viernes, 28 de febrero de 2025
León Felipe: otra vez en el muelle
jueves, 27 de febrero de 2025
Contorno de León Felipe
Antología por
León Felipe.
Espasa Calpe. Madrid.
1935.
G. González y Contreras
El poeta lírico es el creador de una nueva
realidad. La poesía se crea aludiendo armoniosamente a las sustancias subjetivas
y al clima espiritual. El poeta, con la herramienta de su agonía, construye un
perenne renacer. La intuición, a paso lento pero seguro, a medida que ata
signos y correspondencias, va abonándole terreno a la poesía. La intuición
viene a ser en cierto sentido la partera del devenir poético. La poesía hoy no
puede ser otra cosa que sublimación del conocimiento.
Toda poesía
debe obrar por saturaciones. Saturaciones expresivas, tendientes a que el
hombre se reconquiste por dentro, y a que reestructure la realidad sensible
según el nivel en que su conciencia es capaz de ir ganando el equilibrio total,
a fuerza de tensión y resonancia.
La abismática realidad de León Felipe, poeta
de Castilla convertido en romero del mundo, viene de lo sostenido del esfuerzo
en proyectar la tentación de huida sobre la permanencia en un dominio
primordialmente humano. León Felipe es un transportador del tono espiritual y
material. En primer término, su verso no sirve de instrumento a una inercia de vida,
a una mineralización del sentido en la palabra, sino a un remover y trabajar su
máquina interna, por el ímpetu integrador de la energía cósmica. El lirismo le
ayuda a elevar lo pequeño hasta la estatura de su emoción.
Un drama se representa en su poesía: el drama
del hombre que emprende la tentativa de renovar lo viejo. Renovar equivale a
transfigurarse. La poesía no es más que signo de [roto]
El
problema de lo poético no estriba en la originalidad sino en la tensión. Lo
importante no es la forma sino el espíritu que insufla fuerzas en la
arquitectura de esa forma. El instrumental de trabajo del poeta no es la
palabra en sí, no se vincula a relaciones de sonido, sino que se funde, en
maridaje perfecto, al sentido de lo humano que la palabra simboliza.
[roto] muerte, y la muerte no es más que víspera
de un renovado existir. Vivimos en el viaje como en el humus cósmico. Más, y he
ahí nuestra significación, del incidir en el " ímpetu romero"
nacieron la religión, el arte, la filosofía. La religión: tentativa de
aventurarse en las vías de la divinidad; el arte: búsqueda apasionada de lo
bello en sí y de sus relaciones con el mundo; la filosofía: intento de acoplar
lo efímero a lo eterno, exploración del ser y situación del hombre en el
cosmos. Cuanto presupone excelencia ha nacido del afán romero por las azarosas
rutas humanas.
Lo
dicho viene a ser una introducción a la poesía de León Felipe. Su espíritu
-madurado en preñez de eternidad- gusta vaciarse en moldes poéticos de verdad
cristalina. En su verso escúchase la voz cordial y eterna del ascetismo
ibérico, la poesía de genuino acento castellano. Lo castizo significa para mí
una actitud estoica ante la muerte, un dejarse tentar por la aventura
metafísica, al mismo tiempo que una medida justa de la vida, y un querer
superar la dictadura del límite. Los "Cancioneros apócrifos " de
Antonio Machado, el “Ars Moriendi”, de su hermano Manuel, y esta “Antología” de
León Felipe, atestiguan que sigue circulando la savia de castellanidad.
En los versos de León Felioe, se suman la sencillez de la expresión y la claridad del pensamiento. El hombre que yace bajo la rocosa tierra de Castilla ha respondido a su llamada. El alma, tensa en la vigilia y poseída de arribado, recibe la voz de Manrique, y la trasmite renovada en la tragedia personal. La forma, generalmente es octosílabos quebrados, dentro del tono moderno, conserva la sobria elegancia de las mejores piezas antiguas. Más siendo obra de poeta auténtico es bueno hacer notar que el estilo no es más que la resultante del mensaje que ofrece. León Felipe no es poeta de contorno sino de conocimiento y sentido. Ved, pues, a este hombre buscando, como un investigador apasionado en un laboratorio de alarmas e incertidumbres, el nutrimiento a su deseo de eternidad, a su aspiración por organizar en un orden armónico las señales nuevas recogidas en una ruta antigua. Tal cosa solo puede lograrla elevando el alma a una promoción que nace de la tierra y no del aire. Así enraíza su tradición vividera en generaciones sustanciales, cuya región ética es la tradición heredada.
La poesía de León Felipe -como casi toda la poesía de la España actual- es un retorno; mas no al trabajado alquitaramiento barroco, sino muy por debajo del alma ibérica, hasta penetrar en el diálogo ardiente con las cosas, los seres y la vida. El entronque de su poesía es con el cancionero medioeval y con las coplas de Jorge Manrique. Así lo atestiguan sus predilecciones estéticas, en que los temas de la muerte, de la melancolía de la vida, del “pasar por todo una vez”, de la errancia de pueblo en pueblo, de la huida del tiempo, del vacío en el corazón desencantado, han gestado y se expresan al través del acto ideatorio de un hombre de nuestra época, con un nuevo pulso vital.
Estos poemas no conocen ya la etiqueta. Han sufrido demasiada angustia humana. Es verdad que no se ven libres de alguna incursión en los predios del hombre-durmiente. No todo en su poesía es actitud vigilante. Ahí está el poema Drop a Star, en el que se intenta seguir el ritmo de la vida, en el que se apunta al blanco de la idea sin dotarla de pleno desarrollo, en el que se opera mediante el libre juego de la imagen y se emprende la tentativa de unir la faz consciente del hombre con la otra oscura de los sub-actos. Las diferencias apuntadas entre Drop a Star y el lirismo anterior de León Felipe, conducirían probablemente a la consabida etiqueta del Suprarrealismo. Por otra parte, el sentimiento cósmico penetrante, impregnado de la transitoriedad de las cosas, que late en las cinco partes del poema, indica el entronque con el resto del lirismo. He aquí por dónde se intensifica en la práctica la teoría de la integralidad poética sustentada por León Felipe. Así, en suma, es la vida y el superestructuralismo estético.
Bajo la especie de niebla que envuelve las jornadas de la emoción, por debajo de las iluminaciones de las metáforas, hay fuerzas vitales que ahondan en el espíritu estoico y le vivifican. Fuera de este único poema extenso, en el que se ha trabajado por saturación de tensiones, la poesía de León Felipe se caracteriza por su brevedad. Sobre todo en las partes tituladas "Poemas menores" y "Normas" , el verso viene a ser chispa de representaciones intuitivas, que como los fuegos fatuos, arrancan veloces de la sensibilidad del poeta. Sus más características composiciones, integran un pensamiento hondo y delicado, que se expresa sintética y sencillamente. Más que una imagen, es una emoción la que intentan apresar. Así cuando dice:
“-No antes errante
y
busca tu camino.
-Dejadme,
ya vendrá
un
viento fuerte
que
me lleve a mi sitio."
Esta es una poesía sin
densidad, toda ella aspirando a inmaterializarse. El verso de León Felipe, no
se conforma con expresar: sugiere; no es mera arquitectura de señales,
intercambio de signos. Es más que eso: la sublimación del asunto en busca de
meditativos cauces. El estado psíquico es punto de partida. El poeta va a decir
su mensaje. Con este mensaje, dicho en tan depurada forma, León Felipe recobrar
por dentro lo que el lirismo tenía perdido. Tanto arrebato ha encontrado en sus
rutas, que el fervor lírico, gracias a su levedad y movimiento, penetra en el
dominio de la música. Una música de ritmo interior, destilada del
sentimiento y de la subconciencia. Como lo que el poeta realiza es una
movilización de fuerza cósmica, una arquitectura de apariciones fantasmales, de
ahí lo móvil y dinámico del verso. Es este, por fin, el recobrarse hacia
adentro de un hombre que, precisando una verdad, la realiza en grados de
lucidez y orden espiritual. Hay en su poesía acentos clásicos y modernos, de
los que genera la cultura y la atmósfera del tiempo en que se vive. Pero la
misma diversidad de tonos demuestra que el poeta, no encastillándose en ninguna
tendencia, y conservando su manera propia, logra la integralidad a que ha
venido aspirando en toda su labor.
Revista cubana,
sección “Libros”, vol. 6, 1936, pp. 250-54.
miércoles, 26 de febrero de 2025
lunes, 24 de febrero de 2025
León Felipe en La Habana: intervenciones
La poesía en la vida y en la historia de España. -Conferencia, el 9 de agosto de 1936, por León Felipe Camino.
El poeta castellano León Felipe Camino inició
sus conferencias sobre “Poesía Integral”. Tras una presentación por el Dr. Juan
Marinello, empezó el Sr. León Felipe definiendo al poeta. Pasó luego a
considerar la situación de los españoles en América. En Méjico ya no quedan más
que 2.000 españoles, en tanto hay una colonia siria integrada por 100.000
individuos. Pronto se irán todos los españoles de América, más por la voluntad
de ellos mismos que por decretos o leyes. Y es que deben irse el
"gachupín" y el "gallego", porque son mercaderes. Nunca
tuvo España política disciplinada ni programa en la historia. España no ha
existido: lo español, sí. Lo importante no es lo que tengo, si este duro
es tuyo o mío, sino quién soy.
A España ya no le queda imperio material: le queda el estilo, como en Cyrano de Bergerac. No somos los hombres soldados de ninguna nación: somos soldados del destino. Hernán Cortés se subleva contra Diego de Velázquez y marcha para Méjico en busca de un tesoro escondido. Allí, en México, surge la vieja polémica de si esto es tuyo o es mío; pero entonces, cuando aparece el tesoro, cuando Cortés se convence de que no es soldado de una nación, sino soldado del destino, quema las naves. El episodio del incendio de las naves, negado hoy por varios historiadores, sigue teniendo realidad metafórica. El español vino a América porque tenía que venir, porque la historia le dijo: “Tú eres el hombre”. No se trataba, pues, de específicas cualidades excelsas, sino de un proceso fatal. Cuando el español se vaya completamente de América, tendrá que volver para decir: "aquí vengo otra vez; ya no hay duros sobre los que disputar; ni lo tuyo ni lo mío; ahora vengo a escuchar el fallo histórico”. Sera una actitud espiritual. España tendrá que volver a la reconquista -palabra que el español conoce muy bien- de América cuando ya aquí no quede ni un español.
Volvió entonces el Sr. León Felipe a hablar de poesía. Siempre hubo en España tres tendencias poéticas: la aristocrática, la popular, y una muy débil hacia la poesía integral. El conferenciante analiza las características negativas de la poesía aristocrática española; reseña las condiciones de la poesía popular o tradicional hispánica; y se refiere a las pugnas apasionadas de los españoles en torno a esos dos tipos de poesía. Cita pasajes del Quijote representativos de ciertos aspectos de la dualidad característica española. El español tiene un anhelo de integralidad. Por eso hay que dejarlo libre en sus conflictos. Entre aquellos apasionamientos de las dos poesías -aristocrática popular se va abriendo paso en la literatura española un tipo de poesía integral. Manrique es el primer representativo, en el tiempo, de esa clase de poesía. Las coplas de Jorge Manrique constituyen una integración poética.
Y termina León Felipe diciendo: con las
palabras "In illo tempore” comienza la Biblia; con esas otras comienza el
Quijote: “En cierto lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Es
decir, el tiempo y el espacio, o sea las dos cosas que, desde el principio,
tiene que matar el poeta.
Universalidad y Exaltación. -Conferencia, el 11 de agosto de 1936, por León Felipe Camino.
Continuó el Sr. León
Felipe Camino su curso sobre "Poesía integral" comentando las coplas
de Jorge Manrique. La poesía es integración y es universalidad. El
conferenciante teje comentarios en torno a ambos conceptos. D. Quijote se salta
de lo español a lo universal. La poesía integral no es revolucionaria ni
aristocrática. Integración, universalidad y exaltación son las tres
características que aporta la poesía de Castilla, aunque se dice que también
eso está en el espíritu político de Castilla. “La España heroica y grotesca que
ha pasado lunática por la historia es Cervantes”.
El conferencista habla
entonces de literatura comparada y se detiene a puntualizar la
significación de Dante y de Whitman. Pasa después a señalar ciertos aspectos
del realismo en la poesía española a través del concepto y el sentido de
la realidad en el celta y en el castellano. Se detiene más tarde en la profunda
influencia que ha ejercido en la poesía castellana la luz de la meseta. Y
dedica la última parte de esta conferencia a definir la exaltación.
El conferencista se ve precisado a resumir en
una segunda parte lo que era un proyecto de tercera conferencia. El español es
hombre de pasión. La pasión tiene un mecanismo muy singular: primero es
exaltación, ímpetu; luego descanso, sueño. El español es impulsivo y
paralítico: esto explica mejor que nada la historia de España. El
conferenciante, con cierta ironía alusiva a fenómenos actuales, dice:
"Hablemos de poesía, solamente de poesía... Pero la política es poesía
también". La pasión no es la mejor virtud, pero Dios se la otorgó a
España. Es su herramienta del destino. La pasión ha labrado la historia de
España. El descubrimiento de América es el producto más acabado de la pasión
española. Colón era un cartógrafo mediano que no lograba convencer a las cortes
europeas. Pero tuvo la intuición poética: un día se encontró con Isabel de
Castilla, se miraron a los ojos, y ella vendió sus joyas... Aquí, como en lo de
las naves de Cortés a que el conferenciante se refirió en su primera
disertación, parece que se trata de una patraña histórica; pero que sigue
teniendo realidad metafórica. La lógica francesa y la prudencia sajona nunca
hubieran podido realizar la empresa del Descubrimiento: sólo la pasión española
era capaz de esas cosas.
León Felipe recuerda lo que a ese respecto dice Madariaga en "Ingleses, franceses y españoles". Un destacado intelectual panameño, Méndez Pereira, le dijo al conferenciante que hoy se efectúan esos mismos heroísmos y los ponen en práctica hombres de otras naciones; le cita el vuelo de Lindbergh desde los E.U. a Francia; el viaje de Bird al polo norte. León Felipe dice que no duda de la genialidad y del esfuerzo de esos hechos, pero son empresas en que intervienen el cálculo y la capacidad mecánica de los días en que vivimos, no la pasión aventurera que descubrió a América.
La idea de la universalidad es típicamente
española, la descubrieron los españoles antes que Roma y que Moscú. A D.
Quijote se le secó el cerebro y perdió el juicio por la idea de la
universalidad. Hay que distinguir entre el hombre doméstico y el hombre
histórico, como hay que distinguir entre la imbecilidad y la locura. España es
el reino de la locura; pero otros pueblos viven en el reino de la imbecilidad.
D. Quijote se ve precisado a blasfemar porque está viendo que los mercaderes se
han apoderado de los templos... El español no ha venido al mundo para la
felicidad sino para el heroísmo. El hombre pragmático no comprende eso.
El conferenciante insiste en la distinción entre el hombre doméstico y el hombre heroico; y finaliza diciendo: cuando terminada esta conferencia vayáis a vuestras casas, preguntaros qué sois, en que bando militáis, si en el de los domésticos o en el de los heroicos.
ULTRA, septiembre de 1936, pp. 255-56.
[Lectura en el Lyceum, 13 de agosto]
El auditorio se siente conmovido. Vibra el
dolor en esta Elegía como vibra el alma de un padre que ha perdido un hijo, de
un hermano que ha perdido un hermano. León Felipe nos dice, con voz un poco
quebrada que recuerda la emoción de la eternidad: "Esta poesía la escribí
a la muerte de un amigo mío que era Capitán de la Marina y fue enterrado en
Nueva York. "
Nueva York -piedra, cemento y hierro en
tempestad -...
“Y junto al soldado del mar de ojos azules,
carne de iodo y de sol, aparece la carita que se achata en el cristal, la
carita de la nena a la que el amigo mayor llamaba linda y que un buen día se
puso pálida y ya no lo esperó más”.
Y este sentimental siempre de rodillas ante Dios, que pasó los días azules de su infancia en Salamanca y su juventud amarga en La Montaña, ya no ha vuelto a echar el ancla. "Y no crean ustedes... Y no crean ustedes, yo soy así, yo me siento así, esto es una gran verdad”.
¿Qué voy a cantar si soy un paria que apenas
tiene una capa?”
Y León Felipe, que ha sido actor en Madrid y director de compañía en México, farmacéutico en Almonacid de Zorita y viajante, siempre viajante, se ha dejado influir por la moderna poesía y ha escrito Drop a Star. “Cae una estrella” -nos explica- es un poema largo, muy largo; escogeré sólo algunas estrofas; es una concepción metafísica; hay que seguir la obra de Dios, la creación del mundo, el destino del hombre, de la vida; hecho de imágenes hay que interpretar, hay que seguir la idea central.
“El mundo es un slot-machine,
con una ranura en la frente del
cielo,
sobre la cabecera del mar”.
(Se ha parado la máquina,
se ha acabado la cuerda.)
El mundo es algo que funciona
como el piano mecánico de un bar.
“Lecturas y comentarios de sus poesías. León Felipe”, Lyceum, Vol. 1, Núms 1-4, 1936, p. 185.
domingo, 23 de febrero de 2025
León Felipe x Mañach
Versos y oraciones de caminantes, por León Felipe.
Libro II. Instituto de las Españas. New York
El poeta comparte con la fruta y con la
estrella la humildad de nacer en silencio y el lujo de pasar inadvertido. Un
pulquérrimo volumen, editado por el Instituto de las Españas, nos trae a Cuba
la empresa de este poeta español. León-Felipe, cuyo nombre -de traza tan
artificial- sólo teníamos asociado a la admirable traducción de España
Virgen, de Frank. Debimos entonces sospechar que una versión tan fina y
segura sólo podía ser la obra de un poeta, y de un poeta muy pasado por lo
sajón. Y ahora le encontramos. Poeta de toda genuinidad, de acentos a la vez
nuevos y viejos -tradición e invención-, de una delicadeza enérgica y de un
misticismo terrenal. La precisa nota con que abre el volumen el Instituto acaso
no sea realmente precisa. Todo está evidente en el misterio incólume de estos
poemas, salvo la iniciación de “espíritu dolorido y melancólico” en el León-Felipe
de 1920, fecha de su primer libro. Todo: así se explica la amalgama de
elementos en esta poesía: trascendentalismo que vuelve siempre al humano; misticismo
altivo, casi herético -tuteo de Dios-; sentido másculo y optimista de la tarea
de vivir, y de su solaridad y de su finalidad en sí: escepticismo cristiano, reforzado
en lo puritano, matizado por la ironía:
del paño de la túnica de Cristo
le
no he contado unos breeches a Dionisos.
Aleación del oro viejo español y del acero de Whitman.
Dejos cruzados del Arcipreste y de Nietzsche, de la música de las esferas y el
surco de los aviones. Y, junto al verso de lirismo desnudo, los deliciosos
hallazgos de dinámica metafórica -anécdota de la imagen- como “Y la luna?”, o
dechados de ingenio filosófico como “Enmienda”. Un poeta de acento breve y
noble. Mch.
Revista de Avance, 15 de junio de 1930.
jueves, 20 de febrero de 2025
Páginas de León Felipe: Walt Whitman
martes, 18 de febrero de 2025
Contra León Felipe
Fragmento de "Fragmento 1", Tiempo, Obra poética, vol.
2, t-4., p. 1326.
domingo, 16 de febrero de 2025
Observación de una manía ambiciosa
José Joaquín Muñoz
Cuando la cuestión de la
locura paralítica se encuentra todavía, por así decirlo, a la orden del día,
todo lo que pueda tener cierta conexión con este orden de hechos debe, me
parece, ser recibido con interés por los hombres que hoy representan la ciencia
en materia de enajenación mental. Por eso me veo en la obligación de presentar
a la honorable Sociedad Médico-Psicológica de París una observación que me
parece más que curiosa.
El hecho de que venga a
presentarlo ante esta ilustre asociación me parece que confirma la opinión de
algunos alienistas modernos, relativa a la naturaleza de ciertas locuras
todavía reconocidas por la generalidad de los médicos como pertenecientes a una
sola clase.
No pretendo darle a este
hecho un significado absolutamente establecido; pero, al reportarlo aquí,
quisiera únicamente llamar la atención de los médicos especialistas sobre el
modo de terminación de ciertas manías, modo que ya ha sido
señalado por uno de nuestros maestros en París; me refiero al señor doctor
Baillarger, a quien, creo, pertenece el honor de haber indicado por primera vez
este curioso hecho. La aparición de fenómenos críticos durante el curso de la
locura es un hecho observado por autores desde toda la antigüedad; pero lo que
no fue señalado antes de Baillarger, es que estos fenómenos críticos son
especialmente comunes en el curso de ciertas manías que se acompañan de
síntomas congestivos.
La observación que voy a
presentar viene justamente en apoyo de esta afirmación, y por eso me ha
parecido interesante y digna de ser comunicada a la honorable Sociedad
Médico-Psicológica.
Se podrá ver en esta
observación una particularidad ligada a este hecho y que responde a la
naturaleza misma del fenómeno crítico.
Citaré de paso un segundo
ejemplo que confirma también la afirmación del Sr. Baillarger sobre este punto.
Observación.- El
señor M., terrateniente de la isla de Cuba, residente en La Habana, y de
cuarenta y un años, de temperamento linfático y nervioso, de constitución
débil, pero gozando de buena salud, llevaba una vida tranquila en el seno de su
familia a la que amaba mucho, cuando hacia julio de 1860 se volvió inusualmente
activo: salía y volvía varias veces al día, se dirigió a un joyero al que
conocía y le compró un magnífico juego de perlas que trajo a su esposa. Ese
mismo día le regaló otro vestido de seda de muy alto precio. Al día
siguiente, nuevas compras de joyas y efectos para sus hijos y su esposa. Se
queja de la excesiva economía que ella hace en la gestión doméstica; le expresa
su deseo de amueblar completamente su sala de estar y su dormitorio. Al
mismo tiempo, concibió el proyecto de crear una gran fábrica y toma medidas al
respecto. Vende las acciones que posee en varias empresas para reunir los
fondos necesarios para llevar a cabo su plan. La esposa del señor M., muy
molesta por la nueva conducta de su marido, y viéndolo más activo e inquieto
que nunca, comienza a tener algunas sospechas sobre su estado mental. Para
averiguarlo decidió consultar al médico de familia, que era uno de sus amigos.
Este último va a ver al Sr. M. y estima que podría tener un comienzo de locura.
Pero al no estar seguro de su diagnóstico, y considerando la cuestión difícil
de resolver, aconsejó consultar a médicos especialistas.
El señor M. continuó
haciendo grandes gastos y desplegando una intensa actividad en sus planes para llevar a cabo su proyecto, en el cual había interesado a su hermano
quien debía encargarse de la subdirección de la fábrica. La señora M. expresó a
su cuñado sus temores sobre la salud mental de su marido y le informó de su
decisión de consultar a los médicos. Pero el cuñado, que había tenido
desacuerdos con su cuñada, pensando que ésta tenía una excusa para oponerse al
proyecto de la fábrica, consideró inútil la consulta y se esforzó en demostrar
que el señor M. estaba en un perfecto estado de inteligencia. Para evitar
cualquier sorpresa a su hermano en el sentido indicado por su cuñada, le instó
a realizar un viaje a los Estados Unidos, viaje que el señor M. aceptó con
agrado, porque estaba de acuerdo con sus planes y se avenía con su estado
mental.
El señor M. partió entonces
hacia Nueva Orleans acompañado de su hermano el 18 de julio de 1860, y regresó
quince días después. A su regreso, su esposa se sorprendió nuevamente al verlo
tan tranquilo y sereno como solía ser. Lo que más le sorprendió fue que su
marido no pareciera recordar nada de lo ocurrido antes de su viaje a Nueva
Orleans, ni las compras que había hecho, ni su proyecto de fábrica, etc. Como
el hermano no había vuelto a casa durante una semana, en los primeros siete
días que siguieron a la llegada del Sr. M., pensó que su marido había
acordado con él fingir una conducta completamente opuesta a la que había tenido
tres semanas antes. Ella empezó a creer que evidentemente su marido nunca había
estado enfermo. Sin embargo, no se atrevió a hablarle de los
acontecimientos pasados, por miedo a despertar en él las mismas ideas.
Pero mientras tanto, el
hermano del Sr. M visitó por fin la casa y ese mismo día (10 de agosto) sufrió un
ataque de gran excitación que lo perturbó tanto a él como a la esposa. El
señor M. intenta golpear a su mujer, se agita, habla sin parar de los millones
que le robaron, elogia sus cualidades, piensa que es muy inteligente en asuntos
financieros, pide que le devuelvan su dinero. Finalmente pasa todo el día
en una extrema excitación.
Ante este grave suceso, el
médico llamado a prestar los primeros auxilios al señor M. declaró que sufría
de manía aguda y aconsejó internarlo en un asilo de salud.
Fue entonces cuando vi a
este paciente en La Habana, en momentos en que yo llegaba de Francia, trayendo
conmigo a un pobre demente paralítico que llevaba más de cinco años encerrado
en un asilo de ancianos de París. Esta circunstancia me brindó la oportunidad
de ser llamado a consulta por la familia del señor M., para dar mi opinión
sobre el estado mental de este último.
El paciente había sido
trasladado a una casa de campo que pertenecía a la familia del Sr. M., que se
había opuesto a colocarlo en un establecimiento especial.
Este es el estado en que
encontré al señor M. el 17 de agosto, seis días después de haber ocupado su
casa de campo: estaba pálido, delgado, con los labios descoloridos, la lengua
blanca, las encías rojas, hinchadas y sangrando al presionarlas, sin apetito,
con pulso pequeño pero tranquilo. Presentaba un aspecto de notable alegría, y
se movía constantemente sin dejar de hablar, relatando que lo habían puesto en
esa casa "porque la Reina de España, habiéndole dado el gobierno de la
isla un millón de piastras de sueldo, tuvo que tomar posesión de este
palacio". Que posee más de ciento cincuenta "casas en la
ciudad; que es el calculador más fuerte de América, etc."
El señor M. tenía una
dificultad muy marcada para articular las palabras, que iba acompañada de un
ligero temblor del labio superior; la pupila era sensiblemente más dilatada que
la derecha.
Este enfermo había tenido un ligero ataque de congestión cerebral al día siguiente de su entrada en la casa de campo. Según la información dada por el médico que lo visitó, había perdido el conocimiento, una ligera convulsión en el lado derecho del cuerpo y fiebre, fenómenos que duraron algunas horas, tras las cuales persistió un adormecimiento muy evidente en el brazo y en la pierna. Queriendo examinar yo mismo el estado de sus fuerzas, pedí al paciente que sacudiese mi mano alternativamente entre las suyas y pude, en efecto, observar una diferencia notable entre los dos brazos; la derecha era obviamente más débil que la izquierda.
De acuerdo con los datos que
pude obtener de la esposa del señor M., no había alineados, epilépticos, ni
histéricos en su familia, por lo que, en este punto, no se podía suponer una
predisposición hereditaria. La única circunstancia digna de ser notada en el
paciente en cuestión era una inclinación muy grande a los placeres venéreos. El
señor M. era, según la expresión de su hermano, muy inclinado hacia el
sexo femenino, pero no bebía ni cometía otros excesos.
En presencia de todos estos
fenómenos, creí que el Sr. M. sufría de una manía ambiciosa con signos
evidentes de una incipiente parálisis general. Como resultado, mi pronóstico
fue desfavorable.
El tratamiento que se había
empleado desde el inicio de la enfermedad era esencialmente antiinflamatorio;
sanguijuelas en el ano, baños tibios prolongados, purgantes repetidos,
etc. Este tratamiento, que estaba perfectamente indicado en el período
agudo de la enfermedad (excepto las sanguijuelas que con mucho gusto habría
quitado) me pareció, dado el estado actual del paciente, demasiado peligroso
para continuar por más tiempo, y aconsejé el uso de jarabe antiescorbútico y
algunos tónicos amargos, permitiendo de vez en cuando el uso de purgantes
suaves.
Insté a mi colega a aplicar
un sedal en la parte posterior del cuello del enfermo tan pronto como los
fenómenos agudos hubieran desaparecido por completo. En cuanto al
tratamiento moral, opiné que debía ser aislado de su familia y
recomendé la mayor gentileza y cuidados higiénicos estrictos. Mi consejo fue
aceptado por el médico tratante y al día siguiente se puso en marcha el nuevo
tratamiento.
A petición de la familia,
volví a ver al señor M. el día 23 del mismo mes. El paciente estaba bastante
tranquilo ese día, pero las ideas de grandeza eran mucho más pronunciadas; la
torpeza en el habla, el temblor de los labios y la desigualdad de las pupilas
eran tan notables como seis días antes. Ese día, habiendo preguntado al enfermo
si tenía alguna fortuna, me respondió que poseía diez millones de piastras, que
más de la mitad de la ciudad de La Habana le pertenecía por derecho y que,
además, siendo él mismo gobernador de la isla, podía hacer cualquier cosa, etc.
El 28 de agosto me pidieron
nuevamente que visitara al Sr. M. Su condición había mejorado ligeramente,
aunque los fenómenos de parálisis persistían e incluso las ideas de ambición.
Esta vez le recordé a mi colega que aplicar un sedal en la nuca podría ser
beneficioso (después me enteré que desde el día siguiente de mi última visita
ya se le había aplicado).
Como debía salir de La
Habana al día siguiente para reunirme con mi familia en París, le pedí a mi
colega que continuara asistiendo al paciente y que me informara sobre el
desenlace de la enfermedad.
A finales de noviembre de
1860, recibí la siguiente carta del Dr. D.:
“La Habana, 7 de noviembre
de 1860.
Estimado colega:
El señor M.
permaneció en el mismo estado en que usted lo dejó en su última visita hace
casi un mes; pero, a partir del 24 de septiembre, los fenómenos de
parálisis disminuyeron hasta cesar casi por completo. El enfermo estaba
perfectamente tranquilo, razonable y pidió salir. Sin embargo, aún tenía
una ligera vacilación en su pronunciación, hasta que el 16 de octubre un nuevo
ataque de congestión cerebral vino a quitarle toda esperanza. M. estuvo
dos horas o algo más con convulsiones en el lado derecho del cuerpo, fiebre y
coloración muy intensa de la cara, seguido de una ligera hemiplejia
derecha. Al día siguiente de este ataque, agitación maníaca,
parloteo incesante, delirio ambicioso, torpeza del habla con temblor de los
labios y pupilas desiguales, la derecha más dilatada que la izquierda.
Se emplearon los mismos
medios que al principio de la enfermedad, baños prolongados, purgantes, etc., y
cuando pasó la tormenta, volví al jarabe antiescorbútico, a los amargos,
etc. El sedal que le habían aplicado al día siguiente de su última visita
todavía supuraba en el momento del nuevo ataque de congestión, pero noté que
desde la víspera de este día la supuración había disminuido notablemente. El señor M. estuvo agitado durante cuatro días; persistió en sus ideas de
grandeza, de millones y en su torpeza de expresión, etc. Sin embargo, desde
hace seis días, es decir desde el 1ro de este mes, se ha observado una mejora
notable; el enfermo está tranquilo, sereno, y su ambición se ha moderado mucho.
Sin embargo, la torpeza del habla es todavía muy fácil de reconocer. Temo
que una recaída congestiva venga a afligirnos nuevamente. Sin embargo, una
postura me da cierta esperanza esta vez: como el paciente ha mejorado mucho, he
notado que su piel está cubierta de una erupción de púrpura hemorrágica en todo
el cuerpo, y particularmente en la cara. Esto, creo, es un buen augurio y
este hecho me parece muy curioso. Dime lo que piensas. Por lo demás,
repito, el señor M. está bien. Se ha engordado y ha cogido bonitos
colores. Creo que será útil continuar el tratamiento tónico unos días más, etc.
Te daré más noticias en un mes”.
He aquí una segunda carta
que el mismo médico me escribió fechada el 10 de enero de 1861:
“Estimado colega:
El Sr. M. sigue
mejorando. Desde mi última carta del 7 de noviembre, el paciente se ha
comportado bien y desde el pasado 12 de diciembre podemos decir que toda
parálisis ha desaparecido por completo. El señor M. vive desde hace varios
días en su antigua casa con su familia, y tanto su esposa como sus hijos están
muy satisfechos con su conducta.
Quiero decirle que la
erupción de púrpura, que se había presentado cuando el enfermo entra
en convalecencia, ha persistido. Hoy las marcas son todavía perfectamente
visibles. Me he sentido en el deber de aconsejar al señor M. que continúe tomando
los tónicos amargos y el jarabe antiescorbútico y sostenga el sedal
durante algún tiempo.
Nuestro colega, el doctor
J., a quien usted conoce, ha animado mucho al Sr. M. a realizar un viaje
a Europa; así que pronto tendrás la satisfacción de ver a tu interesante
paciente.
Mi colega no se equivocaba,
porque allá por el mes de mayo pasado recibí en mi casa de París la visita del
señor M., acompañado de su mujer, sus hijos y su hermano: todos venían a pasar
el verano en Europa. El señor M. tenía en ese momento todas las
apariencias de estar en perfecta salud física y mental. Hablé con él largo
y tendido, le devolví la visita y lo visité varias veces más en su
hotel. Su señora me aseguró que desde diciembre no había tenido la menor
apariencia de locura. Por lo tanto, desde ese momento estuve convencido de
la recuperación del Sr. M. Observé en su cara y cuello pequeñas manchas de
color púrpura, que tenían un matiz bastante brillante. Estas manchas eran
redondas y amplias como la cabeza de un alfiler grande. Respecto a esta erupción,
el paciente manifestó el deseo de librarse de ella. Pero le convencí de que era
muy beneficioso para él y que, por el contrario, se debía hacer todo lo posible
para preservar la erupción.”
El señor M. y su familia
salieron de París a principios de junio, y después de viajar a Inglaterra,
Alemania, Suiza e Italia, regresaron a París en los primeros días de
septiembre. Yo pude recibirlo el 21 del mismo mes, en vísperas de su partida
definitiva a América. En ese momento se encontraba en excelentes
condiciones de cuerpo y mente. Posteriormente supe que llegó a La Habana
en buen estado de salud.
Este es un notable ejemplo
de manía ambiciosa acompañada de síntomas muy evidentes de parálisis, habiendo
seguido una evolución más bien intermitente, habiendo presentado en su curso
dos ataques de congestión cerebral, seguidos de un incremento de los síntomas
paralíticos, habiendo continuado durante unos cinco meses, para terminar
finalmente con una curación bien establecida después de la aparición de una
erupción de púrpura hemorrágica que ha persistido.
Esta curiosa observación ofrece, en mi opinión, algunos puntos que merecen ser destacados. De entrada, diré que nadie ha podido verificar el diagnóstico establecido en el caso que nos ocupa. El señor M. padecía evidentemente una manía, pero, a la vista de los síntomas de parálisis tan pronunciados que caracterizaban esta manía (dificultad para hablar, temblor de los labios, debilidad en una mitad del cuerpo, delirio ambicioso, etc.), no podía considerársele como una simple manía, es decir, como uno de esos ataques de manía en los que hay mucha actividad en el espíritu, en las ideas, en el ser, una sobreabundancia que a veces se lleva al extremo, pero sin complicaciones de ninguna otra clase. Me parece que la manía de nuestro paciente muy bien podría relacionarse, en cuanto a su naturaleza, con una especie tan acertadamente denominada por el señor Baillarger como manía congestiva; pues, de hecho, la excitación maníaca estaba vinculada en este enfermo a los ataques de congestión cerebral, y acompañada de torpeza en el habla, temblor en los labios y delirio ambicioso, todo fenómenos congestivos, tal como ha demostrado J. Bayle desde 1822 (Investigación sobre la aracnoiditis). Para mí es evidente que estos fenómenos forman, junto con este tipo de manías, la base principal de la enfermedad y, en consecuencia, constituyen su verdadera naturaleza.
Un segundo punto muy
interesante que se desprende de esta observación es la feliz terminación de la
enfermedad y la mejoría completa de los fenómenos de parálisis, curación que
persistió, según mi conocimiento personal, durante más de nueve meses. Este
hecho apoyaría también la opinión de algunos alienistas, que consideran que
este tipo de locura es perfectamente curable. Algunos autores demasiado
exigentes consideran estas curas como puramente temporales, porque a menudo se
observa que la enfermedad reaparece después de un período de tiempo más o menos
largo; pero también creo que, así como vemos a un individuo contraer
neumonía varias veces, por ejemplo, y recuperarse cada vez, así también los
sujetos que han contraído alguna enfermedad mental pueden, aunque se recuperen
la primera vez, tener una recurrencia. Esto es lo que ocurre en los casos de
locura acompañada de fenómenos paralíticos.
En cuanto a la observación que aquí nos concierne, me parece que habría que ser muy severo para no admitir que una cura tan estable como ésta constituye una verdadera cura.
Finalmente, un tercer
punto, que resulta de gran interés, en relación con las consecuencias que se
podrían sacarse de él, es la aparición de un fenómeno crítico coincidente con
la disminución de lesiones graves. El señor Baillarger, y después de él
otros autores, han citado hechos similares que observaron particularmente en
sujetos que sufrían de locura acompañada de signos paralíticos. Pero lo
que me parece aún más curioso de la observación precedente es la naturaleza del
fenómeno crítico. Creo haber oído decir a un distinguido alienista de
París que la parálisis general podía tener a veces cierta relación con la
diátesis escorbútica, y que, al ser considerada la erupción llamada púrpura
hemorrágica por todos los autores como una manifestación de la diátesis, cabría
preguntarse en el caso en cuestión si la enfermedad del señor M. no era de
naturaleza escorbútica.
No puedo dejar de citar
aquí otro ejemplo que pude observar hace tres años en París. Fue uno de
mis compatriotas quien sufrió, en 1858, una manía acompañada de síntomas de
parálisis. Este individuo, cuya madre había muerto paralítica, tenía en
ese momento un hermano que sufría de parálisis general. No puedo dar aquí
la observación completa de este paciente, pues he perdido las notas que había
tomado en su momento sobre su caso, pero expondré los rasgos principales, que
conservo perfectamente en mi memoria:
Este individuo tenía
entonces cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años. Era de constitución fuerte,
regular en su conducta y de carácter gentil y tranquilo. Iba a la iglesia todos
los días y cumplía con sus deberes religiosos en exceso. De repente, sin
ninguna causa apreciable, se vuelve muy activo, más hablador de lo que solía
ser. Gasta excesivamente, da un billete de 100 francos a un pobre que
encuentra en la calle, pone un billete de 500 francos en el fondo de la
iglesia, hace regalos muy generosos a su esposa, compra un cuadro malo por el
que paga un precio exorbitante, etc. Estas extravagancias sorprendieron a
los padres y amigos del señor C., quienes, pensando que podía padecer una
enfermedad mental, lo hicieron llevar, mediante una estratagema, al asilo donde
se encontraba su hermano y donde lo tenían retenido. En resumen, este
individuo fue atacado por un ataque de manía acompañado de delirio, ambición,
dificultad para hablar, temblor de los labios, etc.
Añadiré brevemente que
después de haber permanecido seis o siete meses en el centro sanitario donde le
habían llevado, salió curado, y su curación se ha mantenido perfectamente hasta
el día de hoy (desde enero de 1859 a diciembre de 1861).
Ahora bien, un fenómeno muy
notable que se produjo en este caso como en el primero, es que el paciente, en
los primeros días de su convalecencia, fue afectado por una erupción vesicular
muy marcada (zona zóster), que se extendió sobre la mitad derecha del
tórax. Esta erupción duró mucho tiempo y fue seguida de una intensa
neuralgia en la misma región del cuerpo.
En resumen, pues, este hecho
presenta también estas dos particularidades muy interesantes: 1ro, aparición de
un fenómeno de carácter crítico durante la convalecencia; 2do, curación
persistente durante casi tres años.
POR
JOAQUIN MUÑOZ (desde La Habana)
sábado, 15 de febrero de 2025
De la locura sensorial III
José Joaquín Muñoz
No hace mucho que fui consultado
por una mujer del campo que había tenido alucinaciones de la vista, del oído y
del olfato y que algún tiempo después afirmaba que todo su mal era una brujería
que le había echado una negra suya. La enferma llegó a persuadir a su marido de
que realmente estaba hechizada, y este prefirió entonces ir a consultar un
negro brujo que había curado muchas otras brujerías, y la retiró de mi
asistencia. Debo advertir que solo cuatro visitas hice yo a esta enferma.
Estos ejemplos demuestran evidentemente que la
creencia en el sortilegio, como la demonomanía de la edad media, es a menudo el
resultado de las alucinaciones, de las cuales viene a ser tan solamente una
explicación.
Se comprende en efecto con facilidad, que
apareciendo repentinamente un fenómeno nuevo y extraño, la imaginación se
apodere de él y le someta a un examen especial; examen cuyos resultados varían
según las épocas, las creencias y la educación de los enfermos.
Muchos alucinados de los que he podido ver en
los grandes asilos de Francia, se contentan con decir que los persiguen seres
invisibles. Para otros, estos seres invisibles son los agentes de policía, los
enemigos ocultos &c., otros al contrario, creen que son sus parientes o
personas conocidas los que se ponen en relación con ellos &c. Los enfermos
dan nombres extraordinarios a los supuestos autores de sus falsas sensaciones,
ya son ventrílocuos, ya magnetizadores, ya fogoneros &c.
Las
alucinaciones del paladar, del olfato y de la sensibilidad general, las
explican los enfermos creyendo en la presencia de sustancias nocivas mezcladas
en los alimentos y bebidas, introducidas en la boca durante el sueño,
esparcidas en sus camas y absorbidas por la piel &c. A veces llevan más
lejos aún sus aberraciones sensoriales y caen en las concepciones delirantes
más absurdas. Así, una enferma creía que le daban a comer huevos que provenían
de las gallinas afectadas de sífilis, cuya enfermedad habían adquirido
alimentándolas con carnes infestadas de este virus. Un estudiante de medicina
veía en el plato de carne que servían en su hotel, miembros de fetos.
Un antiguo caballero de Malta, dice Mr.
Baillarger, creía que el pan que le daban todos los días estaba amasado con
esperma humana, &c.
De esta suerte se encuentra explicado el malestar,
los cólicos, los vómitos, las palpitaciones &c. que suelen observarse en
dichos enfermos. Una de las explicaciones más originales que puedan dar los
enfermos de sus alucinaciones, es la siguiente. Suponen ellos que sus
impresiones internas son el resultado de golpes inferidos a otras personas,
pero que sienten ellos por una especie de simpatía. Una mujer se quejaba de que
mataban a sus padres, lo cual conocía por sensaciones particulares que
experimentaba. Otra enferma sostenía que sus perseguidores daban fuertes golpes
a una muñeca de cartón que tenía, los cuales sentía interiormente, siendo causa
de que la desgarrasen el pulmón con garfios de hierro, le introdujeran clavos
encendidos por el ano y le desmoronaban los sesos &c. (Baillarger: Lecciones
orales, 1859, inéditas.)
La presencia de animales vivos (ranas, sapos,
culebras, arañas) en los órganos de ciertos enfermos, según su dicho, no es más
que la explicación que dan estos de sus alucinaciones.
Las alucinaciones del sentido del oído dan
también motivos a muchos comentarios de parte del paciente. Un sujeto, cuya
observación ha sido publicada por Mr. Baillarger, creía que las voces de sus
interlocutores invisibles llegaban a sus oídos por medio de unas bocinas que
usaban. He aquí un fragmento del extenso manuscrito que este enfermo dejó a Mr.
Baillarger cuando salió de su Casa de salud de Yory:
"Puede suponerse que las bocinas son de origen animal, y que después de haber recibido la esencia humana, pueden como el imán atraer la esencia de la sangre que da al hombre la existencia y el pensamiento. Lo mismo que la flor tiene un perfume que la es propio y se hace sentir a lo lejos, lo mismo nuestra persona exhala un olor más o menos fuerte; esta esencia de nosotros mismos es atraída por las bocinas y nos identifica con el que quiere comunicarse con nosotros. Esta especie de vapor humano que atrae la bocina, da la di rección al rayo eléctrico que va a herir el cuerpo del hombre a quien electriza. Esos instrumentos son hechos de fieltro sacado del pelo de diversos animales. Puede suponerse que este tejido de la bocina es el que ha recibido una preparación química que sirve de imán para atraer la esencia humana; sin embargo, si fuera así, sería necesario que esta preparación fuese renovada de tiempo en tiempo, porque el aire y el uso todo lo alteran &c."
Yo he conocido en Charenton una joven que daba
una explicación análoga: decía que le sustraían sus pensamientos por medio de
un tubo muy largo y del mismo modo le trasmitían las ideas de otras personas.
Las alucinaciones de la vista no son comunes
en la locura sensorial crónica; pero cuando existen, los enfermos hacen pocos
comentarios de ellas. Se limitan generalmente a decir que se les hace ver, y no
procuran explicar los medios de que se valen para ello.
Por lo que llevamos expuesto, vemos a lo que
se reduce ordinariamente el delirio de los alucinados crónicos. Pues bien, este
delirio es a veces tan limitado, que el paciente puede continuar viviendo
libremente en sociedad y entregarse a ocupaciones regulares, trabajos
intelectuales continuados &c. Muchos ejemplos pudiéramos citar aquí de
individuos que a pesar de sus alucinaciones conservan una gran libertad de
espíritu; pero nos bastará indicar los dos hechos siguientes:
1ro El Sr. L después de haber tenido repetidos
accesos de manía, quedó alucinado. Habitaba en una casa de salud, pero salía
libremente a iba a menudo a París. Se creía perseguido por dos empleados del
Ministerio de Hacienda a quienes oía continuamente hablar. Por medio de
estratagemas infernales, estos le habían atrofiado los testículos, y por un
poder invisible que tenían, le habían privado de su potencia generatriz al
tiempo de poseer una mujer. Algunas veces le detuvieron al pasar por una puerta
y le impidieron ir más allá.
En este estado, el Sr. L. compuso una novela
histórica que tuvo un éxito brillante en el mundo literario y que fue leída con
mucho interés, particularmente por aquellas personas que conocían al enfermo y
que suponían naturalmente que semejante obra debía tener algunos rasgos que
revelasen el estado mental del autor. El Dr. Baillarger leyó detenidamente la
novela del Sr. L. y he aquí lo que dice. "Debemos declarar que a pesar de
nuestra prevención y nuestra tendencia a reconocer la locura, bajo la multitud
de caracteres que ella ofrece, allí donde tal vez no existe, hemos encontrado
esta obra irreprochable bajo el punto de vista de la enajenación mental. Nos ha
parecido que en este sentido, el libro del Sr. L. pudiera desafiar la más
severa crítica, lo hemos leído con interés; en él brilla la más sana razón y
sin juzgarlo como obra literaria, afirmamos que nada hemos notado que revele
una alteración mental en su autor."
2do ejemplo. El Sr. K. ocupaba en el ejército
francés una posición elevada. Hace diez años, al pasar por una casa, habitación
de algunos oficiales de su regimiento, cree oír voces que le injuriaban; entra
en ella y requiere a varios militares que estaban allí reunidos por la ofensa
que acababan de hacerle: sus provocaciones van a tal extremo que a pesar de lo
singular y extraño del lance, uno de los oficiales acepta un desafío que tuvo
lugar al siguiente día y en el cual el alucinado hirió a su adversario. Más
tarde el delirio se hizo tan marcado que fue necesario poner al Sr. K. en una
casa de salud, de la cual salió curado algunos meses después. Tres o cuatro
años habían pasado apenas, cuando un nuevo ataque estalló. El enfermo entra
furioso en casa de un tabernero que vivía frente a su morada y le amenaza,
diciéndole que le mataría si continuaba ofendiéndole como lo acababa de hacer.
El tabernero sorprendido y muy temeroso, porque el Sr. K. tenía en su casa
pistolas cargadas, fue a quejarse al comisario de hacía y el enfermo fue
conducido por segunda vez a una Casa de salud. Examinado y vigilado con gran
cuidado desde el momento de su entrada en esta, K..,. no dio la menor señal de
delirio; eludía toda clase de cuestión, se condu cía perfectamente, escribía
mucho y componía historietas que los que las leían se admiraban de la cordura y
buen sentido en las ideas que encerraban. Una sola circunstancia acaecida
durante el tiempo que estuvo en la casa de salud dio lugar, si no a asegurar,
por lo menos a suponer que sus alucinaciones continuaban. Se observó varias
veces que durante la comida, el enfermo volvía repentinamente la cabeza hacia
un lado como si alguien le interpelara, pero al instante se reponía y no daba
señal alguna de emoción. Después de cuatro meses de encierro, fue necesario
darle de alta, pues su porte, sus maneras y sus discursos no permitían que se
le juzgase como enfermo; y sin embargo, dice el Dr. Baillarger, es probable que
las falsas sensaciones no habían desaparecido del todo en este enfermo, sino
que se presenta ban con menos intensidad.
De estos dos hechos se deduce, que las
alucinaciones son compatibles con un estado de razón general aparente, que
ellas permiten a los enfermos entregarse a ocupaciones regulares y a trabajos
intelectuales continuados, y que no arrastran tras sí, a lo menos de un modo
absoluto, grandes trastornos en la razón. De ellos se deduce también cuán
importante es el estudio de esta forma de locura bajo el punto de vista
médico-legal, no solo en lo relativo al orden civil, sino también en lo
perteneciente al criminal, y se comprende en consecuencia la grave e inmensa
importancia que puede tener la consideración de esta materia en las cuestiones
que atañen a la moral social.
Pero el delirio no siempre se halla así
limitado, ni todos los alucinados tienen sobre sí mismos el poder que conservan
algunos de ellos, de disimular o reprimir sus falsas sensaciones. Las
concepciones delirantes, limitadas en un principio a simples explicaciones
dadas por el enfermo, respecto a sus alucinaciones, se hacen con el tiempo más
numerosas y pasan de este límite.
Entre las concepciones delirantes que son las
consecuencias de las ilusiones y alucinaciones, las más singulares son las que
conducen el enfermo a perder la conciencia de su propia personalidad. Ciertos
alucinados acaban por creer, que se les ha cambiado la forma de sus cuerpos,
que se les ha convertido en un animal cualquiera.
A
medida que la enfermedad progresa, el alucinado cree más firmemente en la
realidad de sus falsas percepciones: en esta convicción, se queja a cada
instante y acusa a las personas que le rodean de ser ellas las causantes de sus
desgracias, y se entrega a los actos más irracionales y a veces horribles.
Se comprende muy bien la influencia que puede
tener en el carácter de los enfermos esos tormentos constantes que le persiguen
por todas partes, ''que se asen de ellos como el remordimiento," según la
frase de Ferrus.
Y se comprende igualmente como estos enfermos
se vuelven desconfiados, de genio irresistible, pendencieros y susceptibles de
cometer actos de violencia que pueden llegar a ser gravísimos.
Es cierto que hay alucinados en quienes las falsas percepciones son agradables. El Dr. Baillarger refiere ejemplos de individuos que oían frases halagadoras y que mostraban estar satisfechos de lo que se les decía.
Yo he conocido en la Salpêtriére una joven que
constantemente oía voces que la elogiaban, que celebraban sus bellas formas y
su linda cara, que la presagiaban un dichoso porvenir. Pero no es esto lo que comúnmente
se observa; en general los enfermos sufren mucho con sus alucinaciones: unos se
quejan de que se les maltrata con golpes durante la noche, otros sienten a cada
instante agudos dolores en las vísceras, que atribuyen a la acción de un veneno
que les han administrado, o a la existencia de animales que les devoran las
entrañas.
El Dr.
Baillarger ha citado el caso de una mujer, que, para librarse de los golpes que
le pegaban a la hora en que acostumbraba dormir, estuvo dos años sin echarse en
la cama. Hay enfermos que se condenan a la abstinencia y que prefieren sufrir
hambre a probar los alimentos que creen envenenados por sus enemigos. Hay otros
que no padecen física, pero sí moralmente, lo cual es más difícil de soportar.
Estos oyen sin cesar que se les injuria, que se les calumnia y se les amenaza
con los más horrorosos suplicios. Se comprende, en efecto, cual deba ser la
incomodidad, el disgusto de un alucinado que se cree rodeado de enemigos que
espían su pensamiento y que conocen sus ideas antes que él mismo. Decía un
enfermo, cuya observación ha sido publicada en los Anales médico-psicológicos:
"es un tormento que no ha podido ser traído a la tierra, sino por el mismo
Satán; es la destrucción de las obras de la mente y el veneno del alma."
Los sufrimientos de los alucinados explican
los actos más o me nos terribles que estos cometen. Los suicidios y homicidios
son la consecuencia de esos sufrimientos. El Sr. O. oye voces que le imputaban
la ejecución de los crímenes más atroces; horrorizado por tales acusaciones, se
lanza desde un balcón a la calle fracturándose una pierna. M.E. se tira al río
para librarse de numerosas alucinaciones que constantemente le recuerdan la
muerte de su marido. Una mujer de 77 años que conocimos en la Salpêtriére, se creía
perseguida por demonios y estaba convencida además de que mezclaban sus
alimentos con arsénico; una vez fue tal su desesperación que intentó abrirse
las venas del brazo con unas tijeras. El Dr. Trelat cita un ejemplo de este género
muy curioso. Un cerrajero, de 33 años, oye voces que le acusan de haber robado,
va a justificarse ante sus compañeros de trabajo, los cuales procuran sacarle
de su extraño error, pero inútilmente. Las voces continúan haciéndole graves
cargos e imputaciones odiosas. Este hombre en medio de su desesperación se
arroja a un pozo y tiene la buena suerte de ser sacado sin recibir herida
grave; procura entonces herirse con todos los objetos que tiene a su alcance,
lo cual da lugar a que se le conduzca a una casa de salud.
No
siempre se suicidan estos enfermos por sustraerse a los tormentos que sufren
con sus alucinaciones; a veces lo intentan para precaver suplicios más
terribles que las voces mismas les presagian. He aquí un caso curioso. La Sra.
D. de 47 años, fue conducida a una casa de salud especial después de haber
intentado suicidarse. A su llegada se le notó las señales profundas que había
dejado en su cuello la homicida cuerda; las conjuntivas se hallaban muy
inyectadas y equimóticas. Interrogada acerca de la causa de su proceder
criminal, declara que había intentado matarse porque oía voces que le repetían
sin cesar que iban a cortarla en pedazos, a quemarla viva, a crucificarla.
“¡Matadme pues, gritaba, pero evitadme por Dios esos horribles suplicios"!
Los alucinados se suicidan también por
obedecer a las voces que oyen. El Dr. Calmeil ha registrado varios ejemplos de
tentativas de suicidio que no han tenido otro motivo. —Hemos conocido una Sra.
en París que por tres veces se había lanzado de un balcón a la calle con el
objeto de matarse, porque una voz que la perseguía siempre le decía que lo
hiciera. Estos hechos son muy comunes, y raro es el año que en un hospicio de
alucinados no se presenten dos o más veces.
El suicidio en estos enfermos no es siempre voluntario. A veces el enfermo creyéndose perseguido por un malhechor, se es capa asustado, ve una ventana abierta y se lanza por ella sin reflexionar que lo hace a un precipicio en el cual puede encontrar la muerte, o bien se arroja a un rio con la esperanza de salvarse a nado. Otro enfermo, y esto es más frecuente, se niega a comer, porque teme que le envenenen, y llega a tal estado de depauperamiento, que la muerte es la consecuencia inevitable. En los hospitales de alucinados no faltan observaciones de este género. Otro enfermo cree tener en el vientre un animal, y pide veneno para matarlo sin reflexionar que solo su vida seria la que peligrara; (véase la observación citada por Mr. Calmeil relativa a una Sra. que persuadida de que tenía en el estómago a un San Carlos Borromeo, suplicaba la diesen un tóxico fuerte, y decía que solo así podría salvarse &c.)
El Dr. Baillarger refiere el ejemplo de un Sr.
F. que se creía convertido en otro individuo; que él era un falso F y para
probarlo quiere precipitarse por un balcón, sin ocuparse del resultado de su
caída, pues le importa poco la muerte del personaje que él representa. Un joven
oye una voz que le repite sin cesar: "tú eres invulnerable" y a
riesgo de matarse baja por el balcón de un quinto piso agarrándose de los
rebordes y sinuosidades de las paredes, a los balaustres de las ventanas y
balcones; llega al piso de la calle sano y salvo quedando tan convencido de la
certeza de lo que le decía la voz, que pidióle disparasen un pistoletazo a boca
de jarro, seguro de que no le sucedería nada.
A veces los alucinados sin tener precisamente
la intención de suicidarse, se hieren gravemente solo por hacer lo que las
voces le mandan. He aquí una observación que hemos tomado de un manuscrito de
Mr. Baillarger, y que prueba hasta donde puede ir la obediencia de estos
enfermos y la firmeza de sus convicciones.
"C., soltado, el día 16 de soldado, fue
conducido al hospital de… el día 16 de Septiembre de 1830; (no puede obtenerse
ningún informe acerca de él.) Encontrábase un día según su propia relación en el
cuartel en un cuarto aislado, cuando de repente aparecieron dos almas, la de su
madre y la de su hermana. Estas almas tenían la forma de un pájaro blanco, y
evocaban en su presencia los poderes infernales. Al instante el jefe de los
demonios se presenta bajo la forma de un gran gato negro. Por orden de las almas,
C. le echa algunas monedas y al punto el duende empieza a saltar, d
gesticular y a hacer mil contorsiones. Horrorizado C. le suplica de rodillas
que no le haga daño y el diablillo desaparece. Sin embargo, todas las noches al
acostarse C. ve al pie de su cama diversos animales de formas horribles, que le
acometen, pero él se defiende arrojándoles todos los objetos que le vienen a
mano. Un día las almas, que no se separaban un instante de su lado, después de
pronunciar un largo discurso, acabaron por aconsejarle que se cortase las
partes genitales, demostrándole que este sería el único medio de evitarse
grandes males sobre la tierra y de ganar la felicidad eterna.
"Persuadido, dice C., de que vale más
sacrificar una porción del cuerpo, que este cuerpo todo entero, no titubeé en
seguir el consejo de las almas; busqué mi cuchilla y no encontrándola, me serví
de mis uñas y animado por las apremiantes exhortaciones de las almas, conseguí
ejecutar a medias lo que se me había prescrito a pesar de los dolores atroces
que esto me ocasionaba." "En este enfermo, dice Mr. Baillarger, se
observa hoy sobre el escroto una profunda cicatriz; los dos testículos parecen
como adheridos, y presentan un volumen mayor que el normal."
Este hecho curioso nos ha parecido digno de
reproducirse aquí, porque, como dijimos antes, prueba la firme convicción y
ciega obediencia de ciertos enfermos en el cumplimiento de los actos ordenados
por sus propias alucinaciones. Frecuentemente son estas la causa de muchos
actos de violencia y crímenes horribles. Los ejemplos que pudiéramos citar para
probar este aserto serían numerosos y nos parece innecesario entrar en grandes
detalles. El deseo de venganza conduce a menudo el brazo homicida del alucinado;
ejemplo: un marido atormentado por los celos cree sentir a un hombre acostado
junto a su mujer y ciego de furor asesina a su hija que había corrido a
defender a su madre. Otro marido, estando bajo la influencia del mismo
extravío, cree ver al seductor de su esposa entrar en el aposento nupcial y
esconderse bajo la cama: allí le persigue armado de una navaja y porque su
cuñado que a la sazón llegaba, intentó detenerle, enfurecido hiere gravemente a
este. Va alucinado se cree perseguido por la voz de un eclesiástico que le
injuria y le presagia que moriría en los más duros tormentos. Adquiere el
convencimiento de que el cura de su pueblo es el autor de todos sus males, va
al presbiterio armado de un puñal y mata a su supuesto enemigo. Este enfermo se
halla aun en el hospicio de Charenton.
Algunas veces los alucinados cometen crímenes
solo por cumplir las órdenes que le intiman las voces. Así, un campesino de
Leipsig oye la voz de un ángel que le manda renovar el sacrificio de Abraham;
construye una hoguera e inmola a su hijo. Esquirol ha citado la observación de
un alucinado que intentó matar al enfermero que le asistía, porque una voz le
repetía constantemente que de este modo recobraría su libertad.
Estos actos de violencia pueden ser provocados
también por ilusiones de los sentidos y aquí conviene que se haga la diferencia
que existe entre la alucinación y la ilusión de los sentidos, pues aunque esto
pertenezca á la parte elemental del estudio de la enajenación mental, habrá
quizás quien no sepa apreciar la diferencia. La alucinación es un fraude
de los sentidos, es una percepción falsa, el alucinado ve objetos que no
existen, oye so nidos que no se han producido, siente olores imaginarios
&c. La ilusión es un simple error o equivocación de los sentidos: en este
caso el objeto existe, pero se le ve transformado; el sonido se efectúa, pero
el oído lo percibe cambiado; el olor tiene su realidad, pero el olfato le
aprecia mal y le confunde con otro de distinta naturaleza &c.
Pues bien, las ilusiones de los sentidos
pueden también ser causas de ciertos actos depravados. Así, un alienado cree
ver en el médico que le asiste uno de los asesinos que, le rodean, y un día
durante la visita le hiere violentamente con una escupidera de estaco que tiene
a su alcance. Otro lanza una botella a la cara del médico director de la Casa
de Salud en que se hallaba, porque creyó que este le apuntaba con una escopeta
para matar le: la tal escopeta era un taco de billar que en efecto, el director
se había puesto a mirar si estaba bien recto, y como para ello tenía que cerrar
un ojo como habitualmente se practica y poner el taco como si apuntase a alguno
con un fusil, el enfermo que se hallaba frente al director en ese memento creyó
ver en el taco de billar una escopeta de caza.
Algunos enfermos se creen insultados e
injuriados a la menor expresión que se les dirige hasta el punto de provocar
desafíos que han sido aceptados (véase el ejemplo que citamos más arriba.)
Lances de este género se han visto en los cafés y otros lugares públicos y no
sería demasiado aventurado decir que muchos de safios han debido realizarse
entre individuos de todas las clases de la sociedad que no habrán tenido tal
vez otro motivo más que esa susceptibilidad de ciertas personas que raya casi
en locura.
Las alucinaciones y las ilusiones dan algunas veces lugar a ciertos actos de otra naturaleza, pero menos graves. Así un alucinado oye una voz que le repite sin cesar "no te muevas, pues de lo contrario pereces" y pasa los días enteros de pie en una inmovilidad completa (Esquirol.) Otro hallándose en una posada de la provincia oye de repente una voz que le ordena ir a Paria para poner en el trono a Enrique V: emprende su viage, pero al llegar a Versalles le detienen y le encierran en un asilo de locos. El Dr. Lelut cita la observación de un campesino de la aldea de Collardeau llamado Martin que hizo un viage a París y pidió una audiencia a Luis XVIII a fin de advertirle que se urdía un gran complot contra la Francia y contra el Rey, lo cual le había sido revelado misteriosamente por un individuo que se le apareció estando él en su campo arando, y que le intimó fuese cuanto antes a ver al Rey. Este enfermo fue visto por Pinel, y luego conducido a Charenton.
Uno de los actos a que con más frecuencia son
impelidos los alucinados, es al cambio de domicilio; algunos mudan de
habitación seis o siete veces al año; otros viajan y apenas se han instalado en
un lugar ya quieren ir a otro en busca siempre del reposo que jamás encuentran.
El Dr. Baillarger cita en sus lecciones el ejemplo de un Sr. que, después de
haber cambiado de habitación en Paris multitud de veces para sustraerse de las
injurias con que le abrumaban sus enemigos supuestos, se fue a Suiza; y a pesar
de esto no consiguió su objeto: sus enemigos le seguían por todas partes. Este
enfermo viajaba por la diligencia de la empresa Laffite, y había notado lo que
en efecto era cierto, que otra diligencia seguía la suya, (esta otra diligencia
era de la empresa "Compañía imperial" que sigue el mismo itinerario
de la de Laffite) y como ambos carruajes saltan y llegaban juntos y se detenían
en las mismas estaciones, el enfermo creyó que sus enemigos viajaban en la
diligencia que seguía la suya y no fue posible convencerle de lo contrario.
Una Sra. alucinada que conocimos en Paris y
que había conservado su razón hasta ahora dos años, no podía vivir en una misma
casa más de tres meses; varias veces acudió en queja al Comisario de policía
porque sin cesar escuchaba voces en la habitación inmediata a la suya, y que a
pesar de variarla, sus enemigos la seguían a todas partes. Al fin se resignó a
soportar ese martirio, y para atenuarlo adoptó la medida de hacer un
estrepitoso ruido moviendo los muebles cuando empezaba a oír las voces, lo cual
le atraía algunas quejas de parte de sus vecinos.
Un amigo nuestro, cuya casa visitamos con
frecuencia, refería ahora no ches en su tertulia el ejemplo de una señora amiga
antigua de su familia, que cambiaba de habitación con mucha frecuencia para
evitar un mal olor que percibía constantemente, haciendo sufrir a su esposo
perjuicios de consideración con tantas variaciones de domicilio, las que
continuaron hasta su muerte.
Estos enfermos, para evitar o impedir la
desagradable impresión que origina en ellos esas alucinaciones, se introducen á
ve ces cuerpos extraños en los oídos, en la nariz &c. El Dr. Ferrus ha
citado el ejemplo de un profesor alucinado de muchos años que se tapaba los
oídos con pedacitos de hongo, con trapos o con papel mascado.
Estudiadas ya las alucinaciones crónicas y los
caracteres del delirio que ellas originan, pasemos ahora al estudio de su invasión,
marcha y terminación.
La locura sensorial crónica puede principiar
de dos modos diferentes; apareciendo con lentitud, precedida solo de ilusiones,
y en este caso las alucinaciones y las concepciones delirantes no sobrevienen
sino como fenómenos consecutivos; o al contrario la enfermedad sucede a la
forma aguda.
El primer modo de invasión es el más frecuente. El Dr. Lelut lo ha
descrito admirablemente. He aquí sus propias palabras: "La melancolía de
los antiguos autores y de muchos patólogos extranjeros, es más bien un grado
que una forma de la enajenación mental. Es la expresión funcional de un sistema
nervioso muy excitable, de una susceptibilidad enfermiza, a tal punto, que
céntupla el efecto de la menor impresión ya externa o interna y pone al
paciente en un estado de desconfianza invencible contra todo lo que le rodea y
de descontento profundo contra sí mismo. Si este estado progresa, si nada viene
a despertar una organización ya predispuesta, podrá verse largo tiempo en el
melancólico, solamente un hombre original, desconfiado y que en su orgullo ha
tomado odio a una sociedad de la cual se cree ya indigno. Mas, si por una causa
violenta a prolongada la actividad del sistema nervioso se aumenta, y a la vez
se pervierte más, si las impresiones de dos órdenes de sentido se hacen más
repetidas, más dolorosas, entonces la escena moral cambia prontamente y el
aspecto del sujeto no tarda mucho en llamar la atención del médico y aun de las
personas menos acostumbradas a ver esta clase de enfermos. El melancólico se
pone cada día más irritable, más desconfiado, más triste; todo lo que pasa ante
sus ojos se lo apropia, lo disfraza y desnaturaliza, ve maquinaciones que se
forman contra su persona en los actos que no le conciernen, y ve hipocresía,
odio en las demostraciones de una pura amistad. Antes no tenía más que sospechas,
ahora se complace en una penosa incertidumbre. Todo se adivina en sus actos
intelectuales y toma una forma precisa; sus sentimientos, sus ideas se
convierten en verdaderas sensaciones externas, tan distintas (tan físicas diría
yo) como los objetos mismos; es el pensamiento que parece materializarse; que
se vuelve una imagen visual, un sonido, un olor, un sabor, una sensación
táctil."
De este modo es, en efecto, como principia a
veces la locura sensorial crónica. He aquí una observación que debemos a la
complacencia de nuestro digno maestro el Dr. Baillarger y que nos parece
notable por la lentitud con que se desarrolló la enfermedad.
D. D. de 30 años, quiso casarse a los 20 años
y su padre se opuso; de aquí se le originaron disgustos y tristeza, bien pronto
se figura que su familia tiene malas intenciones con respecto a él, y que los
criados de la casa están de acuerdo con sus padres para mortificarlo. El
delirio permanece así limitado durante un año; mientras tanto el enfermo
continuaba viviendo en sociedad, pero no hablaba jamás del motivo de su
preocupación; sus quejas no pasaban del círculo de sus padres y parientes. Un
año se pasa así y al cabo de este tiempo el estado de D. se agrava; este cree
que los criados de su casa se burlan de él, se enoja contra su padre a quien
acusa de tener a su servicio personas que le insultan a cada paso. Algunos
meses después piensa por segunda vez en casarse, experimenta nuevos disgustos y
vivas contrariedades, porque su padre vuelve a oponerse y le amenaza con
desheredarlo; oye voces por las noches al tiempo de dormirse que le dicen mil
injurias y que le indultan. El objeto de sus enemigos es entonces el de
interrumpirle el sueño, de excitar su cerebro para enfermarle. Sus quejas se
hacen más vivas y viendo que su padre se niega a poner fin a las maquinaciones
que se urden contra él, se dirige en persona ni Prefecto de policía, abandona
la casa paterna, se instala en un hotel; de éste se muda a otros sucesivamente,
y así recorre muchos barrios de París; por último, se marcha al extranjero,
visita a Alemania, Suiza, Italia &c. y vuelve a París siempre perseguido
por sus supuestos enemigos. Las alucinaciones en este enfermo fueron precedidas
de concepciones delirantes e ilusiones de los sentidos durante dos años, y eran
aquí como en todos los casos de este género el resultado de una exaltación
cerebral progresiva, de una preocupación peculiar.
Dijimos antes que la locura sensorial crónica
sucedía algunas veces al estado agudo. He aquí un hecho que lo demuestra. La
Sr. R., viuda, de 61 años, de fuerte constitución, tiene muchos de sus
parientes locos; ha sido siempre poco inteligente. Trabajaba hacía ya algunos
días al sol y en época de fuer tes calores. Por otro lado había experimentado
una gran sorpresa y pesadumbre a causa de un robo que la hicieron de objetos de
estimación para ella. En estas circunstancias estallaron repentinamente las
alucinaciones; R. empezó a oír ruidos en la pieza vecina a la suya, lo cual la
asustaba y la ponía en una gran agitación. Al día siguiente de esto, ya no eran
ruidos sino voces de gendarmes las que oía: se le hicieron entonces algunos
reme dios, pero las alucinaciones, que llegaron a suspenderse durante algunas
horas, volvieron con mayor intensidad. R. fue entonces conducida al hospital,
en donde sus alucinaciones continuaron bajo la forma crónica. Esta mujer se
tranquilizó y pasaba los días hilando; sin embargo, las voces de gendarmes no
la dejaban y le repetían toda especie de amenazas, injurias y palabras
obscenas.
Marcha, duración y terminación. Esta forma de la locura sensorial tiene una marcha ordinariamente continua, mientras que lo contrario sucede respecto a las alucinaciones consideradas como fenómeno aislado de la locura en general. Las falsas percepciones en la forma de monomanía que nos ocupa ofrecen en efecto remitencias e intermitencias bien marcadas, pero el delirio ni disminuye ni cesa con ellas. A veces sucede que de tiempo en tiempo desaparece el delirio y el enfermo tiene conciencia de sus alucinaciones. El Dr. Baillarger cita el ejemplo de un médico contemporáneo suyo, que se hallaba en este caso; pero los hechos de este género son en extremo raros; por lo común sucede lo contrario, el enfermo no reconoce nunca su error, y aun se observa que algunas veces es necesario combatir el delirio cuando las alucinaciones propiamente dichas han cesado definitivamente mucho tiempo antes. En la actualidad estoy asistiendo a un señor que hace ya como tres meses tuvo alucinaciones; hoy no las tiene más, pero cree aun que jamás ha estado loco. La forma crónica de la locura sensorial es por lo común de larga duración, y lo es aun cuando su terminación haya de ser feliz. En estos casos no puede fijarse el tiempo que dure la enfermedad; algunos enfermos curan en poco más de un ano y otros en cinco o seis meses solamente; no creo, sin embargo, que pue da establecerse una regla general respecto a este particular. He visto, por mi parte, en la Salpêtriére de Paris. (servicio del Dr. Mitivié) curarse radicalmente una señora que hacía ya más de tres años estaba alucinada; y conocí otra en el mismo hospicio que había estado igualmente alucinada por espacio de cinco años y que también curó.
Cuando la locura sensorial crónica debe
terminarse por la curación, se ve desde luego que las alucinaciones cesan; más
tarde la creencia en las falsas percepciones pasadas se debilita poco a poco,
hasta que al fin desaparece. Algunos enfermos salen del hospicio sin haber
renunciado completamente a sus convicciones; pero esto no les arrastra a
cometer ningún acto irregular. A veces la enfermedad, por causas que no pueden
fácilmente determinarse, sufre en su terminación ciertas modificaciones que
debemos indicar aquí. Así por ejemplo: el delirio que en un principio era
limitado, se hace más extenso, el alucinado ocurre a explicaciones en las
cuales no había pensado al principio de su enfermedad; después aparecen
alucinaciones de uno o de varios sentidos además de las que existían ya: son
particularmente falsas percepciones de la sensibilidad general, que vienen por
decirlo así a agravar el mal. El alucinado se abandona en su porte, su carácter
se agria cada vez más, se aísla, y al cabo de poco tiempo se nota que el
delirio ha aumentado considerablemente.
En un gran número de casos se ve aparecer la
incoherencia en las ideas y en las palabras; y los signos de demencia se
agregan a este estado, que se confunde así con los otros géneros de locura
crónica: la manía crónica, la demencia confirmada &c. Pero esta especie de
degeneración de la monomanía sensorial no es frecuente; por lo general la
afección conserva por espacio de largos años la fisonomía que le es propia.
Un hecho que nos parece deber señalar aquí por
su importancia, y del cual nos ha hablado varias veces el Dr. Baillarger, es la
disminución y luego la cesación del trastorno sensorial en algunos alucinados
que continúan oyendo con el pensamiento voces sin ruido. Ciertos enfermos que
han podido curarse de su locura, han dado después cuenta exacta de dos estados
muy distintos que habían existido en ellos; en el uno oían voces con ruido, es
decir, voces exteriores; en el otro oían voces sin ruido, es decir, voces
interiores o secretas. Esto, por otra parte, se encuentra bien explicado en la
distinción que ha establecido el profesor Baillarger entre las alucinaciones
propiamente dichas, las cuales ha dividido este alienista en dos especies, unas
psico-sensoriales y otras psíquicas (Lecciones orales recogidas por el autor,
1862).
Diagnóstico. La forma crónica de la
locura sensorial es de fácil diagnóstico. Pudiera sin embargo confundirse con
la monomanía simple acompañada de alucinaciones; más teniendo presente, que la
primera se acompaña desde su principio de falsas percepciones, las cuales
continúan formando el carácter primor dial de la enfermedad y, sobre todo, que
el delirio se halla largo tiempo limitado al trastorno que las falsas
percepciones arrastran por sí mismas, fácil es hacer la distinción entre una y
otra de esas dos variedades de monomanías. En cuanto a la diferencia entre la
forma crónica y aguda, la marcha principalmente, la du ración y terminación que
son tan diferentes en una y otra, podrán servir a establecer, sin grande
dificultad, el diagnóstico diferencial.
Pronóstico. Esta forma de la locura
sensorial es por lo común grave. Esquirol decía que las alucinaciones agravaban
el pronóstico en la locura. Esta proposición debe aplicarse muy particularmente
a la monomanía sensorial, pues ya hemos visto más arriba que la forma aguda es
fácilmente curable. La forma crónica es, al contrario, de muy difícil curación;
pero recordemos aquí, que algunos sujetos han podido recuperar una salud moral
completa y estable. No obstante, en tesis general, debe considerarse el pronóstico
de esta afección como altamente grave.
Causas. Las causas de la locura
sensorial crónica pudieran resumirse en las mismas que se encuentran indicadas
en la historia de todas las clases y géneros de enajenación mental; la
predisposición hereditaria, las emociones fuertes, las penas continuadas, los excesos
de trabajos intelectuales, las pasiones lleva das al extremo o contrariadas,
algunas causas físicas como insolaciones, supresiones de exutorios o de
afecciones constitucionales, las fatigas excesivas, la miseria, los abusos de
bebidas alcohólicas, &c. pueden predisponer y determinar un acceso de
locura sensorial agudo que pasa al estado crónico, o bien dar origen de un modo
gradual a la forma crónica.
Pero entre las causas de la locura en general,
hay una sola que ofrece algo de especial respecto a la producción de la
monomanía sensorial, y que puede muy bien considerársela como propia: queremos
hablar del temperamento llamado melancólico. El Dr. Lelut lo ha indicado
perfectamente: "la tendencia a la desconfianza, dice, es la que conduce a
ver en los hechos más insignificantes los efectos de la malevolencia."
Esta disposición se encuentra muchas veces en individuos de gran inteligencia:
la historia nos presenta algunos ejemplos; Gilbert, Zimmerman, Juan Jacobo
Rousseau y otros.
Anatomía patológica. Según las
investigaciones de Leuret, Lelut, Parchappe, Baillarger y otros, el delirio
parcial que acompaña las alucinaciones, cualquiera que sea la forma de locura
en que se observe no tiene caracteres anatómicos que le sean propios, y por
consiguiente aun cuando se hayan encontrado algunas alteraciones en el cerebro
de los individuos muertos durante el curso de la locura, no podría determinarse
si esas alteraciones eran dependientes del delirio mismo, o bien de las
alucinaciones, o bien en fin de otra causa ajena a ambos fenómenos. Hay, según
Leuret, muchos casos en los cuales no se ha encontrado lesión apreciable
alguna, y más de un práctico muy versado en esta materia ha tenido ocasión de
verificar el aserto de este ilustre médico. El Dr. Foville ha pretendido
demostrar por medio de un número notable de autopsias, que la única lesión
constante que se encuentra en los casos de alucinaciones, tiene su asiento en
el cerebelo y consiste en la adherencia íntima de la capa cortical de este órgano
con las partes correspondientes de la pia-mater y la aracnoides. Esta lesión ha
sucedido muchas veces a la alteración de las partes periféricas de los nervios
auditivo y trigémino. Pero el Dr. Parchappe y particularmente el profesor
Baillarger han opuesto mil objeciones muy plausibles contra la opinión de Mr.
Foville, y si bien no han negado la posibilidad del hecho indicado por este
autor, creen que aún no se halla bastante bien demostrado.
Nosotros creemos además que bajo el punto de
vista de causa a efecto, aun suponiendo demostrada esa relación entre las
alteraciones de los nervios y del cerebelo con las alucinaciones, quedaría
siempre la duda de saber si aquellas eran la causa primitiva o los efectos de
estas. El Dr. Baillarger nos ha dicho que las alteraciones que él ha
encontrado, no han sido ni constantes ni siempre las mismas; pero que en muchos
casos ha notado: 1° una ligera coloración rosada de la sustancia gris del
cerebro o bien su transformación en una capa de color blanco amarilloso; 2do
una mayor consistencia y elasticidad de esta sustancia que las que ofrece en el
estado normal; 3° a veces un espesamiento notable de la aracnoides; una corta
cantidad de serosidad derramada en los ventrículos &c. Pero todas estas
alteraciones, en el mismo grado y variedad, se encuentran también a veces en
los casos de locura simple sin alucinaciones, y aun en los de otras
enfermedades cerebrales sin perturbación es table de la razón, como lo han demostrado
muchos ilustres médicos. De suerte que esos caracteres indicados por el Dr.
Baillarger, no tienen gran valor considerados precisamente bajo el punto de
vista que nos ocupa aquí.
En resumen vemos que los caracteres
anatómicos, propios y exclusivos de la locura de que tratamos, están aún por
descubrirse. Sin embargo a veces se encuentra la causa anatómica de ciertas
ilusiones de los sentidos, y particularmente de las que pertenecen a la
sensibilidad general: así una peritonitis crónica viene a explicar las
ilusiones de una señora que creía tener animales en el vientre; un quiste del
ovario da razón de la idea fija de otra mujer que creía estar en cinta y que
sentía moverse el feto; un herpes de la vulva ha sido el punto de partida de
las más raras sensaciones &c. Pero estos hechos no pueden ser considerados
como propios a la anatomía patológica de la locura sensorial; y si los
señalamos aquí, es solo para demostrar de paso la relación que guardan a veces
las lesiones materiales con las perturbaciones del espíritu.
Tratamiento. Los medios que se emplean en
el tratamiento de la locura sensorial crónica son de dos órdenes; el uno físico
y el otro moral. El tratamiento físico es directo o indirecto: este último debe
basarse en las indicaciones que resulten del estado general del paciente:
corregir las diátesis existentes; modificar el estado de la sangre, (anemia,
clorosis, plétora, vicio herpético, escrofuloso &c.) porque una alteración
cualquiera de los líquidos puede influir en la persistencia del mal, ya por la
relación que tenga con este, ya por el entorpecimiento que pueda ofrecer en la
marcha de la curación. 2do Es necesario tener en cuenta los antecedentes del
enfermo respecto a padecimientos anteriores, hemorragias habituales, úlceras,
erupciones &c. que viniendo a suprimirse pueden tener parte en la
producción de la enfermedad. 3ro Debe también darse alguna importancia al
estado presente de los órganos en general y sus funciones, corregir la
dispepsia, los estreñimientos, las diarreas &c., pues como todos sabemos,
importa mucho mantener en el mayor orden posible el ejercicio de todos los
órganos de la economía, cuyas lesiones pueden a veces explicar el origen de la
enfermedad mental. De tal suerte conviene reconocer el estado del pulmón, del
corazón, del hígado, del útero &c. Galeno había ya señalado la necesidad de
admitir dos órdenes de perturbaciones mentales; las unas primitivas o
por alteraciones cerebrales; las otras per-consensus o por
alteraciones de otros órganos o funciones. Este mismo modo de ver ha sido
admitido por el sabio alienista de Rouen, el Dr. Morel, que ha establecido en
su clasificación un género de locuras bajo la denominación de simpáticas.
El tratamiento físico directo se reduce al uso
de ciertos agentes modificadores especiales, que se aplican ya directamente al
sentido afectado, ya de un modo general, para que obrando sobre el sistema
nervioso produzca efectos localizados en el órgano enfermo. Entre estos agentes
debe colocarse en primera linéala electricidad. En efecto, el paso de una
corriente continua de este fluido por el conducto auditivo ha modificado con
frecuencia las alucinaciones del oído, y curado algunos enfermos de esta clase.
Nosotros vimos el año antes pasado en la Salpêtriére de Paris, dos mujeres que
habían estado alucinadas por espacio de muchos años y que curaron á beneficio
de este medio, y en poco tiempo. El Dr. Mitivié, médico de la Salpétriére, usa
con buen éxito las corrientes eléctricas, ya intermitentes, ya continuas en los
casos de alucinaciones simples. El Dr. Hiffelsheim de París ha publicado dos
observaciones de monomanía sensorial en las que se obtuvo pronta curación por
medio de las corrientes eléctricas continuas. (Véase "Archivos de
enfermedades mentales y nervioaas",1861.)
El aparato de que este autor se sirve,
consiste en una pequeña pila de Volta de 18 elementos, cuyos hilos conductores
son largos como de dos varas cada uno, y tienen en la extremidad libre una
pequeña esponja en forma de cono, la cual se hace penetrar profundamente en el
conducto auditivo al tiempo de aplicar el aparato. El Dr. Hiffelsheim agrega en
un punto de cada polo de la pila dos hilos finos que forman una segunda
corriente, la cual atraviesa un pequeño cilindro graduado lleno de agua que
sirve de electrómetro y por medio del cual se aprecia la fuerza más o menos
grande de dicha corriente, pudiéndose así aplicar este agente de un modo
metódico y preciso.
Entre los medios farmacéuticos que se usan con
mejor éxito de be colocarse en primer rango a la Datura Stramonium dada al
interior, el extracto a la dosis de 5 a 20 centigramos en las 24 horas, y la
tintura alcohólica a dosis relativas. La belladona también ha sido recomendada
por los autores para combatir las alucinaciones. Pero estos agentes farmacéuticos
obran mejor en la forma aguda de la enfermedad que en la crónica, y deben ser
administrados con gran prudencia por los efectos á veces exagera dos y muy
graves que suelen producir.
Tratamiento moral. Este puede también ser directo o indirecto. El primero cuando se atacan directamente las concepciones delirantes por medio de silogismos y razonamientos. El segundo, cuando por medio de nuevas impresiones despertadas bajo la influencia de una pasión cualquiera, se trata de romper la asociación viciosa de las ideas. El sentimiento que comúnmente se procura despertar en estos enfermos es el del terror o del miedo, lo cual se consigue por medio de los baños fríos de regaderas, las afusiones frías, las duchas fuertes, que inti midan considerablemente a los enfermos, o bien por otros medios fuertes análogos.
Leuret, el ilustre médico de Bicêtre, cuya memoria honrará siempre la ciencia por los importantes trabajos que legó a la patología mental, erigió en precepto este tratamiento considerando le como el único que puede corregir las perturbaciones de los sentidos y los trastornos parciales del espíritu de un modo seguro y estable. Pero este autor no solo se servía de esos medios fuertes que no tienen otro objeto más que el de intimidar al paciente; sino que agregaba a la vez los razonamientos y la persuasión poniendo en juego mil estratagemas, moviendo todos los resortes de la inteligencia y aprovechando todos los instantes para reducir al enfermo a confesar sus errores, comprender su delirio y procurar desecharlo. Leuret obtuvo mil triunfos con su modo de tratar a los locos, y cualquiera que sea la justicia de la crítica de sus contemporáneos, los hechos que él ha presentado no pue den perder su valor a los ojos de aquellos que imparcialmente buscan en la observación los medios de llegar a lo útil, a lo cierto y a lo justo. En sentido opuesto al modo de ver de este sabio alienista, vemos que se expresan otros distinguidos prácticos. Georget, por ejemplo, decía que en ningún caso debía ejercitarse el espíritu de los enfermos en el mismo sentido de su delirio, pero tampoco contrariarse abiertamente sus ideas o sus afecciones. Esquirol también ha dicho que quien pretenda curar a los locos por medio de silogismos y razonamientos, conoce mal la historia clínica de estos males.
Esta discordancia de opiniones entre Esquirol y Leuret tiene sin embargo su explicación. Así por ejemplo. Esquirol rechaza los razonamientos como un medio de curar la locura, pero no niega la importancia del tratamiento moral; y digo que no la niega porque en su Tratado de las enfermedades mentales se encuentran excelentes preceptos y observaciones sobre este modo de tratar los alienados. "Importa mucho en la locura, dice este autor, sustituir a una pasión imaginaria una pasión real; un monomaniaco que se fastidia por todas partes, aunque viva en todo género de comodidades, sepáresele de sus costumbres, impóngasele privaciones, y entonces el fastidio razonablemente motivado será un poderoso medio de curación: un melancólico se desespera, su póngasele un pleito; el deseo de defender sus intereses le vuelve su energía intelectual" &c. Mas adelante agrega Esquirol: "a veces es necesario imponer y vencer las resoluciones más tercas inspirando a los enfermos una pasión más fuerte que la que do mina su razón; sustituir un temor real a un temor imaginario: otras veces es menester captarse su confianza, levantar su ánimo abatido haciendo nacer la esperanza en el corazón." (Oper.cit., Paris 1833, tomo 1ro, páginas 133 y 471.)
Estos no serán razonamientos ni silogismos;
pero sí son preceptos que atañen al tratamiento moral directo de la locura; y
por tanto, o Esquirol no es consecuente en su práctica con los principios que
nos ha enseñado, o su modo de ver difiere poco del que Leuret ha expuesto.
Nosotros creemos esto último más bien que lo primero, y nos parece que la
diferencia que existe entre las aserciones de uno y otro autor es casi de pura
forma. Así Esquirol admitía la necesidad de usar los medios morales para
combatir la locura; pero creía inútiles los razonamientos y silogismos
dirigidos al paciente con objeto de convencerle de su error. Leuret confiesa
con Esquirol que los razonamientos y silogismos son ineficaces, pero es cuando
se emplean solos, pues si se les aplican al mismo tiempo que las duchas y
afusiones frías dan a menudo excelentes resultados; de esta suerte, dice este
autor, se consigue que el enfermo reconozca sus errores y se avenga a
desecharlos.
Leuret denomina este modo de tratar la locura tratamiento moral, porque
en efecto su objeto es atacar la parte moral del individuo, y aunque los medios
sean en parte físicos, sus efectos son verdaderamente del orden moral. He aquí
como se expresa el Dr. Aubanel, discípulo distinguido de Leuret, que ha
defendido valerosamente las ideas de su ilustre maestro. "Lo primero que
debe hacerse en un caso de delirio ocasionado por la alucinación, es tratar
como se practica en todas las monomanías de hacer conocer al enfermo su error,
alejando todos los motivos que se crean susceptibles de impresionarle. Los
medios de apelar a su razón son varios y enteramente individuales: si se
encuentra una resistencia que parezca invencible, es necesario oponer un
esfuerzo mayor que la resistencia sin temer llevarlo más allá, perturbando el
sistema moral por algún medio riguroso, hasta lograr que venga la convicción.
El enfermo colocado bajo un aparato de duchas y argumentado incontinenti, como
debe serlo, cede a menudo ante el miedo y no tarda en hacer concesiones. No
debe creerse por eso, que esté curado, solo se le ha forzado a disimular su
delirio; pero esto es ya un progreso hacia la curación, este disimulo de
cordura produce sus efectos y no deja de contribuir algo a disipar los errores
del espíritu.
"El enfermo, sometido continuamente a una
vigilancia severa, no se abandona a sus locas concepciones temiendo ser
castigado y cuando los medios le obligan a fijar la atención en los
razonamientos que se le hacen, es menester aprovechar esos momentos para
obtener su confianza y penetrar en la profundidad de su espíritu haciéndole
conocer lo absurdo y extravagante de sus ideas &c."
Estos preceptos formulan en resumen el
tratamiento moral de Leuret denominado en su origen por
"intimidación" y llamado método perturbador por los Sres.
Archambault y Baillarger. Algunos médicos especialistas han criticado
severamente este modo de tratar a ciertos alucinados; pero esos mismos
prácticos reconocen la autoridad del ilustre maestro que le ideó y admiten la
autenticidad de los hechos citados por él. ¿Cómo comprender semejante
contradicción? Los argumentos expuestos en contra de la opinión de Leuret, no
son verdaderamente de naturaleza tal que puedan convencernos, y por otro lado
las observaciones publicadas por Leuret, los Sres. Aubanel, Macario y otros,
nos inclinan a creer que si bien no todas las locuras son susceptibles de
curarse con el método de Leuret, hay algunas que ceden únicamente a beneficio
de ese tratamiento, y esta es la opinión del mismo Leuret y sus discípulos como
lo hemos visto al transcribir la cita del Dr. Aubanel.
Mr. Baillarger que, como Esquirol, cree
ineficaces los razonamientos y silogismos para convencer al monomaniaco de sus
errores, dice que el método de Leuret, usado al principio del mal, produce con
frecuencia brillantes resultados. Muchos otros distinguidos alienistas modernos
recomiendan igualmente el método instituido por Leuret para combatir ciertas
monomanías y particularmente las aberraciones sensoriales. Nosotros le hemos
visto emplear en algunos casos de este género con buen éxito y en nuestra práctica
podemos asegurar que las veces que le hemos usado ha sido con resultado, si no
siempre enteramente favorable, por lo menos bastante satisfactorio. De modo,
que considerado en lo relativo a la locura sensorial el tratamiento moral
instituido por Leuret debe emplearse si no de un modo absoluto y en todos los
casos, por lo menos en muchos de ellos.
Hemos colocado entre los medios morales
indirectos el tratamiento propuesto por Leuret, porque en efecto en él se trata
de afectar de un modo indirecto la parte moral del paciente: despertando por
medio de la ducha fría el sentimiento del terror o del miedo se logra dominar
las ideas del enfermo, se le obliga a confesar sus errores; es decir, a simular
la cordura; y de esta simulación continuada a la verdadera cordura no hay más
que un paso. Este modo encadenado de atacar las ideas delirantes no puede a nuestro
juicio ser calificado sino de indirecto moral, y por eso lo hemos llamado así.
En la misma categoría debe colocarse el aislamiento,
que es otro de los medios morales que puede decirse indispensable para el
tratamiento de cierta clase de enajenados. En efecto, algunos alucinados son
peligrosos para sí mismos y aun para los que les rodean. Los tristes
acontecimientos (suicidios y homicidios) observados cada día entre los
individuos afectados de alucinaciones crónicas, prueban la necesidad de aislar
y vigilar estos enfermos. Es pues importante este precepto en el tratamiento de
los alucinados, y necesario se hace recomendarlo.
El aislamiento, siendo un medio casi general
de tratar la lo cura merece ser estudiado detenidamente, y aunque la mayor
parte de los autores hayan reconocido su importancia, no todos han interpretado
en su justo valor la significación de la palabra "aislamiento"
empleada hace tantos años en la terapéutica de la locura. El Dr. Casimiro
Pinel, director de la casa especial Cháteau Saint James en París, ha
publicado el año próximo pasado una serie de artículos en el Journal de
Médecine Mentale dirigido por el Dr. Delasiauve, referentes a esta
interesante materia; y en ellos demuestra la necesidad de emplear ese
tratamiento para curar los enajenados. El autor se ocupa sucesivamente del
aislamiento a domicilio en las casas
particulares dispuestas ad-hoc, en los asilos públicos o privados y por
medio de los viajes. Después de largas y juiciosas consideraciones concluye
dando la preferencia de un modo general al aislamiento de los asilos
especiales: reconoce sin embargo, que ciertos enfermos pueden ser tratados en
sus casas, que otros encuentran en los viajes un recurso soberano para
consolidar su curación; pero en regla general sostiene que el aislamiento,
entendido en cualquiera de estos diferentes sentidos, es siempre un medio
indispensable para el tratamiento de los alienados.
El Dr. Baillarger admite dos géneros de aislamiento, el uno en lo relativo a los parientes y personas que habitualmente rodean al enfermo; el otro en lo relativo a la sociedad de los demás hombres. En el primer género coloca los viajes, la separación del paciente de su familia, poniéndole en un lugar desconocido para él y en medio de personas extrañas. En el segundo género coloca las casas especiales y asilos de alienados. En los asilos de este género también se practica el aislamiento de dos modos; uno relativo y otro absoluto: el primero consiste en la separación del enfermo de sus compañeros, poniéndole en un aposento solo, en una sección aparte, al lado de otra categoría de enfermos; pero libre el segundo, constituyendo al enferme en una celda llamada de fuerza, reduciéndole a unos cuantos pies de terreno solamente y aislándole en el encierro. Pero este aislamiento absoluto tiene su aplicación determinada, no se practica hoy sino en los enfermos muy agitados y eso temporalmente; es decir, mientras se corrige su agitación. Esta clase de secuestración ha ido cada día circunscribiéndose más; así en los asilos de Francia el número de celdas de fuerza era considerable, pero después de los trabajos de Ferrus, hemos visto que en la construcción de los modernos asilos se ha procurado disminuir ese número.
Mr. Parchappe en estos últimos tiempos ha
reducido el número de celdas a un tres por ciento relativamente al de
alienados. Este distinguido práctico, como la mayor parte de los alienistas
modernos, no admite el aislamiento absoluto en los asilos sino temporalmente;
es decir, cuando la necesidad es imperiosa y solo mientras dure el acceso de
agitación llevado a su mayor grado de intensidad, lo cual no es permanente y
portante la secuestración absoluta tampoco debe serlo. La consideración de este
medio moral de tratamiento pudiera llevarnos insensiblemente al examen de los
diferentes sistemas de tratar los alienados bajo el punto de vista social y
moral; cuestión importantísima hoy para nosotros, puesto que se trata de
reorganizar el establecimiento general de enajenados de la isla; mas para
tratar esta materia con los detalles que requiere su importancia, sería
necesario dar á nuestro trabajo una extensión mayor y tendríamos forzosamente
que salir de los límites naturales de esta memoria. (Véase' "Sesiones'' de
la Academia, Año 6to, pag. 42.)
Baste con lo que llevamos expuesto para formar una idea acerca de las diferentes acepciones que debe acordarse a la palabra aislamiento en patología mental, y respecto ala importancia que tiene este medio moral de tratamiento.
En los asilos especiales los alucinados reclaman una vigilancia particular: no debe uno fiarse mucho sobre todo de aquellos cuyas falsas percepciones tienen cierto carácter agresivo y que pueden ser de consecuencias peligrosas; pues nadie respondería de que las alucinaciones de la noche no hayan cambiado las disposiciones del enfermo respecto a las personas que le rodean. Recordemos aquí ese alucinado que citamos más arriba, el cual lanzó repentinamente una botella al médico director del establecimiento en donde se hallaba, porque creyó que este le apuntaba con una escopeta.
La vigilancia en estos enfermos no puede formularse de un modo general; la conducta que debe seguirse varía en cada caso particular; pero téngase presente sobre todo, que cualquiera que sea el modo de practicar la vigilancia en los diferentes casos, es un precepto utilísimo que debe observarse en los asilos especiales y que forma parte importante del tratamiento moral de los alucinados.
La disciplina bien observada en los asilos
contribuye notablemente a la curación del alienado; el monomaniaco
particularmente necesita que se le imponga el orden, un régimen reglamentado,
&c. En un asilo bien organizado debe encontrar el enfermo todos los medios
de orden posible; debe encontrar recursos de distracción, trabajo para
reemplazar hasta cierto punto sus ocupaciones habituales y sacar algún provecho
de él; debe encontrar en fin todos los elementos capaces de hacerle la
existencia lo más llevadera posible y gozar de una libertad relativa. Necesita
sin embargo estar sometido a una disciplina, a un gobierno; porque aun en la
sociedad más liberal, el hombre por muy sana que esté su razón necesita una
disciplina, un gobierno. Un monomaniaco que, como dice Esquirol, piensa y
discurre del mismo modo que un hombre cuerdo, juzga de la conducta que observan
con él, y por eso es más difícil que se conforme con el trato que se le da en
un hospicio, pero también es más dócil q la disciplina de estos asilos y se
somete sin dificultad a ella. El alucinado, que es un verdadero monomaniaco, se
acomoda perfectamente al orden disciplinado del hospicio, y aun cuando le
repugnan ciertas medidas demasiado rígidas, a veces las tolera con resignación
y prudencia.
Tratamiento moral directo. Los medios
morales directos son completamente inútiles en el tratamiento de la locura
sensorial crónica: tal es la opinión del profesor Baillarger y la que había
formulado su ilustre maestro Esquirol al ocuparse del tratamiento de la locura
en general. Si se entiende por medios morales directos aquellos que resultan
del ejercicio intelectual y que obran directamente en la razón enferma, como
los silogismos, la persuasión &c., se comprende fácilmente que poco o nada
se conseguirá de su empleo, puesto que el lenguaje de la sana razón es solo
comprensible para la sana razón; y como lo había dicho ya Esquirol, cuando el
loco se convence de sus errores por medio de los razonamientos que se le hacen,
ya deja de ser loco.
Pero nosotros no creemos que sean estos los únicos medios morales que deban llamarse directos; hay otros a los cuales puede darse la misma calificación y cuyo valor en el tratamiento de la locura es para muchos autores incontestable. Ciertos locos, y particularmente los monomaniacos, son susceptibles de apreciar algunos actos intelectuales y morales y juzgar de ellos con exactitud; son sensibles a las manifestaciones de afecto, de estimación, de cariño, conservan su dignidad, su amor propio natural &c.; el médico debe, como lo decía Leuret, poner en juego esos distintos resortes que aún no han perdido su acción en el enfermo, para lograr impresionar a este y afectarle de modo que por lo menos se predisponga favorablemente a conocer su estado, confesar sus errores y desecharlos luego. De esta suerte, y sin razonamientos ni silogismos, puede el práctico obtener la curación de su enfermo. Los autores han señalado multitud de ejemplo de curaciones obtenidas únicamente a beneficio de astutas estratagemas urdidas por los médicos en casos aun de locuras parciales.
He aquí algunos hechos citados por el mismo Esquirol en su Tratado de enfermedades mentales (t. 19 pág. 132.) Alejandro de Tralles curó una mujer que creía haberse tragado una serpiente, echando furtivamente un animal de esta especie dentro del vaso en que caían las materias que un vomitivo ordenado por el médico le hacían arrojar. Zacutus cuenta que un joven que se creía condenado, curó con la aparición en su aposento de un niño disfrazado en forma de ángel, que le anunció había sido perdonado por todas sus faltas. Un demoniaco se niega a comer porque so cree muerto; Forestus logra hacerle comer, presentándole un fingido muerto, el cual asegura al enfermo que las gentes del otro mundo también comen. Un melancólico cree que no puede orinar porque teme que la tierra sea sumergida por un nuevo diluvio; alguien viene precipitadamente á decirle que un incendio amenaza destruir la ciudad, y que si no consiente en orinar todos perecerán; se decide a lo que se le pide y cura.
Hechos de esta naturaleza se señalan frecuentemente en las obras de Pinel, de Leuret y de otros autores. En estos casos no se han usado los razonamientos ni los silogismos, y sin embargo no puede decirse que no sean directos los medios morales empleados. Debe pues darse alguna importancia a esta parte del tratamiento moral de la locura sensorial crónica, puesto que se la acordamos respecto a las locuras parciales en general.
"De la locura sensorial", Anales de la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales,
t-3, 1866-1867, pp. 85-93, 126-33, 173-78, 231-36, 272-82 y 447-69.