Joseph Brodsky
La provincia celebra la Navidad.
El palacio del Gobernador está engalanado con muérdago,
y las antorchas humean en el portal.
En los callejones, empujones y diversión.
Alegre, ocioso, sucio y alucinado,
el gentío se amontona detrás de la mansión.
El palacio del Gobernador está engalanado con muérdago,
y las antorchas humean en el portal.
En los callejones, empujones y diversión.
Alegre, ocioso, sucio y alucinado,
el gentío se amontona detrás de la mansión.
El gobernador está enfermo. Yace en su lecho,
cubierto con un chal, traído del Alcázar,
donde prestó servicio y piensa
cubierto con un chal, traído del Alcázar,
donde prestó servicio y piensa
en su mujer y en su secretario,
que, abajo en el salón, reciben a los invitados.
En verdad, no está celoso. Para él,
que, abajo en el salón, reciben a los invitados.
En verdad, no está celoso. Para él,
lo más importante ahora es encerrarse en la coraza
de sus males, sus sueños o del aplazamiento de
su traslado a la metrópoli. Ya sabe
que la libertad no es necesaria para que
el pueblo celebre su fiesta;
por la misma razón permite
de sus males, sus sueños o del aplazamiento de
su traslado a la metrópoli. Ya sabe
que la libertad no es necesaria para que
el pueblo celebre su fiesta;
por la misma razón permite
que su mujer le engañe. ¿En qué pensaría
si no le perturbaran
la tristeza o sus achaques? ¿Y si amara?
Sin querer, estremeciendo el hombro como si sintiera frío,
aparta los malos pensamientos.
En el salón, languidece el fulgor de la alegría.
si no le perturbaran
la tristeza o sus achaques? ¿Y si amara?
Sin querer, estremeciendo el hombro como si sintiera frío,
aparta los malos pensamientos.
En el salón, languidece el fulgor de la alegría.
Aunque aún perdura. Muy borrachos,
los jefes tribales fijan sus ojos vidriosos
en una lejanía carente de enemigo.
Sus dientes, la expresión de su ira,
como una rueda mordida por los frenos,
se traban en una sonrisa, y el criado
los jefes tribales fijan sus ojos vidriosos
en una lejanía carente de enemigo.
Sus dientes, la expresión de su ira,
como una rueda mordida por los frenos,
se traban en una sonrisa, y el criado
sirve más comida. Entre sueños grita un mercader.
Suenan retazos de canciones.
La mujer del Gobernador y el secretario se deslizan hacia el jardín. En la pared,
como un murciélago, el águila imperial
devora el hígado del Gobernador…
Suenan retazos de canciones.
La mujer del Gobernador y el secretario se deslizan hacia el jardín. En la pared,
como un murciélago, el águila imperial
devora el hígado del Gobernador…
Y yo, un escritor que ha visto mundo,
que ha cruzado el ecuador sobre un asno,
miro por la ventana las colinas dormidas
y pienso en la semejanza de nuestras desgracias;
a él no le quiere ver el Emperador;
y a mí, ni mi hijo ni Cynthia. Pero nosotros
que ha cruzado el ecuador sobre un asno,
miro por la ventana las colinas dormidas
y pienso en la semejanza de nuestras desgracias;
a él no le quiere ver el Emperador;
y a mí, ni mi hijo ni Cynthia. Pero nosotros
perecemos aquí. El orgullo
no convertirá nuestro amargo destino en una prueba de
que venimos de la imagen del Creador.
Todos seremos iguales en el ataúd.
Tengamos en vida rostros diferentes!
¿Para qué intentar escapar del palacio?
no convertirá nuestro amargo destino en una prueba de
que venimos de la imagen del Creador.
Todos seremos iguales en el ataúd.
Tengamos en vida rostros diferentes!
¿Para qué intentar escapar del palacio?
No somos jueces de la patria. La espada del juicio
se hunde en nuestra propia deshonra:
los herederos y el poder están en manos ajenas…
!Qué bien que las naves no naveguen!
!Qué bien que el mar se congele!
!Qué bien que los pájaros entre las nubes
se hunde en nuestra propia deshonra:
los herederos y el poder están en manos ajenas…
!Qué bien que las naves no naveguen!
!Qué bien que el mar se congele!
!Qué bien que los pájaros entre las nubes
sean sutiles con cuerpos tan pesados!
Nada hay que reprochar.
Pero tal vez nuestro peso esté en
proporción a su canto.
!Que vuelen, entonces, a la patria!
!Que griten, entonces, por nosotros!
Nada hay que reprochar.
Pero tal vez nuestro peso esté en
proporción a su canto.
!Que vuelen, entonces, a la patria!
!Que griten, entonces, por nosotros!
Mi patria… extraños señores
visitan a Cynthia, se inclinan sobre la cuna
como nuevos Reyes Magos.
El niño duerme. La estrella parpadea
como carbón bajo la fría pila bautismal.
Y los visitantes, sin tocarle la cabeza,
visitan a Cynthia, se inclinan sobre la cuna
como nuevos Reyes Magos.
El niño duerme. La estrella parpadea
como carbón bajo la fría pila bautismal.
Y los visitantes, sin tocarle la cabeza,
truecan su nimbo por una aureola de mentiras,
y a la Inmaculada Concepción por un cotilleo,
por pasar en silencio sobre la figura del padre…
El palacio se vacía. Se apagan las luces en las plantas.
Primero, una. Luego, otra. Por fin, la última.
Y sólo dos ventanas en todo el palacio
y a la Inmaculada Concepción por un cotilleo,
por pasar en silencio sobre la figura del padre…
El palacio se vacía. Se apagan las luces en las plantas.
Primero, una. Luego, otra. Por fin, la última.
Y sólo dos ventanas en todo el palacio
tienen luz. La mía, donde de espaldas a la antorcha
miro cómo el disco de la luna se desliza
sobre el escueto bosque, y veo a Cynthia y la nieve;
y la del gobernador, que, al otro lado de la pared
lucha en silencio con la enfermedad durante la noche
y alumbra el fuego para distinguir al enemigo.
miro cómo el disco de la luna se desliza
sobre el escueto bosque, y veo a Cynthia y la nieve;
y la del gobernador, que, al otro lado de la pared
lucha en silencio con la enfermedad durante la noche
y alumbra el fuego para distinguir al enemigo.
El enemigo se retira. La tenue luz del alba
apenas despunta en el Oriente del mundo,
trepa por las ventanas, intenta ver
qué ocurre dentro,
y tropezando con los restos del festín,
vacila. Pero sigue su camino.
apenas despunta en el Oriente del mundo,
trepa por las ventanas, intenta ver
qué ocurre dentro,
y tropezando con los restos del festín,
vacila. Pero sigue su camino.
Palanga, enero de 1968
Traducción de Svetlana Maliavina y Juan José Herrera de la Muela