Dolores Labarcena
Con fórceps. Un parto doloroso y
primerizo. Qué graciosa, no le falta ni un brazo ni un pie. Tres palmaditas en
las nalgas, y lista, a recorrer el mundo. Así fue el nacimiento de Nātio. No
igual, pero más o menos semejante al nacimiento de Ariadna, la de Homero. Ambas
se pasan la vida entrando y saliendo de un laberinto y repartiendo ovillos de
hilos. A diferencia de Ariadna, que solo ama a Teseo, la otra aviva disímiles
sentimientos, y es más promiscua.
La palabra Nación proviene
de nātio, que a su vez deriva de nāscor, nacer, es
decir, nacimiento. Para separar a los bárbaros de la ciudadanía romana, Cicerón
dijo: “Todas las naciones pueden ser sometidas a servidumbre, nuestra ciudad
no”. Evidente, para Cicerón, Nātio no solo era promiscua sino
cortesana, tan compleja y engañosa como el laberinto de Creta, donde Ariadna correteaba a sus anchas. Y tal vez sea cierto, ya que en una de
sus acepciones, es “entidad jurídica y política formada por el conjunto de los
habitantes de un país regido por el mismo gobierno”; en otra, “conjunto de
personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y,
tienen una tradición común y ocupan un mismo territorio”. Y, para variar, el
pueblo judío ha vivido disperso por los cinco continentes, y se consideran
nación, aun hablando lenguas varias: judeoárabe, ladino, yiddish, yevánico, etc.
Lo heredado, las religiones,
las costumbres, las lenguas, las ideologías, son lo que conforman esa
identificación. No obstante Historia, testigo del nacimiento de Nātio, ha visto
cómo lo diferente puede manipularse y reconducirse a la categoría de enemigo.
Fieles amantes de Nātio ha habido muchísimos a través de los siglos, y viceversa. Dédalo, por ejemplo, no solo construyó el laberinto después de su destierro, sino su propia prisión. Así es, incluso siendo un
reconocido y consagrado arquitecto reventaba de envidia por el talento de
Perdix, su sobrino y discípulo en artes mecánicas. Y nada, un buen día lo
arrojó por el templo de Atenea, sin miramientos, a una altura de 156 metros a
nivel del mar.
Según Goebbels en su Principio
de la transposición: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras
que las distraigan”. Y aquí tengo una: Dédalo al ver que Perdix era
un discípulo hábil, y al observar su ingenio con la espina de pescado de
donde salió la invención de la sierra, lo premió con un par de alas de
manufactura propia. Y fue así que el primer hombre voló. ¡Eureka! Willi Münzenberg
fue otro gran propagandista para el Partido Comunista de Alemania, y estuvo al
tanto de las purgas estalinistas, habiendo sido testigo del uso de prisioneros
políticos en la construcción del Canal de Moscú. Si bien cuando le estorbó a
Stalin (práctica común que siguen al pie de la letra, sin exclusión, todos los
dictadores del planeta), en otoño de 1940, en el bosque de Caugnet, cazadores
franceses que quizás buscaban perdices (el nombre de
ese pájaro proviene de Perdix, quien en la Iliada fue
transformado por la diosa que le vio despedido y en picada Necrópolis
abajo), encontraron el cadáver putrefacto de Münzenberg a los pies de un roble,
con un trozo de soga todavía atada alrededor del cuello. El veredicto del
gobierno de Vichy para su defunción; el cual no incluía interrogatorios a sus
camaradas, fue oficialmente que se suicidó. Así las cosas.
De Ariadna sabemos que
Artemisa la mató. El cómo y el cuándo ahora mismo no me atañen. Pues
el título de esta prosa alude a Ícaro, y de él hablaré. Justo porque los
amantes de Nātio se parecen a Dédalo, asimismo, arquitectos de su destino. Lo
que más me conmueve del calamitoso final de Ícaro es lo confiado que era.
¡Sorprendente! Si sus alas, ya fuesen fabricadas por su progenitor, se
sostenían con cera, ¿cómo no calculó que si se acercaba al sol se derretirían?
Dédalo por supuesto, al observar la inminente catástrofe (y no hay que ponerse
en su pellejo porque fue muy maligno con Perdix), se desquició al notar la de
plumas que iba soltando Ícaro en caída libre, y aunque lloró a moco tendido,
según Homero, continuó volando. Luego en honor al difunto, Dédalo
llamó a una isla Icaria. ¡Qué bonito!
No he estado en Icaria, no
obstante en este lado del Mediterráneo veo el renacer de otro Dédalo que actualmente goza
de la mayor confianza de muchos Perdixs, centenares de Perdixs, miles y miles de Perdixs.
Un Dédalo renovado, mañoso, ilusionante. Sí, paternalista, ¡para echar a
correr! Sin la retórica de los clásicos pero con la verborrea de un vendedor de
motos. Y para colmo, las alas que proyecta son alegóricas. Lo confieso, en
esta Era de la posverdad y el auge de las corrientes populistas, sean de
derecha o izquierda, tampoco me fío de sus dotes de arquitecto. ¿Acaso puede construirse un país, una democracia moderna, bajo el paraguas del nacionalismo, bajo el paraguas de la lengua? Según Bismarck: “España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”. ¿Y si ya lo consiguieron? En resumidas cuentas, que de la mitología griega me hago fans de Yápige, otro hijo de Dédalo. Carente por completo de biografía, cierto. Pero al parecer más sensato.
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