lunes, 31 de mayo de 2021
domingo, 30 de mayo de 2021
Pájaro de las islas
Alfonso Hernández Catá
Quien ha volado
siquiera una vez con la libertad de ánimo precisa para sentir la euforia de
suponer que las alas del avión partían de sus propios costados y que la hélice
es molino que pulveriza la distancia, pierde sin duda la emoción deportiva al
convertirse en pasajero de un aeroplano comercial. El aparato individual o
bipersonal conserva siempre un coeficiente de aventura que se amengua
considerablemente en el otro, aun cuando ambos permitan disfrutar la sensación
divina de apreciar la pequeñez de la tierra y de sentir las nubes debajo de sí.
Puede sintetizarse la diferencia de ambas emociones con calificar la primera de
individualista y la segunda de social. De esta última clase, pero con la
plenitud maravillosa, fue la experimentada por el cronista cuando desde el
campamento de Columbia de La Habana se elevó en el trimotor de la Pan American Airways,
que había de conducirlo, pájaro de las islas, de Cuba a Puerto Rico, con escala
a Haití y Santo Domingo, al través del mar Caribe.
Hemos escrito plenitud maravillosa pocas líneas
atrás, y esta asociación de vocablos expresa bien el deslumbramiento ante un
prodigio que cotidianamente se renueva. El hombre merecedor del progreso se
diferencia del parásito en su capacidad de exaltarse ante los milagros de cada
día obrados por la voluntad y el entendimiento humanos. Y cada día, desde hace
tres años, esa Compañía, que no es la única, lanza desde Miami, al sur de Florida,
un avión de doce plazas, que atraviesa el Golfo, se posa en La Habana, Camagüey
y Santiago, y tras de cruzar el mar y besar los tres países antedichos, toca las
costas de Venezuela y bordea toda la América del Sur para volver al punto de
arranque. Claro que tan enorme recorrido ha sido labor de mucho tiempo, no conseguida
por completo hasta hace muy poco; pero el viaje interantillano se efectúa hace
ya mucho con una regularidad tan cronométrica en las horas de partida y
llegada, que se necesitaría ser Tartarín para sentir en el muelle asiento, ante
el almuerzo hervido a bordo y con la frente contra el cristal de la ventanilla,
la menor veleidad heroica. En tanto tiempo, sólo una vez, al despegar el
aeroplano de Santiago, un ala rozó contra una cresta de las montañas
formidables, que hacen parecer el terreno del aeródromo un cráter, y determinó
grave accidente. Antes y después, en el doble tráfico diario de un aparato en
viaje de ida y otro en viaje de regreso, ni el más leve disturbio o retraso se
produjeron. Y sin la imaginación traicionera, por el testimonio de los
sentidos, ni el viajero menos valiente sentiría inquietud, ya que el fragor de
los motores -amortiguado por los algodones especiales entregados por el criado
de a bordo antes de iniciarse el vuelo — sugiere infinitamente menos la
impresión de catástrofe que el trepidar del automóvil o del tren.
Un sobrecito con ese algodón y dos pastillas
de goma aromática son el viático del viaje. Antes de embarcar, el equipaje ha
sido pesado inexorablemente. El piloto y el subpiloto —con seis mil horas de
vuelo como mínimo— toman asiento, y las hélices empiezan a girar. A un toque de
campana los viajeros embarcan. La cabina es larga, recubierta de maderas preciosas,
con dos filas de sillones de mimbre, forrados de piel de Rusia, y una rejilla a
cada parte, en la cual se colocan maletines y sombreros. El resto del equipaje va
detrás, en espacio invisible, al que sólo el criado tiene acceso. Una
puertecita aísla el lavabo, de espacio y comodidades suficientes, y un pasillo
con linóleo va entre las dos filas de sillones desde la entrada al puesto de
mando. El radiotelegrafista ocupa, ante su aparato, uno de los sillones más
próximos al puesto, y por una ranura alta abierta en la puerta que aísla a los
pilotos del pasaje entrega y recibe cada cuarto de hora la nota de ruta. Media
hora después de elevarnos, cuando todavía los ojos gozan de la imagen de joya
que produce la tierra engastada en el cobalto del mar por el platino
centelleador del oleaje, ya recibimos un despacho de los que quedaron en el
aeródromo, más envidiosos que temerosos de vernos partir.
Caminos,
ingenios, pueblos, montes achatados por la perspectiva, van quedando
detrás. De La Habana a Camagüey hemos tardado cuatro horas. De aquí a Santiago
tardaremos poco más de tres. La sombra del aeroplano nos sigue posada en
tierra, cual si hubiese de afanarse mucho para no quedarse detrás, y cuando surgen
nubes se eleva, y se hace más ingrávida, más fantasmal e irisada. La llegada a
Santiago es magnífica: se viaja entre montes y se ven palmeras, que hasta desde
arriba dejan percibir su gallardía. La salida de Santiago es también imponente,
y poco a poco se trueca en espectáculo sublime: el mar, las rompientes, la
estación naval de Guantánamo, con su buque portaviones, a modo de enorme
escorpión sobre el cual reposara su ponzoñosa nidada; el mar de transparencia y
colores indescriptibles tienen la admiración en cambiante éxtasis. Cuatro horas más, y he ahí a Haití en
lontananza. Nadie se ha mareado a bordo, nadie ha tenido, ni al arrancar ni al
descender, sensación de angustia. Ya se dejan atrás las escalas con la
indiferencia con que se dejan atrás, en el tren, las estaciones. De Haití a
Santo Domingo un espectáculo único fuerza la exclamación a subir del alma a los
labios: el lago Enriquillo, vasto, terso, rodeado de comarcas en algunos de
cuyos abruptos senos el hombre no ha pisado aún. Potros salvajes y cerdos
jibaros cruzan de macizo a macizo, mientras los cocodrilos, aterrorizados por
el triple trueno de los motores, quedan atónitos en las riberas o se hunden a
centenares en las aguas.
Nada puede encarecer la belleza de esa
travesía ni la naturalidad del viaje. Viajeros hay que leen las revistas que el
criado les procura, o que dormitan, olvidándose de que ir es casi aún mejor que
llegar. Merecerían ser desembarcados sin miramientos los que sobre el lago
Enriquillo, o después, al retomo, frente a la incomparable playa de Cárdenas,
no hayan abierto los ojos con avidez. De Isla a isla, antes de saltar de una
parte a otra del continente, el pájaro, hijo de hombre, va depositando personas
y equipajes. Y así, una tarde, al iniciarse un crepúsculo de nácares y rotos
arcoíris, nos dejó sin la menor fatiga, ni nuestra ni suya, tras quince horas
de vuelo, en la capital de Puerto Rico. (¡Puerto Rico, teatro patético donde
lucha indefensa la influencia racial española, hoy Puerto Pobre por haber caído
bajo la garra del pueblo más rico de la tierra!)
La Voz,
13 de junio de 1930.
sábado, 22 de mayo de 2021
miércoles, 19 de mayo de 2021
El mal confitero
Alfonso Reyes
Es Toledo ciudad eclesiástica.
Para sola una noche del año,
Sus vides domésticas
Dan un vino claro.
Un vinillo que el gusto arrebola
Del epónimo mazapán,
Y que predispone muy plácidamente
Para recibir hasta el alma del aroma Canonical
De las uvas negras en aguardiente.
Y es que la Iglesia
Consiente la gula:
Para cada antojo hay una licencia;
Para cada confite, una bula.
Y cándida azúcar chorrea
Por el transparente de la Catedral;
Y en sus brazos arrulla la Virgen
Al pequeño dios comestible,
Rosado y salmón;
Y ¡oh, que famosas tajadas de Alcázar
Si, como es granito, fuera turrón!
Y es que la Iglesia consiente la gula;
Y monja sé yo que toda es azúcar.
Y que tiene vicioso al cielo
De la miel hilada al pelo,
Y sabe hacer unos letuarios de nueces,
Y otros de zanahorias raheces,
Y el diacitrón, codonate y roseta,
Y la cominada de Alejandría,
Y otras cosas tantas que no acabaría.
¿Pero aquel confitero que había,
que en azúcar y almendra y canela
los santos misterios hacía?
La Pentecostés y la Trinidad,
Y el Corpus y la Ascensión,
Y un Jesús casi de verdad
Con una almendrita en el corazón.
Pero tiene sus reglas el arte,
Y a cada figura, su parte.
Y también había un Luzbel
Con una cara ácida y larga,
Y le ponía en el corazón
Una insólita almendra amarga.
¡Terror de las madres: muerte solapada
en las golosinas!
¡Sazón a mansalva,
con el cardenillo de las cocinas!
Bien se yo que tiene sus reglas el arte,
Y a cada figura le toca su parte.
Mas ¿garapiñar almendras amargas,
Así sean las del corazón?
Caridades escusadas,
A fe mía, son.
¿Disfrazar un Luzbel con maña,
que se lo confunda con un Salvador?
Caridades excusadas,
A fe mía, son.
¡Oh, buen hacedor!
Hay arte mejor:
No me vendas rencor en almíbar,
Si he de hallar acíbar
En el corazón.
Madrid, 1918
lunes, 17 de mayo de 2021
Sobre la inmortal leyenda de Oscar Wilde
Se cumplen 132 años del nacimiento de Alfonso Reyes. Lo celebramos con el primero de los artículos que publicó en Cuba, que es también el primero que publicó fuera de México: “Sobre la inmortal leyenda de Oscar Wilde”, El Fígaro, 12 de septiembre de 1909.
Deslumbrados,
los redactores acompañaron el artículo con un retrato suyo y un breve comentario en el que lo
asimilan, más por el género (“noticia literaria”) que por el estilo, a
Mallarmé.
El texto no fue incluido en Cuestiones estéticas (1911). Tampoco,
por lo visto, apareció en ninguna revista mexicana, tratándose de una colaboración
exclusiva para El Fígaro.
En esos años Wilde constituía uno de los principales referentes de Reyes, como puede apreciarse en la correspondencia con Henríquez Ureña y en otros varios artículos.
Reyes encontró en Wilde un modelo de crítica creadora: cultural, literaria, gestual en cierto modo, subjetiva, deliberada, transgresora.
El gusto por las paradojas, por las sentencias fuertes o definitivas, puede encontrarse incluso en ensayos ya analíticos como el que dedica a Augusto de Armas. En aquella crítica que molestó a tantos en Cuba -entre ellos a Poveda, quien no se privó de responderle- por lo mal parado que dejaba al poeta parnasiano, concluía, casi como remediando su propia mortal estocada:
“Los poetas debieran vivir muy intensamente y probar todas las solicitaciones vitales. Si en ello se perdiere la vida, ¡qué importa! Repitamos con Oscar Wilde: a no haber dejado una obra de arte, queda todavía haber sido una obra de arte”.
Las exigencias del conocimiento hicieron de Reyes un observador más agudo y también -en consecuencia- más mesurado.
jueves, 13 de mayo de 2021
Informe
Czeslaw Milosz
Oh, señor, quisiste hacer de mí un poeta, y ahora es el momento de hacer el informe.
Mi corazón está lleno de agradecimiento, aunque haya conocido el infortunio de este oficio.
Al practicarlo, llegamos a conocer demasiado sobre la extravagante naturaleza del hombre.
A quien cada día, cada hora y cada año le domina la fantasía.
La fantasía, cuando construye fortalezas de arena y colecciona sellos, y se admira a sí mismo en el espejo.
Y se concede la primacía en el deporte, en el poder y en el amor, y al atesorar dinero.
En la frontera, en la frágil frontera tras la que se extiende un país de quejas y de balbuceos.
Porque en cada uno de nosotros se agita un conejo loco y aúlla una manada de lobos hasta que tememos que otros lo vayan a oír.
De la fantasía surge la poesía, que reconoce su tara.
Aunque sólo al recordar los poemas que escribió su autor siente toda la vergüenza de la fantasía.
Y, con todo, no puede soportar otro poeta a su lado si sospecha que es mejor que él, y le envidia todos los elogios.
Dispuesto no sólo a matarlo, sino también a destrozarlo y a borrarlo de la faz de la tierra.
Hasta que quede él solo, magnánimo y benévolo con sus subordinados, que persiguen pequeñas fantasías.
Así, ¿cómo puede ser que de unos inicios tan viles nazca la excelsitud de la palabra?
He acumulado libros de poetas de varios países, los tengo ahora conmigo y estoy asombrado.
Y es dulce pensar que fui su compañero en esta expedición que nunca se detiene, aunque transcurran los siglos.
Una expedición no del vellocino de oro de la forma perfecta, aunque necesaria como el amor.
Bajo presión del anhelo amoroso para llegar a la esencia del roble y de la cima montañosa, y de la avispa y de la flor de la capuchina.
Porque, en su duración, confirmen nuestra himnicidad frente a la muerte.
Confirmen nuestro pensamiento cordial sobre todos los que, como nosotros, existieron, llegaron a alcanzarlo y no pudieron nombrarlo.
Porque existir en la tierra ya es demasiado para cualquier denominación.
Nos apoyamos fraternalmente, olvidando el daño, traduciéndonos unos a otros en otras lenguas, realmente miembros de una tripulación errante.
¿Cómo pues, no podría estar agradecido, si pronto recibí la llamada y la incomprensible contradicción no me ha arrebatado mi asombro?
A cada salida del sol renuncio a las dubitaciones de la noche y saludo el nuevo día de una valiosa fantasía.
Traducción: Xavier Farré
miércoles, 12 de mayo de 2021
Stalin y la poesía
Eduardo Chirinos
¿De qué hablamos cuando hablamos de pureza?
Hablamos de tachar, borrar, eliminar palabras
incómodas, palabras intrusas. Hablamos de
repudiar lo que alguna vez fue nuestro, de lo
que debemos ocultar como a un hijo deforme,
un muñón ciego. La violencia es necesaria, la
delación incluso. Se trata de vigilar palabras,
de exigirles obediencia, un pasado limpio,
generaciones de gloria y nadita de manchas.
Atravesando los Urales, más allá del Cáucaso,
de las aguas infectadas y azules del Danubio
habita la impureza. ¿De qué hablamos cuando
hablamos de impureza? Hablamos de acoger,
hablamos de aceptar palabras incómodas y
sucias. Hablamos de recobrar lo que alguna
vez fue nuestro, de heridas que no quieren
transformarse en cicatrices. La piedad es ne-
cesaria, la caridad incluso. Hay poetas impuros
y por lo tanto democráticos: Walt Whitman
por ejemplo, Neruda por ejemplo. Hay poetas
puros y por lo tanto estalinistas: Jiménez, por
ejemplo, Valéry por ejemplo. Sus simpatías
políticas no cuentan, sus opciones partidarias
poco importan. En lo que a mí respecta, hay
días en que amanezco democrático. Noches
en que madrugo estalinista.
lunes, 10 de mayo de 2021
Carrer de la Ribera 2
José María Fonollosa
Vosotros no estuvisteis allí. Pero
opináis, repitiendo las palabras,
ya muy deterioradas, que os vendieron.
Llevaban, eso sí, la garantía
de un sello de verdad falsificado.
Y al comprarlas, ingenuos, como buenas
las mostráis insistentes. A mí incluso.
Vosotros no estuvisteis allí, no.
Y afirmáis lo ocurrido, el porqué y cómo.
Exhibís las palabras traficadas
como un tesoro hallado en un sonido
¿Y pretendéis, ingenuos, revendérmelas?
Yo sé reconocer la mercancía
tarada que ofrecéis
que, amenazantes,
ya intentaron que yo se la adquiriera
en el lugar donde se
corrompía.
Pero no me engañaron, pues yo estaba
allí, viéndolo. Estuve allí, ¿sabéis?
No me vengáis con cuentos. Yo sí estuve.
sábado, 8 de mayo de 2021
Yo no canto al Che
Ștefan Baciu
Yo no canto al Che
como tampoco he cantado a Stalin;
con el Che hablé bastante en México,
y en La Habana
me invitó, mordiendo el puro entre los labios,
como se invita a alguien a tomar un trago en la cantina,
a acompañarlo para ver cómo se fusila en el paredón
[de La
Cabaña.
Yo no canto al Che,
como tampoco he cantado a Stalin;
que lo canten Neruda, Guillén y Cortázar,
ellos cantan al Che (los cantores de Stalin),
yo canto a los jóvenes de Checoslovaquia.
jueves, 6 de mayo de 2021
En memoria de Sigmund Freud
W. H. Auden
Cuando son tantos a quienes tenemos que llorar,
Cuando el dolor se ha hecho público, y está expuesto
A la crítica de toda una época
A la flaqueza de nuestra conciencia y nuestra angustia
¿De quiénes hablaremos? Pues cada día mueren
Entre nosotros los que nos hacían un bien,
Y sabían que no era eso suficiente
Mas confiaban en superarse en la vida.
Así era este doctor: todavía a los ochenta quería
Preocuparse de nuestras vidas, a cuyo desenfreno
Tantos posibles futuros jóvenes
Con amenazas y zalamería pedían obediencia.
Mas su deseo no se cumplió; sus ojos se cerraron
A ese último espectáculo de todos conocido,
De problemas que como parientes perplejos
Y celosos rodean la hora de nuestra muerte.
Porque hasta el fin estaban a su alrededor
Aquellos que había estudiado, los nerviosos y las noches,
Y otras sombras que esperaban entrar
En el círculo luminoso de su reconocimiento.
Fuéronse a otra parte con sus desengaños
Cuando lo arrancaron de su vieja preocupación
Para devolverlo a la tierra en
Londres
Un judío distinguido que murió en el exilio.
Sólo el odio era dichoso, confiado en multiplicar
Ahora su práctica y su clientela desgarbada
Que cree se puede curar matando
Y cubriendo con cenizas los jardines.
Viven todavía pero en un mundo que él transformó
Con mirar el pasado simplemente, sin un falso pesar;
Todo lo que hizo fue recordar
Como los viejos y ser sincero como los niños.
No era ingenioso: simplemente relató
El Presente desdichado para recitar el Pasado
Como una lección poética
Que al fin vacila en la línea
Donde hace mucho tiempo las acusaciones comenzaron,
Y de pronto supo quién lo había juzgado,
Cuán rica había sido la vida y qué tonta
Y la perdonaba y era más humilde.
Podía acercarse al Porvenir como a un amigo
Sin un ropero de disculpas,
Sin una máscara de rectitud
O un gesto familiar, de vergüenza.
No es extraño que las antiguas culturas orgullosas
En su técnica de inestabilidad previeran
La caída de príncipes, el derrumbe
De sus esquemas lucrativos de frustración.
De haber tenido el éxito, la Vida Generalizada
Hubiera sido imposible, el monolito
Del Estado se quebraría imposibilitando
La cooperación de los vengadores.
Apelaron a Dios pero él siguió su ruta,
Entre la Gente Perdida como Dante,
Entre los fosos hediondos donde los injuriados
Llevan la vida oprobiosa de los rechazados.
Y nos enseñó lo que es el mal: no como creíamos
Actos que deben ser castigados, sino nuestra falta de fe.
Nuestro deshonroso espíritu de negación
La concupiscencia del opresor.
Y si algo del gesto autocrático,
De la severidad paternal de que desconfiaba,
Todavía quedaba en su expresión y facciones,
Era una imitación protectora
Para aquel que vivió tanto tiempo entre enemigos;
Si a veces se equivocaba y parecía absurdo,
Para nosotros ya no es una persona
Sino todo un estado de opinión.
A cuyo resguardo llevamos vidas diferentes:
Como el clima sólo puede estorbar o ayudar,
El orgulloso puede seguir orgulloso
Pero le es más difícil y el tirano intenta
Obligarlo pero no le es simpático.
Silenciosamente abarca todas nuestras costumbres;
Nos ampara, hasta que los cansados
En el más remoto y miserable ducado
Sienten el cambio en sus huesos y se consuelan,
Y el niño desgraciado en su pequeño Estado,
En algún hogar de donde está excluida la libertad,
Colmena cuya miel es el miedo y la preocupación,
Se siente más tranquilo y seguro de escapar;
Mientras que descansan en la hierba de nuestra negligencia,
Muchos objetos hace tiempo olvidados
Son revelados por su brillantez incansable
Nos son devueltos y recobran su valor;
Juegos que creíamos olvidados al crecer,
Ruidos insignificantes que vedaban nuestra risa,
Guiños que hacíamos cuando nadie nos miraba.
Pero él quería algo más para nosotros: que fuéramos libres
Aunque a menudo solitarios: uniría
Las partículas desiguales rotas
Por nuestro propio sentido de justicia,
Restauraría a los mayores el ingenio y la voluntad
Que los pequeños poseen pero que sólo usan
En áridas disputas, devolvería
Al hijo el cariño profundo de la madre,
Pero nos recordaría sobre todas las cosas
Que fuéramos entusiastas de la noche
No sólo por el sentido de deslumbramiento
Que ella puede ofrecernos, sino también
Porque solicita nuestro amor: pues con ojos tristes
Sus deleitables criaturas nos miran y nos imploran
Humildemente a que las invitemos;
Son exiladas que ansían el futuro
Que descansa en nuestra fuerza. También ellas se alegrarían
Si las dejaran servir a la ilustración como él;
Hasta compartir el grito de "Judas"
Como él lo hizo y todos haremos.
Nuestra voz racional está muda: sobre una tumba
La Casa de los impulsos llora un ser querido.
Triste está Eros, constructor de ciudades
Y llora la anárquica Afrodita.
Versión de José Rodríguez Feo
martes, 4 de mayo de 2021
Epigrama contra Stalin
Osip Mandelstam
Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.
Entre una chusma de caciques de cuello extrafino
él juega con los favores de estas cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
sólo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras otro:
A uno al bajo vientre, al otro en la frente,
al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de oseta.
Traducción de José Manuel Prieto
domingo, 2 de mayo de 2021
Qué piensa Don Cógito del Infierno
Zbigniew Herbert
El más bajo círculo del infierno. Contra la opinión generalizada no lo habitan ni déspotas, ni matricidas, ni quienes rondan tras el cuerpo ajeno. Es el asilo de los artistas, lleno de espejos, instrumentos y retratos. A primera vista, la más confortable sección del infierno, sin alquitrán, fuego o torturas físicas.
Todo el año se celebran aquí
concursos, festivales y conciertos. No hay temporada alta. El lleno es
permanente y prácticamente absoluto. Cada trimestre surgen nuevos rumbos y,
según parece, nada está en disposición de detener el triunfal avance de la
vanguardia.
Belcebú ama el arte. Jáctase de
que sus coros, sus poetas y pintores ya casi sobrepujan a los celestes. Quien
tiene el mejor arte, tiene el mejor gobierno -por supuesto. Pronto podrán medirse
en el Festival de los Dos Mundos. Y entonces veremos qué queda de Dante, Fra
Angélico o Bach.
Balcebú apoya el arte. Asegura a sus artistas paz, buena pitanza y estricto aislamiento de la vida infernal. 1974
Traducción de Xaverio Ballester