En 1959 los poetas
Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís prepararon en La Habana una colección
de poesía joven en cuyo prólogo, desde el inicio, formulaban uno de los
‘enigmas’ estéticos y cronológicos de la revolución triunfante: “¿A partir de
qué momento comienza en Cuba la poesía nueva?”. Esta interrogante denota la
preocupación que muchos de los jóvenes intelectuales de los años sesenta
tuvieron por encontrar, a través del arte y la literatura, modos políticos de
intervención, y ocupar un lugar canónico dentro de la historia letrada de la
isla. Si bien no dejó de ser un presupuesto no conflictivo, a partir de ese
momento el binomio libertad/compromiso también se transformó en gesto
escriturario y principal (re)productor de los ideologemas que dominarían una
zona institucionalmente hegemónica del discurso poético; derivada, por demás,
de un hecho histórico desvinculado de la participación de los mismos
intelectuales que con su pregunta enunciaban un nuevo camino para la poesía.
Desde el punto de vista de estos creadores, la revolución de 1959 les propició
alinearse a todo un movimiento de poesía (auto)crítica, epifánica y realista,
cuyo paradigma del momento sería el poema de Fernández Retamar, “El otro”,
coincidentemente fechado en el primer mes del nuevo calendario.
Estimulada por el tema
la revolución, esta “poesía nueva” comenzó entonces a mostrar mayores
afinidades con la norma conversacional heredada del optimismo whitmaniano y del
simbolismo francés, e institucionalizada por el imaginismo estadounidense en
los años previos a la Segunda Guerra Mundial. En las vísperas de los sesenta,
el conversacionalismo había sido enfáticamente leído en sus lenguas originales,
o traducido por publicaciones locales, gracias al tránsito de varios escritores
y artistas por la literatura y el arte de los centros cosmopolitas de Europa y
los Estados Unidos. Mientras que pequeños grupos importadores habían conseguido
articularse en torno a la fuerza de gravedad de las publicaciones literarias
que fundaron, o con las cuales colaboraron –Orígenes y Ciclón
fundamentalmente-, a partir de 1959 los papeles se invertirían, y los más
jóvenes habrían de girar en torno a la fuerza gravitacional de la revolución,
en un inicio representada por el magazine cultural Lunes de Revolución. La
continuidad o la ruptura con las poéticas practicadas por algunos de los
colaboradores de esos grupos, estuvo subordinada a los cambios ideoestéticos
introducidos por el hecho histórico más influyente en la América Latina del
siglo XX. No se trataba de la edad de los poetas, sino de su integración a la
“poesía nueva”, entendida al mismo tiempo como contribución formal y
remodelación contenidista.
Los escritores que en
décadas anteriores habían estado afiliados a partidos políticos de izquierda y
habían publicado textos de denuncia social fueron reivindicados como miembros
de una tradición, más que poética, de lucha ideológica. Mientras tanto,
aquellos agrupados en torno a la revista Orígenes, en específico sus fundadores
(con la excepción de Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo) se habían mantenido
distanciados de esa postura y fueron cuestionados, prácticamente negados, por
los principales animadores de Lunes. A pesar de que Piñera publicó bastante en
Lunes también fue cuestionado allí. Cabe recordar su polémica con Padilla,
donde se burla de él diciéndole que era un lobo feroz que aún no había asumido
del todo su papel. Además, Piñera había sido ya desde antes cuestionado. En
los números 2 y 3 de La Gaceta de Cuba sostuvo una polémica con Fernández
Retamar, precisamente por esta razón: poesía nueva-contexto nuevo, Lezama, etc. Es decir, desde el principio, los “nuevos intelectuales de la revolución”
a pesar de que lo aceptaron, sobre todo por la agresividad de su crítica, lo
cuestionaron también. Su poesía (su imaginario) era visto con bastante reserva,
por no decir que era visto con desagrado. Más bien lo que aceptaban eran los
cuentos y su teatro. Salvo en contadas ocasiones, los origenistas no fueron
reconocidos por la nueva generación, que en el plano oficial, esto es, en el de
los contactos con el grupo político en el poder, rechazó no sólo la actitud
escrupulosa de estos poetas ante la vida política, sino también su esencialismo
lírico. Olvidaban que, en su momento, los origenistas también habían
protagonizado la ruptura con la poesía de sus contemporáneos. En el ámbito
internacional, descartaron la experimentación vanguardista, en específico el
surrealismo, mientras que en la isla, desde una ‘alta cultura’ de herencia
decimonónica dejaban a la zaga, en tanto ‘proyecto’, a otras tendencias de la época,
como la poesía social, la negra o la de corte vanguardista. Se dejaba afuera
dichas tendencias, ante todo por razones ideológicas. No se podía hablar de
poesía negra dentro de un país donde la norma política manda que se hable de
pueblo o proletariado. También por estos años son suspendidas o prohibidas eso
que antes del 59 se llamaba “ligas de color”, y que eran ante todo grupos de
negros que se dedicaban a autoconstruirse una conciencia de la raza.
La opción origenista
frente a lo literario constituía, desde un punto de vista cosmovisivo, buena
parte del legado que la República dejaba a los jóvenes, y con el cual estos
últimos parecían dispuestos a romper. Desde un punto de vista canónico, las
polémicas levantadas con el objetivo de desacreditar a los poetas de Orígenes
no expresaban otra cosa que la quiebra de las jerarquías en la sucesión del
saber, con los jóvenes juzgando la competencia de los más viejos y
declarándolos válidos o no para continuar.
A partir de 1961,
cuando Fidel Castro pronunció su conocido discurso “Palabras a los
intelectuales”, viejos y jóvenes entendieron de una vez cuáles eran las fuerzas
que limitaban los temas y modos de decir; el inagotable, inolvidable y rancio
lema “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada” se convirtió
en el slogan de la semántica revolucionaria, pero también en una amenaza. A
partir de ese momento, toda la producción poética aceptada como legítima fue la
que se enmarcó en los moldes del realismo social y revolucionario, apartando del
espacio público tanto a los creadores de Lunes
(que habían seguido una vertiente ligada a una variedad de ‘ismos’ de la
cual excluían por principio al estalinismo), como a los poetas más jóvenes y
menos visibles reunidos en torno a las ediciones El Puente, que a pesar de sobrevivir a la censura por un poco más
de tiempo que los fundadores de Lunes,
algunos llegaron a ser perseguidos y encarcelados.
¿Dónde, además de esta
primera antología y del magazine mencionado, críticos y poetas llegarían a
localizar tal ruptura, tal radicalización? Desde la autoridad crítica que emana
de su condición de publicista oficial de la revolución ante todo un continente,
Casa de las Américas fue una de las
revistas que con más ahínco se dedicó a seleccionar obras y autores latinoamericanos,
y en especial cubanos, que absorbieran en su lenguaje y en sus formas el gran
momento de la epifanía. Es decir, con los que pudiera hacer proselitismo.
Resulta comprobable a través de la poesía que canta a los héroes caídos y al
gran instante de la integración social. Los títulos de los poemas de Pablo
Armando Fernández, así como su contenido, muestran esta incorporación de lo
histórico como valor al texto poético: “Epifanía” –sobre el triunfo de la
revolución cubana; “Josué” -el héroe revolucionario muerto en la guerrilla
urbana; “Veintiséis del cincuenta y nueve”- hace referencia al asalto frustrado
al Cuartel Moncada en 1953. Seis años más tarde, en 1959, este episodio es
recordado en el poema de Pablo Armando como la celebración del gran momento de
la libertad que convoca, a través del dolor de la pérdida, a los que murieron
en combate.
El poema de Fayad
Jamís, “El ómnibus y la ciudad”, que me permitiré citar en extensión (en la
actualidad podríamos titularlo “Apología del Camello”, porque reúne todos los
lugares comunes demagógicos y todas las situaciones triviales y lacerantes
vividas durante décadas), podría leerse en el momento de su escritura (octubre
de 1963) como la metáfora de la revolución en marcha, en cuyo interior (un
espacio cerrado, la isla) viajan individuos de todas las edades y clases
sociales, mientras discuten y observan a través de las ventanillas la
transformación de los valores religiosos, políticos y sociales, del paisaje
urbano y humano, constituyéndose de tal modo en una de las figuras retóricas de
la revolución como motor, como “carro de la historia” en perpetua marcha:
El ómnibus avanza.
Las calles reverberan en la luz y el calor.
La ciudad es un mundo de espejos y de música.
Una mujer sube su enorme cuerpo y trata de sentarse.
Un obrero acomoda su caja de herramientas.
Una muchacha se queda en el pasillo
como una hermosa lámpara oscura.
[…]
Un anciano le dice a su vecina
-una anciana pintarrajeada
y, sin embargo, digna-:
y, sin embargo, digna-:
«¡Si seguimos así no llegaremos nunca!
Esta guagua no avanza…»
Esta guagua no avanza…»
(Como si en otros tiempos avanzara más rápido).
El anciano habla sin cesar.
Su voz trata de abrirse una brecha
Su voz trata de abrirse una brecha
entre las voces de los pasajeros,
el estrépito del ómnibus
y el ruido de la ciudad.
el estrépito del ómnibus
y el ruido de la ciudad.
Habla de pedazos de realidad,
de cosas sencillas y graves,
de cosas sencillas y graves,
de pequeñas victorias y de muebles
rotos por el tiempo.
rotos por el tiempo.
Vamos apretujados en un solo bloque de calor, pero siempre
cabe uno más:
un albañil, una mecanógrafa, un poeta,
o, acaso, un comerciante
(un hombre cuyo tráfico oscuro fue abolido).
o, acaso, un comerciante
(un hombre cuyo tráfico oscuro fue abolido).
Siempre cabe uno más.
Somos un solo bloque de calor.
Somos un solo bloque de calor.
Los que suben y bajan,
empujan y a veces resuena una mala palabra.
empujan y a veces resuena una mala palabra.
Y a veces el ómnibus está a punto de volcarse en una esquina.
[…]
Vamos apretujados en un solo bloque de calor, pero siempre
cabe uno más.
El anciano habla sin cesar.
En una parada de San Lázaro,
En una parada de San Lázaro,
apuntando a una puerta, le dice a su vecina:
«Fíjese en esa placa. Ese abogado
es hijo de un general de la independencia.
es hijo de un general de la independencia.
Es una buena persona.»
«¿Una buena persona, el abogado? ¡Un bandido!»
«¿Una buena persona, el abogado? ¡Un bandido!»
«Su padre fue general de la independencia, ¿sabe?»
«No conozco a su padre, pero él es un bandido.
Mire, es mejor que no hable. »
Mire, es mejor que no hable. »
Pero el anciano sí sigue hablando
y ahora señala un edificio
y ahora señala un edificio
y nombra al que ordenó su construcción
–un cadáver invadido por la tierra,
–un cadáver invadido por la tierra,
igual que su antiguo edificio
está ahora invadido por el pueblo-.
está ahora invadido por el pueblo-.
Siempre cabe uno más.
«Caminen hacia el pasillo.» «En la próxima!»
«Caminen hacia el pasillo.» «En la próxima!»
La ciudad es un mundo de espejos y de música.
Las calles reverberan.
Esa mujer trae la cabellera mojada
Esa mujer trae la cabellera mojada
como una campesina salida del río.
Siempre cabe uno más.
Siempre cabe uno más.
«La de atrás viene vacía!»
«A mí no me importa la de atrás.
Quiero llegar temprano.
«A mí no me importa la de atrás.
Quiero llegar temprano.
Me gusta ir siempre delante.
No conozco el arte de la espera.»
No conozco el arte de la espera.»
Y nadie quiere esperar,
y nadie quiere quedarse en una esquina
y nadie quiere quedarse en una esquina
asaltado por la luz.
Y nadie quiere otra cosa que llegar
Y nadie quiere otra cosa que llegar
-aunque no tenga ninguna prisa-
a su destino en la estrellada tarde.
a su destino en la estrellada tarde.
[…]
Por otro lado, la
forma de analizar la poesía era tan frágil como los propios textos, ignorante
de las jergas profesionales, impresionista y maniquea. Después de este largo
poema que no debemos olvidar, resultaría redundante y fatigoso verificar la
introducción de José Triana que sirve como evaluación a la producción poética
del primer lustro revolucionario. De modo sucinto, para Triana los poetas
de 1959 paradójicamente no habían ‘superado’ del todo los “resabios” estéticos
que los vinculaban a otros grupos, como el surrealismo, el trascendentalismo o
la poesía metafísica. Ser rebelde al estilo de los barbudos se había convertido
en una suerte de “cuban way of write”; así, la literalidad verde olivo creó una
retórica que reemplazó o desplazó las formas poéticas que hasta ese momento
habían sido consideradas por los poetas como los primeros gestos libertarios y
vanguardistas en la revolución, teniendo como soportes la constitución de una
tradición, las vicisitudes del exilio y la miseria del poeta frente a las
instituciones. Quizá resulte suficiente recordar el cuaderno de José A.
Baragaño, Poesía revolución del ser
(1960), que utilizó buena parte de su producción lírica del exilio parisino
pre-cincuenta y nueve (esto es, las influencias surrealistas) para, a través
del título y de un conjunto de poemas escritos a posteriori adoptar una nueva
tonalidad del verde, llegando inclusive a presentarse al premio de poesía del
concurso Casa de las Américas, para lo cual contó con el apoyo sostenido,
aunque infructuoso, de los más fervientes colaboradores de Lunes.
Y con esa manera
panfletaria de escribir y hacer crítica literaria, los propios poetas
‘comprometidos’ forjaron un camino de restricciones para la poesía cubana: lo
específicamente literario había dejado de ser una prioridad para el escritor.
Las instituciones culturales que los respaldaban (CNC, UNEAC, Casa de las Américas)
parecían haber colocado en sus manos un tesoro: el poder de interpretar, quitar
y poner, publicar o censurar, y lo utilizaron al máximo.
En 1965 el crítico
inglés John Michael Cohen realizó un análisis de la poesía cubana dentro del
contexto latinoamericano y la comparó con la de otros países hispánicos. Para Cohen,
la independencia política y económica de Cuba no encontraba correspondencias en
la cultura, que continuaba atrasada, tanto del lado de los origenistas (Lezama
es calificado de “hermético”, mientras que Eliseo Diego aparece reinventando
las fórmulas usadas por Borges cuarenta años atrás para crear una “tierna
mitología criolla”), como de los jóvenes poetas:
La prueba llegó cuando
estos poetas fueron llevados por su entusiasmo político a celebrar la
Revolución y luego la victoria de Playa Girón. Ninguno de los poemas era
completamente auténtico. Todos (...) cayeron en el cliché político, otros eran
francamente sentimentales en su homenaje al miliciano (...) Un poeta debe estar
“comprometido”, pero un compromiso demasiado cercano nubla la visión poética.
El propio Mayacovski tuvo que colocar un velo de ironía entre él y la
Revolución, de la cual era el intérprete poético, e incluso él terminó
suicidándose.
En su comentario,
Cohen advierte con suspicacia y preocupación cómo las tensiones entre política
y cultura están permanentemente presentes en el campo intelectual, y avisa
sobre el riesgo de transformar la poesía en vehículo exclusivo de la propaganda
política. Su alerta fue interpretada como una nota discordante, pues ya
entonces cualquier tipo de crítica pesaba como una espada de Damocles sobre la
cabeza de poetas y ‘dirigentes’ de la cultura. Además de este ‘mal augurio’
lanzado por un crítico extranjero, ninguna otra cosa parecía empañar el idilio
entre la revolución y los jóvenes poetas.
Fragmento de "Eppure si muove: las transformaciones de la norma poética en Cuba·
Ver ensayo entero aquí.
Fragmento de "Eppure si muove: las transformaciones de la norma poética en Cuba·
Ver ensayo entero aquí.
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