Matías Duque
Este
vicio, esta degeneración, esta perversión sexual es practicada por algunos
hombres, y se dividen en activa y pasiva. Esta se distingue en que los
caracteres del sexo masculino se borran durante la infancia o fueron borrados
durante su vida intra-uterina. En estos seres, cuando empiezan su vida infantil,
cuando empiezan a marcarse los caracteres físicos y psíquicos del sexo, se nota
en ellos, que la voz no se hace fuerte; sus gritos son atiplados, son
timoratos; las formas de su cuerpo son curvilíneas; no son musculosos y tienen
marcada tendencia por los juegos y los vestidos de las niñas. Se avergüenzan de
todo, se ruborizan fácilmente; sus modales son más femeninos que masculinos,
aumentando este parecido por el deseo que ellos sienten de semejarse al sexo
femenino. Estos podrían llamarse pederastas pasivos congénitos.
Por
otras causas, algunos hombres se convierten en pederastas pasivos, y entre esas
causas puede citarse la vida disipada y disoluta de un libertinaje
desenfrenado, el alcoholismo, ciertos desequilibrios mentales, la reunión de
grandes grupos de hombres jóvenes y solteros sin la posibilidad de encontrar
mujeres que satisfagan sus naturales deseos carnales; en las cárceles, en los
presidios, en los colegios y en los ejércitos, esta perversión se desarrolla
con cierta facilidad, aunque no en proporción grande. Ciertas enfermedades del
ano, como los herpes pruriginosos, hacen experimentar a ciertos individuos el
deseo de entregarse a otro hombre que alivie, según ellos, su insoportable
picor, y excitar de ese modo el sistema nervioso genital, provocando un placer
venéreo de una intensidad sin límites.
Estos tipos de pederastas pasivos, por sus
vestidos, por su forma física, por su peinado, por su andar, por sus modales,
por su palabra y por su voz, se denuncian fácilmente ante el público. Otros en
nada descubren su perversión sexual: son perfectos caballeros en las
apariencias; su voz, su energía de carácter, sus modales y sus trajes,
denuncian el hombre. Ellos buscan a
su compañero de una manera especial, bien por medio de agentes que se los proporciona
o bien intimando con jóvenes o con hombres de vigor extraordinario y de moral
dudosa, y, en la intimidad, descubren sus aficiones y se entregan a ellos.
Hay
pederastas pasivos que no toleran la insinuación de ningún hombre, que no se
entregarían por nada a otro hombre, y que en cambio usan ciertos aparatos de
madera, de marfil o adquieren penes voluminosos de goma dura que se introducen
en el recto, instrumento al cual le imprimen un movimiento lento de ascenso y
de descenso, hasta provocar la eyaculación. Velas de esperma, palillos de
timbales, de billar, piezas de marfil, han sido extraídos por los cirujanos del
recto de esos onanistas de la
pederastia pasiva.
El
profesor Lejars, de París, expone el caso siguiente en su libro 'La Cirugía de
Urgencia": "a su hospital se presentó un hombre conducido por amigos,
con un fuerte dolor en el bajo vientre, y al palpar el abdomen, encontró la
presencia de un tumor alargado, más fino en un extremo y más ancho y más
redondeado en el extremo opuesto. Y oyó del paciente la manifestación de que él
era un hombre que no le gustaban las mujeres ni los otros hombres, ni ningún
animal, y que él se proporcionaba el placer venéreo introduciéndose en el recto
una media botella de champagne, y que un movimiento brusco hecho en el momento
de eyacular, fue causa de que se le escapara de sus manos la botella con que se
masturbaba.
Cuando yo era jefe de los Servicios Sanitarios
Municipales y cirujano de urgencia del Hospital de Emergencias, una noche, como
a eso de las 12, se presentó en el Hospital un hombre de 45 años de edad,
obrero, un tanto falto de carnes y de apariencia triste y afligida, y dijo al
médico interno de guardia, que tenía "un palo en el vientre". Yo
estaba en el Hospital, y precisamente de cirujano de guardia, aquella noche; en
el acto fui avisado de la ocurrencia. Apresuradamente me trasladé a la sala de
reconocimiento, y encontré al enfermo acostado sobre la mesa quirúrgica y con
el cuerpo un tanto flexionado sobre sí mismo. Sin hacer ninguna pregunta al
enfermo, bastándome la manifestación que él hizo al médico interno, de que
tenía un palo en el vientre, fui a examinar la pared del abdomen, en busca de
la herida que produjera el palo al introducirse en la cavidad ventral, y
encontré la pared en estado perfectamente sano.
Al
preguntarle al enfermo que por dónde se le había introducido el palo, me dijo
que por el orificio anal. Supuse que ese pobre obrero, trabajando, se hubiera
caído sentado, introduciéndose por el recto ese cuerpo extraño; pero al reconocerle
su región anal y perineal, no encontré síntoma de violencia externa, y él me
dijo que tenía la costumbre de masturbarse por el recto con un pequeño pedazo de madera; que todas las
noches salía al patio de su casa, que estaba obscuro, y se lo introducía hasta
provocar el espasmo, y que aquella noche, en el momento de experimentar un
intenso placer, con gran brusquedad movió hacia arriba el "pequeño palito'' y se le escapó de sus
manos sin que hubiera podido extraerlo.
Al
hacer la palpación del vientre, encontré un enorme tumor en el bajo vientre.
Después de haberme puesto guantes de goma, hice el tacto rectal y toqué con la
punta de los dedos un voluminoso madero de forma circular, y cuya extremidad
tactada era muy irregular, de cortes desiguales, cubiertos de púas. Ese madero
había repasado el recto y se había alojado casi en su totalidad en la S ilíaca
y formaba por encima del pubis un ángulo aproximadamente de 45 grados; era
imposible, por su rigidez, hacerle perder la posición que había adoptado, y
extraerlo. Para lograr su extracción tuve que incidir el orificio anal, llevar
la incisión hasta el sacro, y hacer la recepción subperióstica del coxis y de
las dos últimas vértebras del sacro. La incisión fue profunda, hasta el recto,
y éste mismo fue incidido en su porción extra-peritoneal. Y entonces, cogido el
palo con unas pinzas de garfio, fue extraído un enorme madero, instrumento que producía
placer a aquel degenerado.
Debo
confesar que después de diagnosticado el mal y su causa, quedé asombrado, y ese
asombro iba aumentándose a medida que iban sucediendo los continuos e
inesperados procesos del hecho. Pero ese asombró rayó en el límite de los asombros,
cuando al extraer aquel leño, comprobé que era la extremidad de un remo, que medía
doce pulgadas inglesas de largo y muy cerca de 3 pulgadas de diámetro.
Por
medio de una sutura al cagut, cerré la herida del recto, y en un solo plano, la
piel y los músculos de la región; hice un gran lavado de agua esterilizada en
el recto, y puse un drenaje de gasa yodoformada; apliqué una inyección subdérmica
de suero antitetánico, y el enfermo curó fácilmente y sin ningún trastorno, al
cabo de los 15 días.
No
quiero terminar la descripción de este caso sin señalar dos hechos de suma
importancia para el proceso que estudio. Durante las maniobras que intenté,
fuera del sueño clorofórmico, para ver si conseguía extraer el cuerpo extraño,
el hombre experimentó una pequeña convulsión, seguida de eyaculación. El otro extremo
que quiero hacer notar es el siguiente: al pasar la visita en la sala del
Hospital Núm. 1, donde seguía el enfermo su curación, me suplicó que hiciera
retirar a la nurse, al practicante y al médico que me acompañaban en la visita,
porque quería hacerme un ruego secreto. No sin cierta prevención, accedí a lo pedido,
y me dijo: "Doctor, ¿y el palito?
Si usted lo tiene, yo le ruego que me lo devuelva. Eso es lo único que en la
vida quiero". Le volví las espaldas sin contestarle, sintiendo piedad por
ese desgraciado; y el madero continúa en el Hospital de Emergencias, formando
parte de su incipiente museo.
Como todo en la vida, las cosas entre sí se diferencian
por las gradaciones que forzosamente existen entre ellas. Así también este tipo
de aberración tiene diferentes escalas en la vida, y según esas escalas, según
esas gradaciones, se encuentra a estos degenerados, los más depravados, en los
lupanares, sirviendo de criados a las meretrices y aprovechando ese medio para la
busca de sus marchantes y de sus amantes, que también los tienen, aunque
parezca mentira. Hay otra clase de estos seres que se congregan en número de
tres, cuatro o más, y viven juntos en la misma casa y se hacen regir por una
matrona, que hace las veces de dueña
de casa, viviendo exactamente igual que si fueran mujeres meretrices. Usan
vestidos interiores y exteriores iguales a los de las mujeres, y hasta imitan, durante
cuatro o cinco días del mes, el período menstrual, siendo tan grande, la
sugestión, que se cruzan con un paño, como hacen las mujeres, y en esos días
rechazan al amante y a los pederastas activos. En su loco afán de imitar al sexo
femenino, simulan embarazos, abortos y hasta partos; y después de los días de
la simulación del parto, se les ve andar con muñecos que cuidan con aparente amor
maternal.
Las
otras clases de pederastas pasivos se descubren con dificultad, pues ellos
guardan cierto respeto y cierto recato, y no se ofrecen sin antes haber
asegurado de que no van a ser desairados al brindarse.
Ahora
toca el turno del estudio al pederasta activo. Muchos hombres entienden que
dentro del terreno de la aberración sexual, los pederastas activos están
colocados en un nivel superior a los pederastas pasivos. Indecentes y corrompidos,
degradados y degenerados e igualmente locos, son para mí los dos tipos de pederastas.
En ambos la moral y el instinto están profundamente alterados, y ambos tipos se
revuelcan igualmente en el inmundo cieno de lo asqueroso y repugnante.
¡Cuidado
con la erección genésica promovida e inspirada por un hombre a otro hombre! El
pederasta activo que desprecia a las mujeres, a quien éstas nada dicen y nada
significan para él, es un ser que contradice la naturaleza y se burla del
instinto de conservación de la especie.
Al
pederasta activo de oficio se le
encuentra en primer término en los lupanares, en busca del pederasta pasivo; se
le encuentra en los parques, en los paseos públicos, en los teatros, persiguiendo
niños adolescentes a quienes pervertir para hacerlos suyos más tarde, y se le
ve husmear tras de viejos licenciosos y corrompidos, a quienes supone
pederastas pasivos.
El
pederasta activo no parece en ningún caso serlo de nacimiento, sino que se
forma a virtud de ardentísimos sentimientos genésicos. En las escuelas, en los colegios,
en las universidades, en los centros obreros, en los cuarteles, en las cárceles
y en los presidios se forman, y al dejar esos centros, una proporción demasiado
grande continúa con el vicio que cierta necesidad le obligó a adquirir, y no
tocan jamás a ninguna mujer. Otros, al salir de esos centros, se regeneran y
entran en su normalidad genésica.
Hay
ciertos hombres, muy raros por supuesto, que al mismo tiempo, que son
pederastas pasivos, gustan de la mujer, y son pederastas activos. Esta perversión,
esta abyección, es tan incomprensible como las otras, aunque es muy peculiar y
llama poderosamente la atención el desplazamiento, por decirlo así, de una
función por las otras funciones. Esos hombres son cadenas sin fin, en tanto se
estudian desde el punto de vista del sentido genésico.
Hay
otros hombres que no son ni pederastas activos ni pasivos, que sus relaciones
sexuales las tienen exclusivamente con las mujeres, pero que necesitan para la
erección y la eyaculación, el que las mujeres con quienes están en relaciones,
les practiquen ciertas maniobras con los dedos o con algún pequeño instrumento apropiado
en el ano y en el recto, para poder experimentar el deseo, es decir la erección
y la eyaculación. Otros hombres necesitan como paso previo para el coito el que
un hombre introduzca su pene erecto en el recto de ellos, para que después que
ese pederasta activo haya terminado el coito, él lo pueda verificar con la
mujer. Ese es el único medio con que esos infelices logran la erección.
La prostitución en Cuba: sus causas, sus
males, su higiene.
La Habana, 1914. Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Compañía. (Acápite "La pederastia", pp. 191-200).