Guy Pérez de Cisneros
Una ley del senador Santovenia
Se nos había dormido el Museo
Nacional, olvidado por todos, en su caserón oscuro y sucio de la calle Aguiar.
Como en los cuentos de hadas, sólo velaba, en la última habitación del último
piso, el maestro Rodríguez Morey, su actual Director, excelente conservador de
pinturas y gracias al cual, contra vientos y mareas, en medio de la
indiferencia oficial, no se caen, carcomidos, descascarados y agrietados los
cincuenta o sesenta originales de valor que la República de Cuba no sabe que
tiene allí.
Ya Ravenet, nuestro entusiasta
pintor que más de una vez, en generosa actitud cívica, supo subordinar su obra
personal a la obra divulgadora de cultura se había arriesgado por aquellos
desiertos corredores, levantando mucho polvo, y había fregado vigorosamente
algunos cuadros que, después, asombraron a todos en aquella Exposición de la
Universidad, inaugurada ante más de cinco mil personas y que se tituló
"Escuelas Europeas".
Pero aquella vez, el entusiasmo duró lo que
duró la exposición. Las obras admiradas volvieron a su soledad en el "Castillo
del Arte Durmiente", y el polvo empezó de nuevo su acción.
Se comprenderá que ha sido para nosotros una
sorpresa enterarnos que un nuevo campeón del Museo Nacional se prepara a
iniciar otra batalla. Es un campeón que ya se ha anotado decisivas victorias,
con una precisa imperturbable obstinación, manejando a la vez con vigor e y
delicadeza esas curiosas empresas, tan poco obedientes a las leyes comunes, que
se llaman empresas culturales. Ya el hecho de editar mensualmente un libro
cubano, de darle real vida a nuestras relaciones oficiales e internacionales de
cultura, de escribir cada año dos o tres libros de historia, de dotar a
nuestro Archivo Nacional de un edificio modelo, son magníficos presagios de que
en su nuevo empeño a favor del Museo Nacional, triunfará también el doctor
Emeterio S. Santovenia.
Resulta intolerable, en efecto, que la
República tenga a su Museo en tan deplorable estado. Hasta ahora no sé de
ningún Ministro de Educación que lo haya visitado. Estoy seguro, de acontecer
ese milagro, que cambiarían en seguida las cosas: porque se trata tan sólo de
un problema de mucha vergüenza y de poco dinero. Hay que llevar aire y luz a
estas destartaladas salas. Hay que preparar un almacén para guardar lo que no
es indispensable enseñar hasta tanto no se tenga un edificio mucho mayor. Hay
que editar un catálogo. Hay que completar y ordenar las colecciones de pintura
colonial cubana, especialmente de grabados; nada más irritante que el hecho de
comprobar que Cuba -que ha sido tan rica en grabados- no tenga en su Museo ni
uno solo, porque no cuentan como tales una o dos planchas de Báez. Es preciso
también organizar una Sala de Arte Moderno Cubano aunque sea con los cuadros
que adornan desordenadamente las paredes de Educación y algunos de los cuales
han desaparecido inexplicablemente, como la Ligeia de Ravenet y Los
guajiros de Abela. Es preciso que tengamos un lugar a donde llevar al amigo
extranjero que quiera captar en pocos días el panorama cada vez más prometedor
del arte en Cuba.
Frente a estas aspiraciones, nuestro Museo no
ofrece más que el disparatado aspecto de un almacén de antigüedades, y ésto, lo
repito, a pesar del valioso esfuerzo de su actual Director Rodríguez Morey, el
cual, privado de personal, de recursos y de espacio, se ha resignado a
"conservar" sin poder "enseñar", desarrollando así
solamente la mitad de las funciones de un museo.
La proposición de Ley que acaba de presentar
el senador Santovenia puede poner mucho orden en esta desdichada situación. Con
elevada altura de miras afirma que, en la riqueza nacional, entra también el
patrimonio artístico del país, ya sea que pertenezca al Estado o bien a
particulares. Por consiguiente es necesario concederle especial importancia y
dar plena franquicia a todas las piezas de museo que ingresan en el país, y
también comprobar con los métodos más fidedignos su autenticidad. Un registro
de esas piezas, bien dirigido, completará eficazmente esta fórmula para
fo-mentar el desarrollo de nuestra riqueza cultural. Y a todo ello se añaden
preceptos legales muy bien estudiados sobre los préstamos y las exportaciones
de piezas de arte. Aplaudimos sin reservas estas medidas, muy beneficiosas y
que, aun-que no intervienen directamente a favor del Museo Nacional, llaman
sobre él, de manera poderosa la atención de los Ministros de Educación y del
gran público, gracias a la creación de un Organismo permanente a cuyo cargo
estará la aplicación de las medidas legislativas y que el Senador Santovenia
titula "Consejo Asesor del Museo Nacional".
Pero, precisamente, lo que nos ofrece algún
reparo en el proyecto de Ley es la composición de ese Consejo. Lo integrarían
en efecto: el Director del Museo, un Profesor de San Alejandro, el Profesor de
Historia de Arte de la Universidad, el Director de Cultura de Educación, el
Director de Relaciones Culturales de Estado y sendos miembros de la Academia de
Artes y Letras y de la Academia de la Historia.
Hoy, por ejemplo, tenemos a Luis de Soto en la
Universidad y a Francisco Ichaso en Relaciones Culturales que harían dos
excelentes miembros de dicho Consejo. Pero mañana puede variar completamente
este panorama, sobre todo en relación con los puestos que dependen de la
política.
Por
otra parte dicha selección es "académica en su mayor parte. Y entonces
-resulta penoso decirlo- no estará representado nuestro verdadero arte como
merece serlo. Las academias, en cuestiones artísticas, están muy lejos de
haberse puesto a tono con la época y con la realidad cubana. Sobre ésta actúan
como freno y no como motor. Esta circunstancia sería casi comprensible en un
país de cultura madura. Pero en un país joven resulta fatal. ¿A qué se deben,
si no es a ese academismo difuso y confuso, las increíbles e intolerables
condiciones económicas en que vive el noventa por ciento de nuestros mejores
pintores y escultores?
Por consiguiente, me permito muy
respetuosamente sugerirle al Senador Santovenia que amplíe el Consejo de
Proyecto: por ejemplo con dos miembros del Instituto Nacional de Artes
Plásticas en el cual están bastante bien representadas -a pesar de ciertas
infiltraciones del virus academicus"- las tendencias modernas a las
cuales, sin ningún derecho, se les ha negado hasta ahora el derecho de toda
vida oficial activa. Y también, ¿por qué no? con los respectivos presidentes de
las Comisiones de Cultura del Senado de la Cámara. En materia de arte, prefiero
mil veces discutir con un político que con un profesor de "Bellas
Artes". Sobre esta aparente paradoja quiero recordar que fueron el senado
y la Cámara los que prestaron el Salón de los Pasos Perdidos del capitolio para
la realización de una exposición que vino a ser el mejor testimonio del triunfo
del arte moderna cubano, que negaba tan desesperadamente todo lo que academia.
Y creemos que no abusamos del doctor
Santovenia si le suplicamos que estudie también la posibilidad de dotar a
nuestro Museo de un verdadero edificio, con sus respectivas galerías de Arte
Cubano Colonial y Moderno, así como de Pintura Extranjera Contemporánea. La
piedra no es nada sin el espíritu. Pero cuando de Museos se trata, el espíritu
es bien poca cosa sin la piedra.
21 de noviembre de 1944
Las estrategias de un crítico. Antología de
la crítica de arte de Guy Pérez de Cisneros, prólogo de Graciela Pogolotti;
salección y notas de Luz Merino Acosta. Letras Cubanas, 2000, pp. 25-28.