez, “no compartía con
nadie”.